domingo, 10 de enero de 2016

Epele: un místico en Gualeguay

Luego de haber dado un primer paso en el conocimiento de la vida y la obra del Maestro Epele (1904-1960), es inevitable querer asomarse por todas las ventanas que se abran sobre los días de este gualeyo ilustre. Hay en su historia mucho de maravilla, y otro tanto de abismo, esto último visto desde el lugar de un hombre, el cronista, que hasta ahora no encontró la sintonía que lo lleve hasta la divinidad.
El libro de Celia, la hermana del Maestro, “Roberto Epele ¿Interrogante o Respuesta?” (2003), es una gran oportunidad para el conocimiento. Contiene una buena cantidad de testimonios directos que guardan peso propio. Testimonios que aclaran y que, a la vez, acrecientan el misterio. El relato del mismísimo Epele es una sucesión de luces y sombras. Es Epele el hombre que en esta ciudad inició, allá por 1942, el hogar escuela San Juan Bosco: un refugio para los niños y jóvenes que andaban en la mala, o sea, sin techo ni comida, sin la posibilidad del estudio. Es Epele un ejemplo de vida, de compromiso terreno, real, práctico, sin vueltas, sin careta. Cuando él supo quién era, comprendió que tenía que trabajar en el último escalón del barro.
Su relato de vida ubica un año determinante: en 1939 llegó a Dios.
Quiero detenerme en las palabras dichas, cuando se cumplieron 15 años de la muerte del Maestro, por su amigo, el Dr. Raúl A. Badaracco, el 6 de febrero de 1975.  Leyó una serie de aproximaciones a la esencia de quien fuera su maestro, por el micrófono de LT 38 Radio Gualeguay. Lo dicho por Badaracco tiene pasajes sorprendentes, palabras que confirman el misterio donde respiró Epele.
En la memoria leída por Badaracco aparece una primera palabra: místico, y para ella elijo algunas de las definiciones que da el diccionario de la Real Academia: Que incluye misterio o razón oculta; Que se dedica a la vida espiritual; Experiencia de lo divino. Y una segunda palabra: misticismo: Estado de la persona que se dedica mucho a Dios o a las cosas espirituales; Estado extraordinario de perfección religiosa, que consiste esencialmente en cierta unión inefable del alma con Dios por el amor, y va acompañado accidentalmente de éxtasis y revelaciones.
En la radio gualeya se escuchó: “El aspecto más descollante de la recia personalidad de don Roberto Epele, que condicionaba todos los otros aspectos de su conducta y de su vida, después de su conversión, fue su carácter esencial y profundo de auténtico místico.
Y para comprenderlo, hay que comprender primero el camino que su espíritu recorrió hasta llegar al misticismo final de su existencia ejemplar.
Epele llegó al misticismo por el más largo y más difícil de los caminos: la vía intelectual. No llegó al misticismo, como San Francisco de Asís, por un desbordado amor hacia los animales, las plantas, el mundo físico y los semejantes; ni llegó al misticismo, como Santa Teresa, por el camino del éxtasis; ni llegó al misticismo, como San Buenaventura, por la Teología y la visión directa. Epele llegó al misticismo por el arduo camino de la razón, que lo llevó al final, al deslumbramiento final del que nunca retornaría.
El joven Epele (La Botica del Diablo de Jorge Surraco.
Por eso, los que no lo interpretaron, lo sintieron siempre lejano y distante; y en realidad, siempre estuvo, desde el momento de su conversión, lejano y distante, porque vivía en el mundo de los valores absolutos, hasta donde íbamos los que vivimos en el mundo, a veces, a importunarlo, y desde donde, él a veces, accedía a descender, entre mortificado y tolerante.
La peculiaridad del camino que lo llevó al misticismo, explica que abandonara sus estudios de Medicina, porque toda ciencia es la captación intelectual de parcelas específicas y particulares de la realidad, y un espíritu ávido de valores universales, tiene que, naturalmente buscar otros rumbos para la realización completa de su vocación; y así fue como Epele, por el camino de las matemáticas y de la filosofía encontró a Dios”.
