El libro de Celia Epele, “Roberto Epele ¿Interrogante o Respuesta”
(2003) fijó las palabras de muchos hombres que ya no están. A algunos los
acompañó Catón, otros hicieron el recorrido cuando en apariencia el llevador ya
no estaba. Mi sensación es que Catón sigue acompañando, un quehacer mágico que
no se suspende por lluvia o muerte.
Palabras que recuerdan al Maestro Epele, el hombre íntegro, el místico,
el hombre que vivió en el misterio, una clase de misterio con sintonía cercana
al misterio en el que razonaba Homero Manzi: la preocupación por aquellos que
sufren en la pobreza. Recuerda Celia a su hermano: “(…) Se lo ve en el ámbito
del Hogar trabajando, rezando, haciendo ayunos, dirigiendo a los niños en sus
oraciones, guiándolos para que oraran por ellos, por sus compañeros, por los
que necesitaran ayuda. (…)”. Un rezo de hombres libres de egoísmo.
De las páginas del libro extraigo un primer testimonio del plástico
Antonio Castro. En entrevista aparecida en Clarín (1974) dijo: “(…) Todo el
estudio que tengo, se lo debo a don Roberto Epele, Director del Hogar Escuela
‘San Juan Bosco’, donde se encarrilaba a los gurises que andaban desbandados.
Yo, uno de ellos. No sé por qué este hombre culto, que sabía de todo, fue a
enclaustrarse allí para ocuparse de los gurises pobres de Gualeguay. El asunto
fue que cuando vio que a mí me gustaba el dibujo, me empezó a mostrar libros
con láminas de pintura del Renacimiento y me compraba papel de envolver y
colores. A los 13 años salí de la escuela pero, gracias a él, ya sabía lo que
quería y no abandoné el dibujo”.
El mismo Castro, en el 50 aniversario del Hogar, en la nota “Antonio
Castro. Un hijo pródigo” (El Debate Pregón: 23 de mayo de 1992) recordó: “Mi
paso por el Hogar sirvió para encauzar mi vida, nos hizo hombres de bien.
Cuando yo era gurí, en la calle, en esa época, teníamos el ejemplo de falsos
héroes violentos, a los que nos queríamos parecer, capomafias como Dillinger,
Mate Cocido y otros. Y apareció esto. Un bastión salvador de inmejorable
calidad humana, de un hombre de sapiencia, una voluntad extraordinaria para
mantener y despertar las mejores condiciones de cada uno. Soy un eterno
agradecido de haber conocido a este hombre magistral, Roberto Epele. Siendo
niño, él me enseñó, él me hizo ver en forma directa el camino a seguir, entre
todas las necesidades. Hoy a los 60, me parece que recién empiezo a pintar,
como cuando él me mandaba a lo Bisso a buscar papel de estraza, que pagaba de
su bolsillo, y aún, cuando él no tenía plata, que eran muchas veces, me mandaba
a ver tal o cual persona, a pedir el papel y la carbonilla a su nombre, y nunca
me lo negaron en ‘Casa Bisso’. Luego el Maestro me indicaba, me sugería, porque
él nunca obligaba, que ensayara algún retrato de algún compañero, de algún
fulano, que por sus características despertara algo en mí. Al papel lo poníamos
sobre los tablones, los mismos donde nosotros ejercitábamos con las tareas de
estudio. Recuerdo también esos libros que leí en mi infancia, que nunca hubiera
visto de no haber estado acá en el Hogar, y de la mano generosa de este hombre.
El Hogar le dio sentido a mi vida”.
También Celia consigna palabras leídas frente a la tumba del Maestro, un
año después de su muerte, por el Dr. Carlos Alberto Legna, ex alumno. De ellas
remarco esta definición: “(…) Hombre poliédrico, supo amalgamar perfectamente
sus facetas. Eso es lo notable en Roberto Epele. Saber como poeta intuir
verdades e ideales; como científico decantarlos, purificarlos, definirlos y
expresarlos; como santo adaptar su vida a ellos en armonía perfecta. / No fue
solamente intelectual, ni moralista, ni artista. Fue todo junto; fue hombre en
integridad y plenitud como pocos”.
