domingo, 30 de noviembre de 2014

Evangelina Franzot cuenta desde Maciá

El ciberespacio tiene sus sorpresas, sus paisajes notables, señales estas que contrastan con tanto palabrerío con sabor a vacío enredado: el insípido rodar de las horas entre las imágenes. Miles de personas tratando de crear una vida, miles confundiendo una herramienta con la construcción de la identidad. Fue sorpresa maravillosa encontrar el texto de Daniel González Rebolledo sobre su madre y el paisaje de la chacra: la sintonía del poeta; y sorpresa fue la aparición de Evangelina Franzot. Se puede decir de ella que es licenciada en letras. Pero el título es lo que menos importa. Porque la pasión va primero que el título, es el sostén para todo el quehacer en los días.
Evangelina llegó hasta el blog donde publico todo el material sobre Gualeguay y Entre Ríos: las notas aparecidas en El Debate Pregón, buscando información sobre Emma Barrandéguy, gualeya egregia. Iniciamos el contacto, la charla, ella hizo lecturas y yo preguntas. A continuación el relato de la persona hallada y su pasión. Vive en Maciá, y ha hecho camino en Gualeguay.
Cuando hablo con una persona cercana a la literatura, sea lector practicante o escritor, pregunto por el origen de la elección de un paisaje que por lo general está alejado de la riqueza efectiva, la moneda, tan importante en estas épocas (“Contame tu condena…”, escribió Cátulo Castillo en “La última curda”). Evangelina dijo: “Primero fui profesora para enseñanza primaria, de castellano, literatura y latín, después hice la licenciatura en lenguas modernas y literatura... pero no me gustan los títulos, me gusta aprender en medio de un ámbito donde muchos compartan lo que amo, las letras, y eso en un pueblo chiquito como Maciá es difícil. Así que mis motivaciones para hacer esas carreras tienen que ver con eso, con contactarme con gente afín, con profes que comparten lo que saben cara a cara, no me gustan las carreras virtuales. Pero mi amor por las letras y el teatro, mi otra actividad, viene de la infancia. Sin dudas la culpa la tiene mi madre que me leía, mi viejo que improvisaba versos picarescos, y María Elena Walsh que me dejó ver desde chiquita que la literatura es romper las reglas”.
Pregunto por Emma, me cuenta: “No sabía qué tema elegir para mi tesis, entonces la profesora Claudia Rosa me dio ‘Habitaciones’ de Barrandéguy, y como quien no quiere la cosa me dijo: a mí me interesa dirigir una tesis sobre esta mujer o sobre la primera etapa de Juanele. Mi tesis de licenciatura consistió en un proyecto de edición de Obra Completa de Barrandéguy. Luego, por intermedio de Claudia, me propusieron colaborar en un proyecto para la EDUNER.
Evangelina entrevistó a Emma: “Fue en enero de 2005 en el marco de mi investigación para la tesis. Le pregunté, me acuerdo, cuando la llamé, cuánto costaba la entrevista, y ella me dijo: ‘Unos kilos de arroz’. Yo pensaba que me cargaba, y ahí me explicó que era para colaborar con un comedor popular. Y después no quiso por ningún motivo cobrarme sus libros. Me regaló ‘El andamio’, ‘Refracciones’, ‘Las puertas’, inconseguibles en librerías. Ella estaba sorprendida porque mis preguntas no iban hacia su elección sexual, sino a su proceso de escritura y construcción de la novela, y me dijo: ‘Es que pensaba que venías a entrevistarme porque soy rarita, como los otros que vinieron’. Sabés qué es lo más me emociona de Emma, su valentía. Creo que eso fue lo que me conmovió. Un coraje soberbio para vivir y para escribir, pero un coraje sin estridencias. En esa entrevista me enteré de amistades como Tuky y González Rebolledo... recuerdo que me dijo: ‘Tiene mal genio, por eso algunos no lo quieren, pero para mí es como un nieto, y a los nietos se los quiere y punto’. Era hermosa Emma”. Pregunto cuál fue la respuesta que más recuerda: “Yo le pregunté: Emma, ¿y por qué decidió irse a Buenos Aires?, y ella, mirándome directamente a los ojos como para ver mi reacción, me dice: Me fui a Buenos Aires para tener sexo, porque acá no se podía. Y después ablandó diciendo: Bueno, para ayudar a mi familia también… en Gualeguay había que casarse y tener hijos nomás. Hablamos como dos horas sentadas en su juego de jardín en la galería, me explicó en qué época se podan los árboles, y de ahí aprendí que se podan en los meses que no tienen R en el nombre. Ella amaba el jardín”.
Desde mi llegada a Gualeguay había escuchado nombrar a Maciá, pero para mí sólo era el nombre de un lugar, uno más, del que nada sabía, pregunté: “Maciá es un pueblo pequeño, yo le digo Macondo sin Gitanos, sin Melquíades, porque todo lo que pasa lo hacemos nosotros, es decir, es chico, muy difícil para salir y entrar, dado los pocos medios de transporte públicos que pasan, porque está lejos de las rutas. Entonces tiene una gran movida cultural, creo que por necesidad hemos hecho nuestro propio pueblo arte. El grupo teatral Caranday creó un vestuario teatral que hoy tiene casi 8.000 prendas, que favorece a todo el que quiera presentar obras porque funciona como una biblioteca gratis. Tenemos teatro, casa de la cultura, museo histórico, natural, y todo movido por el empuje de la gente. Ahorita mismo ando en el rescate de una biblioteca popular que había cerrado hace cuatro años, y ya la estamos levantando, con gurises y colaboradores varios. En la literatura estamos creando espacios, yo hago talleres esporádicos de iniciación, y estamos en un proyecto para ordenar y ver si podemos publicar la obra de un escritor maciaense: Pocho Vittori, y reeditar un libro histórico que hizo don Mario Carruego, para eso hay que conseguir fondos, pero lo haremos”.
El paisaje interno y externo de Evangelina es propenso al intento literario, sumado esto a que una de las principales causas de la escritura, es la lectura: “Escribía, pero hace mucho que no me dedico a eso. Me dedico a contagiar las ganas de leer y escribir, y eso me sale bastante bien. Creo que el exceso de trabajo no me deja tiempo para el ocio necesario que lleva a escribir, porque además de ideas se necesita trabajo y dedicación, lo que implica tiempo, y he preferido dedicar el poco tiempo que me queda a mi actividad teatral, son etapas, tal vez en algún momento priorice la escritura, quien sabe”. Afirma ser actriz “de las que le da síndrome de abstinencia cuando está un tiempo lejos de las tablas”.
La consulto por sus autores, primero de Entre Ríos: “Mis lecturas favoritas andan por muchos carriles. Juan L Ortiz, que me conecta con algo muy muy interior que no se puede explicar, se me hace casi imposible leerlo en voz alta. Juan José Manauta, su narrativa, sus cuentos, y ‘Las tierras blancas’ que son de esas cosas que terminás de leer y te quedás un poco con la mirada lejana, mientras terminás de ver la historia que ya cerró el relato. Selva Almada, dentro de la nueva generación: ‘El viento que arrasa’ me pareció de una escritura potente y a la vez cercana, ella tiene 40 o 41 años, es de Entre Ríos y ahora vive en Buenos Aires. Estudió en el profesorado como yo. Y por supuesto Emma. Su narrativa, más allá de ‘Habitaciones’, ‘El andamio’, por ejemplo, es una obra que merece ser más leída. Y la poesía, la de su última etapa me conmueve enormemente”.
Pregunto por los otros autores, y ella define su esquina: “Primero quiero aclararte que a pesar de haber estudiado lo que he estudiado, trato de disfrutar las lecturas sacudiéndome el análisis, soy de las leen el prólogo después del libro, quiero decir que obviamente uno lee diferente, entrando en otras profundidades, pero no dejo que eso me condicione, porque por ejemplo, además de autores que disfruto enormemente como Borges, Cortázar, Puig, Shakespeare, Arlt o Cervantes, nadie puede salir ileso después de haberlos leído, también disfruto de lo que desde la academia suele considerarse, injustamente, ‘literatura menor’. Quiero decir que tengo bellísimas experiencias de lectura, por ejemplo, con los cuentos de Roberto Fontanarrosa, de quien creo que es un gran escritor, pero como el humor no tiene ‘categoría’ se lo pone en ese lugar marginal. La historieta me parece un género magnífico, complejo, que tuvo una función social muy importante y que hizo leer a muchas generaciones, y a las clases que no tenían acceso a libros ni a la tv. Textos de literatura para niños que creo maravillosos porque abren puertas y crean lectores para siempre. Me gusta la literatura fantástica: Liliana Bodoc me enamoró con la saga de los confines. No tengo ‘un escritor modelo’, para nada. Pero te puedo contar qué otras lecturas me han modificado de algún modo: el uruguayo Mario Levrero con su ‘Novela luminosa’, y su ‘Trilogía involuntaria’, recomendadas por un amigo librero que es un gran consejero, me conmocionaron profundamente. Roberto Bolaño, ‘2666’ es una obra impresionante, Juan Rulfo, Abelardo Castillo, de mis favoritos y estoy feliz de que se lo haya reconocido en estos días, José Saramago, el Gabo, por supuesto. Italo Calvino, Mark Twain, Clarice Lispector, Alejandra Pizarnik, Jacques Prevert, J.M Coetzee. Los dramaturgos Osvaldo Dragún, Juan Carlos Gené… uf, es todo muy diverso ¿no? Pero así soy yo, ja. También me gusta la tortilla de papas y andar en bicicleta”.

