domingo, 9 de septiembre de 2018

Maldonado: hombre poeta


El 11 de agosto, hace ya un puñado de días, fui convocado por el poeta Ricardo Maldonado (Gral. Galarza, 1958), por segunda vez, para presentar un libro suyo. La vez anterior fue con su poesía reunida: “Voz varia” (2015). Se dio la invitación luego de expresarle mi opinión sobre su trabajo. Fue un descubrimiento, una poesía que no conocía y que de inmediato pase a admirar. La presentación fue en el Museo Quirós. Y la invitación renovada llegó luego de escuchar mis pareceres sobre su último libro: “La cuerda cuarta y otros poemas” (2018). Esta vez el lugar de encuentro fue la biblioteca popular Carlos Mastronardi de nuestra ciudad/río de Gualeguay, donde Maldonado, además del libro, presentaba su último disco: “Cómo será la canción”. Palabras y música. La propuesta fue acompañada, en buen número, por un público muy atento.
Caraballo, Lois y Maldonado. Fotos Fernando Sturzenegger

En la oportunidad leí el siguiente texto:
El universo de “La cuerda cuarta” de Ricardo Maldonado.

Dijo el poeta:
“A propósito del sentido y alcance de ‘La cuerda cuarta’, es precisamente la más trajinada de la guitarra y la que primero se corta, es varonil y delicada a la vez, está expuesta al frente de los trabajos con el instrumento. La poesía, entre todos los géneros, tiene mucho de ‘cuerda cuarta’, lleva el canto, lo sostiene y se somete a las mayores tensiones”.