A veces en el trabajo de Celia las fronteras se diluyen, y entonces se
habla del Maestro y a la vez de los demás, una manera de probar la existencia
de la cosecha de lo sembrado en la niñez por Epele. En este caso Celia recuerda
a Cachete González: “(…) Parecería un atrevimiento hablar de él como
‘Cachete’-Cacho lo llama Veiravé. Ese apodo rememora afecto, aprecio, e
imágenes amables y sonrientes de un muchachito que atrapaba la pelota de
football delante del arco, levantándose en el aire con la gracia de un
bailarín. Se diría que la armonía de los movimientos daba idea ya de su espíritu
artístico. Era realmente hermoso verlo. No hay en la memoria de quien narra
muchos datos sobre su vida como para pormenorizarla. Más que nada hay
sentimientos, y ellos atraen al pensamiento formas que reproducen la figura del
jovencito que, por alguna razón, tomó los pinceles y desde los largos bancos de
madera alargó su mirada más allá de la puerta de la ‘Academia’ de Epele (una
habitación del Hogar que daba a la calle y a la que los alumnos le dieron ese
nombre, porque allí dictaba sus clases frente a largos tablones de madera que
servían de mesas) hasta la vereda de enfrente, desde donde un recorte del Banco
Italia lo desafió con una palmera que asomaba, a que pintara lo que veía –y con
ignorancia de lego, quien vio su cuadrito, se expresó con lenguaje llano
diciendo: ‘Está igualito’. Sus pinceles hablaron desde el principio. Y salieron
de sus manos unos hermosos y gráciles gladiolos, que Epele regaló a sus padres
en sus bodas de oro. Luego se enamora de un pedazo de campo: agua, cielo, verde
de árboles y marrón con amarillo de camino y alambrado; un viejo que pasa; un
atardecer encendido. Son sus primeros pasos. Cuadros sin firma. Luego la vida
lo lleva por altos y bajos emocionales; sus amigos siempre dándole una mano. Y
se hace un gran pintor, que un día, cuando el Hogar Escuela cumplía sus
cincuenta años, le trajo sus cuadros para exponerlos junto al arte de Quirós,
de Asef Bichilani, Antonio Castro y Derlis Maddonni. Fue un homenaje a Quirós y
a Epele”.
Epele por Lydia Tchira |
Continúa Celia, agrega buena gente al relato sobre Cachete: “Un sueño
suyo era hacer una galería de arte en el Hogar y llamarla ‘Roberto Nicolás
Epele’. En esa circunstancia, quedó el compromiso de que su esposa, Lydia
Tchira, retratista y dibujante destacada, nacida en Manchester, Inglaterra,
pintaría un retrato de Epele. Sólo una pasión trasmitida puede explicar la
magnífica obra, que adorna una pared del Hogar, que es, según opinión de un
familiar, su vivo retrato. Pero un retrato que trasmite vida a través de sus
ojos que miran con intensidad desde la tela. Se expresa aquí que sólo con una
fuerte motivación se pudo trabajar de esta manera, pues la artista no lo
conocía personalmente y sólo contaba con algunas instantáneas y las referencias
de su esposo. Sin casi contacto personal con la Sra. Lydia Tchira, pero frente
a cartas suyas, se puede decir que su hermosa letra nos revela su elevación,
inteligencia y personalidad. Evidentemente, amaba y apreciaba a su esposo y es
de suponer, que más allá de la vida terrena, sigue siendo amado y admirado”.
Luego se transcribe lo dicho por Cachete en la nota “Roberto González.
Una opinión y un mensaje” (El Debate Pregón: 23 de mayo 1992): “Todo esto que
estamos viviendo con motivo del quincuagésimo aniversario del Hogar Escuela es
magnífico, está marcando una evolución notable a favor del Hogar, que ahora se
incorpora a la vida ciudadana. Ofreciendo su sala de exposiciones, trasmitiendo
esa cultura que Roberto Epele supo cimentar a través de sus innumerables
alumnos que hoy son destacados profesionales, sobre todo hombres de bien,
dedicados a hacer el bien con su profesión, a este pueblo. Los chicos pueden
tener un gran destino, más destacado que el de nuestros brillantes artistas. Se
puede ser un brillante artista, pero hay que ser un brillante hombre, porque el
fuego fatuo no sirve para nada si no tenemos una humanidad que se
responsabilice del hombre que ejerce una determinada profesión. Estos niños,
acá, con el ejemplo que le dan los mayores todos los días, con el recuerdo de
Roberto Epele, con su simiente, tienen que fructificar en hombres buenos y
útiles. La humanidad tiene que salvar, porque los valores fatuos deben
desaparecer, ya que este planeta que nos han regalado, lo hemos estado haciendo
pedazos y eso tiene que cambiar, está cambiando. A mí Buenos Aires me hizo
sufrir, porque yo elegí eso, como un masoquista del espíritu. Eso fue el
destierro, pero no hay cosa más hermosa que la lucha. Yo vine a Gualeguay a
pagar una deuda que tengo con el Hogar Escuela; Roberto Epele me dijo: ‘Usted,
algún día, le va a enseñar a estos chicos’, y bueno, acá estoy. A todo aquello
que hizo posible que nosotros llegáramos a una edad madura, hombres redimidos
por la bondad, la honradez y el buen camino que nos marcó nuestro querido
Roberto”.
Es una suerte que Celia haya trabajado en esta memoria sobre el Maestro.
El libro es un lugar donde encontrarse con el reconocimiento de los alumnos; un
lugar para saber del camino de su conversión, su misterio; y un lugar para
interesarse sobre una cantidad de documentos, escritos del propio Epele, e
información variada. Capítulo aparte, me digo, será consignar ciertos elementos
que tejieron el entramado que rodea la historia triste de la casa natal de
Cesáreo Bernaldo de Quirós. Celia rinde culto a la memoria, la practica cuando
escribe su libro, cuando da su testimonio en el documental “Conociendo al
Maestro Epele” (2007-2009) de Jorge Surraco. Asume su responsabilidad y cuenta
hasta donde le permite su amor.
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