domingo, 20 de diciembre de 2015

La casa natal de Quirós

Hoy, la Casa de la Cultura Museo Quirós, es una presencia amiga en esta ciudad de Gualeguay. Exposiciones de plástica, música, presentaciones de libros. Selva Olivera y su equipo cumplió ofreciendo el lugar para encontrarnos con la cultura.
Cada persona tiene una memoria de vida, y lo mismo ocurre con los lugares, con las casas. La Casa de la Cultura tiene la suya. Encontré una primera noticia sobre su historia en “Formas y colores de Gualeguay” (2004) de Nidya Rampoldi, Patricia Míguez Iñarra y Daniel A. Gabriel. La misma información, con agregados aparece en “Calles con historia. San Antonio del Gualeguay Grande” (2013) de Míguez Iñarra y Rampoldi. En la entrada 25, correspondiente a la calle que lleva el nombre de Asef Bichilani, pintor, se consigna: “(…) En Gualeguay, Bichilani inició en 1950, un movimiento popular para adquirir la casa paterna de Quirós habiéndose integrado una comisión ad hoc para ello. Esta comisión efectuó una gran colecta popular y adquirió la casa, que entonces no estaba tan deteriorada, ubicada en calles Conscripto Denoni (hoy Alarcón Muñiz) y Alem, con la intención de establecer en ella un museo de pinturas y una escuela de artes plásticas. Este proyecto de alguna manera fue concretado recién en 2009 cuando, rehecho el edificio, se inauguró como ‘Casa de la Cultura’ y que hoy es ‘Museo Quirós’. (…)”. En el libro de 2004 se dan los nombres de los que acompañaron a Bichilani en la comisión: Adán E. Carbone, Leopoldo Rezia, Lucindo Albarenque, Roberto Nicolás Epele y uno de los señores Caliani.
A través de la generosidad de Zélika Alarcón llegué hasta una copia de una carta que Cesáreo Bernaldo de Quirós le escribió a Asef Bichilani, a propósito del sueño de la casa/museo. La carta fue escrita en Vicente López, en noviembre 7 de 1950: “(…) y las sucesivas publicaciones de Justicia. Estoy, pues, al corriente de ese tan noble como generoso anhelo que agita a mi querido pueblo natal y que parece alcanzar a la provincia toda.
¡Bendito anhelo el vuestro! Coincide él con un viejo y acariciado sentimiento mío, tan viejo e imborrable como mis primeras ilusiones de artista; sentimiento que siguió siempre el vaivén de mis luchas, unas veces coronado de ilusiones, muchas de decaimiento, pero que siempre fue como un permanente acicate en mi destino: la esperanza de alcanzar con mi propio esfuerzo una permanencia, un contacto mayor, más profundo con esa amada provincia mía; seguir estando en ella, conviviendo con los míos más allá de la vida; permanecer a su vera como un testigo mudo, humilde, velando sin pausa por la grandeza de las generaciones venideras; ser como una llama viva, pequeñita como mi arte, pero luz al fin; ser, ni más ni menos, como una de esas llamitas alimentadas a aceite que, junto a la cuna, velaron nuestros sueños de niños. Sí, tener una misión: velar. Velar cual la encendida mariposilla que tiembla hasta serenarse sobre el pábilo de la blanca candela. Velar todo lo que adivino en ese pueblo mío, generoso, sediento de superación espiritual y belleza. Él también anhela presencias de hijos abnegados para rodearlos de calor. Quiere devolver a la vida a aquella vieja casona, reabrir su amplio zaguán, volver a ver, a través de su cancela, el perfumado jardín entoldado de naranjos; adivinar el cotidiano trajín de otrora; vislumbrar la presencia de los hermanos y la de los progenitores, especialmente el de la madre, raíz del hogar, animadora dulce y fecunda de esa diminuta llama que arde en los veladores de cada hijo; llama –diría- nutrida por su propia substancia y que no se apagó jamás y fue nocturna compañera fiel de cada hijo. Junto a su lumbre veló su espíritu por el cuerpo y el alma de cada uno de ellos, encaminándolos hacia sus destinos, haciendo mujeres sanas de alma y cuerpo, humildes en su abnegado rol de madres, y poniendo en los varones toda la vocación y el ahínco necesario para hacerlos capaces de dar lustre y honor al apellido que llevaban”.
Quirós vuelve sobre su lugar en el mundo: “(…) En mi actuación lejos de la patria, en mis permanentes luchas por conquistar algún pequeño título o galón, sentí siempre orgullo por mi origen. Era, acaso, el único artista que luchaba en París en nombre de un lejano lugar, cuyo nombre nunca, nadie había oído mencionar. Es que Gualeguay no aparecía en la geografía que interesaba a esos viejos países de civilización milenaria”.
Como cada vez que le escribe a Asef, no faltan las referencias al arte: “(…) El arte –amigo Bichilani- residía en aquellos bellos años, bellos para mí y para la vida de nuestro pueblo, pleno de hidalguía y altivez, en su propia y pura fuente. Estaba en torno a nosotros, en la armonía y la belleza de cada cosa. Vibraba hecho forma, matiz, sonido y gracias, en todas y en cada una de las expresiones de la naturaleza que daba regazo a Gualeguay. Estaba entonces, está hoy y estará siempre a la espera del espíritu reverente y humilde que sea capaz de captarlo con amor y de expresarlo con su verdad, tan sencillamente como el ojo de agua espeja el cielo”.
