domingo, 29 de diciembre de 2013

Ubaldo Arnaudín, linotipista

Fui a la imprenta El Pato porque quería imprimir una cantidad de señaladores para libros. Cuando Santiago vio el grabado a imprimir, me dijo que el trabajo era para que lo viera su papá: “Al Pato le va a encantar”. Ya tenía información sobre el susodicho Pato: sabía que había trabajado en El Debate Pregón una buena cantidad de años. Una tarde fui a hablar con Ubaldo Arnaudín. Hablamos de algunos temas y apareció una referencia explícita a su oficio gráfico y su historia. Supe que debía charlar con el grabador encendido: había un oficio o una vida para contar. El Pato invitó mate en su casa.
Los Arnaudín fueron dos hermanos inmigrantes, que venían de los Bajos Pirineos que lindan con España. Eran vascos franceses. Se radicaron en Entre Ríos.
Ubaldo nació el día en que los generales Rawson y Ramírez dieron el golpe militar que terminó con el gobierno del presidente Ramón Castillo: el 4 junio 1943.
Arnaudín en la imprenta El Pato.
La entrevista comenzó con toda una definición: “La imprenta es un oficio que empieza cuando uno le toma el olor a la tinta: ya no la deja más”.
Pregunto por el camino hecho hasta llegar a la revelación del oficio: “Yo empecé a trabajar como canillita a los 8 años, en el 51. Vendía el diario ‘Justicia’, que nació en los años 40. Era un diario peronista que se hacía en la imprenta de José Costa Comesaña. Ya existía ‘El Debate’, que era de 1901, y el ‘Pregón’, de 1945. ‘Justicia’ se cerró en el 55, después del golpe de estado de Aramburu. Éramos nueve hermanos, y cada uno hacía lo que podía, porque en esa época el único que tiraba del carro era el viejo. Había que rebuscársela. Me acuerdo que una hermana trabajaba en el Molino Santa Luisa, dos trabajaban en la fábrica de caramelos de Cherkasky, mi hermano mayor era mecánico de autos, una hermana no trabajaba, y la más chica estudiaba, con el tiempo se recibió de maestra. Mi hermano Alberto también era canillita de la ‘Justicia’, y después del cierre, entró de panadero. Yo seguí trabajando con Comesaña, porque cerró el diario, pero seguía la imprenta. Ahí se hacían sellos de goma, que todavía hago, y compaginábamos un diario de Galarza. Ahí estuve hasta 1957, que pasé a trabajar en ‘El Debate’, pero antes de eso, con mi hermano, de tarde, ya vendíamos ‘El Debate’, hacíamos toda la San Antonio, hasta donde llegaba la ciudad, y buena zona de chacras”.
Ubaldo Arnaudín en El Debate.
Ubaldo no tenía manera de saber que en ese momento iniciaba una larga amistad: “En el 57 entré para hacer los títulos. Componía a mano, letra por letra, yo era tipógrafo. En el 59/60 el trabajador que manejaba la linotipo dejó el puesto. En ese entonces, el director del diario era Enrique Lafourcade, que era senador. Los dueños eran Lafourcade y Luis Mac’ Kay, que fue designado Ministro de Educación en el gobierno de Frondizi. Mac’ Kay tuvo que ir a Buenos Aires, y entonces Lafourcade quedó a cargo del diario. Fue a Paraná, al Boletín Oficial de la provincia, y contrató dos linotipistas para hacer el diario. Ahí me prendí yo con la linotipo, la empecé a manejar. En el año 61/62 había quedado solo, los contratados se fueron: Martínez volvió a Paraná y Sommer fue a hacer ‘El Argentino’ de Gualeguaychú. A Sommer después lo veía porque yo iba a trabajar también a ‘El Argentino’ los fines de semana”.
