domingo, 11 de enero de 2015

Dora Giannoni: encuentro en Guernica

Vuelvo al costado mágico que tienen los días: ese territorio que está más allá de nuestro alcance, de nuestra manipulación: líneas de memoria que circulan a refugio en una sombra fresca, y que cuidan, reconstruyen la fotografía de tantos pasados y sus criaturas.
Cuando hace casi dos años recibí el mail del poeta y titiritero Víctor “Pajarito” Cuello, que en tono generoso hablaba de un libro mío, nunca pensé que de manera epistolar estuviésemos fundando una amistad, y tampoco tenía forma de saber que, cuando le contara que en Gualeguay trabajaba en un libro sobre el artista plástico Roberto “Cachete” González, juntos le estaríamos abriendo la puerta, una vez más, al universo mágico del que hablo. Pajarito es además de poeta y titiritero, una especie de puente entre personas y buenos fantasmas, uno de esos médiums que hermanan almas en el tiempo. Su territorio es González Catán, Buenos Aires, pero su tránsito amigo lo lleva a otros barrios, por ejemplo, a Palermo, donde visita a su amiga Dora Giannoni, poeta y escritora; y donde hace un alto en alguna plaza: junto a su títere Juan Uva, se gana la moneda.
Dora Giannoni
Dora Giannoni (1939) nació en 9 de Julio, provincia de Buenos Aires. Es profesora de castellano, literatura y latín: docente secundaria y terciaria. Dora da pista sobre sus libros: “Después que me jubilé empecé a escribir y tengo cuatro libros: ‘Camino a la raíz’, poesía, ‘Profeta del viento’, un estudio bioliterario sobre Armando Tejada Gómez en dos tomos, ‘Jugando con las palabras. Para leer la vida en serio’ es poesía lúdico-pedagógica; este año terminé ‘Colibrí: chispa pregonera de vida nueva’, que es una especie de estudio del colibrí como mito latinoamericano y una investigación sobre los autores que trabajaron con su figura. Para esto me aportó mucho material Pajarito Cuello, que es tan lector y conoce a tanta gente”. Dora también prologó y presentó a los poetas Hamlet Lima Quintana, Juan José Folguerá, Armando de Magdalena, Rafael Amor, Jorge Zárate y Daniel Oddone.
Dora cuenta sobre su escritura: “Mi propósito es comunicarme, mostrarme, expresarme, decir mi palabra que es como mostrar mi alma. Eso piensan los guaraníes. Si uno traiciona la palabra, se traiciona”. En relación a la palabra, Dora escribió un texto: “Tengo la palabra”, que me hizo recordar esas declaraciones juradas con las que los poetas abrían el juego en esas carpetas artesanales que el poeta Roberto Santoro publicaba en los 70 (hasta que los asesinos de la dictadura se lo llevaran: sigue desaparecido). Leo: “Nació conmigo y con ella camino todavía. Llegó en nana de madre y abuelas amorosas, cuyas palabras canto o escucho ahora.

