En la nota de la
semana pasada conté una apretada memoria de Carlos Ántola. A su historia llegué
de la mano de su hijo Federico: él anda de búsqueda, quiere saber sobre el
joven que fue su papá, ya que lo perdió cuando tenía 14 años. En esa memoria
aparece el nombre de Carlos Montella, artista plástico nacido en Rosario, que
vivió en Gualeguay entre 1960/61 y 1981.
Carlos Montella junto a Perla y Carlos Ántola (1971) |
De “Formas y
colores de Gualeguay” (2004) de Nidya Rampoldi, Patricia Míguez Iñarra y Daniel
A. Gabriel extraigo algunos datos: fue autodidacta, realizó exposiciones en
Gualeguay: Biblioteca Mastronardi, Club Social, Jockey Club, también expuso en
Gualeguaychú, Rafaela, Paraná; en Buenos Aires expuso en la Casa de Entre Ríos, y en
galería Meridiana: esta muestra tiene su historia. Fue colaborador de El
Debate-Pregón, obtuvo algunos premios y menciones.
Federico Ántola me
cuenta sobre el tío Montella: “Conoció a mi papá a principios de los 60. Se
casó con la hermana de mi mamá, que era docente en un pueblo cerca de Rosario.
Mi tía volvió a Gualeguay con el enamorado. Vendió cerámicas, fue viajante de
comercio, trabajó en una fábrica de zapatillas. Me decía: ‘En esa época
sabíamos hacer de todo un poco y nada en específico’. Era un buscavidas”.
Cuenta Federico
que el tío los visitaba mientras ellos vivieron en Buenos Aires. Carlos Ántola
y familia vienen a vivir a Gualeguay en febrero de 1977. Montella se muda a
Paraná en el 81. Le pregunto a Federico por esos cuatro años de amistad,
familia y cercanía: “Me acuerdo de las reuniones familiares, nos encantaba ir a
su casa, que era grande, y se cocinaban comidas ricas. Vivía en Maestro Sardi,
entre San Antonio y San Martín. Enfrente vivía Peruco Correa, que enmarcaba
cuadros. Yo era chico, me acuerdo de una exposición en la Secretaría de Turismo,
que estaba en San Antonio y Correa. Recuerdo su casa con dibujos, cuadros, y el
taller que estaba en el fondo”.
En la búsqueda
de Federico apareció el librero Enrique Zabala, quien le dio datos y fotos de
su papá con el poeta Roberto Santoro: habían compartido el trabajo en una
escuela de Buenos Aires, y se hicieron muy amigos. Pero el librero todavía
tenía una sorpresa: “Cuando le nombré Montella al librero recibí, al tiempo, cuatro
cartas que mi tío le había escrito a Santoro”.
Montella le hace
un pedido a Santoro (21/04/76): “Y, si te animás con el único material que
tienes en tus manos a hacerme unas líneas respecto a eso (se refiere a la
exposición de sus obras), te lo agradecería muchísimo, y no pienso disculparme
por este pedido, porque realmente tendría un gusto bárbaro que vos lo
hicieras”. En esa misma carta le cuenta que la sala la había conseguido gracias
a la recomendación de Roberto “Cachete” González, y que a él también le había
pedido un texto para el catálogo. En otra carta de mayo o junio del 76: “Bueno,
si la respuesta es sí, venite a Gualeguay y ponemos un asado al ‘juego’ (‘juego’
seguro que yo hago, y el asado lo pone Ántola), luego de lo cual vos mirás cómo
andan mis dibujos y hacés el comentario”.
