No hay paredes libres
en la casa de Zélika Alarcón. Pensé en mi casa paterna. Cuadros de mi viejo
Rolando, de mi abuelo Julio Martín, de mi hermano Alejandro; y cuadros de
pintores amigos. No había duda: estaba en una casa amiga. Zélika posee cuadros
pintados por Mario Tamaño, su marido; tiene obras dedicadas por Derlis Maddonni
y por Roberto “Cachete” González: entre ellas, una de las ilustraciones del ‘Martín
Fierro’; guarda dos cuadros muy logrados de Evangelina Gervasoni; un retrato de
ojos expresivos, lo mejor que vi de Marta Líbano, y posee dos obras de Asef
Bichilani: una vista de la calle San Antonio donde aparece la iglesia y parte
de la Plaza Constitución (me comenta la dueña de casa que Cachete decía que era
un cuadro que debía estar en un museo); y otra vista, esta vez sobre la calle
donde Bichilani tuvo su casa (Zélika afirma que le encantan las nieblas del
artista, la mejor época en su obra).
Hacía tiempo que estaba
pactada la charla con Zélika. El tema: Cachete. Ella aparecía como otra fuente
de memoria sobre el gualeyo egregio. Otra fuente que informaba desde el
territorio de lo anecdótico. Cachete parece haber elegido a sus memoriosos:
todos aquellos con los que mantuvo, ante todo, humana amistad.
Comenta Zélika luego
de ofrecer el primer mate: “No tuve muchos encuentros con Cachete, pero venía
frecuentemente a casa porque al que le gustaba mucho la pintura era a mi
marido. Nos visitaba cuando venía a Gualeguay. Se quedaba a cenar, compartíamos
momentos. Ellos se conocieron creo que a través del fútbol. Mi marido jugaba al
fútbol amateur y se encontraban en algún partido. Mi marido vino a Gualeguay en
1952 y Cachete ya estaba en Buenos Aires. El accidente lo tuvo más o menos en
esa época. Mario, mi hermano, se debe acordar bien”. Datos: Cachete cayó de un
tren en movimiento. Por suerte solo tuvo que recuperarse de varios golpes. Y Mario,
el hermano de Zélika, es Mario Alarcón Muñiz, el reconocido periodista de
extensa trayectoria en el oficio.
El recuerdo de Zélika
empieza a establecer detalles en la historia: “Yo conocía a Cachete de lejos,
en algún partido que por ahí fui a ver con mi papá. Pero mi hermano Mario se fue
a Buenos Aires a estudiar periodismo. Consiguió empleo en Hermes, una compañía
de seguros que estaba cerca de Plaza de Mayo. Papá tenía muchas vinculaciones.
Ahí trabajaba Juan José Manauta, el Chacho. Mario fue a parar a casa de un
primo de mamá que vivía en Núñez. En ese momento su casa quedaba lejos, estudiaba
y trabajaba, se iba a la mañana y volvía a la noche. Cachete era de la barra de
Mario Sanguinetti, el primo de mamá. Tenían una barrita de bohemios de
Gualeguay que vivían allá. Estaba Mario Etulain que tocaba la guitarra. Mario
Sanguinetti cantaba muy bien, yo creo que cuando se fue a Buenos Aires, lo hizo
buscando algún horizonte tanguero. No sé si no le puso mucha garra o la vida en
la ciudad le exigió demasiado. Ahí mi hermano intima con Cachete, que vivía en
una pensión. Pero un buen día apareció en la casa de Sanguinetti. Dijo que se
había peleado con la dueña de la pensión, seguro que por falta de pago, y entonces
le pidió al dueño de casa si no le podía dar albergue por ese fin de semana.
Cachete prolongó la estadía por más de un año. Mi hermano compartió dormitorio
con él. Mario guarda mucha memoria de Cachete”.
Quien hace memoria
agrega un detalle: “Cachete necesitaba un trabajo y le consiguen uno en Hermes.
Servía café”. Además de querer hablar ya mismo con Mario Alarcón para que me dé
detalles de los tres mosqueteros de Hermes, es la primera vez que tengo noticia
de un Cachete adulto realizando un trabajo que no fuera pintar. De pibe había
hecho de todo, pero no ocurrió igual con el hombre que ya sabía de su arte.
Continúa el relato: “Mis
recuerdos se inician a partir de ese encuentro entre ellos. Cuando mi hermano
venía a Gualeguay en vacaciones, y Cachete lo mismo, entonces iba a casa. Me
acuerdo, en una oportunidad, mi recuerdo me dice que fue una vez, pero a lo
mejor no fue una sola. Cachete llevó todos los cuadros que tenía en Gualeguay y
los desplegó en una cocina inmensa que teníamos, era en San Antonio 332. La
vida familiar en la casa seguía transcurriendo, y él, con mi hermano, pero ante
todo él solo, estaba embobado, abstraído mirando sus cuadros. Tengo ese
recuerdo que me llama poderosamente la atención, porque pasaba de todo por ahí,
personas y animales, y él miraba sus cuadros. Preparaban el mate, mi mamá
conversaba, se iba, estábamos nosotros ahí. En ese momento se conectaba solo
con mi hermano”.
