Luego de haber dado un primer paso en el conocimiento de la vida y la obra
del Maestro Epele (1904-1960), es inevitable querer asomarse por todas las
ventanas que se abran sobre los días de este gualeyo ilustre. Hay en su
historia mucho de maravilla, y otro tanto de abismo, esto último visto desde el
lugar de un hombre, el cronista, que hasta ahora no encontró la sintonía que lo
lleve hasta la divinidad.
El libro de Celia, la hermana del Maestro, “Roberto Epele ¿Interrogante
o Respuesta?” (2003), es una gran oportunidad para el conocimiento. Contiene
una buena cantidad de testimonios directos que guardan peso propio. Testimonios
que aclaran y que, a la vez, acrecientan el misterio. El relato del mismísimo
Epele es una sucesión de luces y sombras. Es Epele el hombre que en esta ciudad
inició, allá por 1942, el hogar escuela San Juan Bosco: un refugio para los
niños y jóvenes que andaban en la mala, o sea, sin techo ni comida, sin la
posibilidad del estudio. Es Epele un ejemplo de vida, de compromiso terreno,
real, práctico, sin vueltas, sin careta. Cuando él supo quién era, comprendió
que tenía que trabajar en el último escalón del barro.
Su relato de vida ubica un año determinante: en 1939 llegó a Dios.
Quiero detenerme en las palabras dichas, cuando se cumplieron 15 años de
la muerte del Maestro, por su amigo, el Dr. Raúl A. Badaracco, el 6 de febrero
de 1975. Leyó una serie de
aproximaciones a la esencia de quien fuera su maestro, por el micrófono de LT 38
Radio Gualeguay. Lo dicho por Badaracco tiene pasajes sorprendentes, palabras que
confirman el misterio donde respiró Epele.
En la memoria leída por Badaracco aparece una primera palabra: místico,
y para ella elijo algunas de las definiciones que da el diccionario de la Real
Academia: Que incluye misterio o razón oculta; Que se dedica a la vida
espiritual; Experiencia de lo divino. Y una segunda palabra: misticismo: Estado
de la persona que se dedica mucho a Dios o a las cosas espirituales; Estado
extraordinario de perfección religiosa, que consiste esencialmente en cierta
unión inefable del alma con Dios por el amor, y va acompañado accidentalmente
de éxtasis y revelaciones.
En la radio gualeya se escuchó: “El aspecto más descollante de la recia
personalidad de don Roberto Epele, que condicionaba todos los otros aspectos de
su conducta y de su vida, después de su conversión, fue su carácter esencial y
profundo de auténtico místico.
Y para comprenderlo, hay que comprender primero el camino que su
espíritu recorrió hasta llegar al misticismo final de su existencia ejemplar.
Epele llegó al misticismo por el más largo y más difícil de los caminos:
la vía intelectual. No llegó al misticismo, como San Francisco de Asís, por un
desbordado amor hacia los animales, las plantas, el mundo físico y los
semejantes; ni llegó al misticismo, como Santa Teresa, por el camino del
éxtasis; ni llegó al misticismo, como San Buenaventura, por la Teología y la
visión directa. Epele llegó al misticismo por el arduo camino de la razón, que
lo llevó al final, al deslumbramiento final del que nunca retornaría.
El joven Epele (La Botica del Diablo de Jorge Surraco. |
Por eso, los que no lo interpretaron, lo sintieron siempre lejano y
distante; y en realidad, siempre estuvo, desde el momento de su conversión,
lejano y distante, porque vivía en el mundo de los valores absolutos, hasta
donde íbamos los que vivimos en el mundo, a veces, a importunarlo, y desde
donde, él a veces, accedía a descender, entre mortificado y tolerante.
La peculiaridad del camino que lo llevó al misticismo, explica que
abandonara sus estudios de Medicina, porque toda ciencia es la captación
intelectual de parcelas específicas y particulares de la realidad, y un
espíritu ávido de valores universales, tiene que, naturalmente buscar otros
rumbos para la realización completa de su vocación; y así fue como Epele, por
el camino de las matemáticas y de la filosofía encontró a Dios”.
Se me ocurre que llegar a Dios no debe ser tarea fácil, es como asomarse
al principio de la primera historia. Dice Badaracco que lo hizo a través de las
ciencias. Imagino a Epele agotando la medicina, y tantas otras materias que
debió conocer para luego agotarlas, para sospechar que tenían un límite, y que detrás
de esos finales estaba el Creador. Imagino que una vez cerca de Dios, su trato
habrá sido a través de la palabra, las matemáticas y la filosofía, nexos casi
inagotables. Digo que hay en los elementos con los que Epele llegó a Dios, una
especie de sintonía poética, una resultante esencial con la que izarse hasta el
último cielo. Así el camino me gusta más, se me hace más blando, suave, humano,
imperfectamente humano. Pienso en la imperfecta poesía humana, que tanto me
gusta cuando esta no nos lleva a la ausencia. Me pregunto ¿qué fuerza
maravillosa llevaba a Epele hasta sus pibes?, cuando él bien sabía de
distancias tan vastas.
