domingo, 27 de diciembre de 2015

Asef Bichilani por Violeta Arrighi

El cronista cometió un error en su búsqueda semanal. Fue a partir de la figura de Francisca Arrighi de Garibotti, quien fuera la directora del diario Pregón. Encontré en la biblioteca libros firmados por Francisca, por Thames, que era seudónimo de Francisca, y libros de Violeta Arrighi. En los tres casos la escritura transmitía una misma sensación: la coincidencia en espíritu de las tres mujeres. Al no encontrar ningún dato biográfico de Francisca, supuse que Violeta era un seudónimo más, porque tampoco hallé dato alguno sobre la vida de Violeta. Se sumó a esto que no había mayores datos en los libros. O solo uno: que Violeta había sido docente en Montevideo.
Sucedió que le hice el comentario a Zélika Alarcón, y se quedó en la duda. La memoriosa preguntó a Mario Alarcón Muñiz, su hermano, el memorioso mayor. Entonces se hizo algo de luz. Zélika me dice que Francisca era mayor que su papá, uno de los fundadores del Pregón, y que Violeta, era hija de Francisca. Mario Alarcón Muñiz recordó a Francisca: “Doña Paca iba al diario de mañana, temprano, se peleaba con los canillitas y después seguía hasta la noche en la redacción. Se encargaba de la cuestión administrativa y de las páginas de sociales. Tenía gran admiración por Francia y su cultura”. Agrega Zélika que Violeta estaba casada con el dibujante Clulow, que vivía en Montevideo y que fue el diseñador del logo de Pregón, el mismo dibujo que se ve hoy.
Le pregunto a Zélika por el apellido, por qué la hija elegiría para figurar el apellido materno, otro de los detalles que me llevó a pensar en que eran la misma persona, y me dice que su hermano piensa que tal vez Violeta eligió el apellido Arrighi nada más que porque no suena tan ‘chacarero’ como Garibotti.
Hecha la aclaración, va mi agradecimiento a Zélika y a Mario por la ayuda dispensada para que acomodara los tantos en la historia contada hace unas semanas. Pero la aparición de Francisca o Thames y Violeta, sigue conectada a la generosa aparición de Zélika. Entre el material que ella me cedió en relación a la vida y a la obra del plástico Asef Bichilani, figura la fotocopia de una nota en la revista “Columna”. La autora es Violeta Arrighi, el título: “Asef Bichilani, El pintor verdulero”, la fecha: agosto 1939.
Es muy interesante entrar en ciertos lugares de la nota: “¿Quién es Asef Bichilani? Esto parece el comienzo de un cuento, de uno de esos cuentos intrascendentes, con que se llenan huecos en revistas y diarios, pero Asef Bichilani, no es un producto de la imaginación; vive, trabaja, sueña y pinta; pinta en las poquísimas horas que su trabajo le deja libres, porque Asef es un muchacho pobre, pobre y bueno, que vende verduras diez horas diarias, que tiene la casi responsabilidad de un hogar, sobre sus juveniles espaldas, y un alma grávida de sueños, que se marchitan en la vana esperanza de un milagro, de ese milagro que le permita cristalizar esos sueños, un puñado de dinero, nada más…
Es realmente notable la voluntad de este artista de alma; arde una llama sagrada en su espíritu; hace tiempo que sus telas están llamando la atención, lo que es mucho decir en un ambiente cerrado a las manifestaciones del arte como es el nuestro, es decir, para el arte que se manifiesta como fruto del pueblo; aquí se rinde culto al extranjerismo; cualquier mequetrefe que llegue de afuera con un nombre con muchas ‘efes’, es recibido con entusiasmo; en cambio, es aplastante la indiferencia y la apatía, la casi hostilidad del entorno, cuando ese mismo arte tiene sus manifestaciones en un hijo del terruño; Asef Bichilani es una prueba más del acertado aforismo de que ‘nadie es profeta en su tierra’.
La pobreza es el mayor enemigo de este muchacho nuestro, ‘su atellier’, si puede llamarse así a un rincón, con una altísima ventana, luz escasa y mala, ni siquiera un caballete (es demasiado optimismo llamar caballete a lo que hace de tal).
Abundan allí las bolsas de papas, cajones vacíos, y una colección de tarros de pintura de los de cuarenta centavos el medio kilo. Él mismo prepara sus lienzos; para ello, coloca sobre un género de hilo, varias capas de pintura blanca, y también pinta sus marcos, todo esto en las horas en que no debe cumplir con la apremiante labor de vender repollos y zanahorias a sus convecinos.
(…) Bichilani, para pintar una de sus telas, debe trasladarse muchas veces a leguas de distancia de la ciudad, como ocurrió cuando estuvo trabajando en su ‘Estudio de colores’. Estuvo en un lugar de la costa, donde lo sorprendió la noche, que hubo de pasar a la intemperie con una temperatura invernal, en que el aire tenía filo como las navajas; por si esto fuera poco, alguien que lo acompañaba, y que no participaba por lo visto de su amor a la belleza, molesto por tantos inconvenientes, lo dejó solo, no sin antes arrojarle al río sus queridos estudios.