Evangelina Franzot, una trabajadora de la cultura, cuenta desde Maciá su pasión, su identidad, sus ganas.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Guillermo A. Wiede desde el silencio

Dice Tránsito Ríos en el comienzo de la novela “Jinetes de nombre muerto. Romance de Entre Ríos (1861-1871)” (1988) de Guillermo A. Wiede: “Mi tierra tiene forma de guitarra. Tiene más ríos y arroyos que arrugas mi cara vieja. Por espinazo una selva; por hombros, las dos cuchillas; por cuero gramilla y trébol, con lunares amarillos que se llaman macachín. El tala sabe ser alto, pero más alto es el guayacán negro, que tiene un tronco duro como fierro, y cuando va a morir unos ratones brujos le salen de abajo, con las semillas, para que nazca de nuevo en otro sitio. Cada vez que se muere, diez retoños le brotan alrededor. Así cuentan las viejas de mi tierra. (…) Ahora que todo se acabó suelo sentirme en pecado por no haber muerto como ellos. Eran hombres tan duros como los guayacanes. Tal vez, suelo decirme, yo quede para semilla. Soy de esos ratones que escapan de las raíces antes que el guayacán negro se venga abajo, porque nazca en todas partes”.
Me encantó este comienzo. Luego me encantó el libro: el largo relato de don Tránsito.
Alrededor de esta lectura giran varias historias. Voy a tratar de contarlas. El ejercicio de la lectura muchas veces, azar o destino mediante, despeja las puertas de la gran sombra, y entonces el lector puede atrapar la sortija de la felicidad.
En “Historia de Tres Bocas” de Jorge García se da pista del libro citado. Apenas una línea de referencia, y el título que de inmediato se instaló en mi pensamiento. Qué libro era este con título tan sugerente: tanta poética sintonía en el título de una novela. Quién era el señor Wiede, su autor.
Pedí el libro en préstamo a García y comencé la lectura. Historia y política se juegan en sus capítulos. La acción se centra en el alejamiento de Urquiza, en su inacción, su “entrega” a los señores de Buenos Aires. Urquiza es el padre que debió morir a manos de su gente: un parricidio para defender el ideario federal, la autonomía de la provincia. Luego el tiempo de López Jordán y su guerrilla, su guerra popular. Los porteños se vinieron al humo, había que terminar con la revuelta en el litoral. A poco de andar la novela, encuentro el relato de una batalla: “Supo haber grupo de cincuenta porteños que quisieron corajudear. Volvieron las caras para hacer frente. En una de ésas lo ensartaron al Sargento Ibarra, pero al que le hundió la lanza no iba a durarle la gloria. El Sargento dio un último grito, bajó del caballo y con las dos manos se sostuvo la lanza. El porteño, viéndose desarmado, quiso volver a los suyos entre una docena de nosotros. Valiente el hombre, pero no le íbamos a perdonar, así que lo embretamos y de un pechazo quedó de a pie. Yo lo degollé, de un solo tajo”.
Guillermo Wiede por Sara Molas Quiroga.
En Wiede encontré a un narrador apasionado, conocedor de la historia. Una novela de palabra clara, una narración construida a partir de distintas voces que se pasaban la posta, voces que se expresaban con las palabras que hicieron a los habitantes del paisaje entrerriano: “A Dios no lo tengo visto por estos pagos. Saludos, si lo ve. Hay que seguir mentándolo para que estos muchachos mueran como la gente. Hablarles de Dios a cada uno que hecha sangre por la boca. El cielo de los héroes. Dura patria la patria cuando hay que morir por ella. Si al menos la muerte significara la victoria”.
Wiede no es entrerriano. En la solapa de “Jinetes…” leo: “Nació en Curuzú Cuatiá (Provincia de Corrientes) en 1939. Es abogado y escritor de narrativa, siendo ésta la primera novela que de él se publica”. Nada más. En la web encontré que en distintos mercados se venden otros títulos: “El palacio de septiembre” (1999), “Cartas de Buenos Aires” (2001), “De cuerpos velados” (2002), “Vieja memoria del nordeste” (2009). Supe también que había muerto en Buenos Aires en 2012. Pero no hay más rastro.
Ocurrió que desde el principio de la lectura pensaba en Juan José Manauta. ¿Quizá debido a la coincidencia temática?, puede ser. Manauta es el creador de dos personajes: el mayor Ponciano Alarcón y el sargento Martín Flaco, ambos pertenecientes a la tropa derrotada de López Jordán en el arroyo Don Gonzalo, donde los porteños estrenaron las carabinas Remington a repetición. Estos personajes aparecen en cuentos de “Disparos en la calle”, y ocupan la totalidad de “Colinas de octubre”. ¿Tal vez pensaba en Manauta porque estaba frente a una prosa con altura?, puede ser. Pero en mi ceremonia de lectura se había acentuado un misterio. Nada de este hombre en la biblioteca pública, nada entre lectores aplicados. Sin rastro. Sólo su fantasma y el de Manauta.
