domingo, 22 de junio de 2014

Dos mujeres de Gualeguay



En una de mis charlas con la poeta Tuky Carboni recibí un libro de obsequio. Tuky había recibido de su madre literaria: la notable Emma Barrandéguy, algunos ejemplares de su libro “Salvadora. Una mujer de Crítica”. Emma le había pedido que cada ejemplar fuera a manos de “alguien que sepa valorarlo”. Tuky me distinguió con el libro. Pasaron los días y llegó la lectura.
“Salvadora” es un libro extraño, diría que es un libro que posee un relato para armar por parte del lector. Detrás de un puñado de recursos narrativos, de puentes, Emma construye la imagen y sustancia de Salvadora Carmen Medina Onrubia: una mujer poco común, una adelantada para su época; una mujer que soñaba con la perfección, con distintas revoluciones, ella anarquista y ella seguidora de Krishnamurti, mientras no hacía más que practicar, como todo ser humano, la imperfección más perfecta, y en su caso, una imperfección con el condimento extremo de la pasión; una mujer que supo del dolor supremo: la muerte de un hijo, que supo de otro gran dolor: la distancia de sus hijos. Vivía Salvadora en grandes tormentas pintadas por el mejor, por el más desesperado Turner. Este libro es además un territorio donde se puede observar la presencia de su autora en primer plano, sin máscaras. Emma Barrandéguy con nombre y apellido aparece en “Salvadora”. Ella, sin proponérselo, pero de manera inevitable, también se cuenta en sus páginas. Emma fue testigo de muchas escenas del relato, ella fue por muchos años, empleada del diario Crítica, y luego secretaria privada de Salvadora, la mujer de Natalio Botana, el creador del diario Crítica, una presencia insoslayable dentro de la historia del periodismo en el país.
Emma cuenta a Salvadora a través de recuerdos propios, de fragmentos de sus obras (Salvadora fue novelista, poeta y autora teatral), se vale del análisis literario de éstas mezclado con su memoria; a ello suma vueltas de tuerca en algunos capítulos donde despuntan toques de ficción apoyados en la realidad; Emma además cita palabras de otros autores que dieron testimonio de Salvadora, y de manera muy especial da lugar en su libro a “Memorias: Tras los dientes del perro” de Helvio I. Botana, uno de sus hijos.
Afirma Emma: “(…) Sin dinero y sin el diario, su valor de recambio hubiera decrecido, como era menor el valor de su hermana, maestra rural a la que ella encontraba un tanto rústica. Se tenían celos. Se los habían tenido tal vez desde niñas. Las dos eran buenas mozas, las dos habían tenido hijos previos al matrimonio, las dos eran generosas y protectoras. Una, más simple, tendía a la caridad cristiana como lo había hecho doña Teresa, su madre. Salvadora, más compleja y arbitraria guiaba su generosidad por golpes de afecto o necesidad de reconocimiento”.
Emma cita datos biográficos de Salvadora tomados del “Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas” de Lily Sosa de Newton: “Escritora y periodista, nacida en La Plata, provincia de Buenos Aires, el 23 de marzo de 1894. (…) Desde 1910 hasta 1913 ejerció la docencia en una escuela rural de Entre Ríos, provincia en la que comenzó a actuar en el periodismo, colaborando en el ‘Diario de Gualeguay’ y en las revistas ‘Fray Mocho’ y P.B.T. de Buenos Aires. (…) Desde 1946 hasta 1951 dirigió ‘Crítica’, el diario fundado por su marido, Natalio Botana, que había fallecido. Publicó los siguientes libros: ‘La rueca milagrosa’ y ‘El misal de mi yoga’, poesías; ‘El libro humilde y doliente’ y ‘El vaso intacto’, cuentos; ‘Akasha’, novela y ‘Crítica y su verdad’, 1958, alegato. Falleció en Buenos Aires el 21 de julio de 1972”.
Salvadora Medina Onrubia.