(…) Sin nada más que un pedazo de tela, pintura de pintar puertas y ventanas, pinta; ni siquiera necesita los pinceles, ni las espátulas. ¿Son acaso pinceles los que él posee? Pero así y todo, sin más estímulo que las sonrisas burlonas de personas de mucho ‘volumen’ social, pero vacías espiritualmente, este valiente muchacho, animado por un grupo de estudiantes, juventud generosa que suele poseer un corazón bien puesto, allí donde en general triunfa sólo el egoísmo, organizó una exposición de sus obras en el subsuelo del teatro Mayo. Esta valentía lo pinta de cuerpo entero; es un muchacho que no sabe ni supo nunca de academias, ni de estilos, ni de los mil y un detalles técnicos del difícil arte que interpreta; sin embargo él, que pinta por natural necesidad de su espíritu, así como los pájaros cantan porque nacieron para eso, que pinta, a falta de pinceles, con el cuchillo y hasta con los dedos, él, repito, ofreció al público un conjunto de obritas que sorprenden por su naturalidad y su colorido; es sobre todo Bichilani un paisajista intuitivo, y algunos de sus cuadritos, tales como ‘Quietud’, ‘Tardes doradas’ y otros más cuyo título escapa a mi memoria, nos hacen permanecer silenciosos y pensamos: hay algo en ellos.
(…) Hay en nuestro pueblo muchas personas a las cuales Dios no concedió hijos, y que gozan de bienes de fortuna que no podrán gastar en toda su vida, aunque ésta sea más larga que la de Matusalén. ¿Creen ustedes que alguno de ellos compró uno de los cuadritos que expuso Bichilani? No; ni siquiera para fomentar ese secreto fuego, esa llamita interior, que arde luminosa cuando sopla sobre ella la brisa vivificante y fresca de un sentimiento de comprensión para lo nuestro, para lo que llevamos dentro, y que debemos ahogar, o llevarlo lejos, para que no nos mate la indiferencia, la mala voluntad, el desdén de los demás.
(…) Mientras tanto, Bichilani seguirá llevando al lienzo cuanto trozo de paisaje impresione su rutina: árboles, agua, cielo, rincones encantados de nuestras costas del Gualeguay, así, sin nada más que sus manos, su voluntad y un gran corazón de niño, en el que anida un alto y sublime ideal de belleza, que él pugna dolorosamente por expresar”.
Es sumamente interesante la mirada de Violeta sobre Gualeguay y su gente, puesta esta mirada en relación directa con la defensa del intento artístico de Bichilani. Señala Violeta las bondades del artista, revela detalles de su vida, de su sacrificio, y da una información, como testigo directa, sobre el atelier de Bichilani. En esa descripción hay una referencia que me hizo recordar el testimonio de Zélika sobre el lugar donde Asef pintaba en su casa: “Y él no sé cómo hacía, pintaba en un lugar muy oscuro, en la habitación de la esquina”, testimonio que data de muchos años después de lo visto por Violeta: “con una altísima ventana, luz escasa y mala”. Es entonces que pienso, imagino a Bichilani eligiendo, por acostumbramiento devenido en receta para la creación, un lugar oscuro para trabajar, para encontrarse con las nieblas y con el reinado de la luz en la tela, como si todos estos elementos solo pudieran ser si recreaba con éxito el ambiente, el aroma, el sabor de su lugar primero en la verdulería. Desde la cuna a la tumba, una misma sintonía de oscuridad que lo llevaba a soñar con el triunfo de la luz.
La revista “Columna” fue fundada y dirigida por el escritor y poeta César Tiempo entre 1937 y 1942. César Tiempo prologó el primer libro de Violeta Arrighi: “Mediatarde” (1938). Violeta escribió una buena cantidad de cartas a César entre enero de 1936 y noviembre de 1947. Todas escritas desde Gualeguay, salvo una, en 1941, enviada desde Montevideo. La amistad con César Tiempo, creo, se pudo dar a través de Francisca, su madre, o de la mano del librero Ernesto Hartkopf.

La nota en la revista “Columna” se ilustra con una foto de Asef junto a cuatro de sus cuadros. Zélika me dio una fotocopia de fotocopia, y entonces el conjunto de hombre y obras apenas se adivina. Es como si el propio Bichilani hubiera trocado a través del tiempo, la foto en uno de sus cuadros. Una neblina grisácea entrecomilla los rasgos de su cara, la caída de la ropa, cada paisaje pintado. Asef volviendo desde la neblina, de entre sus cuadros, detenido en el tiempo y a la vez llegando hasta este presente. En este cuadro Bichilani trabaja el tiempo y la neblina, pero no puede darle su caricia casi naif de luz de otro mundo. Creo que Asef pide en esta obra que la luz que falta la aporte el lector, aquel que todavía recuerda, aquel que lleva luz en la memoria.

