miércoles, 26 de octubre de 2016

Daniel Guillén y Hernando de Magallanes

Llegué hasta la historia de Daniel Guillén a través de su barco fuera de lugar: en el parque, a un lado de la pileta del hotel Ahonikenk de Gualeguay. Además de escuchar su justificación para la construcción del Magallanes, me encontré con una historia de vida que decididamente se ubica dentro del territorio de lo maravilloso.
Daniel es nacido en 1959, y su oficio fue, o es, buzo profesional civil. Y si bien a través del buceo realizó diversos trabajos, desde tareas en empresas de construcción hasta la enseñanza, hubo en el origen un acontecimiento fundacional: Llegué a buzo sin querer, como en muchas cosas en la vida. Nací en Puerto Deseado, Santa Cruz, Patagonia. El hospital está a 50 metros de la ría, casi de la panza a la ría. Fui criado con una pata en el océano y otra en esa ría. Es muy bonito. Después fui a Buenos Aires a prepararme para entrar a la escuela de náutica marina, para ser capitán de barco mercante. En esa época rendíamos 800 y entraban 70. Lo intenté dos años y me quedé con las ganas. Tendría cerca de 20 y vuelvo a la Patagonia a ver a mi novia. Mi cuñado era buzo profesional y con otros muchachos estaban buscando en la faz teórica de investigación: la corbeta de guerra inglesa Swift de 1770, que procedía de las Islas Malvinas. Me invitaron a la búsqueda, pero yo no era buzo. Volví a Buenos Aires y tuve la suerte de hacer un curso muy bueno que era para bomberos voluntarios, en Ramos Mejía. No aceptaban gente de afuera, pero al instructor le dio pena que yo viniera desde la Patagonia. Lo terminé en el Regimiento 601 de Ingenieros de Agua, en Campo de Mayo. Obtuve la matrícula y al próximo verano volví al sur. El grupo hacía 6 meses que buceaba sin encontrarla. Ahí empezó esa forma extraña que tengo de agarrar carpetas, máquina de calcular, interpretación de los relatos de naufragios, y entonces les señalé una piedra: ahí está el barco, hay kilómetros de piedras en la ría. Cinco minutos de buceo y nos chocamos con el barco, 4 de febrero de 1982, había una visibilidad muy mala: 20 cm., la ría estaba en bajante, el agua recontraturbia. Empecé bárbaro, resolviendo un naufragio en la parte teórica. Para nosotros encontrar un naufragio es algo maravilloso, pero para los que lo sufrieron fue una verdadera tragedia. Imaginate ser el primero en entrar a una tumba egipcia. Un naufragio es una cápsula de tiempo.
Daniel debutó en la primera de los buscadores de naufragios y encima hizo el gol: Fue mi primer hallazgo y en el primer buceo, todos mis hallazgos fueron en los primeros buceos, tengo 4 hallazgos en la Argentina, y uno siendo contratado en Uruguay, Punta del Este, año 1995. Ese lo encontré desde una oficina. Hacía 3 años que el hombre investigaba; le dije que tenía un error de interpretación, que estaba errado en 4 kilómetros. Y ahí estaba, no sé si le erramos por 10 metros. Hoy hay otra tecnología, nosotros filmábamos en videocasete, dibujábamos, hacíamos escalas, no teníamos el google earth.
El hallazgo más importante de Daniel Guillén es sin duda el de la nao Santiago, que naufragó en la Patagonia el 22 de mayo de 1520. Formaba parte de la flota de Hernando de Magallanes (1480-1521). Cuenta el descubridor: Un historiador español, José Manuel Núñez de la Fuente, director hasta hace poco tiempo de la Fundación Museo Atarazanas de Sevilla, que hace 30 años estudia el viaje de Magallanes, me dijo que yo había encontrado el Everest de los naufragios. Creo que todavía no tengo noción de lo que significa el hallazgo. Los barcos de Colón no se encontraron; hace décadas que los buscan; y el resto de los barcos de Magallanes tampoco aparecieron, alguno se hundió cerca de Australia, no se sabe el lugar y hay 4.000 metros de profundidad. El único viable era este, y estaba dentro de un mar que yo conocía, en la Patagonia. Conozco las mareas, los vientos, cómo navegar. Es un lugar muy difícil. Yo iba a mi mayor desafío, me decía: no voy a encontrarlo, pero lo voy a buscar igual, era encontrar la cruz de Cristo. Lo encontré, el primer viaje, el primer día. Error de investigación: 10, 20 metros en 40 km de costa. Consulté más de 150 libros, llegaba al lugar donde se hablaba del barco y copiaba, vale todo, un loco te dice que naufragó en la luna, anotalo. Muchas veces podés no estar de acuerdo, pero podés estar condicionado. Después tenés cartas marinas actuales, cartografía antigua, dibujos, inclusive hay un dibujo del naufragio de la Santiago hecho años después, que cuando el imprentero lo volcó al libro lo colocó al revés. Después anotar conclusiones, te acostás y soñás con el relato que te gusta, con el otro que lo contradice. Después descanso para poder empezar otra vez. Así vas limpiando la cabeza.
