En distintas ocasiones me encontré con el nombre del artista: Asef
Bichilani. Sin conocer detalles de su vida, la presencia me transmitía una
sensación de misterio. Sabía que una calle de la ciudad lleva su nombre. Había
visto uno o dos de sus cuadros: paisajes referidos a las cataratas. No me
sugerían mucho. Pero luego tuve la suerte de encontrarme con Zélika Alarcón:
siempre un placer la charla, su buena disposición, su felicidad por la visita a
los recuerdos. En su casa vi dos obras de Bichilani (1918-1988), que muy bien
agregaría a mi pinacoteca. Zélika guarda memoria sobre Asef, y guarda, además,
una serie de testimonios escritos que tienen que ver con su vida, entre ellos,
un puñado de fotocopias de cartas que a él le escribiera Cesáreo Bernaldo de
Quirós, su amigo.
Cuenta Zélika: “Conocí a Asef de chica, tendría 8, 10 años. Yo tenía una
tía casada con un libanés: Narciso Etala, que era dueño de una tienda, una
sedería. Fue uno de los fundadores del centro económico. Asef Bichilani iba
siempre a la casa del tío Narciso. Cuando lo veía en la calle, era una figura
que me llamaba la atención. Era un hombre particular, muy serio. Hablaba solo cuando
la gente se dirigía a él. Lo veía cuando a veces la niñera nos llevaba al
parque o a la plaza. En el parque lo vi pintando, acompañado por un hermano, entre
los sauces de la costa. Y lo recuerdo patente, en la esquina de la confitería
El Águila, pintando sobre el caballete, una cosa muy rara en la Gualeguay de
entonces. Asef miraba hacia la iglesia”. Cuando escuché este último dato, pensé
en uno de los cuadros que posee Zélika. Señalé el cuadro donde se ve la iglesia
y la plaza, visto el conjunto desde la esquina de El Águila. Zélika fue pura
alegría: “Exacto, Asef pintaba ese cuadro. Las vueltas de la vida, yo que vi
cuando lo pintaba, termino con el cuadro en casa”. Agrega: “A él no le
importaba lo que ocurría a su alrededor. Por ahí lo veías parado en una
esquina, al atardecer, mirando fijamente hacia el poniente”.
Zélika recuerda: “Con el tiempo Asef se hizo amigo de Mario Tamaño, mi
marido. Primero Mario se hizo amigo del hermano de Asef, que era mecánico. Pasó
que una vez estaba ese hermano arreglando un motor, y mi marido vio que para
acostarse sobre el piso del taller, utilizaba un cuadro. Preguntó por el autor.
Mario empezó a visitarlo en su casa. Él le regaló el cuadro de la iglesia.
Mario se lo iba a comprar, pero Asef insistió. A Mario le extrañó, porque no
eran grandes amigos como para que le regalara una obra. Después, con el tiempo,
le compró otro, la vista de la calle sobre la que vivía, antes Las Guachas, hoy
Bichilani, el paisaje en medio de la niebla. También le regaló estudios,
bocetos”.
Pregunto por las visitas de Asef a casa de los Tamaño: “Venía a casa,
pero no era el mismo trato que teníamos con Cachete. Era un trato a la
distancia, él imponía ese trato. Supongo que con otra gente habrá tenido más
cercanía por un trato habitual. En una de las pocas oportunidades que vino, fue
para pedirle a Mario el cuadro que le había regalado para llevarlo a una
exposición. Mario le dijo: Turco, pedime cualquier cosa, pero no el cuadro,
porque vos te lo vas a llevar y no me lo vas a traer más. No insistió”.
Sus orígenes como verdulero: “Le decían el pintor verdulero porque
cuando era muy joven, el padre tenía verdulería. Él trabajaba en el negocio, y era
repartidor. Empezó a pintar cuando descubrió que podía pintar con la remolacha,
con el jugo de las verduras. Él nunca aprobó primer grado, iba a la escuela
pero siempre se quedaba en el mismo grado. No le prestaba atención a la
maestra, se fijaba en los colores, las formas, las líneas. Dibujaba, nada más”.
Su relación con Quirós: “Cuando él empezó a pintar, Quirós ya era Quirós.
Lo fue a visitar. En el subsuelo del teatro Mayo, donde hoy hay una venta de
motos, ahí se juntaba un grupo de amigos, entre ellos Luis Etcheverry. Ellos fueron
los que le organizaron la primera exposición a Bichilani, ahí, en el subsuelo.
Esos mismos muchachos fueron los que le organizaron la entrevista con Quirós. No
fue su alumno, sí intercambiaban correspondencia. Cuando Quirós vivió esos años
en Paraná, ahí Asef lo iba a visitar y se quedaba días. Pintaban juntos, pero
no significa que fuera su alumno, eran amigos. Asef fue autodidacta”.
La casa de la familia Bichilani, ubicada en Corrientes y Bichilani,
esquina SO: “Era una casa antigua con zaguán grande, con muchas plantas, y las
hermanas de Asef eran muy simpáticas, sobre todo Josefa; les gustaba que fuera
gente a la casa. La vez que Bichilani hizo una exposición en Gualeguay, que
vino gente de Buenos Aires, las hermanas le organizaron un almuerzo para
ciertos invitados. Yo supe esto por los relatos de la tía Ana y tío Narciso.