domingo, 20 de diciembre de 2015

La casa natal de Quirós

Hoy, la Casa de la Cultura Museo Quirós, es una presencia amiga en esta ciudad de Gualeguay. Exposiciones de plástica, música, presentaciones de libros. Selva Olivera y su equipo cumplió ofreciendo el lugar para encontrarnos con la cultura.
Cada persona tiene una memoria de vida, y lo mismo ocurre con los lugares, con las casas. La Casa de la Cultura tiene la suya. Encontré una primera noticia sobre su historia en “Formas y colores de Gualeguay” (2004) de Nidya Rampoldi, Patricia Míguez Iñarra y Daniel A. Gabriel. La misma información, con agregados aparece en “Calles con historia. San Antonio del Gualeguay Grande” (2013) de Míguez Iñarra y Rampoldi. En la entrada 25, correspondiente a la calle que lleva el nombre de Asef Bichilani, pintor, se consigna: “(…) En Gualeguay, Bichilani inició en 1950, un movimiento popular para adquirir la casa paterna de Quirós habiéndose integrado una comisión ad hoc para ello. Esta comisión efectuó una gran colecta popular y adquirió la casa, que entonces no estaba tan deteriorada, ubicada en calles Conscripto Denoni (hoy Alarcón Muñiz) y Alem, con la intención de establecer en ella un museo de pinturas y una escuela de artes plásticas. Este proyecto de alguna manera fue concretado recién en 2009 cuando, rehecho el edificio, se inauguró como ‘Casa de la Cultura’ y que hoy es ‘Museo Quirós’. (…)”. En el libro de 2004 se dan los nombres de los que acompañaron a Bichilani en la comisión: Adán E. Carbone, Leopoldo Rezia, Lucindo Albarenque, Roberto Nicolás Epele y uno de los señores Caliani.
A través de la generosidad de Zélika Alarcón llegué hasta una copia de una carta que Cesáreo Bernaldo de Quirós le escribió a Asef Bichilani, a propósito del sueño de la casa/museo. La carta fue escrita en Vicente López, en noviembre 7 de 1950: “(…) y las sucesivas publicaciones de Justicia. Estoy, pues, al corriente de ese tan noble como generoso anhelo que agita a mi querido pueblo natal y que parece alcanzar a la provincia toda.
¡Bendito anhelo el vuestro! Coincide él con un viejo y acariciado sentimiento mío, tan viejo e imborrable como mis primeras ilusiones de artista; sentimiento que siguió siempre el vaivén de mis luchas, unas veces coronado de ilusiones, muchas de decaimiento, pero que siempre fue como un permanente acicate en mi destino: la esperanza de alcanzar con mi propio esfuerzo una permanencia, un contacto mayor, más profundo con esa amada provincia mía; seguir estando en ella, conviviendo con los míos más allá de la vida; permanecer a su vera como un testigo mudo, humilde, velando sin pausa por la grandeza de las generaciones venideras; ser como una llama viva, pequeñita como mi arte, pero luz al fin; ser, ni más ni menos, como una de esas llamitas alimentadas a aceite que, junto a la cuna, velaron nuestros sueños de niños. Sí, tener una misión: velar. Velar cual la encendida mariposilla que tiembla hasta serenarse sobre el pábilo de la blanca candela. Velar todo lo que adivino en ese pueblo mío, generoso, sediento de superación espiritual y belleza. Él también anhela presencias de hijos abnegados para rodearlos de calor. Quiere devolver a la vida a aquella vieja casona, reabrir su amplio zaguán, volver a ver, a través de su cancela, el perfumado jardín entoldado de naranjos; adivinar el cotidiano trajín de otrora; vislumbrar la presencia de los hermanos y la de los progenitores, especialmente el de la madre, raíz del hogar, animadora dulce y fecunda de esa diminuta llama que arde en los veladores de cada hijo; llama –diría- nutrida por su propia substancia y que no se apagó jamás y fue nocturna compañera fiel de cada hijo. Junto a su lumbre veló su espíritu por el cuerpo y el alma de cada uno de ellos, encaminándolos hacia sus destinos, haciendo mujeres sanas de alma y cuerpo, humildes en su abnegado rol de madres, y poniendo en los varones toda la vocación y el ahínco necesario para hacerlos capaces de dar lustre y honor al apellido que llevaban”.
Quirós vuelve sobre su lugar en el mundo: “(…) En mi actuación lejos de la patria, en mis permanentes luchas por conquistar algún pequeño título o galón, sentí siempre orgullo por mi origen. Era, acaso, el único artista que luchaba en París en nombre de un lejano lugar, cuyo nombre nunca, nadie había oído mencionar. Es que Gualeguay no aparecía en la geografía que interesaba a esos viejos países de civilización milenaria”.