Se me ocurre que llegar a Dios no debe ser tarea fácil, es como asomarse al principio de la primera historia. Dice Badaracco que lo hizo a través de las ciencias. Imagino a Epele agotando la medicina, y tantas otras materias que debió conocer para luego agotarlas, para sospechar que tenían un límite, y que detrás de esos finales estaba el Creador. Imagino que una vez cerca de Dios, su trato habrá sido a través de la palabra, las matemáticas y la filosofía, nexos casi inagotables. Digo que hay en los elementos con los que Epele llegó a Dios, una especie de sintonía poética, una resultante esencial con la que izarse hasta el último cielo. Así el camino me gusta más, se me hace más blando, suave, humano, imperfectamente humano. Pienso en la imperfecta poesía humana, que tanto me gusta cuando esta no nos lleva a la ausencia. Me pregunto ¿qué fuerza maravillosa llevaba a Epele hasta sus pibes?, cuando él bien sabía de distancias tan vastas.
Continúa Badaracco: “(…) Pero hay, en don Roberto Epele, todavía, un mérito más importante: a las altas cumbres del misticismo no se llega gratuitamente. Los que llegan a esas cumbres, habitualmente, han debido antes realizar sacrificios enormes. El sacrificio que hizo don Roberto Epele fue renunciar a las posibilidades que su amplísima cultura le ofrecía, con absoluta consciencia de que lo hacía con voluntad personal de renunciamiento, con clara visión de todo lo que perdía.
(…) Epele, tan respetuoso, hasta el exceso, de las opiniones ajenas, aún de los intelectualmente rústicos, se solía burlar en privado, con un dejo de socarrona tristeza, de la incurable puerilidad del ateísmo, y de la ingenuidad infantil del materialismo.
Solía decir que, el ser humano, que paga la entrada en los circos, para asombrarse de que dos motocicletas, dentro de una esfera metálica, giran en órbitas distintas que se entrecruzan, sin estrellarse, no ha aprendido aún, cuando se ubica en un horizonte mental materialista y ateo, a asombrarse de la inteligencia superior que, en el átomo de uranio, conduce 52 electrones negativos, girando en órbitas que se entrecruzan, sin rozarse, y a velocidades incomputables”.
Así de real la imperfecta poesía humana, y la oportunidad de una vida atenta, pero no tensa; no elijo el pensamiento afilado a cada momento; me digo, ¡cuidado!, ¿y si la búsqueda de la perfección nos deja un tanto solos?
En la radio: “(…) Gualeguay, tuvo un raro privilegio: pudo ver de cerca a un místico. Habitualmente, cuando se habla de los místicos, se los ubica lejanos y distantes: en otras épocas y en otros países. O allá en la Edad Media, entre catedrales góticas, o en un lejano país, brumoso y de leyenda, casi irreal.
Pero a Epele lo tuvimos aquí, en Gualeguay, respiró nuestros aires, transitó nuestras calles, lo pudimos ver y escuchar.
Qué apasionante tema de estudio hubiera sido para León Bloy, escudriñar por qué misteriosas razones, Gualeguay tuvo el privilegio de poder ver de cerca a un místico”. Seguro que Bloy (1846-1917) se hubiese ocupado gustoso: la relación entre el hombre y la absoluta grandeza de los cielos.
Nombres en la radio: “(…) La juventud estudiosa, o con inquietudes intelectuales o artísticas, rodeó espontáneamente a Roberto Epele. Sin pretender recordar a todos, citaremos, entre otros, a Alfredo Veiravé, Asef Bichilani, Cacho Morabes, Roberto González, Mario Vigliano, Carlos Cúneo, Jorge Núñez, y tantos otros. El tiempo dirá los quilates de la generación gualeguayense que giró en torno a Roberto Epele. Algunos ya se están destacando. Cabe destacar que fue un momento estelar de la cultura de Gualeguay: tal vez no lo hubo antes y tal vez no lo hubo después, un grupo tan numeroso de gente joven tan íntimamente comprometido con los problemas culturales. Sería aventurado afirmar que todo ello se debió a la exclusiva influencia de Roberto Epele: pero no sería aventurado decir que, en gran medida, ello se debió a su indudable influencia de guía y de Maestro, cuya autenticidad no se escapaba a todos los que tuvieron la suerte de poder acercársele”.
Es verdad, la influencia de Epele fue por ejemplo decisiva en la vida de Roberto “Cachete” González, lo fue en la de Antonio Castro, pero es cierto que no todo lo hizo Epele, también fue un alma fundante de Gualeguay el librero Ernesto Hartkopf, un hombre de izquierda, sin Dios, con un compromiso humanista coincidente con el de Epele. Estos dos hombres fueron una suerte fundamental para la historia cultural de la ciudad.

Para los hombres siempre hay un barranco. Pienso en el hombre solo. Quizás insista en el riesgo porque bien sé de la solitaria imperfección. El Maestro Epele entregó su vida: así en la tierra como en el cielo. Una obra admirable. ¿Una experiencia de lo divino? ¿Una rígida lejanía de sí mismo? Pienso en la condición humana, y difícil se me hace aceptar tanto paraíso.

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