domingo, 23 de octubre de 2016

Mauricio Echegaray en la noche gualeya

Fue una suerte completa el encuentro con el corto “Serenata por los bares de Gualeguay” (2015) de Mauricio Echegaray. Suerte primera: me permitió entrar en contacto con las músicas del Chango Ibarra, y suerte a la par: encontrarme, conocer el trabajo y la palabra del realizador del corto, el hombre que piensa detrás de la cámara. Nacido en Gualeguay (1979), Mauricio sigue con mirada atenta el acontecer social en su ciudad/río, su aldea gualeya.
Recuerda los primeros pasos en el camino: “Terminé la secundaria, estudié dos años psicología en La Plata, me volví y ahí quedó el estudio; dejé por factores económicos, porque el segundo año no me fue tan bien, y conocí a mi mujer acá. Todo se dio para que me quede, año 2000. Aplico lo poco que aprendí, soy de pensar mucho, de darle vueltas a las cosas. La Plata me cambió la cabeza, creo que le pasa a todos los que se van; una ciudad con un poco de mentalidad de pueblo, pero caminás y te encontrás con un estudiante de filosofía, con otro de artes plásticas, las conversaciones son otra cosa. Se ve que las ideas que tenía empezaron a tomar el mismo curso”.
Pregunto por su inclinación a la lectura: “Tuve un compañero de primaria que venía de Colombia. Nosotros no sabíamos leer, y él leía y escribía. Nos hicimos amigos. Este pibe era un enfermo de la lectura. Me dijo que era socio de la biblioteca y me recomendaba libros. Conrado se fue cuando terminamos la primaria. Me hice socio y empecé a leer. Hoy leo, me gusta, pero tengo etapas. En la facultad vi libros de los que no tenía ni idea, y en una librería de viejo encontré uno de Bioy Casares: Una Muñeca Rusa, y me gustó mucho. No estaba el cine o la imagen, no miraba películas. Sí me interesaba la música, toco la guitarra y otros instrumentos, al Chango lo conozco de la música. De chiquito sí miraba mucho cine, por ATC, Función Privada, me gustaban las de Hugo del Carril, se ve que eso ha quedado. Era chico, en mi casa no me dejaban ver el programa, en la de mi abuela sí. Me acuerdo del revuelo cuando se estrenó en Función Privada ‘2001’ de  Kubrick, un flash, fue algo raro para mí. Después ‘Jesucristo Superstar’. Me acuerdo que siendo chico miraba películas, sacaba el volumen, y ponía la música que quería. Después, en La Plata, vi muchos videoclips”.
En el relato de Mauricio siguen cayendo fichas desde la memoria: “Por el 2005 me voy a Buenos Aires a estudiar grabación y posproducción de audio. Terminé, y ya tenía una cámara digital. Los programas de edición de imagen son parecidos. Hacía videos para la familia, y me dice mi señora de comprarme una cámara mejor, para ver qué onda. Ella fue determinante para que yo siga este rumbo. Hice cursos por internet y me empezó a interesar más el cine. Miraba mucho. En esos años alquilaba muchas películas. Cuando vi la primera de Tarantino me voló la cabeza. Después vi a los hermanos Cohen. Compraba la revista Rolling Stone y había notas sobre cine no comercial. Vi ‘El hombre con la cámara’ de Dziga Vértov, un experimento, esa película es un referente. Chaplin: ‘Tiempos modernos’, ‘El chico’, ‘Luces de la ciudad’, sublimes. Kubrick, infaltable. Bergman, Polanski. Directores argentinos me gustan: Subiela, Llinás, Trapero, Sorín, Favio, Caetano, Lucía Puenzo, Bielinski”.
Empieza entonces la historia del hombre que piensa con la cámara en la mano, cómo fueron sus inicios, su quehacer, y después la ficha decisiva para subir el escalón. Me digo, buena señal cuando además viene de la mano de un amigo: “Cuando compro la cámara nueva empiezo a hacer sociales, hice mis primeros cumpleaños. Aparece Victoria Moreno que tenía que hacer una tesis, y necesitaba un corto. Yo se lo tenía que editar. Ella y una chica más empiezan a hacer un libro sobre los bares de Gualeguay. Me piden presupuesto para filmar las entrevistas y hacer un documental para entregar con el libro. Lo hice. Seguí en sociales. Pasaron los años, seguía viendo cine, tenía alguna intención de hacer algo, pero no se concretaba. Sociales me dio práctica, mucha calle. Fue cuando el año pasado Chango Ibarra me cuenta la idea que tenía de hacer una recorrida nocturna por los bares promocionando ‘Asoliáu’, su disco. Era un desafío, ver hasta dónde me daba, debía dar lo mejor. Hice el registro, armé un corto de 17m., lo subí a la red, gustó. Me avisan de un concurso: Entre Ríos en una Mirada, pero debía durar 10m. Lo trabajé y fue a concurso. Ganó. Ahí me di cuenta de que yo lo podía hacer, otra es que se podía hacer con bajo presupuesto, y que valía la pena, que es lo más importante”.
