Roberto “Cachete”
González siempre se las arregla para volver a su patria primera, la ciudad de
Gualeguay. Además sabe, a esta altura de mis días gualeyos, que me intereso por
su vida y obra. A través del paisaje nos hicimos amigos. Y de esta relación
sabe su hija, Marisa, que me sigue acercando material, pistas sobre el andar de
su padre cuando creaba desde uno de los mundos posibles. El buen fantasma de
Cachete sabe de esta, mi búsqueda, y de este encuentro con su hija, y entonces
él también colabora, abre puertas, invita a aquellos que todavía recuerdan
desde la vereda de la vida, para que relaten una anécdota, una imagen, y si
bien en toda la ciudad circulan sus historias, sus señales, creo, o mejor, me
gusta creer que a veces agrega a sus ya mágicos modos, acentos y direcciones
para que las historias lleguen hasta mi escritorio de cronista de la memoria.
Fue así que llegué
hasta su anécdota como “serenatero” enamorado: en vez de pincel a la mano,
llevó en la de pintar: un guitarrero. Era noche de diciembre, como anoté, a la
hora preferida de los fantasmas. Cuanto más me interno en los quehaceres
terrenos de Cachete, más me convenzo de que sus movimientos en la tierra tenían
que ver con su presente de hombre y con su futuro como fantasma. Sospechaba a
veces, me digo, que la Parca no iba a poder con él, y como al final de cuentas,
la susodicha es una dama, de caballero le jugó los pasos necesarios para que
los descuidados compraran la noticia de su muerte, pero no fue más que un gesto
galante; se hizo a un lado para que la dama, ella sí, pasara hacia el otro
barrio.
Cachete González |
Fue a través de las
publicaciones y catálogos que me acerca Marisa, que llegué hasta la publicidad
de una exposición de Cachete en la SAAP (Sociedad Argentina de Artistas
Plásticos) en 1990. Ahí descubrí el título de una obra que considero
fundacional en el hacer mágico del artista, tanto en la vida como en el arte,
dos cuestiones que para muchos puede corresponder como nombres de elementos
distintos, pero que en el caso de Roberto González definitivamente significaban
lo mismo, un todo, su volcán filosofal. El título: “Hay veces que me encanta
dibujar como se me canta”.
Estoy trabajando
junto a Marisa en el armado de un blog sobre su padre artista (https://cachetegonzalez.blogspot.com.ar).
En medio de este quehacer recibo la fotocopia de una nota sobre una muestra
homenaje a Cachete, a poco de su “aparente” muerte, realizada en el Museo de
Artes Plásticas Dámaso Arce de Olavarría, en mayo de 1999. En la nota (17 de
mayo) del diario “El Popular”, firmada por Guillermo Del Zotto, se informa que
la muestra se compone de 10 pinturas de González, y obra de otros plásticos;
entre ellos nombro a Carlos Alonso, quien junto a Cachete y Freddy Martínez
Howard, son los principales hacedores del movimiento de La Nueva Figuración.
En dicha nota leo:
“(…) hay también un retrato del artista plástico realizado por Carlos Alonso”.
Una de las fotos de la nota muestra este cuadro, con toda la definición de la
que es capaz una fotocopia de una hoja de diario. Pero ahí está, es Cachete.
¿Dónde, cómo conseguir una imagen válida de la obra? Busqué en la red, no está.
En esta obra pensé durante una semana.
Recibí entonces una
llamada telefónica de una mujer, Elena, de Paraná, interesada en la obra de
Cachete. Pude hablar con ella en el Club Social durante esta semana. Ella posee
un cuadro del artista, una posesión muy especial. Es del año 1957, y fue un
regalo de sus padres. Pasaron los años, la conserva, y esta posesión, su carga
afectiva, es la que hoy lleva a Elena hacia una revisita de su pasado, un
encuentro con la memoria y su sustancia primera. Para ello realiza una búsqueda
sobre la obra de Cachete y otros artistas. En medio de la charla, Elena me
cuenta que estuvo en Unquillo, Córdoba, en la casa de Carlos Alonso. El artista
la recibió, y en un momento Alonso recordó a Cachete, su amigo. Elena ofreció
pasarme el contacto con Alonso. Qué mejor que preguntarle sobre Cachete, y
sobre su retrato.
Es a partir de
estos “sucedidos”, diría el amigo Deolindo Romero, que pienso en que el buen
fantasma de Roberto González anda juntando imágenes, historias, y trata de
arrimarlas a mi escritura.
