domingo, 8 de junio de 2014

Una visita notable: Juan Falú



Es bueno recibir visitas en casa, pensé cuando me dieron la noticia. El 12 de junio tocará Juan Falú en el Teatro Italia de Gualeguay. Agrego que es bueno recibir en casa cuando en la visita uno adivina, como en este caso, una persona de alma amiga. Cuando esto sucede, se está frente a la oportunidad de hurtarle a la felicidad –es sabido que es un arte efímero- una de sus pinceladas.
Al universo Falú se entra a través de su música, y de su manera de andar como guitarrero: a conciencia y en libertad.
Mientras lo escuchaba pensaba de qué manera contar al músico notable, al creador, el artista. Y me encontré con dos guiños de la suerte: el primero fue saber de un texto que narra el tránsito de Falú por la huella de su arte. Él mismo se cuenta en su página (www.juanfalu.com.ar) como si tocara la guitarra: “A los ocho años comencé a tocar guitarra de la mano de mi padre. Poco después, mi maestro de quinto grado Juan Walter me ayudó a afianzar estos primeros pasos en la música”.
En 1963 vivió su primer escenario. Estudió dos años con el maestro Martín Ventura. Y afirma sobre su manera de hacer: “tocaba ‘de oído’, como hasta hoy”. Recuerda que ese primer escenario “fue una tortura pues entre el público se encontraba mi padre, escuchando atentamente para ver si estaba en condiciones de seguir el camino de su hermano Eduardo Falú”.
Da una pista fundamental sobre su esencia creadora: “Acabé refugiándome en mi ‘oído’, en las guitarreadas con amigos y en la noche, alejándome por completo del estudio académico. Así dejé de aprender muchas cosas y asimilé muchas otras, sobre todo que la música aprendida y tocada en reuniones es arte vivo y pleno de emoción”.
Tiene memoria y es agradecido: “Poco tiempo después conocí a Jorge Cardoso. Nació una amistad genuina y duradera y Jorge se transformó en la influencia decisiva para asumir la guitarra y la composición con la mayor seriedad posible. Casi veinte años después de conocernos me enseñó a escribir mi propia música. Ese aprendizaje fue decisivo para conocer elementos imprescindibles del lenguaje musical”.
Anota sobre sus años de juventud: “Con el ingreso a la Facultad de Filosofía y Letras, donde obtuve el diploma de Psicólogo Clínico, me sumé a la militancia revolucionaria argentina y a las luchas de los años ´70, que costaran grandes duelos a mi generación. Exiliado en Brasil, retomé allí la música con un lenguaje propio que fue el resultado de mi propia maduración personal”. Anota sobre la historia de su música: “Habían pasado casi 10 años en que la guitarra se situó en un segundo plano. Empecé a componer parte de las obras que más satisfacciones me produjeron, como ‘Chacarera ututa’ y ‘De la raíz a la copa’. Residiendo en Brasil (San Pablo) incorporé elementos de su música que, de manera espontánea y no programada, fueron integrándose a mis composiciones de música argentina. Entre los años ´78 y ´80 me incorporé en Brasil al grupo Tarancón e inicié mi primera gira europea en el ´82, gracias al apoyo de Jorge Cardoso y el luthier español Manuel Contreras. En este período nació también mi amistad con Pepe Núñez, decisiva en lo personal y lo artístico. Pepe representa un paradigma de la ética y la estética. Con sus letras inicié mi labor de compositor de canciones. Luego, con el tiempo y hasta hoy, compuse canciones con Jorge Marziali, Roberto Yacomuzzi, Horacio Pilar, Carlos Herrera, Ramón Navarro, Pancho Cabral y otros poetas argentinos”.
Con otros aires, después del ‘83: “Con el retorno de la democracia en Argentina, regreso en el año ´84. En 1985 se edita ‘Con la guitarra que tengo’, íntegramente con obras propias. En ese Larga Duración me honró que su tapa contenga un diseño del gran artista Hermenegildo Sabat.