 Cuenta Emma que las primeras pistas sobre Salvadora las recibió de la conversación de sus tías maternas. Ubican a la familia de doña Teresa Onrubia, maestra, en Carbó. Emma le escribió a salvadora cuando tenía 18 e iniciaron un contacto que duraría muchos años.
Emma anota: “(…) Siento hacia esta mujer una estima casi filial. Muchas veces he pensado que hubiera querido ser su hija y que me hubiera comportado mejor que sus propios hijos. Por lo pronto el dinero, que a ellos los mueve, a mí no me interesa mayormente. Así lo creo, al menos.
En un momento de su vida, e ignoro por qué causa, Salvadora quiere poner a mi nombre los terrenos de Brandsen, que eran ocho manzanas que apenas pagaban irrisorios impuestos”. Emma rechazó el obsequio: “Nunca Salvadora exteriorizó hacia mí su afecto de otro modo. Yo tampoco. Permanecimos unidas por una lealtad sin preguntas. Ella sabía que podía contar conmigo. Yo, con ella”. Recuerda: “Cuando Salvadora muere, la China, su hija, me llama para saber de algunos papeles y para entregarme un obsequio, un recuerdo. Así poseo unos pequeños lentes de teatro, plegables dentro de un estuche que de tan chiquito puede colgarse del cuello y que lleva las iniciales de Salvadora. Es lo único que de ella poseo. Ni siquiera sus obras completas”. Emma destaca: “Yo la miraba como a una madre, ‘una especie rara de madre’ solía decir ella, ya en la vejez (…). Pero no me hubiera animado nunca a apoyarme en su hombro”.
Emma Barrandéguy.
La autora ubica su relato descarnado en el tiempo: “No conocí al matrimonio Botana de jóvenes sino cuando su relación estaba ya muy deteriorada por los años y el dinero. Iban cada uno por su lado y se utilizaban cuanto podían. Los hijos iban a su vez del uno al otro al albur del momento y según quien tuviera la billetera más abierta. Salvadora los juzgaba con bastante imparcialidad pero no obstante era su madre y les abría su casa si andaban en la mala, si no tenían salud, si se separaban de alguna de sus mujeres o si se peleaban uno con otro, lo que hacían alternativamente cuando no estaban unidos contra ella. Supongo que fue muy mala madre cuando fueron niños y por esos cuartos de la casa cundieron feos ejemplos y demasiado dinero, lo que ya es bastante decir. De quienes la rodeaban podría decir que ninguno difería de ella en lo que hace a juicios sobre el dinero o el poder. Difícil es mantenerse ajeno a una tónica general que la sociedad impone, apaña y cultiva con afán y cariño”.
El libro escrito por Emma es duro y sincero. Hay mucha información sobre todas las mujeres que fue Salvadora. Incluye pasajes del libro de memorias de uno de sus hijos: Helvio, quien se explaya con dureza sobre su madre. Pero hay un par de citas que estremecen, en ellas se pinta el sufrimiento de una madre por la muerte de un hijo. Salvadora tenía un hijo cuando conoció a Botana. Este le dio el apellido. Cuenta Helvio: “De pronto, sentimos el auto de Salvadora que partía –como de costumbre sin despedirse-. Pitón entró en nuestro cuarto y me contó que Salvadora le acababa de probar que no era hijo de Natalio. Ella lo había parido cuando tenía 16 años, antes de conocerlo a papito. Él, aseguró Salvadora, era hijo del doctor Pérez Colman. Natalio le había dado su apellido y lo había hecho su predilecto solamente para quitárselo a ella.
Entonces mi hermano Pitón riéndose nerviosamente nos abrazó con esa fuerza de boa constrictora que le dio el sobrenombre. Nos besó y se pegó un tiro con un revolver niquelado.
Su sangre me salpicó la cara y una gota cayó sobre el puño izquierdo de mi camisa blanca. (…) Horas después, entre sueños, oí aullar a mamita que recién llegaba. Aullidos horrorosos que jamás volví a escuchar ni en las bestias ni en los seres humanos.
