Hace unos meses
El Debate Pregón informaba de la presentación del libro “El lugar perfecto”
(2013) de Fabián Magnotta en Larroque. Contacté al autor. El tema que en él se
trataba me intrigó sobremanera. No tenía noticias sobre el hecho que Magnotta
había investigado. Pude leer el libro. El subtítulo que aparece en la portada
quedó en mi memoria: “Dictadura: vuelos de la muerte y desaparecidos en el
delta entrerriano (1976-1980)”.
Las barbaridades
llevadas a cabo durante la última dictadura cívico-militar, desde la violación
de los derechos humanos hasta la implementación de un plan económico salvaje
enfocado para favorecer, a cualquier costo, la riqueza de unos pocos, dicen
presente en el alma de muchas personas. Soy uno de ellos, una persona que
quiere saber del pasado, que intenta construir una memoria verdadera. Hace un
tiempo sumé a lo ya leído sobre el período, el libro “Miraré la tierra hasta
encontrarte” (2013) de Hugo Kofman: en él se relata la investigación a partir del
hallazgo de una fosa común en Santa Fe, cerca de Laguna Paiva, dentro de lo que
fuera un campo militar. En la fosa se encontraron los restos de ocho personas:
seis ya recuperaron su identidad, su historia. La lectura significó un nuevo
descenso a los infiernos, entrarle otra vez a la tragedia, y al peor de los
horrores, el que puede criarse en el interior del hombre: el no respeto de la
vida del otro. El pasado puede ser doloroso, y por eso mismo hay que
enfrentarlo, conocerlo, para que sume entereza la decisión de desentrañarlo,
para que los culpables paguen su crimen frente a la justicia, y para que
aquellos que no tuvieron la más mínima posibilidad de justicia, puedan
recuperar sus nombres, sus pasados, para que sus familias puedan cerrar la tumba
y encontrarse con una ausencia con alguna calma, para que el muerto deje de estar
atrapado en la condición de desaparecido.
Tenía memoria de
los vuelos de la muerte sobre el Río de la Plata, sobre el Atlántico cercano a las costas de
la provincia de Buenos Aires, y sabía de la consecuencia primera de estos
vuelos: la aparición de personas muertas, que el río o el mar devolvía a las
orillas de la Argentina
y Uruguay. Allá lejos la primera noticia: el testimonio del ex capitán de la Armada, Adolfo Scilingo; y
una imagen: el óleo pintado por mi viejo: un Hércules que vuelve a la base de El
Palomar en la noche del cielo y la vida, paleta de gamas bajas para tanta
muerte. Pero nada sabía de cuerpos maniatados ni de barriles con cemento en el
delta entrerriano hasta el trabajo de Magnotta: “Los testimonios que dan
sustento a este libro refieren la observación de vuelos de la muerte –con
utilización de helicópteros y aviones- durante la primera mitad de la última
dictadura militar argentina, y la aparición de cuerpos en los ríos Paraná
Bravo, Gutiérrez, Sauce, Brazo Chico, Ceio, Uruguay, arroyo Pereyra, y el
sector de montes cerrados de Villa Paranacito y el departamento Islas al sur de
la provincia de Entre Ríos”.
Magnotta nació
en Gualeguaychú en 1964, se recibió de periodista en La Plata en 1988, desde 1998 es
corresponsal en Entre Ríos de la agencia nacional Diarios y Noticias (DYN).
Inició su contacto con el tema en 2003, luego de conocer el testimonio de un
policía. El libro es un trabajo de análisis que parte de una mirada general sobre
la práctica de los vuelos por parte de los militares, para entrar luego en
detalle en la zona del delta; y es el reflejo del trabajo arduo del autor a la
hora de encontrar a los testigos, y que estos estuvieran dispuestos a narrar
los hechos y a identificarse. Después de más de 30 años, el miedo trabajado en
la sociedad, todavía rinde sus frutos.