Pregunto por la linotipo, Ubaldo sonrió ante la invitación a contar a su amiga: “Era una maravilla ver funcionar una linotipo. Fue una máquina única en ese momento, y hasta el día de hoy debe haber alguna funcionando en el país, quizás en Santa Fe, yo anduve por ahí un tiempo atrás, y había gente que tenía un tallercito, como el que tiene mi hijo Santiago, y hacían trabajos con linotipo. Tenía un teclado de 90 letras y símbolos: las minúsculas, mayúsculas, las acentuadas, y los números, dispuestos en tres sectores. A través de un sistema perfecto, usted apretaba la tecla y se descolgaba la matriz, la letra con la que se iba armando la palabra. Tenía un reunidor donde iban a parar esas letras. A través de un sistema de palancas y una bomba de aire se componía el texto que era llevado frente al crisol de donde salía el plomo que se estampaba en el molde que uno armaba. Había un límite, pero después usted disponía la medida del molde, la extensión de la columna que salía de la máquina y con el que se componía la rama, que es donde se presentaba la página completa a imprimir. Había un brazo que bajaba y luego subía llevando nuevamente las matrices a sus respectivos lugares, era un sistema que asombraba, la sincronización era perfecta, cada letra en su lugar correspondiente dentro del magazine: el depósito de letras que estaba en la parte alta. Luego venía el tipógrafo y levantaba lo que nosotros llamábamos ‘galera’. Con esas galeras se armaban, en grandes mesas de madera, las páginas. La linotipo era una máquina para hacer moldes de impresión”.
Arnaudín anticipando a Giger.
El Pato Arnaudín está emocionado, para explicar el funcionamiento de esta maravilla mecánica, se ayuda de viejas fotografías en donde se lo ve al mando de los controles de lo que parece ser la consola de una nave espacial. Ese universo tecnológico me recuerda la estética de H. R. Giger, y en especial la desarrollada para la película de Ridley Scott: Alien, el octavo pasajero. Insisto sobre esta nave llamada linotipo: “La manejé durante 30 años, su funcionamiento era mecánico y eléctrico, porque había que mantener en estado líquido el plomo con el que se hacían los moldes. La armaba y desarmaba como quería. La usaba y le hacía el mantenimiento, cada quince días se limpiaban y lavaban todas las matrices, y cada tanto se renovaba las partes de caucho que se desgastaban con el funcionamiento. Empecé a trabajar como mecánico de estas máquinas en el 73/74. En Gualeguay no había sindicato gráfico. Primero nos adherimos al sindicato de Concepción del Uruguay, pero en el 76 vino un muchacho de Paraná, Cottonaro, y dijo que quería que Gualeguay se sumara al sindicato gráfico de allá, y de esta manera unió a toda la provincia. En Paraná conocí a Abel Rojas de Gualeguaychú; a muchachos de Colón, como Besson; a Cicerone de Villaguay; en Victoria estaba Leiva. Conocí gente que manejaba la máquina, pero que no tenía mi conocimiento. Empecé arreglando las máquinas del diario ‘La Mañana’ del Chacho Jaroslavsky, en Victoria también trabajé con las máquinas del diario ‘Paralelo 32’; en Gualeguaychú presté servicio a ‘El Argentino’, y al ‘Entre Ríos’ de Colón. En ‘El Argentino’ trabajé además de linotipista, iba los sábados a la mañana como refuerzo, más en época de vacaciones del personal, para cubrir los posibles avisos, por ejemplo de los fallecimientos, se hacía hasta una página completa con la invitación a un funeral. A la tarde entraba a ‘El Debate’, donde armaba para el otro día”.
El Pato en su nave espacial.
En el año 1973/74 una sociedad de la que forma parte su hermano Alberto, compra el diario “Pregón” a doña Francisca Garibotti de Arrighi. Contratan al Pato como linotipista. Trabaja a la mañana en el “Pregón”, y a la tarde en “El Debate”. Por trabajar en el otro diario, tuvo problemas con la señora de Lafourcade, Enrique ya había fallecido. Quedó afuera. Estuvo en esta condición desde mediados del 74 hasta el 76, cuando se fusionan los diarios y aparece la denominación “El Debate Pregón”.