Como cada vez que le escribe a Asef, no faltan las referencias al arte: “(…) El arte –amigo Bichilani- residía en aquellos bellos años, bellos para mí y para la vida de nuestro pueblo, pleno de hidalguía y altivez, en su propia y pura fuente. Estaba en torno a nosotros, en la armonía y la belleza de cada cosa. Vibraba hecho forma, matiz, sonido y gracias, en todas y en cada una de las expresiones de la naturaleza que daba regazo a Gualeguay. Estaba entonces, está hoy y estará siempre a la espera del espíritu reverente y humilde que sea capaz de captarlo con amor y de expresarlo con su verdad, tan sencillamente como el ojo de agua espeja el cielo”.
Queda claro que a Quirós lo emocionaba sobremanera la posibilidad: “(…) Pero, volvamos a la razón de esta mi carta. Esa inquietud que tan noblemente vive Gualeguay, queriendo revivir, en forma y espíritu, un hogar extinguido o –mejor- la vieja cuna de un sueño, de una búsqueda que todavía alienta, es un gesto que por sí mismo honra a ese mi querido pueblo. (…) Resucitar y convertir en museo la casona solariega donde nació un artista, significa algo así como crear un oasis en el actual desapego de la gente. Es abrir una pausa para el descanso y el alivio. Un museo, sobre todo cuando el mismo sabe de hogar, tiene algo de templo y suyo será el don de brindar recogimiento, serenidad. Un museo levantado con elementos que hablan de una vida de labor sin pausa y de una aspiración siempre renovada, ha de constituir un lugar de refrigerio para el espíritu, un paradero para la meditación, donde el caminante soñador pueda encontrarse consigo mismo. La mayor cantidad y calidad de estos refugios, hablan de la grandeza, de la sensibilidad y la cultura de los pueblos.
El hecho de ver en esa vieja casona de don Julio Bernaldo de Quirós y de misia Carlota Ferreyra, motivo para perpetuarla en el tiempo, porque nació en ella un pintor, denota, ante todo, la sensibilidad de un pueblo impulsado por inquietudes superiores, con ansias de elevarse y orgulloso de sus blasones espirituales. Completa este generoso sentimiento, el amor que ese pueblo siente por un hijo del lugar que, por y para el arte, se hizo trotamundos, pero que jamás olvidó al terruño, ese terruño cuya esencia maravillosa –suma de monte y cielo- nutrió su acento y su búsqueda. (…)”.
Ahora bien, el pensamiento se hace ineludible, porque el lapso transcurrido es considerable. Qué sucedió entre la compra de la casa y el 2009, la fecha de referencia que marca el momento en que el lugar alcanza su actual apariencia.
Consulté al arquitecto Oscar Daneri sobre el caso. Tiene un recuerdo aproximado sobre cuándo ocurrió la compra de la casa por parte de la Comisión: primeros años de los ‘50. Con esa acción, imagino, los hacedores de la cruzada, habrán pensado que el gran paso, el más difícil, ya estaba dado. La casa había sido adquirida y cedida a la municipalidad de Gualeguay. Pero, me dice Oscar, no aparecía el dinero para ponerla en valor, para transformarla en el museo soñado. Por tal motivo, la municipalidad la cedió a la provincia, para que esta se encargara del proyecto. Pero pasaron los años sin que nada cambiara. O sí, me dice Oscar que el edificio se fue deteriorando. Hubo personas que lo utilizaron como vivienda precaria. Era un riesgo, se venía abajo. La casa vuelve a cambiar de manos. Durante el período en que Oscar Daneri trabajó en el municipio, el edificio deja de estar bajo el ala de la provincia y vuelve a pertenecer a la administración de Gualeguay. Se decide entonces la demolición de la casa. No se podía ni siquiera transitar por la vereda. Fue demolida en 1986, y el lugar fue terreno baldío por años. Recuerda Oscar que el arquitecto Solari, durante la intendencia de Jodor, fue el encargado de levantar el edificio que hoy vemos. Me decía Nidya Rampoldi que se buscaron fotos para ver la apariencia que tenía la casa original, pero que la información obtenida fue escasa. En resumidas cuentas, la Casa de la Cultura, el Museo Quirós, es más bien una intención que una realidad, creo que siempre lo fue: desde que el grupo de soñadores dio el primer paso, hasta hoy en que no hay mucho rastro de Quirós en el lugar. Sí se puede percibir que hay en el aire la memoria, el aroma necesario para festejar las paredes, las únicas posibles, que enmarcan los recuerdos y aquella maravillosa intención.
¿Por qué darle la oportunidad al tiempo para que golpeara aún con mayor decisión? Es como que hubo mucho impulso al principio y después nada: “Como pasa con muchas cosas en Gualeguay”, me dijo Zélika Alarcón; “Es como que muchos no le perdonaron a Quirós que, de regreso a la provincia, eligiera vivir en Paraná”, me dijo Nidya Rampoldi. Y digo que también a muchos de Paraná no les gustó que el museo fuera en Gualeguay.