Los vuelos sobre
el delta entrerriano agregan algunos elementos nuevos a la escena imaginada
para el Río de la Plata
y el mar: aparecen testigos en tierra, y los vuelos son también sobre la tierra
o su simulacro: “El guía náutico Raúl Almeida aporta que en el delta no sólo
puede ‘desaparecer’ lo que se tira en el agua, sino también en los esteros y
bañados, ya que la mayoría son embalsados, con ‘pisos fofos’, que actúan como
ciénagas, donde lo que se apoya se hunde y no flota más”.
Las primeras
apariciones de cuerpos se dieron en las costas uruguayas: Rocha, Montevideo,
Colonia, y también en costas de Buenos Aires. Al parecer hubo un informe, un
pedido, una recomendación de la dictadura uruguaya a la argentina. A partir de
ahí se acentúan los vuelos en el delta.
Roberto era
conductor de una lancha escolar, ubica los hechos durante el Mundial 78: “Vi
cómo tiraban cadáveres; ¿Y qué más viste?; Una vez vimos uno enganchado en un
árbol, y les dije a los chicos no miren si tienen miedo, olvídense…; (…) Eso
era terrible, no tiene nombre, semana
tras semana tiraban gente desde aviones.; ¿Y dónde caían los cuerpos?; Caían en
cualquier lado, en todos lados…; ¿Siempre en el río?; Nosotros veíamos los que
caían al río, pero los aviones pasaban y seguían tirando más allá del río”. Hay
más testimonios de cuerpos en los árboles, y hasta en el techo de alguna casa
cercana al río: “(…) también llegaron al autor de este libro algunos relatos
sobre el hallazgo de cuerpos sobre techos de las casas en la zona. Tal el caso
de una señora que vivía sobre el río Gutiérrez, que fue a denunciar un hecho
así a la delegación de Prefectura. ¿Qué le dijeron? Que utilizara un palo para
no tocar el cadáver, y que así lo fuera empujando hacia el agua. La mujer no se
animó a ampliar su testimonio para este libro”.
Un vuelo occidental y cristiano, óleo de Rolando Lois (1995). |
Juan no quiso
dar su nombre verdadero. Fue lanchero de Celulosa Argentina. Recuerda hechos de
los años 77 y 78: “En esas recorridas en la época de los militares los tiraban
desde los helicópteros y yo los encontraba en el río, boyando. Yo salía todas
las mañanas. A algunos se los comían los pescados. Esto pasaba en el río Bravo,
y algunos cuerpos quedaban contra el juncal.; ¿Los cuerpos estaban vestidos o
desnudos?; Vestidos; ¿Tenían las manos atadas?; Los que podía ver boca abajo,
tenían las manos atadas atrás.; ¿Y usted qué hacía?; Nada. Si me descubrían que
estaba mirando era un problema.; (…) ¿Habló del tema con Prefectura?; No, con la Policía. Fui la primera vez que
encontré un cuerpo en la salida de la boca del (río) Gutiérrez, en el faro. Y
me dijeron: ‘Calladita la boca, que te va a pasar lo mismo a vos’”. Don Julio,
obrero de Celulosa en la isla Don Orlando, relata: “Era un lugar de mucho ruido
de máquinas y herramientas. Por nuestro lugar de trabajo, no era mucho lo que
se veía. Pero sí puedo decir que vimos helicópteros que arrojaban bultos, que
primeramente no sabíamos bien qué eran, recuerda. (…) Otro obrero recuerda que
un día encontró cinco cuerpos atrancados en un muelle. Fue a avisar al puesto
de Canal Nuevo (Prefectura), y allí le dijeron que se volviera y que se
olvidara ‘si no querés que te pase lo mismo’”.
El payador
uruguayo Uberfil Concepción Regalini vivía en la zona, había llegado después de
instaurada la dictadura uruguaya en 1973, recuerda de los años 77 y 78:
“Nosotros los vimos, los helicópteros verdes. Nunca tuvieron numeración.
