domingo, 17 de enero de 2016

Roberto Epele en el recuerdo

El libro de Celia Epele, “Roberto Epele ¿Interrogante o Respuesta” (2003) fijó las palabras de muchos hombres que ya no están. A algunos los acompañó Catón, otros hicieron el recorrido cuando en apariencia el llevador ya no estaba. Mi sensación es que Catón sigue acompañando, un quehacer mágico que no se suspende por lluvia o muerte.
Palabras que recuerdan al Maestro Epele, el hombre íntegro, el místico, el hombre que vivió en el misterio, una clase de misterio con sintonía cercana al misterio en el que razonaba Homero Manzi: la preocupación por aquellos que sufren en la pobreza. Recuerda Celia a su hermano: “(…) Se lo ve en el ámbito del Hogar trabajando, rezando, haciendo ayunos, dirigiendo a los niños en sus oraciones, guiándolos para que oraran por ellos, por sus compañeros, por los que necesitaran ayuda. (…)”. Un rezo de hombres libres de egoísmo.
De las páginas del libro extraigo un primer testimonio del plástico Antonio Castro. En entrevista aparecida en Clarín (1974) dijo: “(…) Todo el estudio que tengo, se lo debo a don Roberto Epele, Director del Hogar Escuela ‘San Juan Bosco’, donde se encarrilaba a los gurises que andaban desbandados. Yo, uno de ellos. No sé por qué este hombre culto, que sabía de todo, fue a enclaustrarse allí para ocuparse de los gurises pobres de Gualeguay. El asunto fue que cuando vio que a mí me gustaba el dibujo, me empezó a mostrar libros con láminas de pintura del Renacimiento y me compraba papel de envolver y colores. A los 13 años salí de la escuela pero, gracias a él, ya sabía lo que quería y no abandoné el dibujo”.
El mismo Castro, en el 50 aniversario del Hogar, en la nota “Antonio Castro. Un hijo pródigo” (El Debate Pregón: 23 de mayo de 1992) recordó: “Mi paso por el Hogar sirvió para encauzar mi vida, nos hizo hombres de bien. Cuando yo era gurí, en la calle, en esa época, teníamos el ejemplo de falsos héroes violentos, a los que nos queríamos parecer, capomafias como Dillinger, Mate Cocido y otros. Y apareció esto. Un bastión salvador de inmejorable calidad humana, de un hombre de sapiencia, una voluntad extraordinaria para mantener y despertar las mejores condiciones de cada uno. Soy un eterno agradecido de haber conocido a este hombre magistral, Roberto Epele. Siendo niño, él me enseñó, él me hizo ver en forma directa el camino a seguir, entre todas las necesidades. Hoy a los 60, me parece que recién empiezo a pintar, como cuando él me mandaba a lo Bisso a buscar papel de estraza, que pagaba de su bolsillo, y aún, cuando él no tenía plata, que eran muchas veces, me mandaba a ver tal o cual persona, a pedir el papel y la carbonilla a su nombre, y nunca me lo negaron en ‘Casa Bisso’. Luego el Maestro me indicaba, me sugería, porque él nunca obligaba, que ensayara algún retrato de algún compañero, de algún fulano, que por sus características despertara algo en mí. Al papel lo poníamos sobre los tablones, los mismos donde nosotros ejercitábamos con las tareas de estudio. Recuerdo también esos libros que leí en mi infancia, que nunca hubiera visto de no haber estado acá en el Hogar, y de la mano generosa de este hombre. El Hogar le dio sentido a mi vida”.
También Celia consigna palabras leídas frente a la tumba del Maestro, un año después de su muerte, por el Dr. Carlos Alberto Legna, ex alumno. De ellas remarco esta definición: “(…) Hombre poliédrico, supo amalgamar perfectamente sus facetas. Eso es lo notable en Roberto Epele. Saber como poeta intuir verdades e ideales; como científico decantarlos, purificarlos, definirlos y expresarlos; como santo adaptar su vida a ellos en armonía perfecta. / No fue solamente intelectual, ni moralista, ni artista. Fue todo junto; fue hombre en integridad y plenitud como pocos”.
A veces en el trabajo de Celia las fronteras se diluyen, y entonces se habla del Maestro y a la vez de los demás, una manera de probar la existencia de la cosecha de lo sembrado en la niñez por Epele. En este caso Celia recuerda a Cachete González: “(…) Parecería un atrevimiento hablar de él como ‘Cachete’-Cacho lo llama Veiravé. Ese apodo rememora afecto, aprecio, e imágenes amables y sonrientes de un muchachito que atrapaba la pelota de football delante del arco, levantándose en el aire con la gracia de un bailarín. Se diría que la armonía de los movimientos daba idea ya de su espíritu artístico. Era realmente hermoso verlo. No hay en la memoria de quien narra muchos datos sobre su vida como para pormenorizarla. Más que nada hay sentimientos, y ellos atraen al pensamiento formas que reproducen la figura del jovencito que, por alguna razón, tomó los pinceles y desde los largos bancos de madera alargó su mirada más allá de la puerta de la ‘Academia’ de Epele (una habitación del Hogar que daba a la calle y a la que los alumnos le dieron ese nombre, porque allí dictaba sus clases frente a largos tablones de madera que servían de mesas) hasta la vereda de enfrente, desde donde un recorte del Banco Italia lo desafió con una palmera que asomaba, a que pintara lo que veía –y con ignorancia de lego, quien vio su cuadrito, se expresó con lenguaje llano diciendo: ‘Está igualito’. Sus pinceles hablaron desde el principio. Y salieron de sus manos unos hermosos y gráciles gladiolos, que Epele regaló a sus padres en sus bodas de oro. Luego se enamora de un pedazo de campo: agua, cielo, verde de árboles y marrón con amarillo de camino y alambrado; un viejo que pasa; un atardecer encendido. Son sus primeros pasos. Cuadros sin firma. Luego la vida lo lleva por altos y bajos emocionales; sus amigos siempre dándole una mano. Y se hace un gran pintor, que un día, cuando el Hogar Escuela cumplía sus cincuenta años, le trajo sus cuadros para exponerlos junto al arte de Quirós, de Asef Bichilani, Antonio Castro y Derlis Maddonni. Fue un homenaje a Quirós y a Epele”.
Epele por Lydia Tchira
Continúa Celia, agrega buena gente al relato sobre Cachete: “Un sueño suyo era hacer una galería de arte en el Hogar y llamarla ‘Roberto Nicolás Epele’. En esa circunstancia, quedó el compromiso de que su esposa, Lydia Tchira, retratista y dibujante destacada, nacida en Manchester, Inglaterra, pintaría un retrato de Epele. Sólo una pasión trasmitida puede explicar la magnífica obra, que adorna una pared del Hogar, que es, según opinión de un familiar, su vivo retrato. Pero un retrato que trasmite vida a través de sus ojos que miran con intensidad desde la tela. Se expresa aquí que sólo con una fuerte motivación se pudo trabajar de esta manera, pues la artista no lo conocía personalmente y sólo contaba con algunas instantáneas y las referencias de su esposo. Sin casi contacto personal con la Sra. Lydia Tchira, pero frente a cartas suyas, se puede decir que su hermosa letra nos revela su elevación, inteligencia y personalidad. Evidentemente, amaba y apreciaba a su esposo y es de suponer, que más allá de la vida terrena, sigue siendo amado y admirado”.
Luego se transcribe lo dicho por Cachete en la nota “Roberto González. Una opinión y un mensaje” (El Debate Pregón: 23 de mayo 1992): “Todo esto que estamos viviendo con motivo del quincuagésimo aniversario del Hogar Escuela es magnífico, está marcando una evolución notable a favor del Hogar, que ahora se incorpora a la vida ciudadana. Ofreciendo su sala de exposiciones, trasmitiendo esa cultura que Roberto Epele supo cimentar a través de sus innumerables alumnos que hoy son destacados profesionales, sobre todo hombres de bien, dedicados a hacer el bien con su profesión, a este pueblo. Los chicos pueden tener un gran destino, más destacado que el de nuestros brillantes artistas. Se puede ser un brillante artista, pero hay que ser un brillante hombre, porque el fuego fatuo no sirve para nada si no tenemos una humanidad que se responsabilice del hombre que ejerce una determinada profesión. Estos niños, acá, con el ejemplo que le dan los mayores todos los días, con el recuerdo de Roberto Epele, con su simiente, tienen que fructificar en hombres buenos y útiles. La humanidad tiene que salvar, porque los valores fatuos deben desaparecer, ya que este planeta que nos han regalado, lo hemos estado haciendo pedazos y eso tiene que cambiar, está cambiando. A mí Buenos Aires me hizo sufrir, porque yo elegí eso, como un masoquista del espíritu. Eso fue el destierro, pero no hay cosa más hermosa que la lucha. Yo vine a Gualeguay a pagar una deuda que tengo con el Hogar Escuela; Roberto Epele me dijo: ‘Usted, algún día, le va a enseñar a estos chicos’, y bueno, acá estoy. A todo aquello que hizo posible que nosotros llegáramos a una edad madura, hombres redimidos por la bondad, la honradez y el buen camino que nos marcó nuestro querido Roberto”.

Es una suerte que Celia haya trabajado en esta memoria sobre el Maestro. El libro es un lugar donde encontrarse con el reconocimiento de los alumnos; un lugar para saber del camino de su conversión, su misterio; y un lugar para interesarse sobre una cantidad de documentos, escritos del propio Epele, e información variada. Capítulo aparte, me digo, será consignar ciertos elementos que tejieron el entramado que rodea la historia triste de la casa natal de Cesáreo Bernaldo de Quirós. Celia rinde culto a la memoria, la practica cuando escribe su libro, cuando da su testimonio en el documental “Conociendo al Maestro Epele” (2007-2009) de Jorge Surraco. Asume su responsabilidad y cuenta hasta donde le permite su amor. 

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