domingo, 25 de mayo de 2014

El delta entrerriano: "El lugar perfecto."



Hace unos meses El Debate Pregón informaba de la presentación del libro “El lugar perfecto” (2013) de Fabián Magnotta en Larroque. Contacté al autor. El tema que en él se trataba me intrigó sobremanera. No tenía noticias sobre el hecho que Magnotta había investigado. Pude leer el libro. El subtítulo que aparece en la portada quedó en mi memoria: “Dictadura: vuelos de la muerte y desaparecidos en el delta entrerriano (1976-1980)”.

Las barbaridades llevadas a cabo durante la última dictadura cívico-militar, desde la violación de los derechos humanos hasta la implementación de un plan económico salvaje enfocado para favorecer, a cualquier costo, la riqueza de unos pocos, dicen presente en el alma de muchas personas. Soy uno de ellos, una persona que quiere saber del pasado, que intenta construir una memoria verdadera. Hace un tiempo sumé a lo ya leído sobre el período, el libro “Miraré la tierra hasta encontrarte” (2013) de Hugo Kofman: en él se relata la investigación a partir del hallazgo de una fosa común en Santa Fe, cerca de Laguna Paiva, dentro de lo que fuera un campo militar. En la fosa se encontraron los restos de ocho personas: seis ya recuperaron su identidad, su historia. La lectura significó un nuevo descenso a los infiernos, entrarle otra vez a la tragedia, y al peor de los horrores, el que puede criarse en el interior del hombre: el no respeto de la vida del otro. El pasado puede ser doloroso, y por eso mismo hay que enfrentarlo, conocerlo, para que sume entereza la decisión de desentrañarlo, para que los culpables paguen su crimen frente a la justicia, y para que aquellos que no tuvieron la más mínima posibilidad de justicia, puedan recuperar sus nombres, sus pasados, para que sus familias puedan cerrar la tumba y encontrarse con una ausencia con alguna calma, para que el muerto deje de estar atrapado en la condición de desaparecido.

Tenía memoria de los vuelos de la muerte sobre el Río de la Plata, sobre el Atlántico cercano a las costas de la provincia de Buenos Aires, y sabía de la consecuencia primera de estos vuelos: la aparición de personas muertas, que el río o el mar devolvía a las orillas de la Argentina y Uruguay. Allá lejos la primera noticia: el testimonio del ex capitán de la Armada, Adolfo Scilingo; y una imagen: el óleo pintado por mi viejo: un Hércules que vuelve a la base de El Palomar en la noche del cielo y la vida, paleta de gamas bajas para tanta muerte. Pero nada sabía de cuerpos maniatados ni de barriles con cemento en el delta entrerriano hasta el trabajo de Magnotta: “Los testimonios que dan sustento a este libro refieren la observación de vuelos de la muerte –con utilización de helicópteros y aviones- durante la primera mitad de la última dictadura militar argentina, y la aparición de cuerpos en los ríos Paraná Bravo, Gutiérrez, Sauce, Brazo Chico, Ceio, Uruguay, arroyo Pereyra, y el sector de montes cerrados de Villa Paranacito y el departamento Islas al sur de la provincia de Entre Ríos”.
 Magnotta nació en Gualeguaychú en 1964, se recibió de periodista en La Plata en 1988, desde 1998 es corresponsal en Entre Ríos de la agencia nacional Diarios y Noticias (DYN). Inició su contacto con el tema en 2003, luego de conocer el testimonio de un policía. El libro es un trabajo de análisis que parte de una mirada general sobre la práctica de los vuelos por parte de los militares, para entrar luego en detalle en la zona del delta; y es el reflejo del trabajo arduo del autor a la hora de encontrar a los testigos, y que estos estuvieran dispuestos a narrar los hechos y a identificarse. Después de más de 30 años, el miedo trabajado en la sociedad, todavía rinde sus frutos.