Pienso en la desilusión que Asef Bichilani arrastró hasta su muerte en 1988. Quirós, su amigo, ya muerto y sin la casa/museo en su pago chico. Imagino a Asef, en el lugar oscuro en el que pintaba, releyendo a través de los años la carta, la felicidad de Quirós.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Asef Bichilani en el recuerdo de Zélika

En distintas ocasiones me encontré con el nombre del artista: Asef Bichilani. Sin conocer detalles de su vida, la presencia me transmitía una sensación de misterio. Sabía que una calle de la ciudad lleva su nombre. Había visto uno o dos de sus cuadros: paisajes referidos a las cataratas. No me sugerían mucho. Pero luego tuve la suerte de encontrarme con Zélika Alarcón: siempre un placer la charla, su buena disposición, su felicidad por la visita a los recuerdos. En su casa vi dos obras de Bichilani (1918-1988), que muy bien agregaría a mi pinacoteca. Zélika guarda memoria sobre Asef, y guarda, además, una serie de testimonios escritos que tienen que ver con su vida, entre ellos, un puñado de fotocopias de cartas que a él le escribiera Cesáreo Bernaldo de Quirós, su amigo.
Cuenta Zélika: “Conocí a Asef de chica, tendría 8, 10 años. Yo tenía una tía casada con un libanés: Narciso Etala, que era dueño de una tienda, una sedería. Fue uno de los fundadores del centro económico. Asef Bichilani iba siempre a la casa del tío Narciso. Cuando lo veía en la calle, era una figura que me llamaba la atención. Era un hombre particular, muy serio. Hablaba solo cuando la gente se dirigía a él. Lo veía cuando a veces la niñera nos llevaba al parque o a la plaza. En el parque lo vi pintando, acompañado por un hermano, entre los sauces de la costa. Y lo recuerdo patente, en la esquina de la confitería El Águila, pintando sobre el caballete, una cosa muy rara en la Gualeguay de entonces. Asef miraba hacia la iglesia”. Cuando escuché este último dato, pensé en uno de los cuadros que posee Zélika. Señalé el cuadro donde se ve la iglesia y la plaza, visto el conjunto desde la esquina de El Águila. Zélika fue pura alegría: “Exacto, Asef pintaba ese cuadro. Las vueltas de la vida, yo que vi cuando lo pintaba, termino con el cuadro en casa”. Agrega: “A él no le importaba lo que ocurría a su alrededor. Por ahí lo veías parado en una esquina, al atardecer, mirando fijamente hacia el poniente”.
Zélika recuerda: “Con el tiempo Asef se hizo amigo de Mario Tamaño, mi marido. Primero Mario se hizo amigo del hermano de Asef, que era mecánico. Pasó que una vez estaba ese hermano arreglando un motor, y mi marido vio que para acostarse sobre el piso del taller, utilizaba un cuadro. Preguntó por el autor. Mario empezó a visitarlo en su casa. Él le regaló el cuadro de la iglesia. Mario se lo iba a comprar, pero Asef insistió. A Mario le extrañó, porque no eran grandes amigos como para que le regalara una obra. Después, con el tiempo, le compró otro, la vista de la calle sobre la que vivía, antes Las Guachas, hoy Bichilani, el paisaje en medio de la niebla. También le regaló estudios, bocetos”.
Pregunto por las visitas de Asef a casa de los Tamaño: “Venía a casa, pero no era el mismo trato que teníamos con Cachete. Era un trato a la distancia, él imponía ese trato. Supongo que con otra gente habrá tenido más cercanía por un trato habitual. En una de las pocas oportunidades que vino, fue para pedirle a Mario el cuadro que le había regalado para llevarlo a una exposición. Mario le dijo: Turco, pedime cualquier cosa, pero no el cuadro, porque vos te lo vas a llevar y no me lo vas a traer más. No insistió”.
Sus orígenes como verdulero: “Le decían el pintor verdulero porque cuando era muy joven, el padre tenía verdulería. Él trabajaba en el negocio, y era repartidor. Empezó a pintar cuando descubrió que podía pintar con la remolacha, con el jugo de las verduras. Él nunca aprobó primer grado, iba a la escuela pero siempre se quedaba en el mismo grado. No le prestaba atención a la maestra, se fijaba en los colores, las formas, las líneas. Dibujaba, nada más”.
Su relación con Quirós: “Cuando él empezó a pintar, Quirós ya era Quirós. Lo fue a visitar. En el subsuelo del teatro Mayo, donde hoy hay una venta de motos, ahí se juntaba un grupo de amigos, entre ellos Luis Etcheverry. Ellos fueron los que le organizaron la primera exposición a Bichilani, ahí, en el subsuelo. Esos mismos muchachos fueron los que le organizaron la entrevista con Quirós. No fue su alumno, sí intercambiaban correspondencia. Cuando Quirós vivió esos años en Paraná, ahí Asef lo iba a visitar y se quedaba días. Pintaban juntos, pero no significa que fuera su alumno, eran amigos. Asef fue autodidacta”.