Fue cuento o historia en labios de mis padres.
(…) Me sirvió y me sirve para ser amiga de tanta gente que también la tiene como instrumento de trabajo o la ama como yo.
Sigue conmigo siempre y seguramente me acompañará en la última oración que me despida de este mundo.
Por ella soy lo que soy: un ser humano, mujer, maestra, escritora, trabajadora de la cultura.
Soy lo que soy porque tengo la Palabra y es bien cierto lo que dijo algún poeta: aunque nada tuviera, tengo la Palabra. No hay nada peor para un hombre que quedarse sin voz y esta voz debe estar al servicio de quienes no la tienen. Sin embargo no despreciemos el valor del silencio que evita hacernos esclavos de lo que decimos y como dice Lima Quintana: muchas veces el mejor poema fue engendrado en el mejor silencio. (…)”.
Hace unos días, el poeta Marcos Silber me escribía en un mail: “Hasta la palabra siempre o la victoria que es lo mismo”.
Luego de presentar a Dora, abro la puerta para el otro relato, el mágico, que me llevó hasta la huella de un gualeyo notable: “Yo conocí a Armando (Tejada Gómez) de vacaciones en La Rioja. Allí comenzó nuestra relación que terminó en casamiento en el Templo del Vino de Horacio Guarany, otro amigo de Cachete. Yo tenía 33 años y vivía en 9 de Julio, donde era profesora de lengua y literatura. Después pedí el traslado a Buenos Aires y trabajé en el Colegio Nicolás Avellaneda hasta mi jubilación. Con Armando vivimos 10 años, uno de ellos en España, cuando Armando estuvo absolutamente prohibido, amenazado de muerte y viajó para ver qué hacía, no en carácter de exiliado. España le devolvió el entusiasmo, porque allí fue reconocido, y una novela suya: ‘Dios era olvido’ ganó el premio Villa de Bilbao, con el que pudo volver al país y presentarlo en el stand de Espasa Calpe, que era como estar en territorio español. Las circunstancias de la vida nos llevaron a una dolorosa separación, pero fuimos amigos hasta el último día de su vida”.
Pajarito Cuello me comentó hace unos meses que Dora guardaba una fotografía donde aparecía Cachete, al final aparecieron dos fotos: “Te escaneé unas fotos y el dibujo de tapa de uno de los libros de Hamlet Lima Quintana con quien Cachete tenía una amistad más frecuentada que con Armando. No obstante, lo verás en la foto, los tres juntos pasaron un fin de semana en la quinta de Armando: La cancionera, en Guernica, Provincia de Buenos Aires. Los veía conversar horas, vino de por medio y lamentablemente no puedo decirte de qué hablaban porque en esa época todavía yo era un poco tímida, y no intervenía demasiado en las conversaciones entre hombres. Te imaginarás que charlaban horas sobre arte, pintura, literatura, poesía, situación social y política. Lo recuerdo a Roberto con una gran sencillez, naturalidad y ternura. No puedo contarte nada más, porque mentiría. Cuando Pajarito me preguntó le dije eso: que recordaba un fin de semana en la quinta, algún encuentro colectivo con otros amigos, e inclusive, Gloriana Tejada, la hija de Armando, dice lo mismo, que solo recuerda que era amigo de su padre, que era un gran dibujante y que había ilustrado algún libro de Hamlet”.
Armando Tejada Gómez (der.), Hamlet Lima Quintana (cen.) y Roberto "Cachete" González (izq.).
De la segunda foto, Dora me cuenta: “La foto es de una exposición de Carlos Alonso, está Roberto a mi lado, que estoy del brazo de Armando, al lado de Carlos Alonso y de Antonio Pujía. Delante están la señora de Carlos, Teresa, y la mamá de Carlos. Al resto de la gente no la conozco”.
Pregunto por el año aproximado: “Calculo que en los 70 ambas fotos, es decir 73,74, 75. Creo que todavía no había sucedido el secuestro de Paloma, la hija de Carlos Alonso, porque se lo ve tan feliz, y después de la desaparición de su hija, empezó el exilio. Una pena no ponerle fechas a las fotos, una cree que va a vivir toda la vida o que nunca será vieja”.
Vuelvo a la constelación que toma vino en el parque, quiero saber quién fue el fotógrafo, y si Dora recuerda otro detalle: “La foto de la quinta la tomé yo, por eso no estoy, generalmente me sucede así. Me gusta más sacar a los otros, el contexto, las personas, el paisaje. De ese fin de semana no recuerdo demasiados detalles. Supongo que la foto está tomada por la tarde o antes del almuerzo que pudo haber sido asado o empanadas en el horno de barro, como otras veces. Verás que en el medio hay un botellón de vidrio ahora vacío, pero que estuvo lleno hace un rato, lo que hace suponer que era vino de una damajuana. Debajo de Armando está su perro Lindor, que era un perrito callejero que adoptamos y nos recibía con mucho amor cada vez que íbamos a la quinta, llamada La cancionera porque Armando la compró con lo que ganó con sus canciones”.
Volví sobre la timidez de Dora: “Te decía que en ese momento era un poco tímida porque fijate que siempre me gustó escribir, y jamás se me ocurrió mostrar nada de lo mío. Tuvieron que morirse todos ellos, digo Armando, Hamlet, Pepe Murillo, Elvio Romero, Juan José Manauta, etc. para animarme a publicar algo. Cuando estaban los hombres solos, rara vez intervenía en las conversaciones, más bien, escuchaba, porque te aseguro que aprendía muchísimo. Era tener a gran parte de mi biblioteca en vivo y en directo. Eran muy frecuentes las reuniones en Guernica adonde iban Carlos Alonso, Enrique Sobisch, Eduardo Aragón, Lima Quintana, José Murillo, el Negro Manauta, Manolo Serrano Pérez, además de músicos y cantores. Se hacían asados, se jugaba al truco o al sapo, se tomaba bastante vino y más de una vez las fiestas de mediodía seguían a la noche. Yo en ese tiempo trabajaba y debía regresar para preparar mis clases y madrugar al día siguiente”.

Gracias a la magia silenciosa que guardan los días llegué hasta esta memoria. Dora es un libro abierto, feliz de contar aquellos días. Por eso su escritura atenta a la memoria, su tiempo para contestar, el envío de las fotos: los tres amigos notables, los tres creadores, sentados alrededor del botellón con vino y el sifón: todo un universo para imaginar desde la escritura, de qué hablaban: juego tratando de adivinar sus miradas. Y ahí está Cachete González, real, humano, amigo, dando su presente en otro lugar de Buenos Aires, lejos de Gualeguay, y también lejos de, por ejemplo, el taller de los hermanos Cedrón en La Boca; ahí está Cachete dando su presente en la exposición de Alonso, un poco alejado del centro de la imagen, a la izquierda del cuadro, como si estuviera esperando que alguien entre en su huella.
Desde la izquierda: Cachete González, Dora Giannoni del brazo con Armando Tejada Gómez, Carlos Alonso y Antonio Pujía.

1 comentario:

  1. Dora, ser humano necesario, exquisita persona , siempre del lado de los humildes

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