domingo, 5 de enero de 2014

Pinceladas sobre la ribera de Antonio Castro


Antonio Castro

Después de descubrir la pintura de Antonio Castro tuve una primera señal amiga: encontrarme con el trabajo realizado por Sixto Miguel Argot (1934-2008), el video documental titulado: “Antonio Castro. El Pintor de la Costa” (1995). La segunda señal fue escuchar lo dicho por el artista plástico Vicente Cúneo. Y la tercera fue leer “Antonio Castro. Hombre de la costa” (2009) de Nidya Rampoldi. Tres toques del destino recibidos de manos de hacedores y trabajadores de la cultura. El descubrimiento fue total, por la información brindada sobre Castro, y por el mundo hallado en los relatores: personas con el compromiso ético, vital, de contribuir a la memoria de Gualeguay y su gente.
Sixto Miguel Argot
De manos de Marta Argot recibí una copia del documental de Sixto. Comienza con fotos fijas del río. Botes sobre la arena de la costa mientras la poeta Teresita Cardeza de Valiero recita unas líneas del poema “Alguien mirará…”, del libro “En el aura del sauce” (1954) de Juan L. Ortiz. Aparecen cuadros de Castro, la foto fija de un rancho pobre, ropa colgada en una soga. Amanece la música de la guitarra de Julio Faggiana. Tomas de detalle sobre más obras del pintor. Rostros de mujeres y hombres, de gente pintada en colores vibrantes, invitados ellos a la eternidad del arte. Vuelve la imagen del rancho pobre, pero ahora con movimiento. Dos nenes juegan, la ropa que cuelga de la soga ahora es movida por el viento. Dicen presente las fotos y los nombres de algunos de los que viven en el árbol de los notables: Carlos Mastronardi, Cesáreo Bernaldo de Quirós, Juan L. Ortiz, Ernesto Hartkopf, Alfredo Veiravé, Roberto Cachete González, Roberto Epele. Veo a Castro en su casita, hay dibujos hechos sobre las paredes; veo mesas repletas de objetos: de la cocina y de la pintura. Una cama de una plaza, una cocina chiquita. La voz en off habla de la preocupación del artista: “El hombre costero, el hombre del río, el hombre marginado”. Avisa también que en la obra está presente: “El respeto por las mujeres, hermosas, sensuales y llenas de vida”. Una secuencia mínima se guarda en mi memoria: Castro camina cerca del río. Una figura frágil, de andar inseguro, que busca el lugar donde dar el siguiente paso. Lleva gorra, camisa y pantalón. Lo veo alejarse. Se detiene junto a la orilla y mira un arbolito.
En el trabajo de Sixto Argot aparece una pequeña joyita: una entrevista al artista. Preguntas concisas, respuestas directas, sin adorno. Castro comienza diciendo: “Vivir, amar lo que hago, enamorarme de las cosas que empiezo a grafiar”. Contesta como si definiera su esencia en esta vida. ¿Siempre pintaste?: “Sí, desde muy chico en el Hogar Escuela, ahí empecé bajo la dirección de un hombre extraordinario como fue Roberto Epele”. ¿Recordás alguna anécdota por la cual fuiste motivado a pintar?: “Lo que a mí me motivó fue empezar a ver las reproducciones de los renacentistas, en el Hogar Escuela, de los libros que había en la biblioteca, y empecé directamente a copiar eso. Mis preferidos: Leonardo, Miguel Ángel, Giotto”. ¿Por qué tiene primacía en tu obra el río, la gente de la costa?: “Es algo congénito, algo que vino prácticamente