domingo, 29 de enero de 2017

Mario Bellocchio en Gualeguay

Soy un trabajador de la cultura, mi herramienta es la escritura, y mi lugar de pertenencia, mi interés, lo ubico entre el oleaje que da sustancia a la memoria. Entre el ida y vuelta de los relatos, de las ideas, empecé a contar historias porque, creo, hubo una primera vez en que mi padre me regaló un libro, y dentro de él vivían las pequeñas historias que “hacen” a toda historia grande, y porque hubo una primera vez en que mi padre me contó una historia salida del más simple de los cotidianos, de esos sitios que tienen que ver con el tiempo y la familia, el barrio, el trabajo, los días. Mi viejo se hizo hombre en el barrio de Boedo y yo, por esas cuestiones que, digo, tienen que ver con la suerte en la búsqueda de la identidad, recalé en Boedo, y entonces puedo afirmar: que en Boedo me hice escritor. Tuve la suerte primera de andar en ese mágico espacio/tiempo que es el barrio, y tuve dos suertes más, fundacionales, decisivas, en ese paisaje. Fue en el café Margot, Boedo y San Ignacio, ahí conocí al poeta Rubén Derlis, y a través de él a Mario Bellocchio.
Mario Bellocchio
Este par de personajes, colaboradores ellos de la construcción diaria de la poética urbana de mi ciudad natal: Buenos Aires, andaban haciendo historia allá por el complicadísimo 2001. Derlis propuso una mesa de café. Me presentó a Bellocchio, y él me habló de su publicación, que ya iba por el número 4 o 5. El periódico se llamaba “Vida y Arte en Boedo”, y luego pasó a ser “Desde Boedo”. Había un espacio para escribir, para contar historias sobre la ciudad y su gente. Acepté. Y vamos para 16 años de trabajo en “Desde Boedo”, creación de Mario Bellocchio que apuntó, y apunta, a la identidad ciudadana, y para ello arrima señales a través de la historia, la literatura, haciendo un culto de la memoria que proviene de la historia grande, y de la chica, que es la que se hace y se cuenta desde cualquier calle de barrio. Haber mantenido una publicación durante tanto tiempo ya es mérito notable para Mario, que no es solo director, sino que también le saca punta al lápiz; llama a su escritura “garrapateo” en un intento de minimizar aquello que es un trabajo acertado sobre la palabra, las historias y las ideas. Es el autor de cada editorial, y es un investigador de la historia de su barrio: Boedo, aunque su tinta anduvo de gira por varios paisajes de la ciudad y el tiempo. Junto a su trabajo para el periódico, que bien merecería la publicación actualizada en forma de libro (Historias contadas Desde Boedo, 2006), también ha transitado el relato a partir de, por ejemplo, algunas de  sus vivencias de cuando era chico (Días de Balneario, Noches de Varieté, 2003; Tomando el Toddy con Tarzán, 2004), o aventuras como la relatada en “Un Viaje Increíble”, 2013, vivida mientras trabajaba en Canal 11. Mario fue director de televisión (Nueve Lunas, 1995), también es el director de “Un águila guerrera”, sobre el tema de la guerra de Malvinas, esto antes de entrar de lleno a la investigación periodística, el periódico y la escritura. Pero no dejó lo visual en el nuevo paisaje: fotografía y video, trabajo en el retocado de fotos antiguas, de todo ese mundo se ocupa Mario; y además realizó junto a Diego Ruiz, notable colaborador de “Desde Boedo”, amigo que hace poco se fue para el otro barrio, un documental sobre una figura determinante de la historia ciudadana: “Manzi, una geografía”.
A esta altura del relato, me digo que es mucho lo realizado por Mario Bellocchio. Es como para sentirse pleno por tantos logros, pero la lista sigue. Pienso agregar tres perlitas más a la lista. Primero su amistad, su manera de ser, su mirada de buen tipo, y en este título el logro mayor en esta vida, no cualquiera es un buen tipo: solidario, atento, sensible, y con identidad, ese detalle fundamental para que los hombres construyan una amistad. Segundo lugar para destacar su último logro: la edición de su libro “Luminoso Boedo. La aventura de Antonio Zamora y su Editorial Claridad. El Grupo de Boedo y las contiendas culturales” (Ciccus, 2016). Y la tercera de las perlas es que sumó una nueva visita a nuestra Gualeguay para acercarme ejemplares del libro.
Sentados bajo la galería volvimos a hablar de algunas de las facetas de Antonio Zamora. Testigos interesados fueron el joven jacarandá y el espinillo, se sumaron los cuatro álamos desde el límite del terreno, y variedad de pájaros. Entre las plantas caminaban Virginia Ameztoy, su compañera, junto a mi Julia y mi Evangelina. Fue así como Zamora y su Editorial Claridad llegó hasta la zona de chacras gualeya.
