Hace
tiempo que tenía en mente la charla con Nora Cosso. En la ciudad/río de
Gualeguay, el nombre de Nora es sinónimo de teatro. A través de algún encuentro
de charla en su casa, junto al Juana Saldaña, su compañero, supe de su
sensibilidad, de las coordenadas entre las que se mueve su vida. Sabía de ella
desde que entrevisté al Juana; después se sumó el conocimiento de su quehacer
artístico a través de notas aparecidas en el diario; y luego los encuentros casuales,
y no tanto, en lugares donde me gusta compartir una cena con amigos, con gente que
anda en una misma sintonía. Pero claro, faltaba la charla en silencio. Fue
durante la tarde de un sábado cuando me encontré con las palabras, con las
señales esenciales que fundaron la valiosa humanidad de Nora Cosso.
No
tenía intención de preguntarle sobre su historia de formación; apunté a sugerir
un tema, a invitar a Nora a abrir distintas puertas desde este presente.
En
un primer movimiento, señalé su teatro hoy, es decir, cómo mirar sobre ella
misma; consulté por su pista emotiva: “Juana me dice sobre el teatro: ‘Te vas a
quedar a dormir’, porque es un lugar donde pierdo la noción del tiempo, y la
pierdo en felicidad. El tiempo se va, desde las 3 de la tarde, salvo los días
en que curso, hasta la medianoche, y no siento cansancio; es una actividad que
no me provoca ningún tipo de molestia. Es un motor que va creciendo -desde hace
dos años puedo decir que me dedico con más tiempo a él- y es lo que elegí para
mi vida. En otras circunstancias lo pude hacer con menos tiempo y espacios. Es
un lugar donde el tiempo de los relojes no existe, pasan las horas de la clase
y yo sigo. El teatro no tiene fin, porque uno asiste a una creación continua;
es un milagro continuo y efímero, totalmente efímero. Ves a los chicos o a los
adultos que están trabajando en una idea, y esa idea se dispara en mil ideas
más y se transforma en una red enorme que tiene un origen, pero no un fin; como
eso muta, cambia todos los días, siempre es diferente, por lo tanto no hay
riesgo de aburrirse”.
Nora
pone en escena a toda una palabra/personaje en los territorios por donde se
busca entrarle al mundo del arte: “efímero”, qué decir del arte cuando la
caricia de lo efímero: “Hay escenas que funcionan una vez, escenas que se
quieren repetir, pero que luego quedan vacías, porque lo que se intentó no
conectó esta vez con el compañero de escena; el actor tiene una mecánica, pero
también su momento debe estar ligado al momento del otro. Somos humanos, más
allá de la técnica o el mapa de acciones de la obra, todos los días somos
distintos, y venimos cargados con cosas diferentes, y entonces se producen
encuentros y desencuentros. Es difícil repetir un instante, por eso siempre es
distinto. La química entre los actores es un misterio. Ese misterio me hace
feliz. Son momentos fugaces que a veces se dan en los días. Respeto mucho el
trabajo del actor, sus propuestas. Sigo los impulsos. Porque en el trabajo en
común aparece lo humano, aquello con que carga cada uno, y eso es mágico. Es
como que las miradas se triangulan todo el tiempo. Triángulos que se mueven
entregando y recibiendo energía”.
Sostengo
que tratar de entrarle a la creación, al intento artístico, es un acto de
valentía; a seguro se lo llevaron preso y de lo único que podemos estar seguros
es de que siempre está el abismo. Uno se arriesga cuando posee una identidad, y
esa fue la palabra que salió a jugar sobre la mesa: “Uno es un mosaico, un
rompecabezas de muchas historias; genealógicamente yo traigo varias mujeres
adentro mío, no solamente mi madre y mis abuelas, cargamos con la historia de
una época que nos marca. Todo lo que ocurre hoy con este reposicionarse de la
mujer, esa lucha, es algo que me apasiona. Una viene quizá de hogares
machistas, y ha sido una lucha dentro de ese hogar; por ejemplo, en mi familia
fui muy combatida por elegir el teatro. Con el tiempo fui comprendiendo, porque
ellos también traían mandatos heredados. No estaba nada bien dedicarse al arte;
yo dejé Derecho para ser artesana. Fue un horror. Pero ya venía de otros, estar
en los Encuentros de la Juventud, escribir poesía, leer. Siempre pateé el
tablero, me costó mucho dolor y lágrimas defenderme. Hoy estoy más segura que
nunca con respecto a aquella elección. No sé si es correcta o no, no importa,
es la que quiero, la que hoy me deja en paz. Mezcla de experiencia, de chocarte
la cabeza y ver que no era por acá; creo que cuando uno va creciendo se da
cuenta de que puede decir me equivoqué, era por otro lado, y eso no cuesta
tanto, no es tan terrible como cuando se era más joven. Somos imperfectos y
tratamos de dar lo mejor”.
En
el teatro de Nora aparece en un lugar central: la docencia, entonces qué decir
del amasado del pan: “Hay círculos en la vida que te llevan de nuevo a pararte
en un mismo lugar. Trabajo con grupos de niños, adolescentes y adultos. Lo digo
siempre, aprendemos todos juntos. Con los chicos salgo maravillada. Por
ejemplo, está Juanita con su personaje de Dios, otra nena dice que ella no
puede ser porque Dios es hombre; entonces pregunto por qué Dios no puede ser
mujer; ese proceso de preguntas, descubrimientos, que voy haciendo junto a
ellos, me llena más que la obra puesta. Me emociona todo lo que se genera, todo
aquello que no es estático. Ese proceso se da en los chicos y en los
adolescentes, y se da menos entre los adultos, por los límites que cargan. Los
chicos cambian, se preguntan, todo es más dinámico, y esa previa es riquísima.