Como fue siempre incapaz de iniciar un gesto afectuoso, no costó nada para que desapareciera entre nosotros todo signo de cariño. Tardé cuarenta años en volver a besarla”. En otra parte de su libro Helvio cuenta lo siguiente: “Ya la había comprendido. Ya podía cuidarla, ya la besaba con la ternura que debe besar la semilla de la tierra que la hizo germinar.
Dejé de creerla loca, merecedora de lástima, pero los hábitos del trato distante ella los mantuvo hasta el fin. (…) En sus últimos años, prácticamente no salió más a la calle. Y comenzó su trágica regresión senil que irremediablemente retrotraía a Pitón. Mascullaba que no había muerto sino que no la quería ver por intrigas de Natalio.
Su obsesión se hacía cada vez más fuerte, y se repetía en períodos más breves.
Unas veces se reconocía culpable de su muerte. Otras no, pero había creado un fantasma que la perseguía.
Soy muy amigo del vasco Fernando Otaduy, el gran economista que en ese tiempo era subsecretario de Comercio Exterior en el gobierno de Onganía.
El vasco, físicamente, es una réplica de Pitón: alto, moreno, de frente con entradas pronunciadas, manos enormes de atleta remero. Como él de risa fácil y desbordante de vitalidad.
Me costó días atreverme a hacerle la propuesta de que me acompañara a casa de mamita, que se arrodillara ante ella, que la besara, que la tomara de la cintura y la levantara en vilo diciéndole: ‘Qué pesada estás, Salvadorita’.
Y lo hizo.
Otaduy actuó genialmente. Sin una duda. Sin un tropiezo. Luego ella le tomó las manos y se las acarició. Y se las besó afirmando: ‘Tus manos no cambian nada pero estás medio pelado`. Y cuando Pitón resucitado salió por la puerta de calle se llevó con él el fantasma del que mi pobre madre no se podía deshacer. Murió convencida de que vivía, y debimos hacer lo que hicimos, pues es muy difícil saber perdonarse a sí mismo”.
Barrandéguy trabaja la ficción dándole vida a la voz reflexiva de Salvadora: “Estás sola, Salvadora… ¿Con quién hablar entonces sino con vos misma? ¿Pero acaso no estuve siempre sola? Sola me sentí cuando el padre de Pitón estuvo en la cama conmigo, sola cuando me casé… ¿Qué digo? Siempre rodeada de gente. ¿Acaso no quería yo estar en Buenos Aires donde todos mis ideales hallaran eco, todo lo que pensaba ya en la chacra de los Provera cuando mi madre era maestra en Gualeguay? Doña Teresa, le decían y todos los vecinos la querían. A mí y a Mane también. Todas éramos caritativas, pero sólo yo creo que entendía la miseria y la ignorancia y quería salir de allí para combatirlas a fondo. ¿Felices sueños, no?”.
Salvadora Medina Onrubia de Botana: la mujer anarquista, la mujer que Uriburu mandó a la cárcel: ella, la que al enterarse de que sus amigos pedían el favor de su libertad, se encargó de escribir al dictador para decirle que no quería ningún favor; la mujer amiga de Simón Radowitzky, el anarquista que ajustició a jefe policial Ramón Falcón: ella fue quien tramó el fallido escape de Simón de la cárcel de Ushuaia, ella fue quien logró de manos del presidente Hipólito Yrigoyen el indulto para su amigo; ella, la mujer que se enfrentó a Evita.
Salvadora, la mujer que fue tantas mujeres, la mujer que fue maestra en los alrededores de Gualeguay, y que fue retratada por otra mujer de Gualeguay, Emma: ella la empleada fiel, el testigo cercano, la que sabía de ciertos secretos: la mujer a la que la vida se le mezclaba, de manera inevitable, con su oficio: escritora, poeta: ella, la Barrandéguy, dueña de esta memoria apasionada.

1 comentario:

  1. Hola, me interesa mucho el libro, ¿sabés dónde puedo conseguirlo? Saludos.

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