Antonio Zamora nació en Huércal-Overa, Andalucía, España en 1896. Llegó a Buenos Aires en 1912. Un muchacho que en casi diez años fundó la Editorial Claridad. En una entrevista que le realizara Emilio J. Corbiére (24 de abril de 1975, nota que sería publicada en la revista “Todo es Historia”), el editor recuerda: “En Buenos Aires no había, en aquellos años, editoriales sino para cosas del gobierno o para instituciones. Para el público en general, no se publicaban libros. Los libros que se vendían aquí, casi todos venían de España. En América Latina tampoco había editoriales. (…) La historia de la editorial comenzó con la publicación de una colección de libros económicos, titulada ‘Los Pensadores’. La publicación de esos libros la inicié en 1922, y la idea nació un día en que estaba corrigiendo un libro en los talleres de ‘Crítica’. Yo llevaba un libro para leer que era ‘La confesión’ de Tolstoi. Mientras esperaba las pruebas se me ocurrió hacer algunos cálculos: ¿cuántas líneas tenía ese libro? Comprobé que el libro de 380 páginas podía entrar con un cuerpo chico; en un folleto de 32 páginas a 2 columnas. Los libros, en esa época, eran muy caros. Con la edición que imaginé, el precio se pondría accesible para la gente de pueblo. Así que me fui a una imprenta que había frente a Crítica, los talleres Vitelli, y pedí un presupuesto. Hablé con la gente de reventa de Crítica, les pareció linda la idea y con el propósito de ayudarme hablaron con los kioscos. Tenía 25 años”.
Afirma Bellocchio: “(…) La perdurabilidad del emprendimiento, sin embargo, no sólo requería superar la ecuación monetaria de la impresión. El tema, la presentación, el aspecto literario en sí, debían garantizar el éxito, por lo que recurrió a un autor de enorme prestigio cultural como Anatole France y su obra ‘Crainquebille’. Y algo fundamental: al propósito culturalista y pedagógico de la vieja izquierda clásica que el socialismo en ejercicio de Zamora no podía soslayar: ‘debía poner la edición al alcance de las masas’, por lo que decidió adoptar un precio de tapa inusual, 20 centavos. Para tener una idea de qué se podía hacer con esa suma en aquel tiempo basta una trivial referencia: el boleto de los tranvías de la Anglo costaba 12 centavos”.
Recorriendo el libro me entero de que antes de la Claridad de Zamora, hubo dos intentos previos de difusión cultural que llevaron el mismo nombre. Dice Bellocchio: “(…) El triplicado del nombre de las publicaciones no es extraño. La popularidad se debía entonces a la aparición del grupo homónimo fundado en Francia por Henri Barbusse (Clarté), también llamado ‘Liga de Solidaridad Intelectual por el Triunfo de la Causa Internacional’, y como decía el propio Barbusse: ‘Un resplandor en el abismo’. Ese movimiento reunió en París a un destacado núcleo de escritores, científicos, pensadores y humanistas entre los que se destacaban Anatole France, Upton Sinclair, H.G. Wells y Stephan Zweig. Todos ellos eran defensores de la Revolución Rusa”. Le conté a Mario que Gualeguay había tenido su propio grupo denominado Claridad. Leía hace pocos días el libro de reciente aparición “Cronosíntesis” (EDUNER), una selección de textos sobre el trabajo periodístico de Emma Barrandéguy. En la sustanciosa introducción de Evangelina Franzot encontré algunos datos del grupo: “(…) Esa inclinación la lleva a formar parte de manera activa, entre 1932 y 1937, del grupo de izquierda Claridad, integrado por jóvenes militantes entre los que figuraban, además de la joven escritora, Juan L. Ortiz (el mayor de todos ellos), Ernesto Hartkopf, Marcelo Etcheverry, Carlos Etulain, Segundo Lagrenade y Mario Barrera. Barrandéguy era la única mujer del grupo (…)”.
De manera inevitable, todo boedense que se precie de tal, cuando se habla de grupos, esté en el Margot o en la chacra gualeya, enseguida nombra el Grupo de Boedo, gente a la izquierda del dial que hizo historia en la cultura de esos años y que, como corresponde, estaba enfrentado al Grupo de Florida, una nave llena de pitucos. El libro de Bellocchio es una fuente sustanciosa para conocer el desarrollo de los boedenses, ya que el mismo Zamora fue quien dio difusión a la pluma de autores (en su revista “Los Pensadores”, que luego se llamaría “Claridad”) que luego formarían parte del Grupo de Boedo.
En “Luminoso Boedo” transita el tiempo de vida de Claridad, y con ella: Yrigoyen, el golpe del 30, Uriburu, Justo, la Década Infame, la Segunda Guerra Mundial, el peronismo, el golpe del 55 a manos de la Fusiladora. Y en todos los paisajes, la palabra de los pensadores, de los trabajadores de la cultura. Pienso ahora en Elías Castelnuovo, Roberto Arlt, Leónidas Barletta (a pesar de las diferencias que tuvo con Zamora), Pedro B. Palacios (Almafuerte), José S. Álvarez (Fray Mocho), Horacio Quiroga, César Tiempo, Álvaro Yunque.
Desde la izquierda: el cronista, Rubén Derlis y Mario Bellocchio (Buenos Aires, 2016, presentación Luminoso Boedo).
Mario Bellocchio, visitante reciente de la ciudad/río de Gualeguay, cuenta en su libro a un ser humano, con aciertos y fallas, un imperfecto más, pero con un sueño entre las manos. Un sueño y una identidad.

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