Del `85 en adelante empieza a reconocerse mi condición de compositor y guitarrista. La opinión de prensa que más me halagaba entonces era: ‘puede sonar viejo y nuevo a la vez’. Esta condición es la que más me interesa plasmar y suelo representarla en el árbol como símbolo que contiene raíces y frutos.
Juan Falú en Villa Urquiza, Paraná (foto Sabina Lardit)
En los `90 ya estaba instalado, por los medios de comunicación, como ‘referente’ de la música argentina de raíz folklórica. Conocí a Ricardo Moyano, otro artista fundamental en mi vida.
Integré, desde los ´90 hasta hoy, dúos insoslayables en mi vida artística, con Hilda Herrera, Jorge Marziali, Chito Zeballos, Marcelo Moguilevsky y Liliana Herrero, todos artistas que merecen mi más alto respeto”.
Juan Falú dio conciertos en Europa, Asia, África y en las tres Américas. Habla de su manera de disfrutar: “Luego de un período casi artesanal de composiciones y sobre todo de arreglos de las mismas, entre 1980 y 1990, empecé a disfrutar de las versiones libres y de las improvisaciones en mis conciertos. Llevo, en esta condición, casi 15 años de ‘desarreglar’ obras, y me propongo retomar el camino del arreglo y la correcta escritura de mis composiciones, para dejar de hacer sufrir a quienes desean interpretarlas”.
Desde 1995 dirige artísticamente el Festival Guitarras del Mundo: “un gran encuentro en todo sentido, que constituye uno de los halagos principales de mi vida con las seis cuerdas”. El Festival fue una iniciativa de Falú trasladada a la Secretaría de Cultura de la Nación y a la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN).
Falú declara: “Llevo 20 años tocando con guitarras de Francisco Estrada Gómez, el gran luthier argentino que hizo sonar bien a por lo menos tres generaciones de guitarristas”.
El segundo guiño de la suerte fue recordar en el momento justo a mi amiga, la poeta y escritora María Neder. Ella organizó Guitarras del Mundo en la sede de Merlo, San Luis. A la Neder la concocí allá lejos y hace tiempo, en Puerto Almendro, su refugio de poesía, literatura, música y vino tinto, que tenía al pie de las Sierras de los Comechingones, en Merlo, camino a Piedra Blanca. Hasta ahí me llevó mi amigo y maestro el escritor Gabriel Montergous. Recordé la amistad de la Neder con Falú. María me contó que él le había presentado su último libro de poesía: “Heridas de póker” (2013). Le pedí una semblanza del amigo. Ella estaba a punto de viajar de Buenos Aires a Merlo, con poco tiempo, pero hizo un esfuerzo, y aquí su mirada de poeta, de artista, de persona que “sabe leer” a quien observa con atención. Le pedí que contara a Falú como si estuviéramos sentados a una mesa de café, pero con vino tinto en las copas, y me obsequió este texto: “Gracias Edgardo, tomemos un vino para hablar de Juan. Vos lo ves así, siempre igual parece, con los amigos, en la casa, en una comida, después de un buen recital, sonriente y observador, pero ¡ojo!, esto significa: atento a cada palabra, a cada sonido, a cada quien que se acerca, observador como buen árabe, en estilo y en profundidad, algo que va a la par con ‘tener oído’. Porque tener oído es necesario no sólo para ser músico, ‘tener oído’ es también ‘saber leer’ en un libro, en una persona. Oír más allá del sonido, oír lo que viene resonando como si anticipara una historia, un poema, un paisaje.
Siento que así como toca la guitarra, va su alma buscando el acorde humano con las almitas que lo escuchamos, y más aún con los amigos cuando comparte el escenario. Sin embargo hay algo especial en oír a Juan solo con su guitarra, es abrirle la gran puerta que todos tenemos en el corazón. ¡Y mirá que hay más gente con sus puertas lacradas!