conmigo, desde que conocí el río fue imposible despegarme de él, de su gente, de la naturaleza, de los hombres que viven en su costa, de sus verdes, de lo natural”. Los colores, explicame: “Trato de usar los colores primarios, trato de usarlos puros, y si se mezclan que no se ensucien”. Antonio Castro regala otra definición: “Soy autodidacta y he tomado de todo maestro que me ha impresionado lo que he podido, y lo que me ha impactado lo he incorporado a lo que yo realizo”. Afirma: “Mi pintura es expresionista, es una forma figurativa de expresarme, de componer”. Da registro del arte en su ciudad: “En Gualeguay hay muchos pintores, uno cuando es chico se impacta con la figura de Quirós, me acuerdo que en esos tiempos se hablaba mucho de Bichilani, personajes que impactan y se hacen inolvidables”. Consultado por los jóvenes dice: “Entre los jóvenes actuales hay varios que están trabajando bien y que posiblemente lleguen a descollar en este métier, como Raúl Gastaldi, Vicente Cúneo, Evangelina Gervasoni”. Sixto prosigue. ¿Sos creyente?: “Sí”. ¿Qué significa Cristo en tu vida?: “Todo, mi guía, mi hermano mayor, el espíritu que me impulsa y en el que confío”. ¿Creés que haya otra vida después de la muerte?: “Creo que después de la muerte, después de despojarnos de esta coraza que cubre el espíritu, seguimos palpitando en el universo, en la luz, en la sombra, en las aguas, eternamente”. A la última consulta del entrevistador, Castro responde: “Los temas bíblicos vienen desde mi iniciación en el dibujo y la pintura, desde el Hogar Escuela traigo toda esa mística que transmitía Epele. Él iba adelante rezando el rosario y nosotros salíamos detrás de él, todo eso se transmite y queda”.
Vicente Cúneo
Cuando entrevisté a Vicente Cúneo me regaló el siguiente recuerdo de Antonio Castro: “Castro fue una persona jovial, alegre, vital, muy comprometida con lo que sentía. Lo expresaba hasta en la conversación, ejercía la libertad de decirte lo que se le ocurriera. Vivió desatado del materialismo. Llegó a pescar para sobrevivir, con eso apenas si seguía en pie. Tenía una fuerza, un impulso de trabajo que es un ejemplo para nosotros. Castro era fiel todos los días de su vida a dibujar y pintar, con lo que tuviera. Los amigos le llevaban material cuando no tenía, hubo sí otros que se aprovecharon y se quedaron con su obra con modos cercanos al arrebato. Pero muchos se conmovieron y lo ayudaron. Tenía muchos trabajos, porque pintaba todos los días. El día era para la pintura. Derlis Maddonni decía que de todos los que andábamos en “eso”, él era el que dejaba traslucir su riqueza pictórica, lo que él intuía estaba en su arte. Sus cuadros eran riquísimos en imágenes, no es que pintaba un pescador, pintaba la casa, la canoa, el perro, las personas que lo rodeaban, en donde fuera él seguía metiendo elementos. Y en la mayoría de sus papeles encontrás pinturas de los dos lados. Qué bueno sería tenerlos dentro de dos vidrios y así ver ambos. Era su necesidad de pintar, tendría que haber tenido dos veces el papel que tuvo. Nydia Rampoldi, que fue profesora mía, y que ayudó mucho a Castro, me contaba que había llegado a pintar sábanas. Uno quisiera a veces tener ese impulso. Cuando pasan días sin tocar nada, se sufre”.