Como en casi todas las historias contadas por los hombres, aparece el conflicto, un elemento muy valorado por creadores de distintos géneros que hacen al arte. En el caso de Arnaudín creo que muy feliz hubiese sido si hubiera podido evitarlo. Pero las razones iban más allá de su historia de trabajador que había aprendido a querer su linotipo: como un músico quiere a su guitarra o su piano, el Pato había desarrollado una respetuosa amistad con su herramienta. Su conflicto tiene que ver con el paso inexorable de los años. Ubaldo lo sabe, entiende lo inevitable de la situación: porque fue progreso dejar de acomodar letra a letra cuando llegó la linotipo, y es otra vuelta de tuerca, esta vez dolorosa, la aparición del sistema offset: “Yo viví a lo largo de mi juventud la evolución de ‘El Debate’, vi por ejemplo las máquinas que había en el 57: había una sola linotipo, una sola impresora manual, después vi que había dos linotipos, tres, hasta seis, había una máquina que hacía solo los títulos, y vi que en el 72 se compró una impresora automática que solita ponía el pliego. Vi todo eso a través de mi vida. En el 92 estaba el doctor Alberto ‘Bocha’ Lagrenade al frente del diario. Fue cuando se cambió de sistema: del linotipo al offset, que es todo automático. Se imprimían cuatro páginas a la vez y después se guillotinaba. Llegó el 92 y esas máquinas dejaron de funcionar, ya no había más ruido. Vino la computadora y se acabaron los ruidos. Entonces era entrar a un depósito de cosas viejas que no servían para nada, máquinas que 24 hs. antes funcionaban en su plenitud. Ese ruido era como el alma del diario. Y fue peor para mí ver cómo una persona, martillo en mano, se encargaba de reducir esas máquinas a fierro viejo. Se me partía el alma, era como que me golpeaban en la cabeza. En el diario siempre había un ruido, empezaban a la una de la tarde: la linotipo, la impresora. Se acabó así lo que uno había vivido, se había terminado la esencia de una etapa, de una época, era el progreso”. Cuenta Ubaldo: “El trabajo fue diferente. Se hacía lo mismo pero de otra forma. Se escribía en la computadora. Todo era más sencillo, más llevadero, hasta la página se componía en la computadora. Trabajé así, en silencio, diez años más, hasta 2003 que me jubilé”.

Mesas de armado en El Debate.
El Pato Arnaudín afirma que nunca hizo la carrera de la plata, dice que podría haber hecho diferencia con el mantenimiento de las linotipos, pero él trataba con conocidos, con amigos: “Nunca hice uso y abuso de lo que sabía, le enseñaba a los muchachos, me gustaba hacerlo”.
El señor linotipista habla de su presente: “Cuando uno le agarra el olor a la tinta no lo deja más, yo hoy ayudo a mi hijo en la imprenta, voy porque voy, no porque haga falta, voy porque llevo el oficio adentro, lo siento, tengo que hacerlo, me gusta, no vengo por un peso, vengo por otro tipo de necesidad. Me da orgullo sentir que sé hacer mi trabajo”.
En vuelo.
Soy un convencido de que la mayor distinción a que puede llegar una persona en esta vida es a ser buena gente: un buen tipo (y los perfeccionistas abstenerse) con aciertos y errores: alguien que fue amigo, que fue solidario, que fue compañero. Mientras escuchaba a Ubaldo Arnaudín pensaba en estas cuestiones. Me dije: se le nota. Y me dije además que puede haber una distinción aún mayor para un hombre, y es cuando se suma a la festejada categoría, la de haber sido una persona apasionada. No es lo mismo un hombre que ha sabido cultivar una pasión, que aquel otro en el que la sangre circuló como en tanque australiano. El Pato es un apasionado, su oficio es su pasión, ese olor a tinta primordial, fundante, todavía lo recorre. Por eso sintió el martillo sobre la linotipo, por eso lo golpeó el final de una época.
Ubaldo Arnaudín y su amiga.

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