Las hermanas se prodigaban mucho con las visitas”. Zélika señala un detalle: “Y
él no sé cómo hacía, pintaba en un lugar muy oscuro, en la habitación de la
esquina. Recuerdo el caballete, y una espátula hecha con un cuchillito. Él
utilizaba mucho la espátula, también trabajaba el puntillismo. Era muy minucioso.
Obtenía colores muy interesantes. A veces uno mira el atardecer y dice: mirá,
parece un cuadro de Bichilani. Captaba esa tonalidad, esos matices, tenía esa
habilidad”.
Un quiebre, el paisaje de las cataratas: “Tenía parientes en Estados
Unidos, pudo viajar y conocer algunos lugares, entre ellos, las cataratas del
Niágara. Se enamoró del paisaje, lo pintó. Volvió al país y se fue a las
cataratas del Iguazú. Quedó maravillado, y ahí se instaló. Vivió años. No
recuerdo si cuando volvió ya estaba enfermo”.
Pregunto: ¿de qué vivía Asef?: “Él vivía de la venta de sus cuadros, y
de sus hermanas. Las hermanas lo adoraban. Aunque debe haber sufrido momentos
de mucha pobreza, sobre todo en Iguazú. También estuvo en las misiones
jesuíticas. Se enamoró del color del paisaje. Me contaba Mario Alarcón Muñiz,
mi hermano, que una vez, haciendo una excursión, se detiene el micro en las
misiones. Él baja y ve que en la hostería había un tipo asomado a una ventana.
Le pregunta a su mujer: decime, aquel no es el turco Bichilani. Era. Compartió
unos días con ellos, contento, ahí fue otro Bichilani. Esos cuadros de las
misiones, la mayoría, están en la parroquia”. Agrega Zélika: “Mi marido me
decía: Este turco está loco, dice que ve la molécula. Le contaba que en las
cataratas, él bajaba entre las rocas, y se ponía a ver cómo iba cambiando el
color y el brillo de las hojas a través de las gotas de agua. Se quedaba
mirando, contemplando. Él decía que veía la molécula”.
Pregunto por la vida privada se Asef, ¿formó una familia?: “Nunca se le
conoció novia, nada. Por eso las hermanas lo protegían. No había padre, no sé
si madre. Tuvo hermanos, el mecánico, otro que tuvo una pinturería. Josefa era
la hermana que más lo protegía, fue modista. Una vez jubilada puso una venta de
zapatos. Lo atendía con la otra hermana, Rosa. Cuando muere Asef, quedan en la
casa Josefa, Rosa y Roque. Las hermanas tampoco formaron familia, el único que
sí lo hizo, fue el mecánico; y había otro hermano que no conocí. Estaban muy
pobres. Para la exposición en 2001 en el Club Social me prestaron fotos y
cartas. Josefa y Roque murieron de manera trágica. Un día resolvieron suicidarse.
Se levantaron temprano, fueron al parque y se tiraron en el reservorio. Rosa
lloraba, no entendía por qué la habían dejado. Rosa terminó, creo, en el asilo
de ancianos. Al morir Asef era como que habían perdido su eje”.
Zélika dice que Asef “era muy concentrado, replegado en sí mismo,
hermético. Solo lo vi charlar mucho con el tío Narciso y con mi marido”.
Bichilani tenía muchas esperanzas con unas giras que le estaba
organizando el crítico de arte Fernán Félix de Amador por Estados Unidos, Europa
y el Medio Oriente durante 1958. Decía Amador en 1954: “En manos de sus muchos
amigos está el ayudarle a cumplir tan sagrado anhelo”. Pero el destino no
quiso, Fernán Félix de Amador falleció y el sueño terminó.
Sobre la pintura de Bichilani, escribió Nidya Rampoldi (“Formas y
colores de Gualeguay” (2004)): “Su pintura, partiendo del post-impresionismo
evoluciona al realismo expresionista y aún se puede hablar de hiperrealismo,
por la exageración en los efectos de luz y la estructuración al límite en la composición,
evolución ocurrida tal vez como consecuencia de su forma de ser, de ubicarse en
la vida. Siempre trabaja en óleo, su técnica preferida consistió en aplicar la
pintura con la punta de una afilada y pequeña espátula, en toques mínimos y de
meticulosa perfección. Con esta técnica incursionó en el puntillismo en algunos
de sus cuadros. Logra condensar la atmósfera y detener el tiempo con increíble
perfección, trabajando los colores con absoluta certeza”.
Sobre los cuadros de Asef, señala Zélika: “En la parroquia San Antonio
hay mucha obra, en la exposición que hicimos en 2001, pedimos esos cuadros;
también a la Cruz Roja, y a la liga entrerriana de lucha contra el cáncer. Asef
repartió su obra en estos lugares, para que los conservaran o para que los
vendieran. Él recibió sin costo los medicamentos para su enfermedad”.
Asef Bichilani entre neblinas. En eso pienso, en lo más logrado de su
obra, y en su misterio. También pienso en el destino del cuchillito, la
espátula, su herramienta creadora.
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