Soy un trabajador de la cultura, mi herramienta es la escritura, y mi
lugar de pertenencia, mi interés, lo ubico entre el oleaje que da sustancia a
la memoria. Entre el ida y vuelta de los relatos, de las ideas, empecé a contar
historias porque, creo, hubo una primera vez en que mi padre me regaló un
libro, y dentro de él vivían las pequeñas historias que “hacen” a toda historia
grande, y porque hubo una primera vez en que mi padre me contó una historia
salida del más simple de los cotidianos, de esos sitios que tienen que ver con el
tiempo y la familia, el barrio, el trabajo, los días. Mi viejo se hizo hombre
en el barrio de Boedo y yo, por esas cuestiones que, digo, tienen que ver con
la suerte en la búsqueda de la identidad, recalé en Boedo, y entonces puedo
afirmar: que en Boedo me hice escritor. Tuve la suerte primera de andar en ese
mágico espacio/tiempo que es el barrio, y tuve dos suertes más, fundacionales, decisivas,
en ese paisaje. Fue en el café Margot, Boedo y San Ignacio, ahí conocí al poeta
Rubén Derlis, y a través de él a Mario Bellocchio.
Mario Bellocchio |
Este par de personajes, colaboradores ellos de la construcción diaria de
la poética urbana de mi ciudad natal: Buenos Aires, andaban haciendo historia
allá por el complicadísimo 2001. Derlis propuso una mesa de café. Me presentó a
Bellocchio, y él me habló de su publicación, que ya iba por el número 4 o 5. El
periódico se llamaba “Vida y Arte en Boedo”, y luego pasó a ser “Desde Boedo”.
Había un espacio para escribir, para contar historias sobre la ciudad y su
gente. Acepté. Y vamos para 16 años de trabajo en “Desde Boedo”, creación de
Mario Bellocchio que apuntó, y apunta, a la identidad ciudadana, y para ello
arrima señales a través de la historia, la literatura, haciendo un culto de la
memoria que proviene de la historia grande, y de la chica, que es la que se
hace y se cuenta desde cualquier calle de barrio. Haber mantenido una
publicación durante tanto tiempo ya es mérito notable para Mario, que no es
solo director, sino que también le saca punta al lápiz; llama a su escritura
“garrapateo” en un intento de minimizar aquello que es un trabajo acertado
sobre la palabra, las historias y las ideas. Es el autor de cada editorial, y
es un investigador de la historia de su barrio: Boedo, aunque su tinta anduvo
de gira por varios paisajes de la ciudad y el tiempo. Junto a su trabajo para
el periódico, que bien merecería la publicación actualizada en forma de libro
(Historias contadas Desde Boedo, 2006), también ha transitado el relato a
partir de, por ejemplo, algunas de sus
vivencias de cuando era chico (Días de Balneario, Noches de Varieté, 2003;
Tomando el Toddy con Tarzán, 2004), o aventuras como la relatada en “Un Viaje
Increíble”, 2013, vivida mientras trabajaba en Canal 11. Mario fue director de
televisión (Nueve Lunas, 1995), también es el director de “Un águila guerrera”,
sobre el tema de la guerra de Malvinas, esto antes de entrar de lleno a la
investigación periodística, el periódico y la escritura. Pero no dejó lo visual
en el nuevo paisaje: fotografía y video, trabajo en el retocado de fotos
antiguas, de todo ese mundo se ocupa Mario; y además realizó junto a Diego
Ruiz, notable colaborador de “Desde Boedo”, amigo que hace poco se fue para el
otro barrio, un documental sobre una figura determinante de la historia
ciudadana: “Manzi, una geografía”.
A esta altura del relato, me digo que es mucho lo realizado por Mario
Bellocchio. Es como para sentirse pleno por tantos logros, pero la lista sigue.
Pienso agregar tres perlitas más a la lista. Primero su amistad, su manera de
ser, su mirada de buen tipo, y en este título el logro mayor en esta vida, no
cualquiera es un buen tipo: solidario, atento, sensible, y con identidad, ese
detalle fundamental para que los hombres construyan una amistad. Segundo lugar
para destacar su último logro: la edición de su libro “Luminoso Boedo. La
aventura de Antonio Zamora y su Editorial Claridad. El Grupo de Boedo y las
contiendas culturales” (Ciccus, 2016). Y la tercera de las perlas es que sumó
una nueva visita a nuestra Gualeguay para acercarme ejemplares del libro.
Sentados bajo la galería volvimos a hablar de algunas de las facetas de
Antonio Zamora. Testigos interesados fueron el joven jacarandá y el espinillo,
se sumaron los cuatro álamos desde el límite del terreno, y variedad de
pájaros. Entre las plantas caminaban Virginia Ameztoy, su compañera, junto a mi
Julia y mi Evangelina. Fue así como Zamora y su Editorial Claridad llegó hasta
la zona de chacras gualeya.
Antonio Zamora nació en Huércal-Overa, Andalucía, España en 1896. Llegó
a Buenos Aires en 1912. Un muchacho que en casi diez años fundó la Editorial
Claridad. En una entrevista que le realizara Emilio J. Corbiére (24 de abril de
1975, nota que sería publicada en la revista “Todo es Historia”), el editor
recuerda: “En Buenos Aires no había, en aquellos años, editoriales sino para cosas
del gobierno o para instituciones. Para el público en general, no se publicaban
libros. Los libros que se vendían aquí, casi todos venían de España. En América
Latina tampoco había editoriales. (…) La historia de la editorial comenzó con
la publicación de una colección de libros económicos, titulada ‘Los Pensadores’.
