En una de mis
charlas con la poeta Tuky Carboni recibí un libro de obsequio. Tuky había
recibido de su madre literaria: la notable Emma Barrandéguy, algunos ejemplares
de su libro “Salvadora. Una mujer de Crítica”. Emma le había pedido que cada
ejemplar fuera a manos de “alguien que sepa valorarlo”. Tuky me distinguió con
el libro. Pasaron los días y llegó la lectura.
“Salvadora” es
un libro extraño, diría que es un libro que posee un relato para armar por
parte del lector. Detrás de un puñado de recursos narrativos, de puentes, Emma
construye la imagen y sustancia de Salvadora Carmen Medina Onrubia: una mujer
poco común, una adelantada para su época; una mujer que soñaba con la
perfección, con distintas revoluciones, ella anarquista y ella seguidora de
Krishnamurti, mientras no hacía más que practicar, como todo ser humano, la
imperfección más perfecta, y en su caso, una imperfección con el condimento
extremo de la pasión; una mujer que supo del dolor supremo: la muerte de un
hijo, que supo de otro gran dolor: la distancia de sus hijos. Vivía Salvadora
en grandes tormentas pintadas por el mejor, por el más desesperado Turner. Este
libro es además un territorio donde se puede observar la presencia de su autora
en primer plano, sin máscaras. Emma Barrandéguy con nombre y apellido aparece
en “Salvadora”. Ella, sin proponérselo, pero de manera inevitable, también se
cuenta en sus páginas. Emma fue testigo de muchas escenas del relato, ella fue
por muchos años, empleada del diario Crítica, y luego secretaria privada de
Salvadora, la mujer de Natalio Botana, el creador del diario Crítica, una presencia
insoslayable dentro de la historia del periodismo en el país.
Emma cuenta a
Salvadora a través de recuerdos propios, de fragmentos de sus obras (Salvadora
fue novelista, poeta y autora teatral), se vale del análisis literario de éstas
mezclado con su memoria; a ello suma vueltas de tuerca en algunos capítulos
donde despuntan toques de ficción apoyados en la realidad; Emma además cita
palabras de otros autores que dieron testimonio de Salvadora, y de manera muy
especial da lugar en su libro a “Memorias: Tras los dientes del perro” de
Helvio I. Botana, uno de sus hijos.
Afirma Emma: “(…)
Sin dinero y sin el diario, su valor de recambio hubiera decrecido, como era
menor el valor de su hermana, maestra rural a la que ella encontraba un tanto
rústica. Se tenían celos. Se los habían tenido tal vez desde niñas. Las dos
eran buenas mozas, las dos habían tenido hijos previos al matrimonio, las dos
eran generosas y protectoras. Una, más simple, tendía a la caridad cristiana
como lo había hecho doña Teresa, su madre. Salvadora, más compleja y arbitraria
guiaba su generosidad por golpes de afecto o necesidad de reconocimiento”.
Emma cita datos
biográficos de Salvadora tomados del “Diccionario Biográfico de Mujeres
Argentinas” de Lily Sosa de Newton: “Escritora y periodista, nacida en La Plata, provincia de Buenos
Aires, el 23 de marzo de 1894. (…) Desde 1910 hasta 1913 ejerció la docencia en
una escuela rural de Entre Ríos, provincia en la que comenzó a actuar en el
periodismo, colaborando en el ‘Diario de Gualeguay’ y en las revistas ‘Fray
Mocho’ y P.B.T. de Buenos Aires. (…) Desde 1946 hasta 1951 dirigió ‘Crítica’,
el diario fundado por su marido, Natalio Botana, que había fallecido. Publicó
los siguientes libros: ‘La rueca milagrosa’ y ‘El misal de mi yoga’, poesías;
‘El libro humilde y doliente’ y ‘El vaso intacto’, cuentos; ‘Akasha’, novela y
‘Crítica y su verdad’, 1958, alegato. Falleció en Buenos Aires el 21 de julio
de 1972”.