Daniel expresa sus dudas con el después del hallazgo, una vez que se da la noticia se origina una sombra que se asocia con la tragedia inicial: En la Argentina no hay legislación seria sobre naufragios. El primer hallazgo de la Swift, a los años se hizo legislación en el Congreso, y todo a favor del estado nacional. Quien encuentra, lamentablemente tiene dos caminos: uno tiene como consecuencia la depredación del hallazgo, y el segundo es no declararlo y que se quede ahí. Se lo queda el estado y es como la miel y las moscas. Se han hecho desastres. La Swift tenía 16 cañones de bronce, era raro que un barco los tuviera de ese metal. El estado buceó 20 años el barco con arqueólogos, con prefectura observando, nunca apareció uno solo. Y nosotros, en el segundo día de buceo, acariciamos dos cañones. En los otros países de Latinoamérica el estado necesita del buscador, se lo reconoce.
La pregunta se hacía obligada, qué pasó con la nao Santiago: Fui por la nao Santiago, la más linda. El barco está protegido. Hace años que la gobernación de Santa Cruz me pide que declare el lugar. Lo siguieron buscando, incluso con ayuda de Estados Unidos, y no lo encuentran. No lo declaré porque va a pasar lo mismo que pasó con los otros barcos. Son difíciles de cuidar. Yo doné un pedazo de tablón, como tres kilos de madera, al intendente de Puerto San Julián, porque ahí estuvo Magallanes, y estuve buscando en la bahía un ancla perdida por uno de sus barcos. El hallazgo no lo declaré ni lo voy a declarar. La única manera que eso se preserve es si no lo declaro. De la madera que saqué, cinco cm de corte se lo llevó un historiador español para hacerle la prueba del carbono 14. Yo tenía 10 ítems por lo que estaba seguro de que era la Santiago, pero lo decía yo. El examen dio positivo, y encontraron la variedad del árbol en la zona donde fue construido. Me lo confirmaron en España. Debe haber del barco el 10 %, porque se rompió a 1 km mar adentro, en los escollos, hay mucha amplitud de marea, los náufragos se quedaron 30 días juntando lo que el mar tiraba a la playa. Lo despedazó. Con la madera hicieron fuego, porque era mayo, carpas para sobrevivir 30 cristianos hasta que lograron pedir ayuda. Es un tesoro mundial, y no puedo tener la carpeta en la mesita de luz. Tengo la información guardada tras un sistema de postas muy modesto. Lamentablemente creo que voy a morir sin declararlo. Sí, la información podrá llegar a mi gente, y cuando haya seguridad, pienso en una fundación, se podrá conocer el dato. Hay un sistema perverso en el estado, y no hablo de política. No es egoísmo, es preservar lo que amo.
Trato de imaginar la escena, pregunto por las sensaciones: Adrenalina pura entrar al agua a bucear, y aún más cuando entrás buscando un naufragio. Cuando lo encontrás, retrocedés en el tiempo, directo al 1520, una sensación que dura los minutos que dura el hallazgo. Al otro día el buceo es distinto, se piensa en los detalles. Me enteré que la adrenalina es adictiva, cuando vine a trabajar en tierra, ¿qué me pasaba?, me faltaba algo, y entonces empecé a buscar el ancla que perdió Magallanes en puerto San Julián, pero hace falta un equipo muy caro.
Daniel Guillén cuenta con estos trabajos en su haber: los citados de la Swift (1982) y la nao Santiago (1985), el vapor Magallanes de 1887, ubicado en el medio de la ría de Puerto Deseado y a una profundidad de 34 mts. (1983); el Hoorn de 1615, perteneciente a la expedición de Le Maire, quien dio su nombre al estrecho, y que también dio nombre al Cabo de Hornos (1984): hallazgo no declarado para preservarlo, pero fue vuelto a hallar 10 años después; fue contratado en la búsqueda de la fragata Nuestra Señora de la Encarnación naufragada en 1762, en isla de Chiloé, Chile (no fue hallada); fue contratado por terceros para trabajar en el hallazgo de la fragata San Rafael, naufragada en 1765 en Punta del Este, Uruguay. También participó en buceos y búsqueda aérea, entre los años 92 y 93, cerca de Necochea, de dos submarinos alemanes; según la investigación, abandonados en la zona luego del fin de la guerra.
En 2010 Guillén donó un madero de la nao Santiago al Museo de la Ciudad de Puerto San Julián. La noticia de su descubrimiento salió en la prensa española: El Centro de Aceleradores Atómicos de Sevilla, confirmó por el método Carbono 14 la autenticidad de los restos de una Nao de Hernán de Magallanes, hallados por el buzo profesional Daniel E. Guillén, quien iniciara hace más de 25 años sus investigaciones de búsqueda en la Patagonia Argentina. En el libro Y sin embargo, es redonda, el historiador español Pedro Cuesta Escudero da cuenta del viaje realizado por Magallanes, y difunde la noticia del hallazgo histórico de Guillén.

En el parque del Hotel Ahonikenk, Daniel Guillén y Sergio Robalo, terminan los detalles del Magallanes, la nao que recrea la forma de un galeón español. De momento, un barco fuera de lugar, mañana un refugio para los recuerdos de Guillén, una historia de vida enmarcada por uno de los destinos notables que construyeron la historia grande.

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