La casa de la familia Bichilani, ubicada en Corrientes y Bichilani, esquina SO: “Era una casa antigua con zaguán grande, con muchas plantas, y las hermanas de Asef eran muy simpáticas, sobre todo Josefa; les gustaba que fuera gente a la casa. La vez que Bichilani hizo una exposición en Gualeguay, que vino gente de Buenos Aires, las hermanas le organizaron un almuerzo para ciertos invitados. Yo supe esto por los relatos de la tía Ana y tío Narciso. Las hermanas se prodigaban mucho con las visitas”. Zélika señala un detalle: “Y él no sé cómo hacía, pintaba en un lugar muy oscuro, en la habitación de la esquina. Recuerdo el caballete, y una espátula hecha con un cuchillito. Él utilizaba mucho la espátula, también trabajaba el puntillismo. Era muy minucioso. Obtenía colores muy interesantes. A veces uno mira el atardecer y dice: mirá, parece un cuadro de Bichilani. Captaba esa tonalidad, esos matices, tenía esa habilidad”.
Un quiebre, el paisaje de las cataratas: “Tenía parientes en Estados Unidos, pudo viajar y conocer algunos lugares, entre ellos, las cataratas del Niágara. Se enamoró del paisaje, lo pintó. Volvió al país y se fue a las cataratas del Iguazú. Quedó maravillado, y ahí se instaló. Vivió años. No recuerdo si cuando volvió ya estaba enfermo”.
Pregunto: ¿de qué vivía Asef?: “Él vivía de la venta de sus cuadros, y de sus hermanas. Las hermanas lo adoraban. Aunque debe haber sufrido momentos de mucha pobreza, sobre todo en Iguazú. También estuvo en las misiones jesuíticas. Se enamoró del color del paisaje. Me contaba Mario Alarcón Muñiz, mi hermano, que una vez, haciendo una excursión, se detiene el micro en las misiones. Él baja y ve que en la hostería había un tipo asomado a una ventana. Le pregunta a su mujer: decime, aquel no es el turco Bichilani. Era. Compartió unos días con ellos, contento, ahí fue otro Bichilani. Esos cuadros de las misiones, la mayoría, están en la parroquia”. Agrega Zélika: “Mi marido me decía: Este turco está loco, dice que ve la molécula. Le contaba que en las cataratas, él bajaba entre las rocas, y se ponía a ver cómo iba cambiando el color y el brillo de las hojas a través de las gotas de agua. Se quedaba mirando, contemplando. Él decía que veía la molécula”.
Pregunto por la vida privada se Asef, ¿formó una familia?: “Nunca se le conoció novia, nada. Por eso las hermanas lo protegían. No había padre, no sé si madre. Tuvo hermanos, el mecánico, otro que tuvo una pinturería. Josefa era la hermana que más lo protegía, fue modista. Una vez jubilada puso una venta de zapatos. Lo atendía con la otra hermana, Rosa. Cuando muere Asef, quedan en la casa Josefa, Rosa y Roque. Las hermanas tampoco formaron familia, el único que sí lo hizo, fue el mecánico; y había otro hermano que no conocí. Estaban muy pobres. Para la exposición en 2001 en el Club Social me prestaron fotos y cartas. Josefa y Roque murieron de manera trágica. Un día resolvieron suicidarse. Se levantaron temprano, fueron al parque y se tiraron en el reservorio. Rosa lloraba, no entendía por qué la habían dejado. Rosa terminó, creo, en el asilo de ancianos. Al morir Asef era como que habían perdido su eje”.
Zélika dice que Asef “era muy concentrado, replegado en sí mismo, hermético. Solo lo vi charlar mucho con el tío Narciso y con mi marido”.
Bichilani tenía muchas esperanzas con unas giras que le estaba organizando el crítico de arte Fernán Félix de Amador por Estados Unidos, Europa y el Medio Oriente durante 1958. Decía Amador en 1954: “En manos de sus muchos amigos está el ayudarle a cumplir tan sagrado anhelo”. Pero el destino no quiso, Fernán Félix de Amador falleció y el sueño terminó.
Sobre la pintura de Bichilani, escribió Nidya Rampoldi (“Formas y colores de Gualeguay” (2004)): “Su pintura, partiendo del post-impresionismo evoluciona al realismo expresionista y aún se puede hablar de hiperrealismo, por la exageración en los efectos de luz y la estructuración al límite en la composición, evolución ocurrida tal vez como consecuencia de su forma de ser, de ubicarse en la vida. Siempre trabaja en óleo, su técnica preferida consistió en aplicar la pintura con la punta de una afilada y pequeña espátula, en toques mínimos y de meticulosa perfección. Con esta técnica incursionó en el puntillismo en algunos de sus cuadros. Logra condensar la atmósfera y detener el tiempo con increíble perfección, trabajando los colores con absoluta certeza”.
Sobre los cuadros de Asef, señala Zélika: “En la parroquia San Antonio hay mucha obra, en la exposición que hicimos en 2001, pedimos esos cuadros; también a la Cruz Roja, y a la liga entrerriana de lucha contra el cáncer. Asef repartió su obra en estos lugares, para que los conservaran o para que los vendieran. Él recibió sin costo los medicamentos para su enfermedad”.