Pasaban a distintas horas del día, por distintas partes, no siempre por la
misma. Y arrojaban bultos al agua, era difícil saber lo que arrojaban. Luego se
encontraron cuerpos maniatados. (…) hay tipo semáforos para que el barco no pise
la barranca. Y ahí aparecían cuerpos. Los semáforos eran un tipo de boyas que se
hacían con columnas, y ahí quedaban cuerpos enganchados que encontraba la gente
en esa época. (…) ¿Y qué hacían los vecinos cuando veían esas cosas?; Nada, no
podíamos hacer nada, y mucho menos en esa época, cuando todo el mundo estaba
asustado. Mucho miedo. Si me hubieran preguntado en ese tiempo, no sé si me
hubiera animado a hablar, a lo mejor no. En Uruguay pasaban los mismos
problemas, y uno se vino más que nada por eso… (…) Yo recuerdo que unos vecinos
participaron en darle cristiana sepultura a un cuerpo que encontraron en la
zona…”.
El autor durante la investigación. |
Carlos Ferreyra,
que vivió de joven en Villa Paranacito, en “cartas de lectores” de la revista
“Isla del Delta” (noviembre, 2007), escribió: “(…) Escuchaba el ruido del agua
que golpeaba en la costa como fondo de la música (estaba escuchando la radio),
algunas veces este ruido era interrumpido por el sonido grave de las aspas de
un helicóptero que se acercaba, se ‘posaba’ en el aire cerca de la
desembocadura del desaguadero del Sauce, como a unos 10 metros de altura y tiraba
algo al río, el cuerpo de una persona que luego en el ir y venir por el río
terminábamos encontrando en algún recodo atrapado en una rama, flotando, con
las manos y los pies atados”. Magnotta encontró la carta y logró entrevistar a
Ferreyra.
“Retírelos de la
costa, que sigan aguas abajo”, era otro de los consejos de Prefectura, que
desaparezcan, aunque los cuerpos no corrían distinta suerte si quedaban en
manos de las fuerzas del orden: “(…) una consulta realizada para este libro,
indica que según los datos del Registro Civil de Villa Paranacito, entre los
años 1975 y 1980 hubo ‘un solo caso’ de NN inhumado en el cementerio. (…) El
autor de este libro se atreve a decir que ‘es casi imposible’ que en el
cementerio de Villa Paranacito no haya sido enterrado ningún NN en esos años. Y
que, más bien, lo que existe es una coherencia del aplastante silencio.
Sencillamente, los registros tampoco debían hablar sobre lo que sucedió”. Se
sumó al silencio la inundación de 1992. Sin cruces, el encargado renumeró a su
gusto: el paisaje no coincide con los libros.
Hablé con Fabián
Magnotta de la presencia del silencio, en esos años y en el “mientras tanto”
que llega hasta nuestros días. Comentó: “Yo digo que sembraron
terror, y cosecharon silencio. No toda, pero la gente sigue con miedo”.
Consultado por el después del libro, dijo: “La
repercusión del libro sigue siendo una sorpresa, y pienso que es más que un
libro por todo lo que ha generado en sus más de 40 presentaciones. El miedo
genera miedo, y el silencio genera silencio, pero también los testigos se
animan a hablar cuando ven que otros lo hicieron. Nuevos testigos me dicen que
en realidad todo el delta (entrerriano y bonaerense) fue el patio trasero de la
dictadura, y que poblaciones como las de Zárate, Campana y Villa Paranacito,
estaban sentenciadas para no hablar. Una carta anónima indica que el
lanzamiento de barriles comenzó en el canal San Fernando y luego siguió en el
delta entrerriano. También me hablan de algunos posibles cementerios clandestinos
en Villa Paranacito. Además, me dicen que héroes de Malvinas que viven en Entre
Ríos podrían haber piloteado vuelos de la muerte. Otro testigo aporta que
Prefectura manejaba todo en Paranacito, incluso varias inhumaciones
clandestinas. Además, surgieron testigos que hablan de hallazgos por vuelos en
las islas del Paraná, entre Rosario y Victoria, y también en el sur de Brasil,
como continuidad de los vuelos en el este uruguayo”.
“El lugar
perfecto” de Magnotta abre una puerta más en la tragedia: construye memoria en estos
años en que se busca hacer justicia.
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