Zélika vuelve a los
momentos entre Cachete y Mario, su marido: “Cachete venía a casa, y más de una
vez no tenía un peso. Mario lo ayudaba, como lo ayudaba un montón de gente. Él
nos regaló obra”. Zélika toma el ‘Martín Fierro’ ilustrado por Cachete, luego
me acerca un ejemplar de la revista ARTiempo, creada en 1968 por el crítico de
arte Osiris Chiérico. Zélika recuerda que su marido era un fanático del ‘Martín
Fierro’. Y que ese ejemplar se lo compraron a Gustavo Gálligo, que le ayudaba a
Cachete a vender el libro. A Roberto no le habían pagado por su notable trabajo
de ilustración. Le habían dado 500 ejemplares para que él mismo los vendiera.
El artista, eterno en
sus visitas a la familia Tamaño: “Cachete venía a casa, lo invitábamos a cenar,
y se quedaba charlando. Me acuerdo de esas noches de verano, andaban los chicos
revoloteando, y nos quedábamos en el patio. En aquel entonces no estaban estas
luces que te impiden mirar el cielo y las estrellas. Nos sentábamos a mirar el
cielo y a conversar. Y a tomar vino, por supuesto. Eran noches fantásticas. Por
lo general la charla era sobre pintura, sobre lo que Cachete había visto en los
museos, porque nosotros contadito con los dedos íbamos a Buenos Aires, por los
chicos, el trabajo”.
Pregunto por Mario
Tamaño, por su interés en la pintura: “Mario se crió en el campo, cuando
empezaba la escuela se iba a la ciudad. Su entretenimiento en el campo era
dibujar. Terminó la secundaria y se empleó en Vialidad. Le hacía retratos a
todo el mundo. Siempre dibujaba con lápiz o plumín y tinta china. Te cuento una
anécdota. Claudia, la hija de Carlos Alberto Montella era amiga de Mónica,
nuestra hija. Entonces Montella venía a buscarla a casa. Un día llegó y Mario
estaba colgando uno de sus cuadros en el comedor. Preguntó: Che, Mario ¿vos
pintás? Mi marido le contó que pintaba, pero que nunca había estudiado, que era
autodidacta. Montella le dijo que había estudiado en la escuela de arte de
Santa Fe, pero que nunca más había pintado. Mario había pintado una coya que,
fíjate las coincidencias, había tomado de modelo a una cocinera que teníamos:
María había sido cocinera también en la casa de Cachete, que vivía de prestado con
la señora en una chacra que alquilaba Petrucelli. La cara de la mujer era muy
especial. Montella se lamentó porque había dejado de pintar. Después nos
enteramos que había empezado a hacerlo”.
Una historia de
gauchos: “Antes de hacer el trabajo del ‘Martín Fierro’, Cachete le pidió a
Mario que lo acompañara al campo, porque se estaba documentando sobre el
gaucho. A Mario le encantaba lo gauchesco, por sus recuerdos de La Paz. Mario
le decía que gauchos acá ya no había, pero que sí en el norte. Cachete quería
que lo acompañara, pero él le dijo que no. No podía, con 6 hijos y el trabajo,
imposible. Sí le dio indicaciones sobre lugares”.
Me cuenta Zélika: “Cuatro
años después de su fallecimiento, pasé a la computadora escritos de mi marido.
Mario guardaba memoria de su vida. Me decidió a hacerlo las referencias que
aparecen en la escritura: ‘dentro de 20 años cuando lo lean mis hijos y mis
nietos…’, y ‘si esto algún día se publicara…’. Elegí textos, lo armé y se lo
entregué a Tuky Carboni para que me diera una opinión. Me dijo que había que
publicarlos, que eran estampas costumbristas de la campaña entrerriana que ya
no existe. Son memorias del campo, en el norte, en la zona de La Paz, en la
selva de Montiel”.
La mujer que hace
memoria tuvo que ver con una muestra realizada en mayo de 1998 en el Club
Social. Un homenaje a Cachete, que había muerto hacía unos meses. Zélika está en
la Comisión de Cultura del Club desde 1995. Sólo faltó 3 años, debido a la
enfermedad y fallecimiento de su marido: “Recuerdo la exposición homenaje a
Cachete que se hizo en el Club Social. Fue con obra que tenía la gente. No
sabés la cantidad de hogares que visité para conseguir esa obra. Me encontré
con sorpresas extraordinarias. La Negra García, la cuñada del doctor Alberto
Lescá, tenía una obra de la serie Los Gatos. En la casa de Mecha Baldi, la
señora del doctor, había dos cuadros hermosos; uno de ellos lo dejó para el
Club. No recuerdo quién fue el que encontró un cuadro en el Hogar Escuela. Era
de los tiempos en que Cachete estaba interno”.
Cómoda entre sus
recuerdos, Zélika sostiene: “Cachete estaba siempre rodeado de amigos y hacía
un verdadero culto de la amistad. Aunque pasaran años sin tener contacto
contigo, cuando lo encontrabas la relación era la misma, no se producían ni
baches ni distancias sino que seguías el diálogo como si lo hubieras
interrumpido ayer”. Toda una definición de la sintonía primera en el tránsito
de vida del artista.
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