Antonio Castro |
Después de
descubrir la pintura de Antonio Castro tuve una primera señal amiga:
encontrarme con el trabajo realizado por Sixto Miguel Argot (1934-2008), el video
documental titulado: “Antonio Castro. El Pintor de la Costa” (1995). La segunda señal
fue escuchar lo dicho por el artista plástico Vicente Cúneo. Y la tercera fue
leer “Antonio Castro. Hombre de la costa” (2009) de Nidya Rampoldi. Tres toques
del destino recibidos de manos de hacedores y trabajadores de la cultura. El
descubrimiento fue total, por la información brindada sobre Castro, y por el
mundo hallado en los relatores: personas con el compromiso ético, vital, de
contribuir a la memoria de Gualeguay y su gente.
Sixto Miguel Argot |
De manos de
Marta Argot recibí una copia del documental de Sixto. Comienza con fotos fijas
del río. Botes sobre la arena de la costa mientras la poeta Teresita Cardeza de
Valiero recita unas líneas del poema “Alguien mirará…”, del libro “En el aura
del sauce” (1954) de Juan L. Ortiz. Aparecen cuadros de Castro, la foto fija de
un rancho pobre, ropa colgada en una soga. Amanece la música de la guitarra de
Julio Faggiana. Tomas de detalle sobre más obras del pintor. Rostros de mujeres
y hombres, de gente pintada en colores vibrantes, invitados ellos a la
eternidad del arte. Vuelve la imagen del rancho pobre, pero ahora con
movimiento. Dos nenes juegan, la ropa que cuelga de la soga ahora es movida por
el viento. Dicen presente las fotos y los nombres de algunos de los que viven
en el árbol de los notables: Carlos Mastronardi, Cesáreo Bernaldo de Quirós,
Juan L. Ortiz, Ernesto Hartkopf, Alfredo Veiravé, Roberto Cachete González,
Roberto Epele. Veo a Castro en su casita, hay dibujos hechos sobre las paredes;
veo mesas repletas de objetos: de la cocina y de la pintura. Una cama de una
plaza, una cocina chiquita. La voz en off habla de la preocupación del artista:
“El hombre costero, el hombre del río, el hombre marginado”. Avisa también que
en la obra está presente: “El respeto por las mujeres, hermosas, sensuales y llenas
de vida”. Una secuencia mínima se guarda en mi memoria: Castro camina cerca del
río. Una figura frágil, de andar inseguro, que busca el lugar donde dar el siguiente
paso. Lleva gorra, camisa y pantalón. Lo veo alejarse. Se detiene junto a la
orilla y mira un arbolito.
En el trabajo de
Sixto Argot aparece una pequeña joyita: una entrevista al artista. Preguntas
concisas, respuestas directas, sin adorno. Castro comienza diciendo: “Vivir, amar
lo que hago, enamorarme de las cosas que empiezo a grafiar”. Contesta como si
definiera su esencia en esta vida. ¿Siempre pintaste?: “Sí, desde muy chico en
el Hogar Escuela, ahí empecé bajo la dirección de un hombre extraordinario como
fue Roberto Epele”. ¿Recordás alguna anécdota por la cual fuiste motivado a
pintar?: “Lo que a mí me motivó fue empezar a ver las reproducciones de los
renacentistas, en el Hogar Escuela, de los libros que había en la biblioteca, y
empecé directamente a copiar eso. Mis preferidos: Leonardo, Miguel Ángel,
Giotto”. ¿Por qué tiene primacía en tu obra el río, la gente de la costa?: “Es
algo congénito, algo que vino prácticamente conmigo, desde que conocí el río
fue imposible despegarme de él, de su gente, de la naturaleza, de los hombres
que viven en su costa, de sus verdes, de lo natural”. Los colores, explicame: “Trato
de usar los colores primarios, trato de usarlos puros, y si se mezclan que no
se ensucien”. Antonio Castro regala otra definición: “Soy autodidacta y he
tomado de todo maestro que me ha impresionado lo que he podido, y lo que me ha
impactado lo he incorporado a lo que yo realizo”. Afirma: “Mi pintura es
expresionista, es una forma figurativa de expresarme, de componer”. Da registro
del arte en su ciudad: “En Gualeguay hay muchos pintores, uno cuando es chico
se impacta con la figura de Quirós, me acuerdo que en esos tiempos se hablaba
mucho de Bichilani, personajes que impactan y se hacen inolvidables”.
