domingo, 29 de octubre de 2017

Las elecciones de Nora Cosso

Hace tiempo que tenía en mente la charla con Nora Cosso. En la ciudad/río de Gualeguay, el nombre de Nora es sinónimo de teatro. A través de algún encuentro de charla en su casa, junto al Juana Saldaña, su compañero, supe de su sensibilidad, de las coordenadas entre las que se mueve su vida. Sabía de ella desde que entrevisté al Juana; después se sumó el conocimiento de su quehacer artístico a través de notas aparecidas en el diario; y luego los encuentros casuales, y no tanto, en lugares donde me gusta compartir una cena con amigos, con gente que anda en una misma sintonía. Pero claro, faltaba la charla en silencio. Fue durante la tarde de un sábado cuando me encontré con las palabras, con las señales esenciales que fundaron la valiosa humanidad de Nora Cosso.
No tenía intención de preguntarle sobre su historia de formación; apunté a sugerir un tema, a invitar a Nora a abrir distintas puertas desde este presente.
En un primer movimiento, señalé su teatro hoy, es decir, cómo mirar sobre ella misma; consulté por su pista emotiva: “Juana me dice sobre el teatro: ‘Te vas a quedar a dormir’, porque es un lugar donde pierdo la noción del tiempo, y la pierdo en felicidad. El tiempo se va, desde las 3 de la tarde, salvo los días en que curso, hasta la medianoche, y no siento cansancio; es una actividad que no me provoca ningún tipo de molestia. Es un motor que va creciendo -desde hace dos años puedo decir que me dedico con más tiempo a él- y es lo que elegí para mi vida. En otras circunstancias lo pude hacer con menos tiempo y espacios. Es un lugar donde el tiempo de los relojes no existe, pasan las horas de la clase y yo sigo. El teatro no tiene fin, porque uno asiste a una creación continua; es un milagro continuo y efímero, totalmente efímero. Ves a los chicos o a los adultos que están trabajando en una idea, y esa idea se dispara en mil ideas más y se transforma en una red enorme que tiene un origen, pero no un fin; como eso muta, cambia todos los días, siempre es diferente, por lo tanto no hay riesgo de aburrirse”.
Nora pone en escena a toda una palabra/personaje en los territorios por donde se busca entrarle al mundo del arte: “efímero”, qué decir del arte cuando la caricia de lo efímero: “Hay escenas que funcionan una vez, escenas que se quieren repetir, pero que luego quedan vacías, porque lo que se intentó no conectó esta vez con el compañero de escena; el actor tiene una mecánica, pero también su momento debe estar ligado al momento del otro. Somos humanos, más allá de la técnica o el mapa de acciones de la obra, todos los días somos distintos, y venimos cargados con cosas diferentes, y entonces se producen encuentros y desencuentros. Es difícil repetir un instante, por eso siempre es distinto. La química entre los actores es un misterio. Ese misterio me hace feliz. Son momentos fugaces que a veces se dan en los días. Respeto mucho el trabajo del actor, sus propuestas. Sigo los impulsos. Porque en el trabajo en común aparece lo humano, aquello con que carga cada uno, y eso es mágico. Es como que las miradas se triangulan todo el tiempo. Triángulos que se mueven entregando y recibiendo energía”.
Sostengo que tratar de entrarle a la creación, al intento artístico, es un acto de valentía; a seguro se lo llevaron preso y de lo único que podemos estar seguros es de que siempre está el abismo. Uno se arriesga cuando posee una identidad, y esa fue la palabra que salió a jugar sobre la mesa: “Uno es un mosaico, un rompecabezas de muchas historias; genealógicamente yo traigo varias mujeres adentro mío, no solamente mi madre y mis abuelas, cargamos con la historia de una época que nos marca. Todo lo que ocurre hoy con este reposicionarse de la mujer, esa lucha, es algo que me apasiona. Una viene quizá de hogares machistas, y ha sido una lucha dentro de ese hogar; por ejemplo, en mi familia fui muy combatida por elegir el teatro. Con el tiempo fui comprendiendo, porque ellos también traían mandatos heredados. No estaba nada bien dedicarse al arte; yo dejé Derecho para ser artesana. Fue un horror. Pero ya venía de otros, estar en los Encuentros de la Juventud, escribir poesía, leer. Siempre pateé el tablero, me costó mucho dolor y lágrimas defenderme. Hoy estoy más segura que nunca con respecto a aquella elección. No sé si es correcta o no, no importa, es la que quiero, la que hoy me deja en paz. Mezcla de experiencia, de chocarte la cabeza y ver que no era por acá; creo que cuando uno va creciendo se da cuenta de que puede decir me equivoqué, era por otro lado, y eso no cuesta tanto, no es tan terrible como cuando se era más joven. Somos imperfectos y tratamos de dar lo mejor”.
En el teatro de Nora aparece en un lugar central: la docencia, entonces qué decir del amasado del pan: “Hay círculos en la vida que te llevan de nuevo a pararte en un mismo lugar. Trabajo con grupos de niños, adolescentes y adultos. Lo digo siempre, aprendemos todos juntos. Con los chicos salgo maravillada. Por ejemplo, está Juanita con su personaje de Dios, otra nena dice que ella no puede ser porque Dios es hombre; entonces pregunto por qué Dios no puede ser mujer; ese proceso de preguntas, descubrimientos, que voy haciendo junto a ellos, me llena más que la obra puesta. Me emociona todo lo que se genera, todo aquello que no es estático. Ese proceso se da en los chicos y en los adolescentes, y se da menos entre los adultos, por los límites que cargan. Los chicos cambian, se preguntan, todo es más dinámico, y esa previa es riquísima. Los adolescentes igual. Soy una agradecida de poder ser testigo de esto”. Le digo a Nora que es más difícil para el adulto recuperar, “ser” otra vez en la sintonía de la aventura, pensar que siempre se puede llegar hasta esta dama: “Es duro trabajar frente a la falta de curiosidad; lo hablábamos con Cary Pico anoche, por eso trabajar con el niño y el adolescente te devuelve a ese mundo de inocencia donde las cosas pueden transformarse en otras. El problema en el adulto es que ‘esto’ sigue siendo ‘esto’”.
