domingo, 3 de septiembre de 2017

Delia Cánepa recuerda

Tenía el dato, la primera vez que estuve frente a Delia Catalina Cánepa (1925), que ella había trabajado muchos años como docente. Pregunté por la escuela y ella me contestó, feliz, que cuando llegó a la escuela en la ciudad -venía de la zona de chacras- solo conocía los pájaros. En su cara se veía la fascinación que significó el arribo al nuevo mundo. Pensé en ese momento que era una hermosa manera de resaltar una felicidad con otra; no era poco saber de la existencia de los pájaros y la naturaleza, y no sería poco el festejo a partir de la aparición de nuevos conocimientos.
Delia Cánepa (Fotografías de Nacho Murugarren).
Llegué hasta su casa de la calle 9 de Julio a través de Raúl Manzán, hijo de Delia, integrante de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de Gualeguay. Unos pocos encuentros con Delia me llevaron al convencimiento de que quería hablar con ella, preguntar por sus memorias. Al fin se alinearon los planetas, y la dama, desde sus 92 años, se fue de paseo por los jardines del pasado: “Nací en la primera sección chacras. Yo no conocía nada. Los juguetes que teníamos en la chacra eran una hamaca que nos había hecho papá debajo del parral, y una muñeca, nada más. Después ayudábamos en la casa. Mi mamá se llamaba María Rosa Viviani, y papá Benito Cánepa. Los dos nacidos en Gualeguay. Venir a la escuela fue para mí llegar a un mundo mágico. Para hacer la primaria vine a vivir a la casa de unos tíos, porque mis padres vivían en la chacra. Me acuerdo de las maestras; hasta recuerdo las clases que daban. Hice la escuela primaria en la Castelli y, en aquellas épocas, no sé si en todas las escuelas -en la Normal, no- los últimos tres años: primero, segundo y tercer curso, teníamos una maestra por materia, como un secundario. Llevábamos texto y cuaderno. Yo conservo el de química de 6to. grado. Lo que dábamos en la primaria, cuando fui a la secundaria -que me resultó fácil- sabía la base de todo. No me fui más de Gualeguay; después mamá y papá vinieron a vivir a la ciudad. Fuimos 4 hermanos, quedo yo nada más; soy la mayor, después Haydée, Cacho y Marta. Hice 7 años de primaria, y 4 de secundaria. Salí de la Normal con el título de maestra de grado. Me recibí en el 42”.
Pregunté cómo fue empezar a trabajar: “No podía trabajar de maestra, no me daban la posibilidad porque yo no era peronista. El panadero que iba a casa, Luis Farías, era peronista, muy buena persona, y me decía siempre: ‘Señorita, no puede estar vendiendo pan detrás de un mostrador’. Mi papá había puesto almacén y yo trabajaba en el negocio. Yo le decía: No me dan empleo. Recuerdo que un día de lluvia, Farías cayó con la canasta grande del pan, tapada con un lienzo, y me dijo: ´Sírvase su nombramiento’. Me nombraron donde el diablo perdió el poncho, donde nadie quería ir, en el 5to. Distrito. Por necesidad, por supuesto que fui. Era la escuela nro. 24. Una casa alquilada. Yo era el único personal: era ordenanza, limpiaba los pisos, maestra, directora, todo. Tenía alumnos que venían desde muy lejos, y eran muy pobres; llegaban tarde; me decían que primero tenían que juntar la biznaga para calentar la leche”.
Gracias a la misoginia y la permuta: “Mi madre tenía una amiga. Su hijo era misógino, no le gustaban las mujeres; y lo nombraron en la escuela nro. 18 del 3er. Distrito, donde había cuatro maestras y una directora. La directora era la madre de Humberto Vico, el historiador. Como el muchacho estaba enojado porque trabajaba con tantas mujeres, yo le dije a la madre: Permutamos. Le conté que yo estaba sola en la escuela. El misógino primero fue a ver: dijo que no había teléfono -qué iba a haber en esa época-; le dije: Pero se puede solicitar; preguntó: ¿Y qué medio de locomoción hay?; Ninguno, el colectivo que va a Nogoyá, pero se puede solicitar un desvío. Permutó, y después dijo que lo engañé, que yo le había dicho que iba a haber colectivo. Yo no lo aseguré nada. Así pasé de la 24 a la 18, la escuela principal de la Aldea Asunción. Cinco maestras y una directora, cuyo marido era -también había sido director- pero ya estaba jubilado: don Alejandro Vico, el hombre más bueno que he conocido. Todo el grupo, una gente maravillosa. Hoy escuché en la radio que ha muerto una de mis primeras alumnas, y hace un tiempo falleció un alumno que ha venido toda la vida a saludarme. Eran 5 años menores que yo, porque se mandaba los chicos a la escuela hasta grandes. Vico me preguntaba si yo quería darles clase extra, no estaban anotados como alumnos, pero podían ir como oyentes, porque qué hacían, no tenían dónde ir. Buenísima gente, el origen social de los alumnos en esa escuela era mezclado”.
Elecciones en la escuela 18: “El jefe de policía era Félix Bur, era radical como yo. Farías, el que me consiguió el empleo nunca me dijo: Afíliese. Un día de elecciones en la escuela, Salvador Frare, también radical, me golpea el vidrio y me dice: ‘Ganamos por 11 votos’. Entonces veo pasar a don Félix, abro la ventana, y lo felicito por el triunfo por 11 votos. Pasó un señor de cuyo nombre no quiero acordarme, me oyó y me gritó de todo. Al otro día levantaron firmas para sacarme. Pero los padres de los alumnos no firmaron”.