Seguí el impulso emotivo, me tenía tan feliz la lectura que le conté a mi amiga Leticia Manauta, hija del Chacho. Ella respondió: “Ellos fueron amigos, los presentó Adriana, mi hermana”. Hablé con Adriana. Me dio algunos datos sobre Wiede y me dijo: “Cuando mi papá leyó ‘Jinetes de nombre muerto’ me dijo: ‘Este es un escritor’. Mi viejo le presentó ‘Vieja memoria del Nordeste’”.
Los Wiede y los Manauta.
Otra virtud de la novela de Wiede reside en la capacidad del autor en hacer hablar a personajes como Urquiza, de manera tal que no quedan dudas, el general manda, negocia, decide las maneras de impartir justicia. Wiede conjuga paisaje y personaje, es médium, trae almas de regreso: “No diga eso, amigo Torralba. Ni siquiera soy Gobernador en este tiempo. Además, hay principios. Principios republicanos que nos impiden intervenir. Principios que nosotros impusimos y que ahora hacen valer los unitarios, qué hemos de hacerle, hay que actuar con cabeza ¡me entiende!”.
Wiede describe el campamento del ejército de López Jordán: “Ese dijo: Rebeldes nos llaman, y pa’la guerra, ni duda que eso somos. Y como rebeldes no tenemos guarnición, ni cuartel, ni regimiento ni ninguna de esas cosas, sino que toda la Provincia es nuestro campamento y hay que encontrar la forma de estar en toda la Provincia al mismo tiempo; cuando crean que andamos por el Gualeguay aparecernos por los Alcaraces, y si nos hacen por la Concordia saltarles en la Victoria, y así”.
La búsqueda me llevó hasta la palabra de una de las hijas de Wiede: Celeste. Pregunté por la historia familiar: “Ralph Wiede, lo llamaron Rafael, vino de Alemania a Curuzú Cuatiá a los 18 años, en 1924. Nunca volvió a ver a la familia. Trabajó de mayordomo en una estancia. Mi abuela Plácida Ibarburu, Coquita, era hija de un estanciero. Fue problemático, al alemán nunca lo quisieron. Él también los despreciaba: por estancieros. Hay una novela de mi papá: ‘Orígenes’, nunca la publicó, donde noveló algunos hechos de la familia. Mi abuelo murió a los 52, joven, cuando mi papá tenía 16, eso lo cuenta en ‘El palacio de septiembre´’: sus años en la casona de La Fraternidad, lo mandaron al Colegio Nacional de Concepción del Uruguay. Tenía 12. Rafael decidió que Guillermo, el menor de 4 hermanos varones tenía que estudiar. Papá estaba orgulloso de haber sido fraternal. A los 17 se fue a La Plata a estudiar abogacía. Decidió la carrera porque quería ayudar a la familia. De lado quedó la carrera de letras. Se recibió a los 22. Conoció a mi vieja, Beatriz Leonardi, que estaba casada, tenía 3 hijos y vivía en el campo. Él vivía en Buenos Aires en una pensión. Tuvieron una noche de amor y mi vieja quedó embarazada de mi hermana Cynthia. A mediados del 60 ella se separa y viene a vivir a Buenos Aires. Nunca se casaron. Mi vieja le llevaba casi 9 años. Yo soy del 72. Cuando tenía 7, mi viejo la deja y se va a vivir con Sara, con la que no tuvo hijos”.
Guillermo y Sara.
¿Cómo fue ser abogado/escritor?: “Fue abogado laboralista y le puso muchas ganas. Le fue bien económicamente y estaba agradecido a la profesión. Su plan fue siempre dejar la abogacía y dedicarse a escribir. Él se ocupó del bienestar de toda la familia, la madre y los hermanos. Ese fue su mundo. Se quedó un poco solo con la escritura, aunque le dedicaba bastante tiempo. Me acuerdo que Jinetes la escribió cuando yo era chica. Lo llamaba por teléfono y me decía que estaba escribiendo. Escribió hasta el último día de su vida, estaba internado y tenía un cuadernito. Escribía una novela policial, era la primera vez que abordaba el género. Me enseñaba los escritos. Unos meses antes de morir le dije: Papi, no te podés morir sin antes terminar esta historia”.
¿Cómo tomaba que nadie se interesara por su escritura?: “No estaba contento con la suerte de sus libros. Intentó publicarlos por otras vías, mandar a concursos, pero lo cierto es que Jinetes lo pagó él; con la otra editorial los gastos fueron compartidos. Él podía pagar los libros, pero no tenían distribución. Nunca se decidió a ser únicamente un escritor, pero escribió toda la vida. Se asomó un poco al mundo de los escritores, tuvo encuentros con Andrés Rivera, Guillermo Belgrano Rawson, con Carlos Mastronardi, era amigo de Arnaldo Calveyra, ambos fraternales, y de Manauta. Pero terminó bastante decepcionado”.
En estos momentos sigo conociendo a Wiede a través de sus recuerdos sobre los años en La Fraternidad. En la memoria de “El palacio de septiembre” circulan muchas pistas sobre la persona del autor a través del muchacho que fue, y la mirada del hombre, del escritor, que lo anota: Wiede se narra de manera amena, con historias inolvidables. La prosa tiene una única pretensión: el relato, el viaje en el tiempo para contar las historias que hicieron a la construcción de un paisaje querido, y en él: sus hombres.
“Jinetes de nombre muerto”: su autor, merece lectores. A Wiede se lo llevó el vino, queda su mundo en la memoria de sus libros.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Poesía y felicidad

