Fue una suerte completa el encuentro con el corto “Serenata por los
bares de Gualeguay” (2015) de Mauricio Echegaray. Suerte primera: me permitió
entrar en contacto con las músicas del Chango Ibarra, y suerte a la par:
encontrarme, conocer el trabajo y la palabra del realizador del corto, el
hombre que piensa detrás de la cámara. Nacido en Gualeguay (1979), Mauricio
sigue con mirada atenta el acontecer social en su ciudad/río, su aldea gualeya.
Recuerda los primeros pasos en el camino: “Terminé la secundaria, estudié
dos años psicología en La Plata, me volví y ahí quedó el estudio; dejé por
factores económicos, porque el segundo año no me fue tan bien, y conocí a mi
mujer acá. Todo se dio para que me quede, año 2000. Aplico lo poco que aprendí,
soy de pensar mucho, de darle vueltas a las cosas. La Plata me cambió la
cabeza, creo que le pasa a todos los que se van; una ciudad con un poco de
mentalidad de pueblo, pero caminás y te encontrás con un estudiante de
filosofía, con otro de artes plásticas, las conversaciones son otra cosa. Se ve
que las ideas que tenía empezaron a tomar el mismo curso”.
Pregunto por su inclinación a la lectura: “Tuve un compañero de primaria
que venía de Colombia. Nosotros no sabíamos leer, y él leía y escribía. Nos
hicimos amigos. Este pibe era un enfermo de la lectura. Me dijo que era socio
de la biblioteca y me recomendaba libros. Conrado se fue cuando terminamos la
primaria. Me hice socio y empecé a leer. Hoy leo, me gusta, pero tengo etapas.
En la facultad vi libros de los que no tenía ni idea, y en una librería de
viejo encontré uno de Bioy Casares: Una Muñeca Rusa, y me gustó mucho. No
estaba el cine o la imagen, no miraba películas. Sí me interesaba la música,
toco la guitarra y otros instrumentos, al Chango lo conozco de la música. De
chiquito sí miraba mucho cine, por ATC, Función Privada, me gustaban las de
Hugo del Carril, se ve que eso ha quedado. Era chico, en mi casa no me dejaban
ver el programa, en la de mi abuela sí. Me acuerdo del revuelo cuando se
estrenó en Función Privada ‘2001’ de
Kubrick, un flash, fue algo raro para mí. Después ‘Jesucristo Superstar’.
Me acuerdo que siendo chico miraba películas, sacaba el volumen, y ponía la
música que quería. Después, en La Plata, vi muchos videoclips”.
En el relato de Mauricio siguen cayendo fichas desde la memoria: “Por el
2005 me voy a Buenos Aires a estudiar grabación y posproducción de audio. Terminé,
y ya tenía una cámara digital. Los programas de edición de imagen son
parecidos. Hacía videos para la familia, y me dice mi señora de comprarme una
cámara mejor, para ver qué onda. Ella fue determinante para que yo siga este
rumbo. Hice cursos por internet y me empezó a interesar más el cine. Miraba
mucho. En esos años alquilaba muchas películas. Cuando vi la primera de
Tarantino me voló la cabeza. Después vi a los hermanos Cohen. Compraba la revista
Rolling Stone y había notas sobre cine no comercial. Vi ‘El hombre con la cámara’
de Dziga Vértov, un experimento, esa película es un referente. Chaplin: ‘Tiempos
modernos’, ‘El chico’, ‘Luces de la ciudad’, sublimes. Kubrick, infaltable.
Bergman, Polanski. Directores argentinos me gustan: Subiela, Llinás, Trapero, Sorín,
Favio, Caetano, Lucía Puenzo, Bielinski”.
Empieza entonces la historia del hombre que piensa con la cámara en la
mano, cómo fueron sus inicios, su quehacer, y después la ficha decisiva para
subir el escalón. Me digo, buena señal cuando además viene de la mano de un
amigo: “Cuando compro la cámara nueva empiezo a hacer sociales, hice mis
primeros cumpleaños. Aparece Victoria Moreno que tenía que hacer una tesis, y necesitaba
un corto. Yo se lo tenía que editar. Ella y una chica más empiezan a hacer un
libro sobre los bares de Gualeguay. Me piden presupuesto para filmar las
entrevistas y hacer un documental para entregar con el libro. Lo hice. Seguí en
sociales. Pasaron los años, seguía viendo cine, tenía alguna intención de hacer
algo, pero no se concretaba. Sociales me dio práctica, mucha calle. Fue cuando
el año pasado Chango Ibarra me cuenta la idea que tenía de hacer una recorrida nocturna
por los bares promocionando ‘Asoliáu’, su disco. Era un desafío, ver hasta
dónde me daba, debía dar lo mejor. Hice el registro, armé un corto de 17m., lo
subí a la red, gustó. Me avisan de un concurso: Entre Ríos en una Mirada, pero
debía durar 10m. Lo trabajé y fue a concurso. Ganó. Ahí me di cuenta de que yo
lo podía hacer, otra es que se podía hacer con bajo presupuesto, y que valía la
pena, que es lo más importante”.