Nidya Rampoldi
Efectivamente Nidya Rampoldi en su libro “Antonio Castro. Hombre de la costa” consigna lo relativo a las sábanas, y además cuenta pequeñas imágenes de la vida y obra del pintor. Información que fue recopilando a través de años, pero material que no es fruto de una investigación, sino de los sucedidos cotidianos entre ella, Castro y aquellas personas que trataron a ambos. Por ejemplo, Nidya menciona al señor Ricardo Pérez y cuenta: “Nos dijo que después de 1955 Antonio, junto con Roberto (K.CH.T.) González y dos personas más, no recuerda quiénes, estuvieron presos en un sótano de Villa Soldati por su militancia comunista. De alguna manera Antonio logró escapar y, ya en Gualeguay, buscó la ayuda del Dr. Carlos ‘Cacho’ Gálligo, abogado. Al parecer éste recurrió a un aviador de la Fuerza Aérea oriundo de Gualeguay, -por entonces había cuatro muy mencionados de esas condiciones en la localidad- y por su intermedio fueron liberados los otros tres. Él cree que fue durante la época del gobierno de facto del General Aramburu”. Rampoldi informa de unas reuniones ocurridas entre mediados de los 50 y principio de los 60: “Por ese tiempo acostumbraba a reunirse con varios artistas en una pequeña construcción de fines del siglo XIX, un ‘ranchito’ de ladrillos asentados en barro con techo de paja, donde trabajaba el pintor Roberto (K.CH.T.) González. Algunos de ellos eran los antiguos discípulos de Epele: el escultor Carlos Cúneo, el poeta Alfredo Veiravé. A veces concurría el plástico Enrique Aguirrezabala, el médico Chuchi Mac Kay y su esposa Nuri, Jorge Núñez Miñana, el poeta José Luis Morabes y otros. Ese ranchito, para suerte de Gualeguay, todavía está en pie, los artistas se fueron detrás de sus destinos con el transcurso del tiempo”.
Castro había ganado un concurso (1964) del Fondo Nacional de las Artes. El premio consistía en elegir un maestro y recibir una beca de estudio por tres meses. Cuenta Nidya: “Antonio Castro tenía la intención de estudiar tres meses con Castagnino. Lástima, pues Castagnino estaba haciendo un mural en Italia. Tuvo que sustituirlo por otro maestro, Rubén Dalton. Como pintor no le gustaba, pero según sus propias palabras ‘sabía muchísimo’ pues había estudiado en Francia con André Lhote, quien era autor de un libro ‘Tratado del paisaje’ y maestro de cantidad de pintores argentinos que estudiaron en Francia”. Rampoldi tuvo en sus manos los manuscritos de Antonio: “Castro asimismo fue autor de poesías escritas en cuadernos de apuntes, que quizá pudieran editarse. Por otra parte tenía una habilidad innata para encontrar fósiles y cacharros cerca de los ríos donde habitaron los pueblos originarios, lo cual nos muestra una faceta más de su personalidad: su amor por lo nativo. Juan L. Ortiz fue su amigo, pues conocía a su familia desde antes del nacimiento de Antonio, y lo ayudó en curiosas circunstancias en Paraná”.
Nidya Rampoldi entrega en su libro una atenta mirada sobre el arte de Castro, aquí un detalle de la misma: “Al principio usa sólo blanco y negro, luego tiene una segunda etapa de colores muy bajos. Alrededor de 1976 su paleta se aclara logrando combinaciones y coloraturas seguras y definidas que agradan tanto al ojo preparado como al profano; los últimos años enfatizó su expresión utilizando simplemente los tres colores primarios planos junto al blanco y el negro en la mayor parte de sus obras logrando así, con economía de recursos, una expresión rica y acabada. Sus composiciones son siempre complejas y completas, aún cuando dejó trabajos inconclusos.
Acostumbraba a ‘manchar’ la tela para comenzar la tarea y luego, pasado un tiempo, entre líneas y colores iba formando las figuras y argumentos. Logró así obras de gran fuerza expresiva, donde se van descubriendo nuevas propuestas dentro de los temas; los fondos, cubiertos con formas y figuras, acrecientan el argumento principal. Los detalles se van revelando cuando ya se cree conocer el cuadro, conformando todavía nuevos motivos. Para el mismo Castro: ‘Es un trabajo que nunca se termina de ver’”.
Antonio Castro nació un 25 de agosto de 1931 y falleció el 16 de diciembre de 2002. Puedo ver sus cuadros en casas amigas, puedo ver el documental de Sixto Miguel Argot, puedo ver cómo Castro camina hasta el arbolito de la costa, puedo volver a lo dicho por Vicente Cúneo, puedo volver a leer a Nidya Rampoldi. Puedo ver que el notable pintor Antonio Castro sigue de ronda por su Gualeguay.

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