Salvadora Medina Onrubia. |
Cuenta Emma que
las primeras pistas sobre Salvadora las recibió de la conversación de sus tías
maternas. Ubican a la familia de doña Teresa Onrubia, maestra, en Carbó. Emma
le escribió a salvadora cuando tenía 18 e iniciaron un contacto que duraría
muchos años.
Emma anota: “(…)
Siento hacia esta mujer una estima casi filial. Muchas veces he pensado que
hubiera querido ser su hija y que me hubiera comportado mejor que sus propios
hijos. Por lo pronto el dinero, que a ellos los mueve, a mí no me interesa
mayormente. Así lo creo, al menos.
En un momento de
su vida, e ignoro por qué causa, Salvadora quiere poner a mi nombre los
terrenos de Brandsen, que eran ocho manzanas que apenas pagaban irrisorios
impuestos”. Emma rechazó el obsequio: “Nunca Salvadora exteriorizó hacia mí su
afecto de otro modo. Yo tampoco. Permanecimos unidas por una lealtad sin
preguntas. Ella sabía que podía contar conmigo. Yo, con ella”. Recuerda:
“Cuando Salvadora muere, la
China, su hija, me llama para saber de algunos papeles y para
entregarme un obsequio, un recuerdo. Así poseo unos pequeños lentes de teatro,
plegables dentro de un estuche que de tan chiquito puede colgarse del cuello y
que lleva las iniciales de Salvadora. Es lo único que de ella poseo. Ni siquiera
sus obras completas”. Emma destaca: “Yo la miraba como a una madre, ‘una
especie rara de madre’ solía decir ella, ya en la vejez (…). Pero no me hubiera
animado nunca a apoyarme en su hombro”.
Emma Barrandéguy. |
La autora ubica
su relato descarnado en el tiempo: “No conocí al matrimonio Botana de jóvenes
sino cuando su relación estaba ya muy deteriorada por los años y el dinero.
Iban cada uno por su lado y se utilizaban cuanto podían. Los hijos iban a su
vez del uno al otro al albur del momento y según quien tuviera la billetera más
abierta. Salvadora los juzgaba con bastante imparcialidad pero no obstante era
su madre y les abría su casa si andaban en la mala, si no tenían salud, si se
separaban de alguna de sus mujeres o si se peleaban uno con otro, lo que hacían
alternativamente cuando no estaban unidos contra ella. Supongo que fue muy mala
madre cuando fueron niños y por esos cuartos de la casa cundieron feos ejemplos
y demasiado dinero, lo que ya es bastante decir. De quienes la rodeaban podría
decir que ninguno difería de ella en lo que hace a juicios sobre el dinero o el
poder. Difícil es mantenerse ajeno a una tónica general que la sociedad impone,
apaña y cultiva con afán y cariño”.
El libro escrito
por Emma es duro y sincero. Hay mucha información sobre todas las mujeres que
fue Salvadora. Incluye pasajes del libro de memorias de uno de sus hijos:
Helvio, quien se explaya con dureza sobre su madre. Pero hay un par de citas
que estremecen, en ellas se pinta el sufrimiento de una madre por la muerte de
un hijo. Salvadora tenía un hijo cuando conoció a Botana. Este le dio el
apellido. Cuenta Helvio: “De pronto, sentimos el auto de Salvadora que partía
–como de costumbre sin despedirse-. Pitón entró en nuestro cuarto y me contó
que Salvadora le acababa de probar que no era hijo de Natalio. Ella lo había
parido cuando tenía 16 años, antes de conocerlo a papito. Él, aseguró
Salvadora, era hijo del doctor Pérez Colman. Natalio le había dado su apellido
y lo había hecho su predilecto solamente para quitárselo a ella.
Entonces mi
hermano Pitón riéndose nerviosamente nos abrazó con esa fuerza de boa
constrictora que le dio el sobrenombre. Nos besó y se pegó un tiro con un
revolver niquelado.
Su sangre me
salpicó la cara y una gota cayó sobre el puño izquierdo de mi camisa blanca.
(…) Horas después, entre sueños, oí aullar a mamita que recién llegaba.
Aullidos horrorosos que jamás volví a escuchar ni en las bestias ni en los
seres humanos.
