Tenía
el dato, la primera vez que estuve frente a Delia Catalina Cánepa (1925), que
ella había trabajado muchos años como docente. Pregunté por la escuela y ella
me contestó, feliz, que cuando llegó a la escuela en la ciudad -venía de la zona
de chacras- solo conocía los pájaros. En su cara se veía la fascinación que
significó el arribo al nuevo mundo. Pensé en ese momento que era una hermosa
manera de resaltar una felicidad con otra; no era poco saber de la existencia
de los pájaros y la naturaleza, y no sería poco el festejo a partir de la aparición
de nuevos conocimientos.
Delia Cánepa (Fotografías de Nacho Murugarren). |
Llegué
hasta su casa de la calle 9 de Julio a través de Raúl Manzán, hijo de Delia,
integrante de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Gualeguay.
Unos pocos encuentros con Delia me llevaron al convencimiento de que quería
hablar con ella, preguntar por sus memorias. Al fin se alinearon los planetas,
y la dama, desde sus 92 años, se fue de paseo por los jardines del pasado: “Nací
en la primera sección chacras. Yo no conocía nada. Los juguetes que teníamos en
la chacra eran una hamaca que nos había hecho papá debajo del parral, y una
muñeca, nada más. Después ayudábamos en la casa. Mi mamá se llamaba María Rosa
Viviani, y papá Benito Cánepa. Los dos nacidos en Gualeguay. Venir a la escuela
fue para mí llegar a un mundo mágico. Para hacer la primaria vine a vivir a la
casa de unos tíos, porque mis padres vivían en la chacra. Me acuerdo de las
maestras; hasta recuerdo las clases que daban. Hice la escuela primaria en la
Castelli y, en aquellas épocas, no sé si en todas las escuelas -en la Normal,
no- los últimos tres años: primero, segundo y tercer curso, teníamos una
maestra por materia, como un secundario. Llevábamos texto y cuaderno. Yo
conservo el de química de 6to. grado. Lo que dábamos en la primaria, cuando fui
a la secundaria -que me resultó fácil- sabía la base de todo. No me fui más de
Gualeguay; después mamá y papá vinieron a vivir a la ciudad. Fuimos 4 hermanos,
quedo yo nada más; soy la mayor, después Haydée, Cacho y Marta. Hice 7 años de
primaria, y 4 de secundaria. Salí de la Normal con el título de maestra de
grado. Me recibí en el 42”.
Pregunté
cómo fue empezar a trabajar: “No podía trabajar de maestra, no me daban la
posibilidad porque yo no era peronista. El panadero que iba a casa, Luis
Farías, era peronista, muy buena persona, y me decía siempre: ‘Señorita, no
puede estar vendiendo pan detrás de un mostrador’. Mi papá había puesto almacén
y yo trabajaba en el negocio. Yo le decía: No me dan empleo. Recuerdo que un
día de lluvia, Farías cayó con la canasta grande del pan, tapada con un lienzo,
y me dijo: ´Sírvase su nombramiento’. Me nombraron donde el diablo perdió el
poncho, donde nadie quería ir, en el 5to. Distrito. Por necesidad, por supuesto
que fui. Era la escuela nro. 24. Una casa alquilada. Yo era el único personal:
era ordenanza, limpiaba los pisos, maestra, directora, todo. Tenía alumnos que
venían desde muy lejos, y eran muy pobres; llegaban tarde; me decían que primero
tenían que juntar la biznaga para calentar la leche”.
Gracias
a la misoginia y la permuta: “Mi madre tenía una amiga. Su hijo era misógino, no
le gustaban las mujeres; y lo nombraron en la escuela nro. 18 del 3er.
Distrito, donde había cuatro maestras y una directora. La directora era la
madre de Humberto Vico, el historiador. Como el muchacho estaba enojado porque trabajaba
con tantas mujeres, yo le dije a la madre: Permutamos. Le conté que yo estaba
sola en la escuela. El misógino primero fue a ver: dijo que no había teléfono -qué
iba a haber en esa época-; le dije: Pero se puede solicitar; preguntó: ¿Y qué
medio de locomoción hay?; Ninguno, el colectivo que va a Nogoyá, pero se puede
solicitar un desvío. Permutó, y después dijo que lo engañé, que yo le había
dicho que iba a haber colectivo. Yo no lo aseguré nada. Así pasé de la 24 a la
18, la escuela principal de la Aldea Asunción. Cinco maestras y una directora,
cuyo marido era -también había sido director- pero ya estaba jubilado: don
Alejandro Vico, el hombre más bueno que he conocido. Todo el grupo, una gente
maravillosa. Hoy escuché en la radio que ha muerto una de mis primeras alumnas,
y hace un tiempo falleció un alumno que ha venido toda la vida a saludarme.
Eran 5 años menores que yo, porque se mandaba los chicos a la escuela hasta
grandes. Vico me preguntaba si yo quería darles clase extra, no estaban
anotados como alumnos, pero podían ir como oyentes, porque qué hacían, no
tenían dónde ir. Buenísima gente, el origen social de los alumnos en esa
escuela era mezclado”.
Elecciones
en la escuela 18: “El jefe de policía era Félix Bur, era radical como yo.
Farías, el que me consiguió el empleo nunca me dijo: Afíliese. Un día de
elecciones en la escuela, Salvador Frare, también radical, me golpea el vidrio
y me dice: ‘Ganamos por 11 votos’. Entonces veo pasar a don Félix, abro la
ventana, y lo felicito por el triunfo por 11 votos. Pasó un señor de cuyo
nombre no quiero acordarme, me oyó y me gritó de todo. Al otro día levantaron firmas
para sacarme. Pero los padres de los alumnos no firmaron”.