Llegué al catálogo
de la exposición en Meridiana (julio del 76) a través de Federico, pero a su
vez él llegó al mismo porque se lo obsequió, hace casi veinte años, por
intermedio de una persona amiga, la poeta Emma Barrandéguy. Nunca había visto el
impreso en su casa paterna y tampoco en la de Montella. El catálogo es un
pequeño librito cuadrado (10,5
cm por lado): tiene una foto del artista, y la
reproducción de tres obras. En un blanco y negro empastado, es una muestra de
lo que se puede hacer con muchas ganas y poca moneda, algo acorde a esos años de
esperanzas. Hay una pequeña biografía del artista, y dos textos. El primero de
Roberto Santoro: “Hoy Presentación Hoy: Los que no creemos en la inspiración /
porque amamos los oficios, / los que no buscamos la magia / porque vivimos la
realidad, / los que olvidamos el ocio / porque caminamos la búsqueda, /
chocamos ahora las copas de la
Fraternidad / con voz Carlos Montella, / para entregarte esta
frase de Arlt / que servirá para siempre: / ‘el Futuro es nuestro por prepotencia
del trabajo’”. El segundo pertenece a Cachete: “Carlos Montella, que hoy
presenta sus obras por primera vez ante el público de Buenos Aires, muestra a
través de éstas, su vinculación con esa forma de encarar la realidad, nuestra
realidad, inquietante por cierto, que ya no nos sorprende, pero en cambio nos
tortura con naturalidad. Y he aquí esta sugerente faz –expresionismo-, de seres
inscriptos en este lenguaje, que obedece a un estado de ánimo de la humanidad y
que hoy día, con renovada actualidad, nos impone su acento, porque la
incertidumbre del momento actual, engendra en la mente y en el espíritu de los
artistas más sensibles un “monstruario” del miedo tan vasto y variado, que es
necesario extraer lo más fascinante y positivo, para devolverle así a los
horrores que engendran fealdad, estas cotidianas víctimas de sus propios
vicios, que generalmente el artista, y en este caso Carlos Montella devuelve
este engendro, en planos de color y forma de armonías generales, tratando así
de interpretar lo feo con la belleza, como ya en otros tiempos nos enseñara el
gran maestro aragonés Francisco de Goya.
Carlos Montella,
componente de un grupo de jóvenes que en Gualeguay, ciudad virtuosa (en cuanto
a producción de artistas se refiere) y en la modestia del silencio, con un
objetivo preciso, producto de una vocación auténtica (pues ninguno de estos
muchachos vive del arte que producen), trabajan con tesón y sin las
perturbaciones de los falsos alicientes, sin la adulonería “fofa” de los
coimeros del arte, pero con la seguridad de quien transita con pie firme sobre
el más difícil de los caminos, pero a su vez el más luminoso y feliz: el de la
verdad.
Su obra es esta
que tienen frente a Uds. Ella no nos habla de “éxtasis ultraterrenos”, tampoco
es afectada por fórmulas intelectualizantes. Sin embargo posee belleza y
profundidad, aunque las criaturas invocadas no lo sean, pues son ellas las que
cordialmente nos torturan a través de la radio, la televisión y el cine. Pero
más aún e impostergablemente, en esta realidad nuestra que constantemente nos
arremete y que, a pesar de todo, esperamos superarla con renovada fe”. Pienso:
había que escribir y firmar estas palabras en 1976. No cualquiera.
Montella escribe
a Santoro (21/09/76): “Maddonni me contó que estuvo con vos en la muestra de
Meridiana, y te imaginás que le extraje todo el jugo que pude a esa charla con
él, porque parece mentira que después de tanto tiempo de conocernos (a mí me
parecen cien años) y de no escribirte nunca (aquí me estoy dando), aún no nos
podamos encontrar y charlar de todo lo que uno sabe, que sabe que sabe, que
sabe que pasa…”. Otra carta a Santoro (23/02/77): “Bueno, señor, esperábamos
con mi concuñado, que Ud. nos visitara como le había dicho, a fin de enero,
pero el tiempo, el tiempo cruel, que todo lo devora, nos ha dado con su huesuda
mano por el rostro, ya que Santoro Roberto, no ha desembarcado en las playas de
la ciudad de Gualeguay”.
Montella había
llegado a la amistad con Santoro a través de Ántola. La amistad entre ellos se
había forjado a través de cartas. Montella recién va a conocer personalmente a
Santoro, cuando este se refugie por una semana en casa de los Ántola (al fin
Santoro en Gualeguay), en marzo del 77, fecha cercana al 1º de junio, que es
cuando el poeta es secuestrado por un grupo de tareas en la escuela donde se
desempeñaba como preceptor. Santoro figura en la lista de desaparecidos por la
última dictadura cívico-militar.