Como fue siempre
incapaz de iniciar un gesto afectuoso, no costó nada para que desapareciera
entre nosotros todo signo de cariño. Tardé cuarenta años en volver a besarla”.
En otra parte de su libro Helvio cuenta lo siguiente: “Ya la había comprendido.
Ya podía cuidarla, ya la besaba con la ternura que debe besar la semilla de la
tierra que la hizo germinar.
Dejé de creerla
loca, merecedora de lástima, pero los hábitos del trato distante ella los
mantuvo hasta el fin. (…) En sus últimos años, prácticamente no salió más a la
calle. Y comenzó su trágica regresión senil que irremediablemente retrotraía a
Pitón. Mascullaba que no había muerto sino que no la quería ver por intrigas de
Natalio.
Su obsesión se
hacía cada vez más fuerte, y se repetía en períodos más breves.
Unas veces se
reconocía culpable de su muerte. Otras no, pero había creado un fantasma que la
perseguía.
Soy muy amigo
del vasco Fernando Otaduy, el gran economista que en ese tiempo era
subsecretario de Comercio Exterior en el gobierno de Onganía.
El vasco,
físicamente, es una réplica de Pitón: alto, moreno, de frente con entradas
pronunciadas, manos enormes de atleta remero. Como él de risa fácil y
desbordante de vitalidad.
Me costó días
atreverme a hacerle la propuesta de que me acompañara a casa de mamita, que se
arrodillara ante ella, que la besara, que la tomara de la cintura y la levantara
en vilo diciéndole: ‘Qué pesada estás, Salvadorita’.
Y lo hizo.
Otaduy actuó
genialmente. Sin una duda. Sin un tropiezo. Luego ella le tomó las manos y se
las acarició. Y se las besó afirmando: ‘Tus manos no cambian nada pero estás
medio pelado`. Y cuando Pitón resucitado salió por la puerta de calle se llevó
con él el fantasma del que mi pobre madre no se podía deshacer. Murió
convencida de que vivía, y debimos hacer lo que hicimos, pues es muy difícil
saber perdonarse a sí mismo”.
Barrandéguy trabaja
la ficción dándole vida a la voz reflexiva de Salvadora: “Estás sola,
Salvadora… ¿Con quién hablar entonces sino con vos misma? ¿Pero acaso no estuve
siempre sola? Sola me sentí cuando el padre de Pitón estuvo en la cama conmigo,
sola cuando me casé… ¿Qué digo? Siempre rodeada de gente. ¿Acaso no quería yo
estar en Buenos Aires donde todos mis ideales hallaran eco, todo lo que pensaba
ya en la chacra de los Provera cuando mi madre era maestra en Gualeguay? Doña
Teresa, le decían y todos los vecinos la querían. A mí y a Mane también. Todas
éramos caritativas, pero sólo yo creo que entendía la miseria y la ignorancia y
quería salir de allí para combatirlas a fondo. ¿Felices sueños, no?”.
Salvadora Medina
Onrubia de Botana: la mujer anarquista, la mujer que Uriburu mandó a la cárcel:
ella, la que al enterarse de que sus amigos pedían el favor de su libertad, se
encargó de escribir al dictador para decirle que no quería ningún favor; la
mujer amiga de Simón Radowitzky, el anarquista que ajustició a jefe policial
Ramón Falcón: ella fue quien tramó el fallido escape de Simón de la cárcel de
Ushuaia, ella fue quien logró de manos del presidente Hipólito Yrigoyen el
indulto para su amigo; ella, la mujer que se enfrentó a Evita.
Salvadora, la
mujer que fue tantas mujeres, la mujer que fue maestra en los alrededores de
Gualeguay, y que fue retratada por otra mujer de Gualeguay, Emma: ella la
empleada fiel, el testigo cercano, la que sabía de ciertos secretos: la mujer a
la que la vida se le mezclaba, de manera inevitable, con su oficio: escritora,
poeta: ella, la
Barrandéguy, dueña de esta memoria apasionada.
Hola, me interesa mucho el libro, ¿sabés dónde puedo conseguirlo? Saludos.
ResponderEliminar