Asef Bichilani entre neblinas. En eso pienso, en lo más logrado de su obra, y en su misterio. También pienso en el destino del cuchillito, la espátula, su herramienta creadora.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Palabras de Quirós a Bichilani

Me encanta traer de regreso la palabra de los muertos. Disfruto de los descubrimientos, de las suertes del destino que, a través de amigos, me permiten trabajar en el rescate de esas palabras, de las ideas, las pasiones, de personas que ya no están, pero que sin embargo, a través de sus manifestaciones, artísticas o no, porque la simple historia de vida transitada a conciencia justifica la maravilla de la memoria, siguen dando su presente.
En este rescate me encontré con una joya. Agradezco a la amiga Zélika Alarcón por el material entregado sobre el artista plástico Asef Bichilani. Entre esos materiales, hay cartas que Cesáreo Bernaldo de Quirós escribió a Bichilani. La carta elegida para esta nota fue escrita en Buenos Aires, el 13 de febrero de 1946.
Hay en el documento escrito a máquina dos disertaciones de Quirós que considero muy valiosas. En Quirós se mezcla la mirada, la reflexión, la constante búsqueda de la palabra que defina mejor el arte y sus aledaños; creo que busca la mejor de las palabras, como lo hace con la pincelada y el color. Hay en su relato seguridad de concepto, su decir se apoya siempre en la poética apasionada de sus sentidos. Quirós es real, camina a conciencia.
Cesáreo Bernaldo de Quirós
La carta incluye esta primera disertación para el joven Bichilani: “Joven artista y amigo: Vuelvo del Delta donde fuera a refugiar mis afanes, a estar más conmigo mismo en la convivencia de ese paisaje auspicioso, de río y verdor; fuente pura de la cual no puede prescindir mi espíritu y a la cual retorno llevado por mi fe, al igual que el creyente acude al recogimiento del oratorio. Recién ahora, al volver a mi casa de Buenos Aires, me entero del acontecimiento que ha significado para nuestro pueblo esa exposición de conjunto de su obra. Nada podía haber estado más a tono con mi estado espiritual que esa noticia, pues regreso pleno de optimismo y de verdad traída del contacto con esa naturaleza donde habían quedado rezagadas mis pesadumbres provocadas por ese estado nefasto en que se halla sumido nuestro país.
Dos piezas de ese conjunto expuesto, me aguardaban también en mi casa de Buenos Aires: el dibujo del malogrado amigo Miguel Lescá, y una pintura representando la cabeza de un anciano. Y lo llamo acontecimiento porque lo es en verdad y muy cabal por el alma que revela ese pueblo al auspiciar tan elevada manifestación. Dulce impresión ha causado tal hecho en mi corazón de artista y de entrerriano, haciéndome sentir cómo perdura en ese pueblo la misma mística de admiración y de amor por todo gesto superior o bello que en años lejanos se produjera con igual espontaneidad y el mismo generoso anhelo alrededor de otro joven de aspiraciones gemelas a las suyas. Eran entonces otros tiempos; regían en esa sociedad otras formas de vida, más sencillas, más diáfanas. Sus costumbres, típicamente lugareñas, eran regidas por principios inflexibles de moral. Gualeguay era como una gran familia de muchos hermanos, donde penas y alegrías eran comunes, donde los ancianos notables se consideraban como patriarcas y cuyas virtudes eran razón de rivalidad entre distintas localidades de la provincia.
Pero es el caso que hoy, después de una evolución de cuarenta largos años, se repite en ese pueblo el mismo prodigio de entendimiento y amor. Compruebo que arde la misma llama inextinguible de entrerrianas enjundias. No comparto, empero, la opinión de aquellos apologistas que verían en ese acontecimiento un exponente de alto y depurado nivel cultural; nivel cultural este que solo se puede aspirar a través de una larga evolución. Considero con todo, que no hay el menor desmedro en mi objeción hacia esa sociedad, ya que debo reconocer en ella dotes superiores de sensibilidad, secreto este que debemos atribuir a la influencia de nuestra magnífica naturaleza, a sus fuerzas telúricas que en su función plasmadora ponen excelsitudes y pureza en el alma de nuestro pueblo, a ese abolengo que a través de corrientes sanguíneas irriga en él sus pasiones, su romanticismo, su bizarría y sus cantares; características estas de razas mediterráneas que alcanzaran también a la tierra que los albergara, mezclando a su savia, sudores y sangre, dejando en su atmósfera ecos de legendarias proezas, evocadas por sus brisas del mismo modo que se hizo aroma en sus flores la esencia de su espíritu. Manes hoy de nuestro pueblo; manes sagrados de nuestra originaria estirpe; ángeles tutelares de nuestra entrerrianía. A todo ello debemos ese corazón, esa sensibilidad y ese nuestro gran señorío de espíritu. A su conjuro vivimos gestas magnas, inspiraciones redentoras y humildes y heroicos sacrificios. A su conjuro nos elevamos hoy, en lírico vuelo espiritual, frente al florecer de un alma de artista. (…)”.