Voy a tratar de llevar a palabras lo vivido e intuido en las lecturas sucesivas que hice sobre el último libro del poeta Ricardo Maldonado: “La cuerda cuarta y otros poemas” (Ediciones del Clé, 2018). Hablo de intento, porque hacerlo es verdadero desafío para este trabajador de la palabra y la memoria. Espero ajustar la emoción aparecida, que quizá sea más fácil de transmitir en una sobremesa, ayudado de gestos, silencios, tragos cortos de vino, y la palabra del amigo. Porque hay que ser poeta como Ricardo, para mejor decir la emoción. Porque ser poeta, habitar esa altura, es “ser” en el último paisaje donde puede llegar el hombre que con valentía jugó la vida en el maravilloso laborar sobre la veta de la palabrería.
Por formación y deformación profesional, digo que la poesía y la literatura me llegan hasta el puñado de almas que me forma, como especies vivas, y que de tan vitales, tan pasionales, pueden llegar a desequilibrar mi atenta contemplación de lector. A veces sucede, lo sabe mi memoria lectora. Digo que “La cuerda cuarta” es especie viva que mejor se descorcha a través de distintos acercamientos en el “mientras tanto” de los días, y lo digo porque cuando sucedió el susodicho desequilibrio -algo que no me acontece tanto como deseo- apareció una marca, un quiebre, en la vereda de lo bellamente humano, un aroma de astilla que se hundió en el aire fundacional de la emoción. Digo fundacional porque desde ese aroma llegó la lágrima hasta este lector feliz.
Emociona el libro porque es intimidad entre el hombre: y una guitarra, una memoria de aldea, una memoria de naturaleza amplia que se dice desde un jacarandá, el río, la caída de un higo, el eco de una manzana, el aroma del azúcar quemado, o el deseo de una armonía soñada desde los ambientes de una casa.
Emociona el interés por la suerte destinal de la criatura que sabe desde siempre que deberá morir.
Emociona porque el poeta mira la sociedad, y me digo: hay tanta mirada en este libro; y la mirada como llave maravillosa que abre las almas -sí, ese puñado de almas que nos forma- en el arduo camino por donde el hombre llega a comprender al hermano, al otro, a los otros, y para en ese mismo intento encontrar la propia comprensión.
Pienso que por estas orillas anda caminando Ricardo Maldonado desde hace bastante tiempo, y pienso que si ya guarda en su puño varios libros notables, es “La cuerda cuarta” material de excepción. “La cuerda cuarta” como otra vuelta de tuerca sobre su laborar a conciencia, como sacar renovada punta a la tinta, como tiempo y reflexión pariendo, cada vez, mayor sustancia: una identidad que desalambra las fronteras humanas, se viste, se siente mano a mano con la bondad de la aldea natal mientras transmuta ofrendas del natural cercano en aromas de lo universal. Ricardo Maldonado, una vez más, invita al esfuerzo: niega con su quehacer los regresos a lugares comunes, a imágenes gastadas, a palabras cáscara, invita a su música original nacida desde el paisaje de siempre.
En “La cuerda cuarta” se anota el primer poema:
“Dobla su cresta la cuerda cuarta, / se decanta en ligados / para seguir como en lomas. / Cuando escucho su deriva / atardece en Victoria. / Algo ocurre por alguien / y el tema excede, / justifica el hilo de otras resonancias. // El valor está en lo que provoca / besar tantas veces de manera distinta / la misma palabra”.
Dice el poeta, sabiendo de los distintos universos entrevistos alrededor de un higo que cae; sucede en “A la fresca”, en el primer poema de esta serie:
“Abrir de pronto los ojos y ver, eso es todo; / el verano tiene su peso específico / en el higo cumplido que cae sobre el cinc / como diciendo ‘ya está’, ‘ya llega’, ‘aquí voy’ / … así parece por lo que sucede y enseña. // Apabulla la evidencia y su presente deriva, / acaso amarren algo las palabras, los sonidos / que se buscan encantados mientras se hace / la canción y la boca queda con el sabor del higo / en febrero y Nogoyá”.
Por diversas razones, incomprobables razones, destinales destinos de abracadabrezco pulsar de cuore e idea, el hombre, un hombre, siente el impulso de intentar la escritura, y ese impulso, luego, va tomando fuerza, idea y compromiso. Recién ahí se inicia el diálogo con el oficio que nos puede llevar a ser escritores y poetas, cuestiones que no se dirimen en el dominio simple de una técnica, sino en las conversaciones entre las almas del propio escritor/poeta. Mirada atenta, y dentro del silencio de la mejor soledad. Es sabido, al señor Seguro lo llevaron al cementerio desde el principio de los tiempos. Nadie puede saber si luego de una vida de escritura, el hombre será escritor. Tratar de escribir es vivir en la incertidumbre hasta que llega la mirada sincera del otro. Boceto este paisaje porque de ahí vengo, y es más, en él vivo, tratando de saber qué es, cómo es, cuando alguien llama escritor o poeta al otro. Queda claro, todos necesitamos de la mirada del otro para construir un “nosotros”, un “todos”, la sustancia de sentirnos hermanados. Y también de ello trata, dice “La cuerda cuarta”, un libro que es para este trabajador que todavía está viendo hasta dónde le llega, lo lleva, el impulso de su escritura, un motivo de profunda felicidad, lo dicho, una feliz ventana abierta en mi mundo emocional. “La cuerda cuarta” renovó mis fuerzas, mi compromiso con el oficio, sirvió para que cada vez mire con mayor detenimiento mis palabras, porque sencillamente emociona la fineza y solidez de cada poema amanecido por Maldonado: es emocionante saber que un hombre poeta pueda escribir de esta manera: el pulso sintoniza ideales, miradas de apertura al gran plano general que se muestra para que el hombre viva su historia, y miradas de detalle, como el ejemplo citado del higo que el poeta utiliza para decir la vida y la muerte.
“La cuerda cuarta” es un festejo para el espíritu de escritura de quien escribe mientras se escribe, porque todo su paisaje poético es fruto de un depurado, consciente, seguro y decidido decir de poeta que ha terminado por anotar la universalidad de su palabra.
Motivo de alegría es entonces la aparición de este libro del grande poeta Ricardo Maldonado. Su lectura renovó mis patrias internas que sostienen el esfuerzo, el trabajo a futuro, y renovó la maravilla de saludar la escritura del otro. Tengo la suerte de ser amigo de Ricardo Maldonado, de conocerlo desde distintos ángulos de la mesa y el tinto, y eso me da la oportunidad de hacer realidad mi deseo: quisiera estar siempre rodeado de escritores que escriban mucho mejor de lo que lo hago yo, porque quiero aprender de los grandes.
El octavo poema de “A la fresca” dice:
“Todos fuimos verdad por un tiempo, / desprendimos la posibilidad del modo singular, / nutrimos el nombre con ciertos días ciertos, / acaso habitamos, no se sabe. // Hemos transitado en el vano, / nuestro dominio siempre pendió de un hilo, / pero tuvimos el desparpajo de tatuarnos / el pecho, las vísceras y las visiones / con signos de eternidad. // Y aquí estamos como si nunca, / como si al trasluz quedara un rastro, / una fosforescencia que resiste”.
“La cuerda cuarta” de Ricardo Maldonado es palabra que transmite el impulso de origen, la emoción de saber dónde estamos. Sé, como lector, que sin duda habrá en el libro otras intenciones ocultas del autor, pero en este tema, me digo, quedamos a mano, que sepa el poeta que en este lector dejó, sin dudas, otro puñado de felices consecuencias que aún “siestean” a la sombra.
Hasta aquí el texto presentación de un libro que invita a tomarse un respiro en la bulla, para así tratar de comprender, de aprehender, el mundo real, y no la fantasía amañada que transforma a la sociedad en un ente superficial, apático, puro cartón pintado pegado y compartido en las sociales redes.

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