Desde el mes pasado guardo feliz un texto en mi memoria.
Y desde esos días pienso en la nota a entregar en un nuevo aniversario de El Debate Pregón. Decidí unir, una vez más, placer y trabajo. Si miro mi relación laboral con el diario, aparece en primerísimo lugar la felicidad nacida en la oportunidad de encontrarme con ciertos habitantes de Gualeguay, y en esta ceremonia de encuentro no hago diferencia entre vivos y muertos: valoro la mirada y la palabra sincera en una entrevista, y sé de disfrutar del susurro de los buenos fantasmas que hablan de una historia notable. Entre estas almas, gualeyas e inquietas, fui construyendo este año y medio donde di mi presente entre las voces de la ciudad.
De estos últimos días es la noticia: el posible nombramiento de Gualeguay como capital de la cultura de Entre Ríos. Los títulos nobiliarios ayudan a la difusión en estos tiempos veloces, y sean bienvenidos. Pero es sabido que la construcción de una memoria se hace a diario, desde la gente, y su quehacer en los barrios. Y es en esta cuestión de difundir, de trabajar la materia cultura en el cotidiano, donde me digo que faltan algunas vueltas de tuerca para apuntalar ese posible laurel provinciano. Gualeguay y su historia destacada, una ciudad y un río: la cuna para tanto creador, y la obligación hoy de dar a conocer el legado. Y a su vez, la obligación, de dar a conocer a los hacedores del presente, a aquellos que piensan, que descubren las otras sintonías del paisaje y las criaturas, que las siguen descubriendo, porque ahí se mantienen a través de los años: en la vida de todos los días. Sólo las almas sensibles las pueden ver, para luego hacerlas visibles para los demás: de esto trata el trabajo del artista.
En las cercanías del día de la madre encontré en las redes sociales estas líneas al pie de una foto: “Madre amaba esta flor. Planta de magnolia siempre floreciendo en diciembre en Finisterre. Ayer me invadió ese perfume y sentí que ella andaba en la sonrisa del aire. Sincronías...”. Al día siguiente encontré un nuevo texto: “Como una arriesgada teoría, como si el amor o el aura de los seres entrañables permaneciera, ¿o retornara?, en lo que dejó en otros reinos de este mundo... Esa es la chispa, el comienzo de la idea, protoidea, diría Marechal, a ver cómo desarrollo ahora...
No estamos solos en el planeta azul, por más que ejerzamos desde tiempos inmemoriales un dominio sobre los otros seres vivos, conocidos, que nos acompañan en este cíclico tránsito de giros y más giros, sobre el eje del planetita, y el planetita girando alrededor del sol; no claro, no estamos solos tampoco en el cosmos.
No sabemos por qué, nos inclinamos a veces, y generalmente acentuada por los años, a una preferencia por plantas o animales que pasan a formar parte del domus, y viven en toda su entidad, casi como pares, como si condescendiéramos al fin, a admitir, que ellos también forman parte importante de la vida, del fugaz tránsito humano sobre la tierra.
He optado por saber que repito historias de estas relaciones, historias familiares, tanto que hay rosales que llevan nombres de mis hermanas muertas, porque a cada una de ellas las embelesaba tal o cual variedad, y en mi jardín son ‘ellas’ las que abren, saludan, celebran, el renacer en cada primavera. Lo mismo ocurre con algunos helechos, jazmines, y la magnolia, claro, árbol del patio de la casa de mi infancia, debajo del cual se tendía la mesa, la larga mesa navideña, y cuyo perfume nos envolvía entre risas y charlas y canciones de esa gran familia pobre y luminosa que me trajo a este mundo.
Por ello, en mi chacra, cuando comencé el desmonte y empecé el jardín y el parquecito alrededor de lo que sería la casa, mis hijas pequeñas, creo que a instancias mías, me regalaron una joven planta de magnolia para el día del padre, la que ahora, en octubre, el domingo que se celebra el día de la madre, abrió su primera flor, temprana, para mi sorpresa y encanto, para justificar la sincronía, la edípica sincronía que sonríe por el aire del campo, y me acompaña...”.
El texto quedó en mi memoria porque es una composición hecha a mano alzada, un garabato del alma parido como si fuera una miniatura de Cachete González o de Maddonni. Es un texto que rompe con toda la parafernalia edulcorada que despliega en esta fecha los brazos gastados del lugar común. Posee una clara sintonía poética, en su escritura, y en la mirada del espíritu que funda la escritura.
Pensaba en que sería merecido que Gualeguay recibiera el título susodicho, porque además de aquella historia destacada hecha por Quirós, Juanele, Chacho Manauta, la Barrandéguy, Cachete, Derlis, Castro, y tantos otros que hicieron ese ayer que siempre hay que tener a la mano: es memoria e identidad, es este paisaje el lugar donde hacen la vida otros artistas. Y me digo que este paisaje le debe llegar al alma a unos cuantos, y entre ellos, a uno, al autor del texto citado: Daniel González Rebolledo.
Daniel González Rebolledo (foto Catalina Boccardo).
Es para dar gracias que personas, artistas como él, permanezcan en órbita alrededor de Gualeguay, en sintonía, buscándolas para luego regalarlas a la mirada del otro. Su texto ilumina, emociona, maravilla. Anoté en algún lado que la felicidad es un arte efímero, y por eso mismo hay que estar atento a sus manifestaciones: me pasó cuando leí la poética jugada de Daniel, fui feliz por un momento, y soy feliz cada vez que lo recuerdo, como ahora, que elijo incluirlo en esta hoja para dar felicidad en un aniversario.