Consultado por los jóvenes dice: “Entre los jóvenes actuales hay varios que
están trabajando bien y que posiblemente lleguen a descollar en este métier,
como Raúl Gastaldi, Vicente Cúneo, Evangelina Gervasoni”. Sixto prosigue. ¿Sos
creyente?: “Sí”. ¿Qué significa Cristo en tu vida?: “Todo, mi guía, mi hermano
mayor, el espíritu que me impulsa y en el que confío”. ¿Creés que haya otra vida
después de la muerte?: “Creo que después de la muerte, después de despojarnos
de esta coraza que cubre el espíritu, seguimos palpitando en el universo, en la
luz, en la sombra, en las aguas, eternamente”. A la última consulta del
entrevistador, Castro responde: “Los temas bíblicos vienen desde mi iniciación
en el dibujo y la pintura, desde el Hogar Escuela traigo toda esa mística que
transmitía Epele. Él iba adelante rezando el rosario y nosotros salíamos detrás
de él, todo eso se transmite y queda”.
Vicente Cúneo |
Cuando
entrevisté a Vicente Cúneo me regaló el siguiente recuerdo de Antonio Castro:
“Castro fue una persona jovial, alegre, vital, muy comprometida con lo que
sentía. Lo expresaba hasta en la conversación, ejercía la libertad de decirte
lo que se le ocurriera. Vivió desatado del materialismo. Llegó a pescar para
sobrevivir, con eso apenas si seguía en pie. Tenía una fuerza, un impulso de
trabajo que es un ejemplo para nosotros. Castro era fiel todos los días de su
vida a dibujar y pintar, con lo que tuviera. Los amigos le llevaban material
cuando no tenía, hubo sí otros que se aprovecharon y se quedaron con su obra
con modos cercanos al arrebato. Pero muchos se conmovieron y lo ayudaron. Tenía
muchos trabajos, porque pintaba todos los días. El día era para la pintura.
Derlis Maddonni decía que de todos los que andábamos en “eso”, él era el que
dejaba traslucir su riqueza pictórica, lo que él intuía estaba en su arte. Sus
cuadros eran riquísimos en imágenes, no es que pintaba un pescador, pintaba la
casa, la canoa, el perro, las personas que lo rodeaban, en donde fuera él
seguía metiendo elementos. Y en la mayoría de sus papeles encontrás pinturas de
los dos lados. Qué bueno sería tenerlos dentro de dos vidrios y así ver ambos.
Era su necesidad de pintar, tendría que haber tenido dos veces el papel que
tuvo. Nydia Rampoldi, que fue profesora mía, y que ayudó mucho a Castro, me
contaba que había llegado a pintar sábanas. Uno quisiera a veces tener ese
impulso. Cuando pasan días sin tocar nada, se sufre”.
Nidya Rampoldi |
Efectivamente
Nidya Rampoldi en su libro “Antonio Castro. Hombre de la costa” consigna lo
relativo a las sábanas, y además cuenta pequeñas imágenes de la vida y obra del
pintor. Información que fue recopilando a través de años, pero material que no
es fruto de una investigación, sino de los sucedidos cotidianos entre ella,
Castro y aquellas personas que trataron a ambos. Por ejemplo, Nidya menciona al
señor Ricardo Pérez y cuenta: “Nos dijo que después de 1955 Antonio, junto con
Roberto (K.CH.T.) González y dos personas más, no recuerda quiénes, estuvieron
presos en un sótano de Villa Soldati por su militancia comunista. De alguna
manera Antonio logró escapar y, ya en Gualeguay, buscó la ayuda del Dr. Carlos
‘Cacho’ Gálligo, abogado. Al parecer éste recurrió a un aviador de la Fuerza Aérea oriundo de
Gualeguay, -por entonces había cuatro muy mencionados de esas condiciones en la
localidad- y por su intermedio fueron liberados los otros tres. Él cree que fue
durante la época del gobierno de facto del General Aramburu”. Rampoldi informa
de unas reuniones ocurridas entre mediados de los 50 y principio de los 60:
“Por ese tiempo acostumbraba a reunirse con varios artistas en una pequeña
construcción de fines del siglo XIX, un ‘ranchito’ de ladrillos asentados en
barro con techo de paja, donde trabajaba el pintor Roberto (K.CH.T.) González.