Los vuelos sobre el delta entrerriano agregan algunos elementos nuevos a la escena imaginada para el Río de la Plata y el mar: aparecen testigos en tierra, y los vuelos son también sobre la tierra o su simulacro: “El guía náutico Raúl Almeida aporta que en el delta no sólo puede ‘desaparecer’ lo que se tira en el agua, sino también en los esteros y bañados, ya que la mayoría son embalsados, con ‘pisos fofos’, que actúan como ciénagas, donde lo que se apoya se hunde y no flota más”.

Las primeras apariciones de cuerpos se dieron en las costas uruguayas: Rocha, Montevideo, Colonia, y también en costas de Buenos Aires. Al parecer hubo un informe, un pedido, una recomendación de la dictadura uruguaya a la argentina. A partir de ahí se acentúan los vuelos en el delta.

Roberto era conductor de una lancha escolar, ubica los hechos durante el Mundial 78: “Vi cómo tiraban cadáveres; ¿Y qué más viste?; Una vez vimos uno enganchado en un árbol, y les dije a los chicos no miren si tienen miedo, olvídense…; (…) Eso era  terrible, no tiene nombre, semana tras semana tiraban gente desde aviones.; ¿Y dónde caían los cuerpos?; Caían en cualquier lado, en todos lados…; ¿Siempre en el río?; Nosotros veíamos los que caían al río, pero los aviones pasaban y seguían tirando más allá del río”. Hay más testimonios de cuerpos en los árboles, y hasta en el techo de alguna casa cercana al río: “(…) también llegaron al autor de este libro algunos relatos sobre el hallazgo de cuerpos sobre techos de las casas en la zona. Tal el caso de una señora que vivía sobre el río Gutiérrez, que fue a denunciar un hecho así a la delegación de Prefectura. ¿Qué le dijeron? Que utilizara un palo para no tocar el cadáver, y que así lo fuera empujando hacia el agua. La mujer no se animó a ampliar su testimonio para este libro”.
Un vuelo occidental y cristiano, óleo de Rolando Lois (1995).
Juan no quiso dar su nombre verdadero. Fue lanchero de Celulosa Argentina. Recuerda hechos de los años 77 y 78: “En esas recorridas en la época de los militares los tiraban desde los helicópteros y yo los encontraba en el río, boyando. Yo salía todas las mañanas. A algunos se los comían los pescados. Esto pasaba en el río Bravo, y algunos cuerpos quedaban contra el juncal.; ¿Los cuerpos estaban vestidos o desnudos?; Vestidos; ¿Tenían las manos atadas?; Los que podía ver boca abajo, tenían las manos atadas atrás.; ¿Y usted qué hacía?; Nada. Si me descubrían que estaba mirando era un problema.; (…) ¿Habló del tema con Prefectura?; No, con la Policía. Fui la primera vez que encontré un cuerpo en la salida de la boca del (río) Gutiérrez, en el faro. Y me dijeron: ‘Calladita la boca, que te va a pasar lo mismo a vos’”. Don Julio, obrero de Celulosa en la isla Don Orlando, relata: “Era un lugar de mucho ruido de máquinas y herramientas. Por nuestro lugar de trabajo, no era mucho lo que se veía. Pero sí puedo decir que vimos helicópteros que arrojaban bultos, que primeramente no sabíamos bien qué eran, recuerda. (…) Otro obrero recuerda que un día encontró cinco cuerpos atrancados en un muelle. Fue a avisar al puesto de Canal Nuevo (Prefectura), y allí le dijeron que se volviera y que se olvidara ‘si no querés que te pase lo mismo’”.