Mauricio se enteró de un concurso de la UOCRA sobre el día del trabajador. Ya tenía en mente enfocar un tema: los basureros. Trabajó, concursó, pero no quedó. Pero esa suerte, esa magia que a veces se da en los días, lo llevó a seguir con el tema: “Me la jugué el doble. Hice la música, y el documental quedó de 40m”. Pidió permisos, hizo todo él, y está agradecido a la pizzería El Soufflé y al kiosco Arroba. Es sabido, en el mientras tanto del trabajo, mejor con el estómago lleno.
Pensé: no debe ser fácil asomar la mirada sobre un mundo ajeno. Pensé en que hay que ser cuidadoso, respetuoso con el otro; la vida fluye a favor cuando se sabe del otro: “Soy bastante tímido, pero empecé a salir con la basura cuando escuchaba pasar el camión. Les pedía que me dejaran tirar la bolsa. Una vez decidido a hacer el laburo, los paré. Antes de pedir permiso, tenía que saber si la gente quería. Muchachos, quiero hacerles una propuesta, y ya me miraron raro (se ríe). Era verano, propongo comprar una gaseosa y hablar. Aceptaron. Los dos pibes jóvenes me dicen que hable con el que maneja. Se entusiasmó enseguida. Todos de acuerdo. Uno no quiso hablar, el más joven, hice dos entrevistas, y quedó una bien a la vista. El acento está en visualizar, en hacer visible el laburo, lo que hacen y lo que sienten. Y también se hace visible el basural, un tema aparte. De noche es una locura. Fuego, linternas, perros, pibes de 10, 12 años. Trabajar con los basureros fue maravilloso. Las primeras noches, los pibes, me miraban muy de reojo, pero yo trataba de ser uno más. Nunca pedí que hicieran algo. Me perdí cantidad de planos, pero no quería forzar nada. Después, empanadas mediante, nos acercamos. Terminamos compinches. De hecho están esperando que termine la última edición”.
Basureros, ¿por qué?: “Siempre me interesó el tema, y que se cambiaran los términos para hablar de algo bastante brutal, son basureros, no recolectores de residuos. Fueron 10 noches, casi seguidas, y esperé una de lluvia”. ¿Quiénes son los basureros?: “Mico, el conductor, Correa y Marcos. El documental arranca con una toma larga en plaza San Martín. Cámara fija, plano casi general. Dos contenedores llenos de basura. Levantan todo, se va el camión, y queda el monumento de San Martín. Después hay mucha cámara en mano. Una sola cámara y un lente fijo de 50mm., muy cercano a la realidad”.
El director del documental agrega: “Quería que fuera incómodo en todos los sentidos, incluso de ver, áspero. La basura hay que sacarla de la vista, que otro lo haga, que alguien se encargue”.
En la charla con Mauricio Echegaray contó de su receta, de su impulso para hacer el trabajo: “Trabajé sin guión, fui a ver con qué me encontraba. Hacia la mitad de los días algo iba armando en mi cabeza, pero la idea la fui cerrando en la edición. Después está lo que va trabajando de manera inconsciente. Mientras duró la filmación y primera edición estuve enfocado casi exclusivamente al tema. Cuando edito me pongo a leer, edito más desde la palabra. Me acuerdo que cuando pensaba en el basural, leí varios capítulos de ‘La divina comedia’, de día leía y a la noche me subía al camión. Eso me generaba una sensación, un estado de ánimo que me hacía bien. Hice lo que quería hacer, en libertad, no había límite de tiempo como en la ‘Serenata…’”.
Cuando Mauricio trabaja pretende el mejor producto posible: “Trato que cada toma, cada corte, cada sonido, todo lo que aparece en un film tenga su significado, soy muy exigente cuando edito”. Cuenta sobre su mirada: “Me gusta encontrar historias, salís a la calle y está llena, voy caminando y miro, me imagino historias de la gente que me cruzo”. Afirma además: “Siento que mi cámara se mueve distinto y mira otras cosas desde que soy padre”.
La impresión transmitida es que Mauricio Echegaray es un aplicado trabajador de la cultura. Su cine, hasta ahora documental, tiene la virtud de mostrar el mundo elegido, y para lograrlo construye un relato sustancioso, una sintonía de buena novela, con capítulos altos a veces resueltos con una toma de detalle, o a través de un plano de mayor apertura, y capítulos tranquilos de transición. Siempre interesa el lugar desde donde mira, sucede en su Serenata, cuando resuelve y cuenta dentro de un boliche entre gente no avisada; y lo confirma en Basureros de Gualeguay, donde muestra que tiene a la mano distintos recursos narrativos, que pueden ir desde una toma explícita, a otras un tanto caóticas, como las que muestran algunas pistas del planeta al que acaba de llegar: el camión entrando al basural de la ciudad/río.

En Mauricio Echegaray confluye persona, pensamiento, ganas, su mundo detrás de una cámara con identidad.

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