lunes, 10 de noviembre de 2014

"El canto entero de Marcelino Román" de Juan Manuel Alfaro



La lectura puede alumbrar dimensiones donde viven hombres notables: puertas abiertas a otras sintonías, a otros mundos, a realidades y encrucijadas donde llegan calles diferentes, verdades otras. La utilización de esta máquina del sueño y el asombro, encendida a conciencia abierta, lleva al lector a conocer los distintos matices del riesgo. Un libro puede llevar, por ejemplo, a la ensoñación fantástica o a un compromiso sustancial con la realidad. Puede el lector abismarse de tal manera, que esa memoria de lectura durará en su pensamiento durante toda su eternidad limitada. Este puerto es de las categorías más puras que posee la felicidad: gloria a aquel que haya sabido atrapar las bondades de un arte tan efímero a través de un libro. La felicidad de correr riesgos permite asomarnos a paisajes poco conocidos, a paisajes descuidados en el diario laborar en este mundo veloz.

Mi última lectura me mantuvo feliz durante unos meses.

Gracias a la amiga Silvia Rodríguez Paz que consiguió el libro en Paraná de manos de su autor, y gracias al escritor Daniel González Rebolledo que ofició de correo hasta Gualeguay, hoy puedo decir que las buenas señales acompañaron: “El canto entero de Marcelino Román” del poeta Juan Manuel Alfaro hasta mi escritorio.

Alfaro convoca a distintas personas para dar testimonio sobre Marcelino Román: poeta, un hombre que portaba ideas propias, y que sabía muy bien que tanto él como su poesía guardaban un lugar entre la gente, con su pueblo, con el paisaje y con la vida toda que en él acontecía. Lo recuerda Beatriz Repetto, su segunda esposa, el poeta Jorge Enrique Martí, amigo, el profesor Elio C. Leyes, el poeta Amaro Villanueva, Luis Alberto Ruiz,  Luis Sadí Grosso, Juan Laurentino Ortiz, Luis Gudiño Krámer, Carlos Alberto Álvarez, Marta Zamarripa. El poeta Alfaro utiliza además la palabra del mismísimo Marcelino, que escribió un prólogo para cada uno de sus libros: palabra viva, pensamiento del poeta que se agregaba así al contenido de la obra. Concuerdo que aquello que tiene para decir el escritor deberá estar reflejado en su obra; y creo, a la vez, en la importancia de los testimonios que acentúan ideas: bienvenidos los prólogos o la charla periodística. Este libro es prueba de ello. Ahora bien, cité algunos de los invitados, incluido Marcelino, que Juan Manuel Alfaro convocó en su libro, porque además de informar sobre el mismo, sentía la necesidad de anotar que la maravilla de esta lectura ha sido compuesta por dos poetas: el visitado: Marcelino Román, y el que lleva el bote por su río: Juan Manuel Alfaro, y otra vez anoto su nombre porque al hacerlo nombro a la más alta poesía, y nombro a un hombre generoso.

Alta poesía es la de Alfaro, se guardó en la emoción de mi memoria, y digo que el poeta es generoso porque no cualquiera emprende semejante trabajo, sólo con amor y respeto se puede llevar a buena orilla un desafío como este: una mirada sobre la obra completa (el canto entero) de Román. La voz que invita desde cada una de las páginas, es la voz de un amigo que dice desde la sombra, lo dicho, por respeto, por compromiso con las ideas, por el placer que, desde hace años, le dispensa la poesía y la persona de Román.