Tuve la oportunidad, en tantos y tan diversos recitales, de ser testigo del ángel que se le dispara de las manos y se pone a bailar entre sus cuerdas.
He visto (como espectadora y como organizadora) la transformación de rostros en el público, la mutación en quienes lo escuchan, y a Juan hay que escucharlo en vivo, tenerlo ahí cerquita, para dejar que su vuelo te enseñe el vuelo, tu propio vuelo.
Después, a solas, en tu casa, volvés a escucharlo y te aseguro que ahí volvés a mutar.
Y no te lo cuento por mí únicamente, me ha pasado, al organizarle un concierto como éste en Gualeguay, emitir luego, en mis programas de radio, algunos temas grabados del concierto y ahí compruebo cómo arde la gente que hace arder el teléfono de la radio, la gente revive los sonidos, los paisajes que muestra Juan en sus melodías, van resucitando de tanta chatura en la que andamos.
Y esto que te cuento Edgardo, a la manera de Juan, con un vino compartido, es apenitas algo que muchos podrían atestiguar, en todo el país.
Mirá vos cómo este hombre de la cultura argentina hizo crecer la música, y no me refiero sólo a ‘Guitarras del Mundo’, recordá muchos años antes, proyectos acaso más breves en tiempo pero tan importantes por lo que dejaron. ¡Falú se dio tantos gustos! Porque los proyectos que encaró los hizo con coherencia, él es genuino. Había que verle la cara allá a principios de los 90 presentando al Cuchi Leguizamón en el Centro Cultural San Martín. Había que oírlo en aquel programa de Radio Municipal, en el sexto piso del CCGSM presentando a Mederos en vivo, y ahí estuve con mi asombro, porque también me había invitado para leer un cuento de mi primer libro.
Entonces, ¿cómo se puede escribir unas líneas, conversar unos breves minutos, sobre Juan Falú cuando se te agolpan tantos sonidos de vida, tantas palabras?
Todo espacio para él es breve, y sin embargo todo el espacio de Juan está en los minutos de una zamba o una vidala que te vibra en la sangre, todo ese mundo estuvo hace pocos días junto a Lilian Saba, Marcelo Chiodi y Liliana Herrero haciendo la ‘Vidala del nombrador’, que no pudieron hacer en Cosquín. A este punto, Edgardo, enmudezco, poco puedo agregar, se me vienen los sonidos, sus acordes, el amor, la pasión y la alegría de ellos en el escenario pero, sobre todo, la calidad y alta belleza que nos sigue deslumbrando.
Y habrá que verlo todas las veces que lo tengamos cerquita, porque cada vez: agrega, quita o lentifica un instante de las melodías de su autoría, deconstruye y se reconstruye para la vida”.
(Foto Sabina Lardit)
No es la primera vez que Falú viene a Gualeguay. Tocó en el centro cultural La Candela el 17 de diciembre de 2005, que funcionó frente a El Debate Pregón y que organizaran Sabina Lardit y Diego Gouguenheim. La Candela funcionó en el interior de una vieja panadería. En su momento se arreglaron los techos, el baño y la cocina. La cuadra de la panadería era el salón de espectáculos. Había dos salas más donde Gouguenheim ensañaba pintura y Martín Caraballo guitarra. Juampi Francisconi venía de Buenos Aires una vez por semana y daba talleres.
En La Candela tocó Quique Sinesi, pero después del concierto no se quedó a tocar en ronda. Le dijo a Sabina que para eso llamara a Juan Falú, que sigue hasta que sale el sol. Y le dio el teléfono.
Hay un detalle de gran importancia en este próximo concierto. Falú toca el 12 de junio en el Italia a completo beneficio del teatro. Se presenta para dar una mano, como diríamos en el barrio: el quía toca sin cobrar un mango.
La poeta María Neder dice que Juan Falú es siempre el mismo. Un hombre que sabe leer a las personas. Es bueno recibir en casa a un artista generoso, solidario.
Será bueno ver una casa repleta de almas.

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