domingo, 7 de diciembre de 2014

Cachete González y Cacho Gálligo: amigos

El hombre puede conservar en su interior un puñado de almas, puede ser una buena mano de cartas para hacerle frente a la vida y a la muerte. Me gusta pensar que esas almas son patrias internas: queridas, imperfectas, sinceras, y no negociables. Hay un alma o patria interna, por ejemplo, para el amor y la ética, es decir para cada uno de los elementos vitales que nos asisten. En cada una de esas almas somos uno, muchas veces distinto a los otros que también somos. Cada patria interna entrega una definición de nosotros; y entre ellas se alimentan con reflejos y señales cómplices. La amistad es una de ellas. Estoy seguro de que Roberto “Cachete” González (1928-1998), artista plástico notable, y Carlos Alberto “Cacho” Gálligo (1917-1995), abogado, docente y algo más, sabían de su esencia y la cultivaron con pasión. Fue inevitable: hicieron historia.
Roberto Cachete González
Para llegar hasta esta amistad entre gualeyos recurrí a la palabra de uno de los memoriosos de Gualeguay: Gustavo Gálligo, que guarda hechos y nombres, y que en más de un momento fue testigo directo: “Cachete y mi viejo fueron amigos entrañables. Algunas veces rememoraban que la relación comenzó hacia fines de los 40, cuando Cachete era notable arquero de Estudiantes y del Seleccionado Local, y Cacho era activo dirigente de Gualeguay Central y presidente de la Liga Departamental de Fútbol. Años después, durante los primeros tiempos de Cachete en Buenos Aires, ese vínculo se profundizó en los encuentros compartidos con el Chacho Manauta, otro gran amigo de papá, que se frecuentaba con Cachete por distintas causas, primordialmente por razones políticas, pues ambos eran comunistas. Y esta circunstancia operó como un hilo conductor, sería un factor decisivo para solidificar vínculos de afecto entre ellos dado que, por entonces, a mi viejo le cupo intervenir muchas veces, en su condición de abogado, pero principalmente en su calidad de amigo, para acudir en auxilio de integrantes del PC de Gualeguay, cuando su actividad todavía estaba prohibida, y tenían problemas habituales con la Policía y, en algunas oportunidades, con el Poder Judicial”.
Gustavo aclara: “Conviene recordar algunas cosas. No eran de la misma generación. Mi viejo le llevaba once años. Tenían historias personales, familiares y hasta sociales, en rigor, muy disímiles. Mi viejo venía de una familia acomodada y, tal como era de riguroso estilo en aquellos tiempos, fue un mantenido hasta que se recibió de abogado en Santa Fe. En cambio Cachete la tuvo que pelear siempre. Venía bien de abajo, conocía de las privaciones, de las carencias y de las injusticias. Trabajó siendo un gurisito y fue protegido en el Hogar de Niños por el maestro Roberto Epele. Mi viejo era dirigente conservador y Cachete un militante comunista. Y aunque cueste creerlo, esto nunca fue un problema, muy por el contrario, fue un puente de amor fraternal”.
Pregunté cómo era Cacho, “el amigo” de Cachete y Manauta: “Era muy sociable, muy amigo de sus amigos, muy culto: tenía una de las bibliotecas de historia más importantes de Gualeguay, la conserva mi hermano Luis. En cierta medida el estudio de papá, después que terminaba de atender, era un lugar de charla, de discusiones políticas, y papá era una persona muy respetada, escuchada, con mucha actividad en el deporte, la profesión, la docencia. Sus principales amigos eran comunistas, él tuvo una amplitud muy grande en una época en que el comunismo era muy discriminado socialmente en Gualeguay. Tenía una formación cristiana muy fuerte”.
Cacho Gálligo, primero a la izquierda. A su lado Heriberto Altinier. Caño 14, Buenos Aires.
El relato de Gustavo se divide en imágenes pertenecientes a las dos orillas que acompañaron este río amigo: Gualeguay y Buenos Aires.
Del pasado gualeyo: “Nosotros crecimos viendo llegar de Buenos Aires a Cachete para alojarse en nuestra casa, con su bolso marrón de cuero gastado. Considerábamos como el ‘departamento’ de Cachete, una habitación con placares empotrados en la pared y un baño con azulejos amarillos y guarda oscura. La estadía podía ser de 15 días o un mes, dependía de cómo vinieran las comidas en distintos lugares de Gualeguay. Eran reuniones que a veces se hacían en el quincho de mi casa, o en el Club Social, en el Jockey, en Central o en el Club de Pelota en los tiempos de los hermanos Heberto y ‘Chalo’ Solari. Entre los concurrentes estaban: Darío y Daniel Crespo, ‘Piti’ Behrán, Alberto Lescá, Heriberto Altinier, ‘Monino’ Aguirrezabala, el ‘Negro’ Machado, Miguel Gálligo, Alfonso Falcón, ‘Chicho’ Cobitti, Alberto y Alfonso Romasanta, Jorge Lecuna, el ‘Bicho’ Gómez y ‘Chanchín’ Gómez. El Bicho era un pianista de excepción, había estado en Rusia, también comunista. Con el piano del Jockey o del Club Social al alcance, las reuniones se estiraban hasta el día. Había recitados y tangueadas. Cachete recitaba ‘Fundación mítica de Buenos Aires’ de Borges; Cacho cantaba ‘La última curda’ de Cátulo Castillo, y Darío Crespo ‘Tinta roja’, también de Cátulo”.