Mauricio se enteró de un concurso de la UOCRA sobre el día del
trabajador. Ya tenía en mente enfocar un tema: los basureros. Trabajó, concursó,
pero no quedó. Pero esa suerte, esa magia que a veces se da en los días, lo
llevó a seguir con el tema: “Me la jugué el doble. Hice la música, y el
documental quedó de 40m”. Pidió permisos, hizo todo él, y está agradecido a la
pizzería El Soufflé y al kiosco Arroba. Es sabido, en el mientras tanto del
trabajo, mejor con el estómago lleno.
Pensé: no debe ser fácil asomar la mirada sobre un mundo ajeno. Pensé en
que hay que ser cuidadoso, respetuoso con el otro; la vida fluye a favor cuando
se sabe del otro: “Soy bastante tímido, pero empecé a salir con la basura
cuando escuchaba pasar el camión. Les pedía que me dejaran tirar la bolsa. Una
vez decidido a hacer el laburo, los paré. Antes de pedir permiso, tenía que
saber si la gente quería. Muchachos, quiero hacerles una propuesta, y ya me
miraron raro (se ríe). Era verano, propongo comprar una gaseosa y hablar.
Aceptaron. Los dos pibes jóvenes me dicen que hable con el que maneja. Se
entusiasmó enseguida. Todos de acuerdo. Uno no quiso hablar, el más joven, hice
dos entrevistas, y quedó una bien a la vista. El acento está en visualizar, en
hacer visible el laburo, lo que hacen y lo que sienten. Y también se hace
visible el basural, un tema aparte. De noche es una locura. Fuego, linternas,
perros, pibes de 10, 12 años. Trabajar con los basureros fue maravilloso. Las
primeras noches, los pibes, me miraban muy de reojo, pero yo trataba de ser uno
más. Nunca pedí que hicieran algo. Me perdí cantidad de planos, pero no quería
forzar nada. Después, empanadas mediante, nos acercamos. Terminamos compinches.
De hecho están esperando que termine la última edición”.
Basureros, ¿por qué?: “Siempre me interesó el tema, y que se cambiaran
los términos para hablar de algo bastante brutal, son basureros, no
recolectores de residuos. Fueron 10 noches, casi seguidas, y esperé una de
lluvia”. ¿Quiénes son los basureros?: “Mico, el conductor, Correa y Marcos. El
documental arranca con una toma larga en plaza San Martín. Cámara fija, plano
casi general. Dos contenedores llenos de basura. Levantan todo, se va el
camión, y queda el monumento de San Martín. Después hay mucha cámara en mano.
Una sola cámara y un lente fijo de 50mm., muy cercano a la realidad”.
El director del documental agrega: “Quería que fuera incómodo en todos los
sentidos, incluso de ver, áspero. La basura hay que sacarla de la vista, que
otro lo haga, que alguien se encargue”.
En la charla con Mauricio Echegaray contó de su receta, de su impulso
para hacer el trabajo: “Trabajé sin guión, fui a ver con qué me encontraba. Hacia
la mitad de los días algo iba armando en mi cabeza, pero la idea la fui
cerrando en la edición. Después está lo que va trabajando de manera
inconsciente. Mientras duró la filmación y primera edición estuve enfocado casi
exclusivamente al tema. Cuando edito me pongo a leer, edito más desde la
palabra. Me acuerdo que cuando pensaba en el basural, leí varios capítulos de ‘La
divina comedia’, de día leía y a la noche me subía al camión. Eso me generaba
una sensación, un estado de ánimo que me hacía bien. Hice lo que quería hacer,
en libertad, no había límite de tiempo como en la ‘Serenata…’”.
Cuando Mauricio trabaja pretende el mejor producto posible: “Trato que
cada toma, cada corte, cada sonido, todo lo que aparece en un film tenga su
significado, soy muy exigente cuando edito”. Cuenta sobre su mirada: “Me gusta
encontrar historias, salís a la calle y está llena, voy caminando y miro, me
imagino historias de la gente que me cruzo”. Afirma además: “Siento que mi cámara
se mueve distinto y mira otras cosas desde que soy padre”.
La impresión transmitida es que Mauricio Echegaray es un aplicado
trabajador de la cultura. Su cine, hasta ahora documental, tiene la virtud de
mostrar el mundo elegido, y para lograrlo construye un relato sustancioso, una
sintonía de buena novela, con capítulos altos a veces resueltos con una toma de
detalle, o a través de un plano de mayor apertura, y capítulos tranquilos de
transición. Siempre interesa el lugar desde donde mira, sucede en su Serenata,
cuando resuelve y cuenta dentro de un boliche entre gente no avisada; y lo
confirma en Basureros de Gualeguay, donde muestra que tiene a la mano distintos
recursos narrativos, que pueden ir desde una toma explícita, a otras un tanto
caóticas, como las que muestran algunas pistas del planeta al que acaba de
llegar: el camión entrando al basural de la ciudad/río.
En Mauricio Echegaray confluye persona, pensamiento, ganas, su mundo
detrás de una cámara con identidad.
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