La
vida como docente: “Empecé como maestra en el 47, en la 24 estuve unos meses, y
en la 18 conocí a Raúl Manzán. Nos casamos, al año nace Delita, después Raúl, y
mi marido me dice que no podía seguir viajando y con dos criaturas. Luego nació
Gustavo. Empecé a pedir permiso sin goce de sueldo, y después renuncié. Era el
53. Cuando Luis Mac’Kay fue ministro de educación yo tenía casi 8 años de
antigüedad; en ese tiempo no estaba el estatuto del docente en vigencia, y él
me podría haber nombrado titular en la Normal, pero entré como provisoria; en el
primer concurso que hubo para Entre Ríos fuimos 5 maestras a rendir en
Concepción del Uruguay, una semana; me fue bien y quedé como titular en la Normal.
Estaba en 2do. grado, pero el señor Anselmo Diorio, de quien fui practicante,
me dijo que yo era para primer grado; muy poco tiempo estuve en 2do. y 5to. Me
encantaba y los chicos eran divinos. Y muy vivos”.
Una
anécdota: “A la escuela llega un chico. Los padres venían del campo, era
septiembre. Los chicos leían y escribían. Este chico no sabía nada. Era muy
bueno. Lo ayudé por afuera de las clases; yo quería que aprendiera. La madre le
enseñaba a repetir de memoria. Entonces Antonio levantaba la mano, y como los
loros. Había una lectura: ‘Rata’: ‘La rata roe que roe la rica comida’. Los
sinvergüenzas le enseñaron la lectura, y él levantó la mano. Todos me avisaron
que Antonio sabía la lección. Le pregunté y sí; empezó: ‘La rata coge que coge…’,
eso le habían enseñado. Me miraban todos, esperando a ver qué hacía. Dije: Muy
bien, Antonio –los alumnos se miraron-, aprendan ustedes a estudiar como
Antonio. Me jubilé como sub regente, después de 30 años. Yo quería seguir
trabajando, me sentía espléndida, y claro, me gustaba”.
La
consulta está ahora dirigida a su formación como lectora practicante: “La
lectura significó todo. Cuando me trajeron a la casa de mis tíos, descubrí que
tenían una biblioteca espectacular. Pero no se podía tocar. Siempre digo, a los
chicos no les prohíban una cosa, porque ahí van a ir. En esa casa había muchos
relojes, que tampoco se podían tocar. Dos de esos relojes tenían como tema
musical: uno: La Marsellesa, y el otro: ‘El último pensamiento musical’ de
Weber. A la siesta les daba cuerda, escuchaba música, y leía algo. Hasta que un
día me descubrió mi tío, y guascazo va, guascazo viene. Así picoteaba de muchas
lecturas. Y recuerdo una novela que sacaba en capítulos la revista Para Ti; no
me acuerdo de qué trataba, era de amor, y yo estaba enamorada del personaje que
se llamaba Eric Larsen. Cuando juntaba dinero, que en casa no sobraba, compraba
en la librería de Ferreira, en la esquina de la Normal. El primer libro que me
compré fue ‘Amalia’ de José Mármol. Después ‘Juvenilia’ de Miguel Cané, ‘Pago
chico’ de Payró, ‘La princesita de los bresos’ de Eugenia Marlitt. Hoy leo a
toda hora. Siempre me acompañó la lectura. Leí mucho a Félix Luna, y me gusta
el español Pérez-Reverte”.
Con
respecto a la educación, Delia afirma: “Veo una decadencia general en la
sociedad; en educación no hay diccionario, no hay reglas ortográficas, y sí mucha
computadora”.
La
casa de Delia Cánepa parece estar fundada sobre un jardín: “Cuando nos casamos
vivimos dos años en la casa de mis padres, y después compramos esta casa”. Si
se entra por el portón del garaje cerrado, hay plantas grandes en grandes
macetas; y estando en la cocina, a través de las ventanas, se adivina el mundo
florido que rige el fondo de la propiedad. Una colorida selva de especies poco
comunes. Delia escucha música de la radio de un pequeño grabador. Durante la
charla acompañó la música de fondo. Sobre el final llegó el turno del tango. En
la mesa de la cocina hay dos libros. A un lado el mate. Hay momentos en que
tomo yo solo, la maestra de primer grado se ocupa del relato y descuida la
ronda. Cuando me contaba de los relojes del tío, acercó a la mesa un viejo
reloj acondicionado en su momento, aunque hoy esté fallando, en la relojería de
Kiko Benítez.
Delia
es feliz haciendo memoria, volviendo a sus imágenes. Le gusta hablar, es clara en
el uso de las palabras, en la manera de ordenar las historias y los
pensamientos. Queda claro su pasado y presente de lectora.
Escuché
a Delia, y luego hice el trabajo de desgrabación para con sus recuerdos
enhebrar los momentos de esta nota. Desde que aquel día en que le escuché decir
que ella solo conocía los pájaros, la expresión se quedó en mi memoria, y me
provoca felicidad, quizá sea un poco de la felicidad que ella habita. Digo que
se le nota, digo que tendría que aprender de ella.
Gracias
al encuentro con Delia Cánepa, maestra de grado, hago memoria y festejo la
compañía de algunas de mis maestras, allá en la escuela nro. 22 Martín Miguel
de Güemes, en Martín Coronado, provincia de Buenos Aires. Tanto le debo a mi
escuela primaria, el lugar donde a tantos universos les llega la luz.
Delia querida, mi vecina y segunda madre.Me dió la teta cuando bebé. Gustavo y yo somos de la misma edad, y cómo mi mamá no tenía demasiada leche materna para satisfacer mi hambruna, Delia se ofrecía a concluir el trámite.Un ser adorable y ejemplo de persona.Te queremos muchísimo!!!!
ResponderEliminar