“El canto entero…” es desde todo punto de vista: un libro necesario. Porque muchos saben del poeta Marcelino, entre tantos lugares por los que anduvo de mirada a conciencia, está Gualeguay: trabajó en el diario El Día a mediados de la década del 30, pero hay un detalle, que se suma al silencio de ciertos popes de la cultura con respecto a su obra, como afirma la poeta Tuky Carboni: ¿dónde encontrar los libros del poeta?, y todavía más, ¿dónde encontrar aquellos trabajos de quienes escribieron sobre él? El libro de Alfaro tiene voz propia, detrás de la tinta hay un poeta que recorre la palabra de otro poeta, y es el lugar donde renueva el aire la palabra dicha y escrita hace años: “El canto entero…” habla de ayer, y puede ser escuchado en este presente confuso, y podrá ser escuchado mañana, ojalá, porque en él se apuesta a un futuro donde los hombres vivan como verdaderos hermanos. Marcelino, poeta, pensador entrerriano: pero su poesía debería ser bandera de esperanza en todo el país, y en toda la región: la América Criolla, la Patria Grande.
Marcelino Román

La obra completa de Román (1908-1981), poesía: “Cantar y soñar” (1931) (libro eliminado por el propio autor), “Calle y cielo” (1941), “Tierra y gente” (1943), “Pájaros de nuestra tierra” (1944), “Coplas para los hijos de Martín Fierro” (1949), “Tierra de amor” (1950), “Canciones del mar Caribe” (1953), que es un anticipo del próximo libro: “América Criolla” (1953), “La querencia y los caminos” (1961), “Comarca y universo” (1964), “Tiempo y hombre” (1967), “Nuevas coplas para los hijos de Fierro” (1968), “Vida y canto” (edición póstuma, 2003). En prosa: “Sentido y alcance de los estudios folklóricos” (1951), “Itinerario del payador” (1957), “Reflexiones y notas sobre poesía y crítica” (1966).

Por dónde comenzar para bosquejar una imagen de Marcelino y de su obra, que felizmente contiene el libro de Alfaro. Elijo los fragmentos citados de “El cardo” de “Tierra de amor”: “(…) La dulzura materna de la tierra / se da en el ríspido cardo / como en el fruto del pisingallo y la raíz del miquichí. / Cardo: algo de dulzura y mucha espina: / también mi infancia fue así. // (…) En la andariega infancia campesina, / tiernas varas de cardo / me dieron el sabor de la hora feliz, / cuando el tiempo era mío y la tierra era mía / y la inocente dicha de vivir. // (…)”.

Elijo la cita del prólogo de “América Criolla”: “(…) si reparamos un poco, será dable comprobar que no hemos escrito sino versos de amor. // Porque la obra del poeta –como la vida misma de la criatura humana- no puede tener sino un sentido y un destino de amor. No ya únicamente el amor de la pareja esencial, sino la total realización del ser humano como criatura de amor. Amor a la vida, a la naturaleza, a nuestros semejantes. Mas no el amor que simplemente se conduele, sino el amor traducido en solidaridad efectiva con el pueblo, expresado en indeclinable militancia a favor de la cultura, la justicia y la libertad. No el amor que se arrodilla, implora y gime, sino el amor que se yergue y pelea en defensa de sus creaciones, tan a menudo destruidas por el sistema de la desigualdad, la opresión y el crimen (…)”.

Y esta declaración de principios en “Poema de la tierra indiana, II” del mismo libro: “Vengo de la hondura de la tierra, de la profundidad del paisaje, / de la entraña del pueblo, blindado de optimismo; / prendidos a mi voz vienen los ríos, la montaña, la pampa y la selva; / las penas de la choza, del jacal, del huasipungo, del rancho, del bohío; / soy un brote de la América Criolla, desvelado y alegre; / un corazón ingenuo y corajudo y primitivo; / lleno de amor para comprender a mi pueblo, / lleno de fe para compartir su destino. / Los pueblos más extraños, los hombres más lejanos, / de distintas costumbres y de idiomas distintos, / ¡a dónde irán que yo no los entienda!; / soy un gaucho, un charro, un chagra, un caboclo, un huaso, un guajiro; / yo, humilde como la gramilla; / yo, un negro, un indio, / sé que comprendo a todos, soy el amor que todo lo supera; / todos los pueblos en mi corazón están reunidos. / Como leen los geólogos en la tierra y los arqueólogos en las ruinas antiguas / puede leerse en las napas de mi sangre este amor de siglos”.

Anoto la copla de inicio de “La querencia y los caminos”: “El río crece y decrece, / pero nunca se termina; / aquello que más camina / es lo que más permanece”.

Refiere Alfaro que en “Sentido y alcance de los estudios folklóricos”, Marcelino: “Agudiza su crítica contra los versificadores y literatos tradicionalistas, por ser ‘ciegos buscadores de lo pintoresco’ y que ‘por el hecho de emplear una jerga torturada que a ellos se les antoja típico lenguaje criollo, ya les parece estar haciendo poesía popular (…) honrando a la tradición’. // Y los califica como ‘falsificadores de lo popular, malos caricaturistas del gaucho, deformadores de la realidad…’. // Finalmente, insiste en que ‘el poeta popular, el escritor folklórico, no es aquel que se sirve de las cosas del pueblo para producir páginas pintorescas y reideras, con el fin de divertir o entretener a la gente llamada culta, sino aquel otro cuyas producciones son verdaderos documentos de la vida popular’”.

De “Reflexiones y notas sobre poesía y crítica” me detengo en: “Hay quienes pretenden ser expertos en lejanías cuando no han sabido ver lo que tienen a su alrededor”. Son tan felices las elecciones de Alfaro: “La técnica sola no basta. Hay una raíz de pasión y misterio, de ansiedad y desafío; un fuego de vida y un viento de muerte”. Escribió Román: “Si lo que produce el poeta no sirve para el hombre común, habría que preguntar para qué sirve. Y a quién sirve”. Definió Marcelino: “El poeta no es un malabarista que juega con las palabras, sino un hombre que se juega en las palabras”.
Juan Manuel Alfaro

Un poeta cuenta a otro poeta, el visitado se cuenta a través de su obra, y de las palabras dichas por fuera de la misma. El poeta que escuchó, vio y anotó, sabe, estoy seguro, que entre ambos han pintado el maravilloso paisaje.