El payador uruguayo Uberfil Concepción Regalini vivía en la zona, había llegado después de instaurada la dictadura uruguaya en 1973, recuerda de los años 77 y 78: “Nosotros los vimos, los helicópteros verdes. Nunca tuvieron numeración. Pasaban a distintas horas del día, por distintas partes, no siempre por la misma. Y arrojaban bultos al agua, era difícil saber lo que arrojaban. Luego se encontraron cuerpos maniatados. (…) hay tipo semáforos para que el barco no pise la barranca. Y ahí aparecían cuerpos. Los semáforos eran un tipo de boyas que se hacían con columnas, y ahí quedaban cuerpos enganchados que encontraba la gente en esa época. (…) ¿Y qué hacían los vecinos cuando veían esas cosas?; Nada, no podíamos hacer nada, y mucho menos en esa época, cuando todo el mundo estaba asustado. Mucho miedo. Si me hubieran preguntado en ese tiempo, no sé si me hubiera animado a hablar, a lo mejor no. En Uruguay pasaban los mismos problemas, y uno se vino más que nada por eso… (…) Yo recuerdo que unos vecinos participaron en darle cristiana sepultura a un cuerpo que encontraron en la zona…”.
El autor durante la investigación.

Carlos Ferreyra, que vivió de joven en Villa Paranacito, en “cartas de lectores” de la revista “Isla del Delta” (noviembre, 2007), escribió: “(…) Escuchaba el ruido del agua que golpeaba en la costa como fondo de la música (estaba escuchando la radio), algunas veces este ruido era interrumpido por el sonido grave de las aspas de un helicóptero que se acercaba, se ‘posaba’ en el aire cerca de la desembocadura del desaguadero del Sauce, como a unos 10 metros de altura y tiraba algo al río, el cuerpo de una persona que luego en el ir y venir por el río terminábamos encontrando en algún recodo atrapado en una rama, flotando, con las manos y los pies atados”. Magnotta encontró la carta y logró entrevistar a Ferreyra.

“Retírelos de la costa, que sigan aguas abajo”, era otro de los consejos de Prefectura, que desaparezcan, aunque los cuerpos no corrían distinta suerte si quedaban en manos de las fuerzas del orden: “(…) una consulta realizada para este libro, indica que según los datos del Registro Civil de Villa Paranacito, entre los años 1975 y 1980 hubo ‘un solo caso’ de NN inhumado en el cementerio. (…) El autor de este libro se atreve a decir que ‘es casi imposible’ que en el cementerio de Villa Paranacito no haya sido enterrado ningún NN en esos años. Y que, más bien, lo que existe es una coherencia del aplastante silencio. Sencillamente, los registros tampoco debían hablar sobre lo que sucedió”. Se sumó al silencio la inundación de 1992. Sin cruces, el encargado renumeró a su gusto: el paisaje no coincide con los libros.

Hablé con Fabián Magnotta de la presencia del silencio, en esos años y en el “mientras tanto” que llega hasta nuestros días. Comentó: “Yo digo que sembraron terror, y cosecharon silencio. No toda, pero la gente sigue con miedo”. Consultado por el después del libro, dijo: “La repercusión del libro sigue siendo una sorpresa, y pienso que es más que un libro por todo lo que ha generado en sus más de 40 presentaciones. El miedo genera miedo, y el silencio genera silencio, pero también los testigos se animan a hablar cuando ven que otros lo hicieron. Nuevos testigos me dicen que en realidad todo el delta (entrerriano y bonaerense) fue el patio trasero de la dictadura, y que poblaciones como las de Zárate, Campana y Villa Paranacito, estaban sentenciadas para no hablar. Una carta anónima indica que el lanzamiento de barriles comenzó en el canal San Fernando y luego siguió en el delta entrerriano. También me hablan de algunos posibles cementerios clandestinos en Villa Paranacito. Además, me dicen que héroes de Malvinas que viven en Entre Ríos podrían haber piloteado vuelos de la muerte. Otro testigo aporta que Prefectura manejaba todo en Paranacito, incluso varias inhumaciones clandestinas. Además, surgieron testigos que hablan de hallazgos por vuelos en las islas del Paraná, entre Rosario y Victoria, y también en el sur de Brasil, como continuidad de los vuelos en el este uruguayo”.

“El lugar perfecto” de Magnotta abre una puerta más en la tragedia: construye memoria en estos años en que se busca hacer justicia.

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