De manos de Marisa
recibí un ejemplar de la revista “Plaza Magazine” de 1976, una publicación del
hotel Plaza. La revista, dedicada a la difusión de temas referidos a la
Argentina (turismo, arte, personalidades) tiene una peculiaridad: sus notas no
están firmadas. Una lástima, me digo, porque contiene la nota “La pintura
angélica”: “‘La creación se me presenta como la tarea de amalgamar visiones,
sensaciones, vivencias ancestrales que uno tiene adentro, con el material que
se ha escogido para hacer la obra de arte. Se da en un secreto proceso de
elaboración mental, ajeno a nuestra conciencia’.
Así reflexiona
sobre su oficio de pintor, Roberto González, un hombre de 59 años, de aspecto
campesino y gestos bondadosos, que vive atrincherado con su familia en una
amplia casona de Palermo, custodiando decenas de cuadros y recuerdos
entrañables de las chacras de Entre Ríos, su provincia natal. ‘Ante su propia
obra algunos artistas se asombran y piensan que no han sido ellos los que la
han realizado, pues la gestación de esa creación ha sido más inconsciente que
consciente’.
González es hoy una
de las figuras principales de la plástica argentina.
‘Pintar con óleo es
lento, hay que darse un tiempo mayor. En cambio la acuarela es rápida’. Las
técnicas que usa González están determinadas por las tensiones de su conciencia
de creador. ‘Creo que me ocurre como a todos los pintores. Lo que no puedo
hacer en cuatro años de pronto lo hago en dos días. La presión interior ha
encontrado salida y entonces uno, ante su propia obra se siente angélico’.
Su producción sigue
esos ritmos: a veces profusa, en acuarelas sobre tintas precisas, coloreando
los ámbitos en los que se mueven extrañas viejecillas, gatos inigualables,
muecas inéditas de Charles Chaplin; otras veces su obra es esporádica, con todo
el tiempo propicio para la reflexión de los óleos, profundos, aptos para la
espesura de los rasgos campestres.
Sus dibujos y
acuarelas se pueden conseguir a 500 dólares; los óleos a 1.000 dólares por lo
menos. Sin embargo, no todo es cuestión de precios. La tarea del comprador
puede resultar ardua, porque González pinta para sí mismo más que para los
demás. ‘Cada vez que tengo que vender un cuadro me pongo de mal humor. Quienes
tienen cuadros míos son testigos’.
Nació y vivió toda
su juventud en Gualeguay, Entre Ríos. Allí logró hacerse pintor ahondando como
pudo la vocación que le venía desde niño. Cumpliendo con un rito casi
inevitable de los provincianos, emigra a Buenos Aires donde tiene la suerte de
encontrarse con el célebre Emilio Pettoruti, a quien él reconoce como su
verdadero maestro.
A las imágenes del
campo entrerriano se suman las de una metrópoli complicada, plena de
agitaciones intelectuales. Inicia una entrañable amistad con el maestro Carlos
Castagnino, quien también influirá marcadamente en su obra. En el año 1959
viaja a París, Bruselas, Ámsterdam, Roma, etc., visitando catedrales, museos y
monumentos de artes. ‘En Francia –recuerda- viví dentro del Louvre’.
Actualmente
González trabaja en una serie de dibujos inspirados en los personajes del
Martín Fierro y en la preparación de una gran muestra de su pintura de los
últimos 8 años. Quizá muchas de estas obras vayan a engrosar pinacotecas de
Brasil, España, Estados Unidos y Francia, los países desde los cuales recibe
pedidos con mayor frecuencia. Ninguna de estas contingencias alterará sin
embargo el ritmo de una vida que tiene un objetivo central: la incesante
creación y el cultivo de la arrogancia de ser artista”.
Es la primera nota
de todas las leídas hasta ahora sobre Cachete González que guarda varios testimonios
directos del plástico. Una especie de mínima entrevista.
“Sentirse
angélico”, o sentirse feliz, realizado, a través de la tarea en tránsito o
terminada. La primera vez que escuché la palabra “angélico” utilizada en
relación al arte que algunas personas pueden desarrollar a lo largo de sus
vidas, fue en el disco del Tata Cedrón: “Cuarteto Cedrón canta a Raúl González
Tuñón”, entre los temas musicales discurre una entrevista que el Tata le
realizara al poeta. Ahí, desde ese lugar en el tiempo, en mi memoria, supe de
los seres angélicos, referido el calificativo a existencias apasionadas por la
escritura del poema necesario que nos lleve a ser personas, artistas de la
vida. Es el caso de Cachete, un ser angélico que va y viene entre los dos
barrios.
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