En la segunda disertación, hay consejos para el joven Bichilani. A la manera de “Cartas a un joven poeta” de Rainer Maria Rilke, Quirós, ante todo, busca estimular la fe del artista, uno de los elementos necesarios para tener la valentía de adentrarse en la búsqueda del arte: “(…) Así es, amigo mío; es el corazón el que rige en el mundo del arte, con esa ‘prístina pureza’ en que se sustenta el inmutable ritmo de toda verdad y de toda belleza. Cuidemos, pues, el corazón; hagamos que viva al margen de lo rutinario y lo torpe de nuestra vida. No lo usemos sino en la hora matutina y en la mortecina del crepúsculo. Que esa energía sea para nutrir nuestros sueños y nuestros ideales en juegos puros y cristalinos.
Para los hombres que vamos por la vida a través de un ensueño, nos es dado mantener el corazón en sus inmaculadas expresiones. ¡Qué bello es, en la altura de los años, cuando todo declina y se carcome, dejar nuestra envoltura a la vera del camino y remontarnos en pos de un inmortal anhelo, solos, en alas de nuestro corazón!
Está llena la vida de ejemplos de grandes figuras, ancianas en años, en las cuales sorprendemos nimbos de niñez. Para ellos no cuenta el espacio ni el tiempo, y les encontramos proyectando empresas y exigiéndose superaciones cuyo desarrollo solo cabría en una vida que se inicia. Mantengamos siempre joven nuestro corazón para que, de esa fusión con la naturaleza, sea nuestra obra una eterna renovación.
Muy grato me es saber que desde temprano Ud. descubre el misterio de que toda fuerza creadora está en uno mismo. Ello le evitará divagaciones perniciosas, consultas en las obras de aquellos artistas que por afinidad de temperamento o por la admiración que le profesamos, se antepongan a nuestras búsquedas, influyendo de manera de hacernos mirar a través de sus ojos y hasta de sentir a través de su temperamento.
Sé que todo ello significará períodos de innumerables desaciertos y vacilaciones, pero en esa lucha, en esa búsqueda, está el camino para encontrarse a Ud. mismo, y donde hallará también sus mejores alientos, pues a cada crepúsculo de desfallecimiento le sucederá una aurora de radiantes promesas.
Es en la naturaleza donde está la fuente y el secreto, y es con el corazón lleno de pasión que debemos llegar reverentes a ella, reverentes y humildes a escuchar y confiar, pues en ella está el secreto de toda sabiduría. A su contacto se enriquecerá nuestro verbo, se ahondará nuestra sensibilidad. De nuestro respetuoso ahínco en aprender, en compenetrarnos en su secreto, nacerá ese ritmo ascendente de entendimiento que se hará vuelo de poderosa ala en nuestro espíritu. Sí, todo el misterio, todo el secreto de lo que podamos ser, por excelso y extendido que sea nuestro panorama, todo está en nosotros mismos. Todo irá trasponiendo el límite que separa el mundo físico del mundo interior nuestro en sus infinitas formas y expresiones, desde la más íntima y sensitiva línea o el más fugaz matiz hasta el raudo vuelo en amplitudes de océanos y mundos, todo, recibirá nuestra luz en forma opulenta o crepuscular; luz de nuestra propia verdad que creará perfiles propios y propias masas de claridad y sombras. Vivir de nosotros y para nosotros mismos, en una trasmutación constante, de amor y de espíritu en belleza. (…) Mi palabra de aliento y de consejo, mi palabra leal de hombre de luchas en el arte, debe ir más allá y llegar a su fe, estimulándola. Fe, fe en uno mismo, fe en ese mundo interior, y aún indefinido a sus años, pero que está en Ud. latente, que reside en su propia alma de artista. A ello responde mi advertencia de que no dé mayor trascendencia a esos baches de que está lleno el camino. Marche erguido en su convicción, con sus ojos plenos de confianza, hacia ese punto que aparece luminoso en el horizonte lejano. En el arte no existen tramos; es solo finalidad. Y cuanto más distante aparezca el horizonte de sus ambiciones, cuanto más eleve Ud. la cima de su fe, menos engañarán a su marcha los obstáculos. (…)”.

La palabra y el pensamiento de Quirós vuelven a sorprenderme. Es que tanta riqueza puede refugiarse en la vida de ciertos hombres. Pienso en el valor que habrán tenido para el muchacho Bichilani. Una carta dirigida a él. Pienso en ello, porque la lectura me llevó a la emoción y a hacer míos los consejos que da el maestro. A lo largo de la vida es necesario repetir los pensamientos, volver a las ideas sobre las que creció nuestro árbol. En la búsqueda del arte, en el “mientras tanto” que nos toque en suerte, la primera patria interna es ser uno mismo, nunca hay que dormirse en otra historia que no sea nuestra búsqueda y encuentro sincero con la identidad.