Los adolescentes igual. Soy una agradecida de poder ser testigo de esto”. Le
digo a Nora que es más difícil para el adulto recuperar, “ser” otra vez en la
sintonía de la aventura, pensar que siempre se puede llegar hasta esta dama: “Es
duro trabajar frente a la falta de curiosidad; lo hablábamos con Cary Pico
anoche, por eso trabajar con el niño y el adolescente te devuelve a ese mundo
de inocencia donde las cosas pueden transformarse en otras. El problema en el
adulto es que ‘esto’ sigue siendo ‘esto’”.
Pregunto
por la sociedad, de la que venimos, en la que estamos, la que soñamos: “Gualeguay
es una ciudad que tiene sus pro y sus contras. A esta altura he logrado en
parte hacer lo que más quiero, y creo me he liberado bastante de la mirada de
los demás; dejo que todo fluya y vivo concentrada en mi trabajo. Gualeguay es
difícil y en una época me afectó bastante. Rezongué mucho con el pueblo, vengo
de una familia humilde, mi infancia fue complicada y no teníamos acceso a un
montón de cosas. Los libros me salvaron, no porque los hubiera en casa, tuve la
suerte de tener un vecino que sí los tenía, ese fue el mundo que me salvó la
vida. El mundo al que me aferré se extendió a mi familia, a mi adolescencia y
juventud, cuando decidí no acatar la programación del hogar. Cuando volví al
pueblo -estuve dos años en Buenos Aires, no lo resistí, en el comienzo de la
democracia-, lo hice siempre persistiendo en mi idea, contando con el apoyo de
mi compañero, y aun así Gualeguay se hizo cuesta arriba. El teatro era para
cierta elite, y era mujer, salvo Pitina Olhaberry, no había
muchas mujeres directoras de teatro, y fue una lucha por muchos años: el ‘quién
era’, de ‘dónde viene’, eso se sintió. Al ser más joven me dolía, pero ahora
no, ya está. Hoy me conecto con lo que quiero, decido socialmente dónde voy y
dónde no. Mi energía está en mi mundo, sin cable, escucho radio y música. Y estoy
consciente de que también soy una sobreviviente de cuestiones físicas,
enfermedades que me afectaron por años. Por eso decidí hacer aquello que me
llena. La idea es una evolución constante que esté orientada, ante todo, hacia
la naturaleza, en conectarme con ella, a la que considero Dios. Ahí radica mi
espiritualidad y energía, aprendo mucho de la naturaleza”.
La
palabra, las mil posibilidades del término “memoria”, se ubicó sobre la
superficie de la tarde. Cómo responde, cuenta, traduce, Nora Cosso, el convite;
con un viaje en el tiempo, una manera de rendir homenaje a algunas de las
personas que caminan con ella: “Memoria es mi abuela enseñándome a hacer pan
casero, en la mesada, sobre un banquito. Memoria también los libros de mi
vecino; yo era amiga de Liliana, la hija de don Carlos Albornoz; él se estaba
quedando ciego y me pedía que le leyera; así empecé a conocer historias,
libros; y después en la escuela de Comercio descubrí que estaba la biblioteca,
donde me presentó don Vico para poder ser socia. Memoria es Susana Heinrich,
que fue profesora, ella me llevó al teatro. María Elena Pérez Petre. Mujeres
muy fuertes. Emma Barrandéguy, por supuesto, de ella aprendí muchísimo, porque
nos hicimos amigas de grandes, fuimos grandes compinches, con ella y con Eisito
Osman, atesoro mucho esos encuentros; Emma era otra Emma, no la escritora, la
del libro, sino la que se permitía jugar. Unos personajes fantásticos; Emma me
llamaba y me decía: ‘Vení a buscarme porque la próxima vez me vas a encontrar
horizontal’, entonces íbamos a buscarla con Eisito, dábamos vueltas en el auto
y fumábamos, o nos tomábamos un whisky, esa cosa cotidiana que teníamos con
ella. Extraño mucho a Emma y a María Elena. Memoria es Socorro Barcia, otra
gran mujer, gran luchadora, maestra de teatro, de Gualeguaychú, ‘mi maestra’;
tuve muchos maestros y lo agradezco, pero lo fundamental del teatro al que
aspiro, el comunitario, el del Tercer Mundo, lo aprendí de Socorro. Y memoria
es mi madre, más allá de nuestros grandes desencuentros, creo que ahora, a
través de mi hijo, me he vuelto a encontrar con ella. Lo que mis padres hicieron
con mi hijo no lo hicieron conmigo, a través de él he logrado perdonar y
perdonarme”.
Quizá
la única diferencia a alcanzar entre los días de la vida, esté dada en la
oportunidad de fundar en nuestro interior un puñado de almas, y ser así una
saludable comunidad de personas, oficios, intereses, emociones; hablo de fundar
patrias internas, un espacio/tiempo no negociable por moneda o conveniencia,
desde donde de manera natural se muestre una pasión, un puñado de intenciones
en clave poética que nos aleje lo suficiente del oleaje más chato que puede
hallarse en el cotidiano. Fundar, encontrarnos con la llave de las puertas que
pueden llevarnos a jugar tanto adentro como afuera de nuestra identidad. Nora
Cosso acuñó la llave que abría la biblioteca del vecino, y se fue por ese
sendero, y por él, aún hoy, transita en felicidad, en libertad: Nora desconfía
de los juicios y verdades absolutas; Nora elige la mesa a la que se sienta, la
compañía; Nora sigue en contacto con Eisito Osman, porque además de la amistad,
el amigo, mejor, los amigos siguen siendo un nexo con la poesía.
Sabía
que tenía una charla pendiente con Nora Cosso, que nombrarla es decir teatro,
pero claro, ella se funda en muchas otras palabras.
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