“El canto entero de Marcelino Román” es un libro hecho a conciencia, y un libro que puede ayudar a abrir conciencias; un libro que puede invitar al diálogo, que le apunta a la poesía, a la identidad, a los derechos de las personas, a la vida toda: un toque certero de poesía sobre la tierra y el cielo de las aldeas. Escribo esto y pienso en los maestros y los alumnos de las escuelas secundarias de este país. Pienso en la tan necesaria presencia de libros como el de Alfaro en las aulas. Libro de poetas: una sustanciosa práctica de la memoria.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Juan José Manauta: Cuentos Completos



Me encontré, casi al mismo tiempo, con Gualeguay (aquí llegué desde Buenos Aires a hacer mi vida) y con la imagen enigmática del escritor Juan José Manauta, el Chacho, gualeyo ilustre. El año pasado llegamos a esta ciudad casi al mismo tiempo. Los dos vinimos a quedarnos. Falleció en abril de 2013. Él quiso sus cenizas en el Gualeguay, su río. Lamenté enterarme tarde de la ceremonia. Después llegué a las palabras de una de sus hijas, Leticia: El hecho de tirar las cenizas de mi papá en el río Gualeguay fue un deseo de hace mucho tiempo; él quería descansar en el río Gualeguay y creo que el río, que está absolutamente presente en su obra, es el lugar donde debe estar. Cuando una persona está lúcida, me parece que es dueña de su vida y de su muerte, él no dijo ‘Quiero ir al Danubio’, él dijo: ‘Quiero ir a mi tierra’, y me parece que esto es absolutamente coherente con toda su vida y con toda su obra. {…}El río siempre está, pero nunca es el mismo. Como el viejo era como era, él quiso volver al río, que es como volver a la vida”.
Del Chacho solo había leído la novela “Las tierras blancas” (1956), allá lejos, cuando era joven, y llegado a esta ciudad sentí que debía leerla otra vez. Lo hice: hay hambre en “Las tierras blancas”: imágenes, palabras que duran toda una vida. Por Manauta supo el muchacho que fui, por releer a conciencia supo el hombre que soy. En Gualeguay las descarnadas vivencias. Además de la novela había leído los cuentos de “El llevador de almas” (1998). Fue Leticia quien me obsequió los Cuentos Completos, y luego la 2da. ed. de reciente aparición.
Juan José Manauta, escritor notable, inició su tránsito en la literatura escribiendo poemas. Fue poeta, después se propuso entrarle de lleno a la prosa: y fue el tiempo de las novelas. Cuando éstas cumplieron su ciclo, empezó a alumbrar sus cuentos. La poesía: “La mujer de silencio” (1944) alentado por su maestro y amigo Juan L. Ortiz, y “Entre dos ríos”, algunos de cuyos poemas vieron la luz en distintas publicaciones en los años ’40 y ‘50. Le dice a Mempo Giardinelli (Puro cuento, 1991) que llegó un momento en que quería contar más en detalle: “me pareció que la poesía a mí no me servía”. Las novelas: “Los aventados” (1952), “Papá José” (1958) y “Puro cuento” (1971: desconforme con la edición volvió a publicarla como “Mayo del 69” en 1994). La aparición de los “Cuentos completos” (2006, Eduner: Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos) coloca las piezas en su lugar. Lo señala en la introducción a la 2da. edic. Federico Bibbó: “(…) la decisión del autor de acompañar esta publicación venía a plantear cierto reclamo de pertenencia sobre un género que la mayoría de los lectores no reconocíamos como ‘el’ género de Manauta. Para decirlo en otros términos, la lectura de ‘todos’ sus cuentos invitaba al menos a interrogarse sobre la idea instalada de que era la novela la que se colocaba en el centro de su obra”. Así de cierto, el autor de “Las tierras blancas”, el novelista, es autor de 5 libros de cuentos: “Cuentos para la dueña dolorida” (1961), “Los degolladores” (1980), “Disparos en la calle” (1985), “Colinas de octubre” (1995), había leído sólo los cuentos de “El llevador de almas” (1998), una pequeña antología con algunos cuentos nuevos.
Entrar en el universo Manauta tiene un sabor cercano a las bondades del viaje: se aprende de la vida y se es testigo de maravillas. El Chacho es un pensador, un recreador de ambientes, ocurre con Gualeguay, ciudad y río en sus recuerdos de pibe, con las historias escuchadas en su infancia, es “casi un moralista”, como le dijo a Mempo. Es tan rica su literatura, que uno se queda en reflexiones, en imágenes y en personajes. Jamás olvidaré el cuento “Charito” de “Cuentos para la dueña dolorida”: “(Los dolores supremos que la muerte expande originan toda clase de debilidades. (…)  Los ángeles de la muerte propician dóciles reflexiones. Introducen y enredan en sutiles y delicados vínculos, sugieren engañosas inclinaciones a la generosidad. Frente a los despojos de la muerte, los hombres se enternecen y se dejan ganar por la piedad, el amor y las más audaces y desordenadas fantasías. La muerte multiplica las fuerzas de la vida. Ella procrea. Nos hace llorar. El llanto es increíblemente poderoso. Las lágrimas derrumban murallas de voluntad y tornan friables las rocas más tenaces de la determinación. Allí, ante los muy callados datos de la muerte, se formulan votos y promesas, se entablan compromisos, se conciertan alianzas, se jura ‘por los huesos de…’. Los jóvenes ofrecen amarse hasta alcanzar los términos abismales del tiempo…)”.
Sus cuentistas preferidos: Máximo Gorki, Sherwood Anderson (“Creo que con él me sentía hermanado porque en su autobiografía cuenta que su padre era un gran narrador oral, y que siempre mentía. Yo ahí descubrí que el cuentista es un gran mentiroso”.), Ambrose Bierce, Antón Chéjov, Guy de Maupassant, Erskine Caldwell, Enrique Wernicke. Giardinelli lo escucha: “Es el género más difícil de todos. En una novela vos te ponés a escribir y te tendés como en un galope largo. En cambio el cuento es como una piedra que cae al estanque. Forma círculos concéntricos. Vos vas agrandando siempre el mismo núcleo, en el cuento hay un solo tema”.