Pregunto por la sociedad, de la que venimos, en la que estamos, la que soñamos: “Gualeguay es una ciudad que tiene sus pro y sus contras. A esta altura he logrado en parte hacer lo que más quiero, y creo me he liberado bastante de la mirada de los demás; dejo que todo fluya y vivo concentrada en mi trabajo. Gualeguay es difícil y en una época me afectó bastante. Rezongué mucho con el pueblo, vengo de una familia humilde, mi infancia fue complicada y no teníamos acceso a un montón de cosas. Los libros me salvaron, no porque los hubiera en casa, tuve la suerte de tener un vecino que sí los tenía, ese fue el mundo que me salvó la vida. El mundo al que me aferré se extendió a mi familia, a mi adolescencia y juventud, cuando decidí no acatar la programación del hogar. Cuando volví al pueblo -estuve dos años en Buenos Aires, no lo resistí, en el comienzo de la democracia-, lo hice siempre persistiendo en mi idea, contando con el apoyo de mi compañero, y aun así Gualeguay se hizo cuesta arriba. El teatro era para cierta elite, y era mujer, salvo Pitina Olhaberry, no había muchas mujeres directoras de teatro, y fue una lucha por muchos años: el ‘quién era’, de ‘dónde viene’, eso se sintió. Al ser más joven me dolía, pero ahora no, ya está. Hoy me conecto con lo que quiero, decido socialmente dónde voy y dónde no. Mi energía está en mi mundo, sin cable, escucho radio y música. Y estoy consciente de que también soy una sobreviviente de cuestiones físicas, enfermedades que me afectaron por años. Por eso decidí hacer aquello que me llena. La idea es una evolución constante que esté orientada, ante todo, hacia la naturaleza, en conectarme con ella, a la que considero Dios. Ahí radica mi espiritualidad y energía, aprendo mucho de la naturaleza”.
La palabra, las mil posibilidades del término “memoria”, se ubicó sobre la superficie de la tarde. Cómo responde, cuenta, traduce, Nora Cosso, el convite; con un viaje en el tiempo, una manera de rendir homenaje a algunas de las personas que caminan con ella: “Memoria es mi abuela enseñándome a hacer pan casero, en la mesada, sobre un banquito. Memoria también los libros de mi vecino; yo era amiga de Liliana, la hija de don Carlos Albornoz; él se estaba quedando ciego y me pedía que le leyera; así empecé a conocer historias, libros; y después en la escuela de Comercio descubrí que estaba la biblioteca, donde me presentó don Vico para poder ser socia. Memoria es Susana Heinrich, que fue profesora, ella me llevó al teatro. María Elena Pérez Petre. Mujeres muy fuertes. Emma Barrandéguy, por supuesto, de ella aprendí muchísimo, porque nos hicimos amigas de grandes, fuimos grandes compinches, con ella y con Eisito Osman, atesoro mucho esos encuentros; Emma era otra Emma, no la escritora, la del libro, sino la que se permitía jugar. Unos personajes fantásticos; Emma me llamaba y me decía: ‘Vení a buscarme porque la próxima vez me vas a encontrar horizontal’, entonces íbamos a buscarla con Eisito, dábamos vueltas en el auto y fumábamos, o nos tomábamos un whisky, esa cosa cotidiana que teníamos con ella. Extraño mucho a Emma y a María Elena. Memoria es Socorro Barcia, otra gran mujer, gran luchadora, maestra de teatro, de Gualeguaychú, ‘mi maestra’; tuve muchos maestros y lo agradezco, pero lo fundamental del teatro al que aspiro, el comunitario, el del Tercer Mundo, lo aprendí de Socorro. Y memoria es mi madre, más allá de nuestros grandes desencuentros, creo que ahora, a través de mi hijo, me he vuelto a encontrar con ella. Lo que mis padres hicieron con mi hijo no lo hicieron conmigo, a través de él he logrado perdonar y perdonarme”.
Quizá la única diferencia a alcanzar entre los días de la vida, esté dada en la oportunidad de fundar en nuestro interior un puñado de almas, y ser así una saludable comunidad de personas, oficios, intereses, emociones; hablo de fundar patrias internas, un espacio/tiempo no negociable por moneda o conveniencia, desde donde de manera natural se muestre una pasión, un puñado de intenciones en clave poética que nos aleje lo suficiente del oleaje más chato que puede hallarse en el cotidiano. Fundar, encontrarnos con la llave de las puertas que pueden llevarnos a jugar tanto adentro como afuera de nuestra identidad. Nora Cosso acuñó la llave que abría la biblioteca del vecino, y se fue por ese sendero, y por él, aún hoy, transita en felicidad, en libertad: Nora desconfía de los juicios y verdades absolutas; Nora elige la mesa a la que se sienta, la compañía; Nora sigue en contacto con Eisito Osman, porque además de la amistad, el amigo, mejor, los amigos siguen siendo un nexo con la poesía.
Sabía que tenía una charla pendiente con Nora Cosso, que nombrarla es decir teatro, pero claro, ella se funda en muchas otras palabras.

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