Varias veces escuché de Gustavo esta anécdota: “El café Murugarren, un lugar de encuentro para hombres, era el boliche del centro que estaba abierto hasta más tarde: la trasnochada muchas veces terminaba ahí. Ahí se presentaban obras de teatro. Juanca Quirós, ahora no recuerdo cuál era su parentesco con el pintor, escribía las obras. Los actores eran Cachete, papá, el Negro Machado, y los demás. Quirós escribió ‘Once perros y un gato’ y Cachete hizo de gato. Fue algo muy recordado en Gualeguay. Al final Cachete terminó gateando entre las mesas y los demás ladrando de atrás. Esta es una historia que escuché en las mesas que compartí con ellos”.
Gustavo reflexiona a partir de algo que le llamaba la atención: “Conocían de manera directa a los personajes de Gualeguay: el de la familia feliz, Mono Balbuena, Juanca Quirós, hombres que han pasado a la historia de la ciudad. Ellos no los conocían de la calle, eran invitados a casa o ellos iban a sus casas. Eran bohemios, pero no solo porque andaban de noche, tenían una escala de valores distinta a los indicados por la sociedad de aquel tiempo. Eran humanistas, más allá que Cacho partía de principios cristianos y Cachete del comunismo. Había un código humanista común y se entendían, aún en las diferencias. En las cuestiones esenciales de la vida, papá coincidió con Chacho y Cachete”.
En la otra orilla, el memorioso ubica a los amigos en distintos lugares: “De mis primeros años en Buenos Aires, cuando fui a estudiar, conservo en la memoria aquellos encuentros de papá con Cachete en la vieja casona que este alquilaba en el barrio de Belgrano. Yo lo acompañaba, y ahí se llegaba hasta el día tomando whisky. Las charlas regadas con whisky también se daban en el Bar del Virrey, en Cabildo y Virrey del Pino, y en la Confitería El Águila de Callao y Santa Fe. Sé que a esos encuentros a veces se acoplaban Chacho Manauta y Hamlet Lima Quintana. También iba ‘Poroto’ Botana, hijo de Natalio, el creador del histórico diario Crítica. Cuando la reunión era bien en el centro, terminaban en el Tortoni. Comían mucho en El Globo y El Imparcial, cerca del hotel Castelar de Avenida de Mayo. Iban también al Salón Español, al Plaza Asturias. Transitaban boliches como Caño 14, El Viejo Almacén, Marabú. En Buenos Aires compartían mesas con algunos gualeyos destacados: Heriberto Altinier, abogado, ‘Cuto’ Barroetaveña, médico y director del sanatorio Sirio Libanés, ‘Macho’ Vivanco, abogado, Zenón Godoy, abogado, y Jorge Juárez, abogado que había sido colaborador de Eva Perón en la Fundación, y primer presidente de la cámara laboral de trabajo. Fui testigo desde fines de los 60 hasta principios de los 70. Cachete, al poco tiempo, se mudó a un departamento frente al Parque Centenario”.
Como en todas las historias, llega el final: “Recuerdo que Cachete, en las horas finales de mi viejo, no tuvo fuerzas para venir. Se comunicaba todas las noches con Beto Delbúe, un amigo en común, para que le trasmitiera el informe que daban los médicos del Hospital San Antonio”.
Después que murió Cacho en el 95 Gustavo se encontró ocasionalmente con Cachete, en Gualeguay o en Buenos Aires. Recuerda Gustavo: “Lo crucé unos quince días antes de que muriera, en la esquina de Córdoba y Callao, iba con esos borceguíes que tengo tan presentes. Me dijo que tenía que hablar una cuestión conmigo. Le dije: llamame. A la semana siguiente me llama un viernes cuando justo yo salía para Gualeguay. Llamame el lunes, que estoy de vuelta, le dije. El lunes te llamo, contestó, necesito hablar con vos, sos el hombre indicado para lo que tengo que hablar. Murió el domingo, así que nunca supe qué quería”.
Terminando el relato, Gustavo me dice: “Pero más allá de todo, me permito señalar que son simples datos, porque en verdad siempre la imagine como una amistad eterna, interminable. Enriquecida por mil anécdotas, abonada en largas noches de bohemia compartida. Me queda un recuerdo imborrable por la pasión y la gracia que impregnaban cada charla, y en particular, el desdén de Cachete por los discursos sin fundamento, como lo trasuntaba en la que era una de sus frases de cabecera: ‘Charlatanes de pacotilla que, como en las costuras rápidas, enseguida se ve que les cuelga el hilván’”.
Tratando de encontrar palabras, terminó: “Mi viejo era un hermano de Cachete, excedía el marco de una amistad, tenían una relación difícil de explicar”.
La amistad: una de nuestras almas, una de nuestras patrias internas.

1 comentario:

  1. Qué hermoso y vívido relato! muchas gracias...los recuerdo a ambos, de muy pequeña, diferentes imágenes.

    ResponderEliminar