Algunos de ellos eran los antiguos discípulos de Epele: el escultor Carlos
Cúneo, el poeta Alfredo Veiravé. A veces concurría el plástico Enrique
Aguirrezabala, el médico Chuchi Mac Kay y su esposa Nuri, Jorge Núñez Miñana,
el poeta José Luis Morabes y otros. Ese ranchito, para suerte de Gualeguay,
todavía está en pie, los artistas se fueron detrás de sus destinos con el
transcurso del tiempo”.
Castro había
ganado un concurso (1964) del Fondo Nacional de las Artes. El premio consistía
en elegir un maestro y recibir una beca de estudio por tres meses. Cuenta
Nidya: “Antonio Castro tenía la intención de estudiar tres meses con
Castagnino. Lástima, pues Castagnino estaba haciendo un mural en Italia. Tuvo
que sustituirlo por otro maestro, Rubén Dalton. Como pintor no le gustaba, pero
según sus propias palabras ‘sabía muchísimo’ pues había estudiado en Francia
con André Lhote, quien era autor de un libro ‘Tratado del paisaje’ y maestro de
cantidad de pintores argentinos que estudiaron en Francia”. Rampoldi tuvo en
sus manos los manuscritos de Antonio: “Castro asimismo fue autor de poesías
escritas en cuadernos de apuntes, que quizá pudieran editarse. Por otra parte
tenía una habilidad innata para encontrar fósiles y cacharros cerca de los ríos
donde habitaron los pueblos originarios, lo cual nos muestra una faceta más de
su personalidad: su amor por lo nativo. Juan L. Ortiz fue su amigo, pues
conocía a su familia desde antes del nacimiento de Antonio, y lo ayudó en
curiosas circunstancias en Paraná”.
Nidya Rampoldi
entrega en su libro una atenta mirada sobre el arte de Castro, aquí un detalle
de la misma: “Al principio usa sólo blanco y negro, luego tiene una segunda
etapa de colores muy bajos. Alrededor de 1976 su paleta se aclara logrando
combinaciones y coloraturas seguras y definidas que agradan tanto al ojo
preparado como al profano; los últimos años enfatizó su expresión utilizando
simplemente los tres colores primarios planos junto al blanco y el negro en la
mayor parte de sus obras logrando así, con economía de recursos, una expresión
rica y acabada. Sus composiciones son siempre complejas y completas, aún cuando
dejó trabajos inconclusos.
Acostumbraba a
‘manchar’ la tela para comenzar la tarea y luego, pasado un tiempo, entre
líneas y colores iba formando las figuras y argumentos. Logró así obras de gran
fuerza expresiva, donde se van descubriendo nuevas propuestas dentro de los
temas; los fondos, cubiertos con formas y figuras, acrecientan el argumento
principal. Los detalles se van revelando cuando ya se cree conocer el cuadro,
conformando todavía nuevos motivos. Para el mismo Castro: ‘Es un trabajo que
nunca se termina de ver’”.
Antonio Castro
nació un 25 de agosto de 1931 y falleció el 16 de diciembre de 2002. Puedo ver
sus cuadros en casas amigas, puedo ver el documental de Sixto Miguel Argot, puedo
ver cómo Castro camina hasta el arbolito de la costa, puedo volver a lo dicho
por Vicente Cúneo, puedo volver a leer a Nidya Rampoldi. Puedo ver que el
notable pintor Antonio Castro sigue de ronda por su Gualeguay.
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