La publicación de esos libros la inicié en 1922, y la idea nació un día en que
estaba corrigiendo un libro en los talleres de ‘Crítica’. Yo llevaba un libro para
leer que era ‘La confesión’ de Tolstoi. Mientras esperaba las pruebas se me
ocurrió hacer algunos cálculos: ¿cuántas líneas tenía ese libro? Comprobé que
el libro de 380 páginas podía entrar con un cuerpo chico; en un folleto de 32
páginas a 2 columnas. Los libros, en esa época, eran muy caros. Con la edición
que imaginé, el precio se pondría accesible para la gente de pueblo. Así que me
fui a una imprenta que había frente a Crítica, los talleres Vitelli, y pedí un
presupuesto. Hablé con la gente de reventa de Crítica, les pareció linda la
idea y con el propósito de ayudarme hablaron con los kioscos. Tenía 25 años”.
Afirma Bellocchio: “(…) La perdurabilidad del emprendimiento, sin
embargo, no sólo requería superar la ecuación monetaria de la impresión. El
tema, la presentación, el aspecto literario en sí, debían garantizar el éxito,
por lo que recurrió a un autor de enorme prestigio cultural como Anatole France
y su obra ‘Crainquebille’. Y algo fundamental: al propósito culturalista y pedagógico
de la vieja izquierda clásica que el socialismo en ejercicio de Zamora no podía
soslayar: ‘debía poner la edición al alcance de las masas’, por lo que decidió
adoptar un precio de tapa inusual, 20 centavos. Para tener una idea de qué se
podía hacer con esa suma en aquel tiempo basta una trivial referencia: el
boleto de los tranvías de la Anglo costaba 12 centavos”.
Recorriendo el libro me entero de que antes de la Claridad de Zamora,
hubo dos intentos previos de difusión cultural que llevaron el mismo nombre.
Dice Bellocchio: “(…) El triplicado del nombre de las publicaciones no es
extraño. La popularidad se debía entonces a la aparición del grupo homónimo
fundado en Francia por Henri Barbusse (Clarté), también llamado ‘Liga de
Solidaridad Intelectual por el Triunfo de la Causa Internacional’, y como decía
el propio Barbusse: ‘Un resplandor en el abismo’. Ese movimiento reunió en
París a un destacado núcleo de escritores, científicos, pensadores y humanistas
entre los que se destacaban Anatole France, Upton Sinclair, H.G. Wells y
Stephan Zweig. Todos ellos eran defensores de la Revolución Rusa”. Le conté a
Mario que Gualeguay había tenido su propio grupo denominado Claridad. Leía hace
pocos días el libro de reciente aparición “Cronosíntesis” (EDUNER), una
selección de textos sobre el trabajo periodístico de Emma Barrandéguy. En la
sustanciosa introducción de Evangelina Franzot encontré algunos datos del
grupo: “(…) Esa inclinación la lleva a formar parte de manera activa, entre
1932 y 1937, del grupo de izquierda Claridad, integrado por jóvenes militantes
entre los que figuraban, además de la joven escritora, Juan L. Ortiz (el mayor
de todos ellos), Ernesto Hartkopf, Marcelo Etcheverry, Carlos Etulain, Segundo
Lagrenade y Mario Barrera. Barrandéguy era la única mujer del grupo (…)”.
De manera inevitable, todo boedense que se precie de tal, cuando se
habla de grupos, esté en el Margot o en la chacra gualeya, enseguida nombra el
Grupo de Boedo, gente a la izquierda del dial que hizo historia en la cultura
de esos años y que, como corresponde, estaba enfrentado al Grupo de Florida, una
nave llena de pitucos. El libro de Bellocchio es una fuente sustanciosa para
conocer el desarrollo de los boedenses, ya que el mismo Zamora fue quien dio difusión
a la pluma de autores (en su revista “Los Pensadores”, que luego se llamaría “Claridad”)
que luego formarían parte del Grupo de Boedo.
En “Luminoso Boedo” transita el tiempo de vida de Claridad, y con ella:
Yrigoyen, el golpe del 30, Uriburu, Justo, la Década Infame, la Segunda Guerra
Mundial, el peronismo, el golpe del 55 a manos de la Fusiladora. Y en todos los
paisajes, la palabra de los pensadores, de los trabajadores de la cultura.
Pienso ahora en Elías Castelnuovo, Roberto Arlt, Leónidas Barletta (a pesar de
las diferencias que tuvo con Zamora), Pedro B. Palacios (Almafuerte), José S.
Álvarez (Fray Mocho), Horacio Quiroga, César Tiempo, Álvaro Yunque.
Desde la izquierda: el cronista, Rubén Derlis y Mario Bellocchio (Buenos Aires, 2016, presentación Luminoso Boedo). |
Mario Bellocchio, visitante reciente de la ciudad/río de Gualeguay,
cuenta en su libro a un ser humano, con aciertos y fallas, un imperfecto más,
pero con un sueño entre las manos. Un sueño y una identidad.
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