domingo, 22 de octubre de 2017

Carlos Squivo: pintor clandestino

El mundo de lo clandestino es mucho más grande y sustancioso que aquel que identificamos con la luz, con la vidriera, la exposición, el reconocimiento oficial. Clandestino es pertenecer al silencio, a la sombra; algo cercano a vivir en el misterio, como proponía Homero Manzi. Artistas clandestinos, corridos del centro, habitantes de los barrios aledaños, de las afueras en penumbra. Digo que mi padre con su pintura pertenece a la sombra, como así también mi escritura. Será por eso que me interesé por la historia de Squivo.
Debo la totalidad de la información a transmitir al trabajo de investigación, de militancia en relación a la memoria de su aldea natal, del escultor Mario Morasan. Hace un puñado de días lo entrevisté por su quehacer artístico, y su presencia en Gualeguay en el segundo encuentro de escultores. Una de las sintonías de Morasan es la investigación y divulgación de obras y artistas, vale como ejemplo su libro: “La Histórica. Patrimonio, monumentos y escultura pública de Concepción del Uruguay 1783-2011” (2013). Mario realiza publicaciones en el ciberespacio, toda una herramienta de difusión; fue cuando me encontré con un personaje que no conocía: un pintor y su manera de entender el arte y la vida. La sorpresa abrió la puerta.
Squivo por Eduardo Amaral (izq.), y Squivo en su taller.
Cuenta Morasan que con el título de “Pintor clandestino” se publicó el 25 de febrero de 1973, en la revista Clarín, una nota sobre Squivo (más conocido como Esquivo en su ciudad), nacido en Concepción del Uruguay el 16 de octubre de 1920. Fragmentos del texto: “Carlos Squivo comienza a pintar desde muy joven; gente, paisajes, ranchos de los alrededores de Concepción van llenando sus telas. Su primer atelier es una buhardilla, ‘La torre de los murciélagos’, lugar donde se cita la media docena de artistas noctámbulos de esos tiempos. (…) Enviado por amigos comunes, una de esas noches llegó hasta ellos el poeta Carlos Latorre; iba de paso, pero permaneció en Concepción y en la buhardilla todo el verano. Comienza entonces la amistad de Squivo con los surrealistas. Alrededor de 1950 viaja a Buenos Aires y se une al grupo formado por el mismo Latorre, Aldo Pellegrini, Enrique Molina, Madariaga, Llinás y otros. Comparte con ellos, más que una estética, una concepción y un modo de vida. Tardes, noches y amaneceres de los bares de Florida y Viamonte, y ‘estaños’ del Bajo testimoniaron polémicas y creaciones, dando origen a libros y revistas, entre éstas de la importancia de ‘A partir de cero’ y ‘Letras y líneas’. (…) Aunque sus obras no adhieren al surrealismo, éste dejó huellas en su vida y creación. De las épocas de su pintura, el puntillismo, el realismo mágico y el expresionismo, es el segundo el que más lo atestigua.
Por esos tiempos estudia con Carlos Castagnino, realiza muestras individuales en Peuser, Rubío, Riobóo y otras salas, y obtiene en 1960 el Segundo Premio de Pintura de la Sociedad Hebraica Argentina”.
Reflexiones de Squivo sobre Squivo: “Ocupado, casi recluido en mi taller, muchas veces olvidé exponer a tiempo el resultado de mis experiencias plásticas. He buscado siempre el misterio, lo que no puede decirse. Creo que cada vez que termino una obra me siento decepcionado, quisiera empezar de nuevo. Esta es la única razón por la que temo la brevedad del tiempo que nos toca vivir, que nos impone un plazo para la profesión creadora”.
“Crear es solo una tarea, un mandato interno y profundo que surge de mí y del mundo que me rodea. Un mosaico de quince por quince centímetros se me presenta como un punto de partida. Alguien lo hizo, tiene una existencia y una finalidad. Yo siento que mi obligación como artista es poblar ese mosaico de imágenes, hacerlo llegar hasta sus posibilidades más distantes. La obra plástica nos espera en todas las cosas, en la textura de una piedra, en la corteza de un tronco, en el hueso pulido y calcinado de un animal, en la huella de una vertiente”.
“Quiero pintar la figura humana como es, con sus contradicciones e innumerables facetas; por eso cada una de mis figuras no está sola, no es única, se desdobla, se proyecta hacia adentro, se multiplica”.
Me produce alegría encontrarme con la presencia amiga de los surrealistas, pienso en dos de mis notables: Aldo Pellegrini y Enrique Molina; pienso en la pulsión de Squivo, su laborar, mientras sigue atento a la mirada profunda.
En otra nota, titulada “Carlos María Squivo: un artista cabal”, Carlos Latorre se detiene en:
(…) “La entrañable ternura de Squivo obra el prodigio de convertir lo irrisorio en hermoso milagro de amor, compasión capaz de transfigurar los contenidos de la promiscuidad y la deformidad. (…) Dibujante a la altura de los mejores, Squivo cuenta también con la riqueza inagotable de su sabiduría técnica. (…) Se suman a estos bienes naturales de su dote artística, su despiadado humor, el aliento creador de su fantasía, la dimensión desconcertante de su inocencia capaz de asomarnos subyugados tanto al espectáculo de la gravidez de la vida, como al milagro del amor sublimado o escarnecido, a la misma crueldad en él, inconscientemente purificadora. Y sobre todo, la poesía”.
Morasan en Gualeguay (2016)
Mario Morasan informa que el reconocido crítico de arte Córdoba Iturburu también se refirió a su pintura: “(…) Sugestiva, de rica fisonomía, en la que el color y la materia se funden en la realidad de una expresión calificada”; y otro crítico notable, además de notable poeta, Aldo Pellegrini, señaló: “La materia vibra, el color reverbera, transportándonos al mundo resplandeciente de los hechizos. La superficie pintada misma, incapaz de ser contenida por el cuadro, se proyecta hacia el espectador para iniciar la ceremonia sagrada de la comunicación”.
Carlos Squivo murió en Martínez, provincia de Buenos Aires, a fines de 1986. Llegó a transitar tiempos duros -de manera inevitable pienso en las carencias de Antonio Castro- en los que solo pudo realizar su arte utilizando crayones.
En la publicación de Morasan aparece un personaje determinante: el gualeyo Eduardo Amaral (1926-1989), quien a unos meses de la muerte de Squivo escribió en el diario “La Calle” de Concepción del Uruguay, el 11 de enero de 1987:
“Aparte de los familiares y del grupo de amigos de siempre, no hubo en esta ciudad el eco de la infausta noticia. Es que la labor pictórica, la profunda obra de Carlos Esquivo fue silenciosa permanentemente. Buceador incansable, nunca creyó que el éxito fuera el objetivo de su obra. (…) Si Carlos María Esquivo alcanzó las metas que a sí mismo se propusiera, sólo él lo supo. Sus silencios, sus angustias, sus risas y sus lágrimas caminaron por dentro de su personalidad y se fueron como embarcadas hacia el infinito. (…) Y algunos de los pocos que vamos quedando de aquella barra de los años 40, sentimos seguro, el abrazo de la nostalgia al cruzar frente al edificio de España y Almafuerte. Porque allí, en una bohardilla ocurrió el desfile de otros bohemios maravillosos como Yamandú Rodríguez, Carlos Latorre, Luis Alberto Ruiz, Cesar Schepens, Mario Loza y otros.
Y esas sombras, esos perfiles de ceniza, caminan aún por aquel ‘cuartito azul’ donde soñara ese dibujante maravilloso, extraordinario pintor y mejor amigo que fue Carlos María Esquivo”.
Eduardo Amaral
La memoria, estoy convencido, tiende, funda, sus propios caminos, o pensaba en una imagen: cada historia corporizada en una piedra y disparada sobre la superficie de un río; la piedra se hace visible en cada rebote sobre el agua, luego se duerme hasta el próximo toque sobre la superficie del río del tiempo. Morasan cierra su publicación contando algunos detalles: “Las dos primeras notas periodísticas me fueron cedidas en mano por Eduardo Amaral, allá por los años ochenta y tantos; años en los que manteníamos largas charlas en mi taller de escultura.
En ese entonces, además de tener una hermosa amistad, compartíamos el mismo espacio de trabajo en aquel primer Canal 2 ‘video imagen’ en el que Eduardo era gerente.
Excelente dibujante, gualeyo de nacimiento y uruguayense por elección. Dibujante del diario local, ilustrador de libros, autor del escudo de la localidad de Caseros (E.R.), Eduardo hacia un culto de la amistad y disfrutaba haciendo caricaturas de sus amigos... vaya para él también este merecido recuerdo”.
Es en este momento donde la maravilla alumbra el día, porque la piedra rebota sobre el río en esta tarde gualeya, en este momento de escritura en mi casa en la zona de chacras. Uno agradece las presencias, las fundaciones. Se da gracias a Carlos Squivo, y me lamento no tener a la mano la posibilidad de ver su obra; se agradece el trabajo comprometido del escultor Mario Morasan; y se agradece la presencia de un puente fundamental en esta historia: Eduardo Amaral. Un hombre a quien no conocía, hombre que alguna vez caminó las calles que hoy camino en esta ciudad/río de Gualeguay. Es en estas pequeñas historias, presencias, cuando la ciudad es más río que ciudad, sucede cuando el cauce se nutre en la memoria.
Escribo en esta tarde gualeya sabiendo que este entramado, publicado, en este 16 de octubre, 97 años después del nacimiento de Squivo, por el amigo Morasan, y de la mano de su amigo Amaral, es prueba irrefutable de las magias que trabajan en torno de la memoria. Pienso en las bondades que encierra el intento de “ser” a través del trabajo en la memoria. Fue por esto que decidí sumar mi contribución en este espacio del diario del domingo. La vida es habitar la mayor cantidad de historias, y recordarlas.

Va entonces mi agradecimiento a los personajes de esta publicación.

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