Continúa Badaracco: “(…) Pero hay, en don Roberto Epele, todavía, un
mérito más importante: a las altas cumbres del misticismo no se llega
gratuitamente. Los que llegan a esas cumbres, habitualmente, han debido antes
realizar sacrificios enormes. El sacrificio que hizo don Roberto Epele fue
renunciar a las posibilidades que su amplísima cultura le ofrecía, con absoluta
consciencia de que lo hacía con voluntad personal de renunciamiento, con clara
visión de todo lo que perdía.
(…) Epele, tan respetuoso, hasta el exceso, de las opiniones ajenas, aún
de los intelectualmente rústicos, se solía burlar en privado, con un dejo de
socarrona tristeza, de la incurable puerilidad del ateísmo, y de la ingenuidad
infantil del materialismo.
Solía decir que, el ser humano, que paga la entrada en los circos, para
asombrarse de que dos motocicletas, dentro de una esfera metálica, giran en
órbitas distintas que se entrecruzan, sin estrellarse, no ha aprendido aún,
cuando se ubica en un horizonte mental materialista y ateo, a asombrarse de la
inteligencia superior que, en el átomo de uranio, conduce 52 electrones
negativos, girando en órbitas que se entrecruzan, sin rozarse, y a velocidades
incomputables”.
Así de real la imperfecta poesía humana, y la oportunidad de una vida
atenta, pero no tensa; no elijo el pensamiento afilado a cada momento; me digo,
¡cuidado!, ¿y si la búsqueda de la perfección nos deja un tanto solos?
En la radio: “(…) Gualeguay, tuvo un raro privilegio: pudo ver de cerca
a un místico. Habitualmente, cuando se habla de los místicos, se los ubica
lejanos y distantes: en otras épocas y en otros países. O allá en la Edad
Media, entre catedrales góticas, o en un lejano país, brumoso y de leyenda,
casi irreal.
Pero a Epele lo tuvimos aquí, en Gualeguay, respiró nuestros aires,
transitó nuestras calles, lo pudimos ver y escuchar.
Qué apasionante tema de estudio hubiera sido para León Bloy, escudriñar
por qué misteriosas razones, Gualeguay tuvo el privilegio de poder ver de cerca
a un místico”. Seguro que Bloy (1846-1917) se hubiese ocupado gustoso: la
relación entre el hombre y la absoluta grandeza de los cielos.
Nombres en la radio: “(…) La juventud estudiosa, o con inquietudes
intelectuales o artísticas, rodeó espontáneamente a Roberto Epele. Sin
pretender recordar a todos, citaremos, entre otros, a Alfredo Veiravé, Asef
Bichilani, Cacho Morabes, Roberto González, Mario Vigliano, Carlos Cúneo, Jorge
Núñez, y tantos otros. El tiempo dirá los quilates de la generación
gualeguayense que giró en torno a Roberto Epele. Algunos ya se están
destacando. Cabe destacar que fue un momento estelar de la cultura de
Gualeguay: tal vez no lo hubo antes y tal vez no lo hubo después, un grupo tan
numeroso de gente joven tan íntimamente comprometido con los problemas
culturales. Sería aventurado afirmar que todo ello se debió a la exclusiva
influencia de Roberto Epele: pero no sería aventurado decir que, en gran
medida, ello se debió a su indudable influencia de guía y de Maestro, cuya
autenticidad no se escapaba a todos los que tuvieron la suerte de poder
acercársele”.
Es verdad, la influencia de Epele fue por ejemplo decisiva en la vida de
Roberto “Cachete” González, lo fue en la de Antonio Castro, pero es cierto que
no todo lo hizo Epele, también fue un alma fundante de Gualeguay el librero
Ernesto Hartkopf, un hombre de izquierda, sin Dios, con un compromiso humanista
coincidente con el de Epele. Estos dos hombres fueron una suerte fundamental para
la historia cultural de la ciudad.
Para los hombres siempre hay un barranco. Pienso en el hombre solo. Quizás
insista en el riesgo porque bien sé de la solitaria imperfección. El Maestro
Epele entregó su vida: así en la tierra como en el cielo. Una obra admirable. ¿Una
experiencia de lo divino? ¿Una rígida lejanía de sí mismo? Pienso en la
condición humana, y difícil se me hace aceptar tanto paraíso.
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