Capítulo especial merecen dos personajes: el mayor Ponciano Alarcón y el sargento Martín Flaco, ambos pertenecientes a la tropa derrotada de López Jordán en el arroyo Don Gonzalo, donde los porteños estrenaron las carabinas Remington a repetición. El ciclo de cuentos en que aparecen estos personajes comienza en “Disparos en la calle” con el cuento “Las tierras del Mayor”. Martín Flaco, en soledad y ya licenciado de la tropa, aparece en “La tercerola” del mismo libro: “Una tarde, después de resolver por fin el problema de la arrocera, llegamos a Tres Higueras, Martín Flaco, mi ayudante, y yo. Lo único que llevábamos, por si acaso, era la tercerola del viejo Martín, alemana, calibre doce. Una especie de señorita entre las de su género. Una damisela, y como todas ellas, animada de fuego mortífero en sus entrañas. Arma de caballería, infalible en el combate a corta distancia. Casi una mujer, la tercerola. Más de uno se la envidiábamos a Martín Flaco. La había puesto en sus manos, en sus tiempos de milico, su jefe el mayor don Ponciano Alarcón, y en las de éste, el gobernador don Ricardo López Jordán. La antigüedad no había hecho mella en la tercerola”. Y aparecen ambos en “Perdedores” del mismo libro. Los cuentos mencionados son un prólogo al siguiente libro: “Colinas de octubre”, donde Manauta lleva al lector a pensar en por qué esta serie no fue una maravillosa novela. Él mismo lo pensaba. La vida de estos personajes, sus historias, gozan de la salud necesaria para figurar entre lo más destacado de la literatura argentina. De “El pequeño comandante”: “-De ese viaje ni te cuento Martín. Hambrientos, descalzos, andrajosos, eludimos La Paz; dejamos atrás el Guayquiraró, y todavía faltaban más de veinte leguas hasta Goya. Pero llegamos. Solos, Ricardito y yo. Menos vivos que muertos, llegamos. De haber sido un poco más presentable y menos lastimoso muestro aspecto, don Ricardo viejo nos hubiese escarmentado, como lo teníamos merecido su hijo y yo, como yo te habría castigado a vos de muchacho, Martín, si antes, como a nosotros, no hubiese tenido que ponerte a salvo de las jaurías cimarronas, cebadas en esa guerra, como en toda guerra, de carne humana. Nada más sanguinario, que un perro salvaje. Habiendo perdido el amor y la protección de su amo, llevado por el hambre, el perro se vuelve contra el género humano de la manera más despiadada e indómita. Sólo la muerte lo frena, desde que ya no tiene nada que perder”. El origen del mayor Ponciano Alarcón lo cuenta el Chacho en la entrevista citada: “Yo conocí, cuando era chico, a un jordanista apasionado, que iba al almacén de mi viejo. Un hombre que se llamaba don Ponciano y que sostenía que era Sarmiento el que había hecho matar a Urquiza…”.
Con respecto al almacén del padre, le cuenta a Mempo Giardinelli: “Mi padre tenía un negocio de ramos generales, suburbano, en las afueras del pueblo. Era como un almacén de campo, en el que se vendían desde arados hasta carbón, géneros, yerba y azúcar. Y tenía, claro, una trastienda a la que venía mucha gente, sobre todo hombres, paisanos. Ahí se conversaban el truco y la ginebra. Y ahí yo adquirí una gran riqueza de lenguaje, sentimientos y pasiones. La riqueza humana que estos tipos dejaban del otro lado del mostrador era inmensa. Ahí escuché conversaciones, relatos, sucedidos, mentiras, que se fueron depositando en mi memoria”.
Del cuento “El llevador de almas”, perteneciente al libro del mismo título, guardo una imagen en la memoria, o mejor, puedo ver mi película a partir de la palabra: “Dentro de la bolsa de ensacar maíz, Jacobino puso de cebo –regalo de la viuda- un ramito de nomeolvides. Por su cuenta, el llevador de almas agregó unas pocas flores de cardo azul. // Nadie ha podido saber, ni se sabrá jamás, en qué momento de la noche un alma cede y se allana al tránsito. Eso no lo han podido averiguar ni los más ilustres llevadores de almas. Jacobino, que no es de los peores, sólo pudo maliciar que el alma del Guacho se debió de haber movido cerca de las primerísimas luces del amanecer, alba tardía por las nubes que cubrían todo el espacio visible de un firmamento parejo y sin brechas. De modo que tampoco el dato de la aurora es muy preciso. // Jacobino reavivó el fuego y caminó muy despacio hacia la tumba. Audazmente acogotó la bolsa con rapidez, como a un gallo suelto, y la ató con alambre fino, de quinchar”.
Manauta extiende guías entre las historias, teje, hilvana, como lo hace la parra que, sin mi ayuda, crece en el fondo de mi casa. Al crecer naturalmente, busca su cielo trepándose a un laurel que es un mundo en sí mismo. Memoria y trabajo, amor por el oficio. En eso pensé mientras conocía las andanzas de Ponciano Alarcón y Martín Flaco, y cuando encontré que el Chacho planeaba seguir con la historia iniciada con Jacobino, el llevador. Entre las Narraciones Inconclusas figura “La vuelta de ‘El Guacho’”: “El alma del Guacho Farello sería sólo eso: un alma. Una nada. Tendría que ser, y punto. Pero el moro de Jacobino llegó a la aldea tan muerto y por el suelo que apenas levantaba las patas. En las últimas cuadras Jacobino debió apearse y llevarlo de tiro. Jacobino pesaba lo mismo que a la ida; las nomeolvides, resecas, eran polvo, lo mismo que las de cardo azul agregadas por Jacobino. ¿De dónde tanta fatiga la del moro?”.
En los cuentos de Juan José Manauta aguarda el hombre y sus temas: el amor, la aldea, la injusticia, la pobreza, la violencia, la guerra: el mundo, todo el mundo, el de adentro y el de afuera.