La vida como docente: “Empecé como maestra en el 47, en la 24 estuve unos meses, y en la 18 conocí a Raúl Manzán. Nos casamos, al año nace Delita, después Raúl, y mi marido me dice que no podía seguir viajando y con dos criaturas. Luego nació Gustavo. Empecé a pedir permiso sin goce de sueldo, y después renuncié. Era el 53. Cuando Luis Mac’Kay fue ministro de educación yo tenía casi 8 años de antigüedad; en ese tiempo no estaba el estatuto del docente en vigencia, y él me podría haber nombrado titular en la Normal, pero entré como provisoria; en el primer concurso que hubo para Entre Ríos fuimos 5 maestras a rendir en Concepción del Uruguay, una semana; me fue bien y quedé como titular en la Normal. Estaba en 2do. grado, pero el señor Anselmo Diorio, de quien fui practicante, me dijo que yo era para primer grado; muy poco tiempo estuve en 2do. y 5to. Me encantaba y los chicos eran divinos. Y muy vivos”.
Una anécdota: “A la escuela llega un chico. Los padres venían del campo, era septiembre. Los chicos leían y escribían. Este chico no sabía nada. Era muy bueno. Lo ayudé por afuera de las clases; yo quería que aprendiera. La madre le enseñaba a repetir de memoria. Entonces Antonio levantaba la mano, y como los loros. Había una lectura: ‘Rata’: ‘La rata roe que roe la rica comida’. Los sinvergüenzas le enseñaron la lectura, y él levantó la mano. Todos me avisaron que Antonio sabía la lección. Le pregunté y sí; empezó: ‘La rata coge que coge…’, eso le habían enseñado. Me miraban todos, esperando a ver qué hacía. Dije: Muy bien, Antonio –los alumnos se miraron-, aprendan ustedes a estudiar como Antonio. Me jubilé como sub regente, después de 30 años. Yo quería seguir trabajando, me sentía espléndida, y claro, me gustaba”.
La consulta está ahora dirigida a su formación como lectora practicante: “La lectura significó todo. Cuando me trajeron a la casa de mis tíos, descubrí que tenían una biblioteca espectacular. Pero no se podía tocar. Siempre digo, a los chicos no les prohíban una cosa, porque ahí van a ir. En esa casa había muchos relojes, que tampoco se podían tocar. Dos de esos relojes tenían como tema musical: uno: La Marsellesa, y el otro: ‘El último pensamiento musical’ de Weber. A la siesta les daba cuerda, escuchaba música, y leía algo. Hasta que un día me descubrió mi tío, y guascazo va, guascazo viene. Así picoteaba de muchas lecturas. Y recuerdo una novela que sacaba en capítulos la revista Para Ti; no me acuerdo de qué trataba, era de amor, y yo estaba enamorada del personaje que se llamaba Eric Larsen. Cuando juntaba dinero, que en casa no sobraba, compraba en la librería de Ferreira, en la esquina de la Normal. El primer libro que me compré fue ‘Amalia’ de José Mármol. Después ‘Juvenilia’ de Miguel Cané, ‘Pago chico’ de Payró, ‘La princesita de los bresos’ de Eugenia Marlitt. Hoy leo a toda hora. Siempre me acompañó la lectura. Leí mucho a Félix Luna, y me gusta el español Pérez-Reverte”.
Con respecto a la educación, Delia afirma: “Veo una decadencia general en la sociedad; en educación no hay diccionario, no hay reglas ortográficas, y sí mucha computadora”.
La casa de Delia Cánepa parece estar fundada sobre un jardín: “Cuando nos casamos vivimos dos años en la casa de mis padres, y después compramos esta casa”. Si se entra por el portón del garaje cerrado, hay plantas grandes en grandes macetas; y estando en la cocina, a través de las ventanas, se adivina el mundo florido que rige el fondo de la propiedad. Una colorida selva de especies poco comunes. Delia escucha música de la radio de un pequeño grabador. Durante la charla acompañó la música de fondo. Sobre el final llegó el turno del tango. En la mesa de la cocina hay dos libros. A un lado el mate. Hay momentos en que tomo yo solo, la maestra de primer grado se ocupa del relato y descuida la ronda. Cuando me contaba de los relojes del tío, acercó a la mesa un viejo reloj acondicionado en su momento, aunque hoy esté fallando, en la relojería de Kiko Benítez.
Delia es feliz haciendo memoria, volviendo a sus imágenes. Le gusta hablar, es clara en el uso de las palabras, en la manera de ordenar las historias y los pensamientos. Queda claro su pasado y presente de lectora.
Escuché a Delia, y luego hice el trabajo de desgrabación para con sus recuerdos enhebrar los momentos de esta nota. Desde que aquel día en que le escuché decir que ella solo conocía los pájaros, la expresión se quedó en mi memoria, y me provoca felicidad, quizá sea un poco de la felicidad que ella habita. Digo que se le nota, digo que tendría que aprender de ella.
Gracias al encuentro con Delia Cánepa, maestra de grado, hago memoria y festejo la compañía de algunas de mis maestras, allá en la escuela nro. 22 Martín Miguel de Güemes, en Martín Coronado, provincia de Buenos Aires. Tanto le debo a mi escuela primaria, el lugar donde a tantos universos les llega la luz.

1 comentario:

  1. Delia querida, mi vecina y segunda madre.Me dió la teta cuando bebé. Gustavo y yo somos de la misma edad, y cómo mi mamá no tenía demasiada leche materna para satisfacer mi hambruna, Delia se ofrecía a concluir el trámite.Un ser adorable y ejemplo de persona.Te queremos muchísimo!!!!

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