Queda claro que a Quirós lo emocionaba sobremanera la posibilidad: “(…) Pero, volvamos a la razón de esta mi carta. Esa inquietud que tan noblemente vive Gualeguay, queriendo revivir, en forma y espíritu, un hogar extinguido o –mejor- la vieja cuna de un sueño, de una búsqueda que todavía alienta, es un gesto que por sí mismo honra a ese mi querido pueblo. (…) Resucitar y convertir en museo la casona solariega donde nació un artista, significa algo así como crear un oasis en el actual desapego de la gente. Es abrir una pausa para el descanso y el alivio. Un museo, sobre todo cuando el mismo sabe de hogar, tiene algo de templo y suyo será el don de brindar recogimiento, serenidad. Un museo levantado con elementos que hablan de una vida de labor sin pausa y de una aspiración siempre renovada, ha de constituir un lugar de refrigerio para el espíritu, un paradero para la meditación, donde el caminante soñador pueda encontrarse consigo mismo. La mayor cantidad y calidad de estos refugios, hablan de la grandeza, de la sensibilidad y la cultura de los pueblos.
El hecho de ver en esa vieja casona de don Julio Bernaldo de Quirós y de misia Carlota Ferreyra, motivo para perpetuarla en el tiempo, porque nació en ella un pintor, denota, ante todo, la sensibilidad de un pueblo impulsado por inquietudes superiores, con ansias de elevarse y orgulloso de sus blasones espirituales. Completa este generoso sentimiento, el amor que ese pueblo siente por un hijo del lugar que, por y para el arte, se hizo trotamundos, pero que jamás olvidó al terruño, ese terruño cuya esencia maravillosa –suma de monte y cielo- nutrió su acento y su búsqueda. (…)”.
Ahora bien, el pensamiento se hace ineludible, porque el lapso transcurrido es considerable. Qué sucedió entre la compra de la casa y el 2009, la fecha de referencia que marca el momento en que el lugar alcanza su actual apariencia.
Consulté al arquitecto Oscar Daneri sobre el caso. Tiene un recuerdo aproximado sobre cuándo ocurrió la compra de la casa por parte de la Comisión: primeros años de los ‘50. Con esa acción, imagino, los hacedores de la cruzada, habrán pensado que el gran paso, el más difícil, ya estaba dado. La casa había sido adquirida y cedida a la municipalidad de Gualeguay. Pero, me dice Oscar, no aparecía el dinero para ponerla en valor, para transformarla en el museo soñado. Por tal motivo, la municipalidad la cedió a la provincia, para que esta se encargara del proyecto. Pero pasaron los años sin que nada cambiara. O sí, me dice Oscar que el edificio se fue deteriorando. Hubo personas que lo utilizaron como vivienda precaria. Era un riesgo, se venía abajo. La casa vuelve a cambiar de manos. Durante el período en que Oscar Daneri trabajó en el municipio, el edificio deja de estar bajo el ala de la provincia y vuelve a pertenecer a la administración de Gualeguay. Se decide entonces la demolición de la casa. No se podía ni siquiera transitar por la vereda. Fue demolida en 1986, y el lugar fue terreno baldío por años. Recuerda Oscar que el arquitecto Solari, durante la intendencia de Jodor, fue el encargado de levantar el edificio que hoy vemos. Me decía Nidya Rampoldi que se buscaron fotos para ver la apariencia que tenía la casa original, pero que la información obtenida fue escasa. En resumidas cuentas, la Casa de la Cultura, el Museo Quirós, es más bien una intención que una realidad, creo que siempre lo fue: desde que el grupo de soñadores dio el primer paso, hasta hoy en que no hay mucho rastro de Quirós en el lugar. Sí se puede percibir que hay en el aire la memoria, el aroma necesario para festejar las paredes, las únicas posibles, que enmarcan los recuerdos y aquella maravillosa intención.
¿Por qué darle la oportunidad al tiempo para que golpeara aún con mayor decisión? Es como que hubo mucho impulso al principio y después nada: “Como pasa con muchas cosas en Gualeguay”, me dijo Zélika Alarcón; “Es como que muchos no le perdonaron a Quirós que, de regreso a la provincia, eligiera vivir en Paraná”, me dijo Nidya Rampoldi. Y digo que también a muchos de Paraná no les gustó que el museo fuera en Gualeguay.

Pienso en la desilusión que Asef Bichilani arrastró hasta su muerte en 1988. Quirós, su amigo, ya muerto y sin la casa/museo en su pago chico. Imagino a Asef, en el lugar oscuro en el que pintaba, releyendo a través de los años la carta, la felicidad de Quirós.

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