Federico vivió
un año en casa del tío Montella: “Fui a vivir a su casa en Paraná en 2002. Me
faltaban unas materias y, dada la crisis, él me bancó hasta terminar la
carrera. Yo ya era un hombre, y entonces las charlas eran otras. Ya no me
hablaba como cuando volvimos del cementerio el día que enterramos a mi viejo.
Estaba jubilado, usaba la computadora, leía, escribía con seudónimo (Lorenzo
Brancaleone) en una revista de Buenos Aires: Redes de Papel, en la que también
colaboraba Derlis Maddonni. Me acuerdo ahora que a principios de los 80, él y
Derlis fueron parte de una revista en Gualeguay: ‘La loca de al lado’, estaba
Emma Barrandéguy, Daniel González Rebolledo, Tuky Carboni, Vicente Cúneo, y
otros. Me hablaba siempre de los compromisos adquiridos, de andar siempre por
los mismos lugares, esto referido a la identidad de una persona. Recordaba mucho
su juventud, me decía: ‘No sabíamos lo que queríamos, pero sabíamos lo que no
queríamos’. Fue un descubrimiento su casa: el taller atrás, era de esas casas tipo
chorizo, a la mitad tenía el lugar para escribir y la biblioteca con todo lo escrito
y publicado por Santoro. En ese año lo vi pintar de a ratos, no lo hacía todo
el tiempo. Lo recuerdo más leyendo y escribiendo. Me contaba mucho de su
infancia en Rosario y su historia con la familia, de la que se alejó muy
temprano. Si tenía algo para decirte, te lo decía sin vueltas. Sé que trabajó
mucho en las comisiones directivas de Gualeguay Central”.
En el libro
“Formas y colores de Gualeguay” hay un texto que el plástico Derlis Maddonni escribió
para el catálogo de una muestra de Montella en Paraná (1995). Extracto dos
fragmentos del mismo. Uno que ubica y define la pintura de ambos plásticos: “Ambos
fuimos fuertemente influenciados por esa ‘escuela neo-realista’, de algún modo
tengo que llamarla, cuyos pilares más brillantes son ‘Cachete’ González, Carlos
Alonso y Freddy Martínez Howard; y ambos también pertenecemos a esa creativa y
poderosa generación de los ’60, perdón por la vanidad y el orgullo”. El segundo
fragmento habla de la persona del pintor y de su obra. Si bien hay artistas en
los que una sintonía distinta toca a la persona y la obra, y desde ya para
hablar de arte importa la obra, personalmente prefiero la feliz coincidencia del
conjunto: es mejor cuando sucede esto que Derlis nombra en Montella: “No hay
posibilidad de intento artístico sin oficio, y Carlos lo sabe y ama lo
trabajoso, lo que enriquece la expresividad, en realidad, lo que la hace
posible. Pero sí es muy cierto que es necesario el oficio, también es muy
cierto y necesario que cada artista encuentre el que es el suyo, y Carlos ha
creado, elaborado su propio ‘métier’; ese que se gana con esfuerzo y que va más
lejos y es más rico que el que se aprende en las academias o en los talleres
independientes de los grandes maestros. No hay final en estas obras, hay
intencionalidad que tiembla. Hay una estética y una ética que viajan tomadas de
la mano. Creo que no miento si digo que para él, la estética no es más que una
forma inmejorable y delicada de la ética”.
Emma
Brarrandéguy en El Debate-Pregón del 24/12/2005 escribía: “Al lado; al ladito
nomás de la cabecera de mi cama tengo el dibujo a pluma que Montella me regaló
con una cara de mujer, de perfil y ya mayor, que él llamaba ‘Tiempos viejos’.
Sí, él la llamaba así y ya no la llamará más porque acaba de fallecer en
Paraná”.
Carlos Alberto Montella: parte de la memoria de
Gualeguay.
No hay comentarios:
Publicar un comentario