Es bueno recibir
visitas en casa, pensé cuando me dieron la noticia. El 12 de junio tocará Juan
Falú en el Teatro Italia de Gualeguay. Agrego que es bueno recibir en casa
cuando en la visita uno adivina, como en este caso, una persona de alma amiga.
Cuando esto sucede, se está frente a la oportunidad de hurtarle a la felicidad –es
sabido que es un arte efímero- una de sus pinceladas.
Al universo Falú
se entra a través de su música, y de su manera de andar como guitarrero: a conciencia
y en libertad.
Mientras lo escuchaba
pensaba de qué manera contar al músico notable, al creador, el artista. Y me
encontré con dos guiños de la suerte: el primero fue saber de un texto que
narra el tránsito de Falú por la huella de su arte. Él mismo se cuenta en su
página (www.juanfalu.com.ar) como
si tocara la guitarra: “A los ocho años comencé a tocar guitarra de la mano de
mi padre. Poco después, mi maestro de quinto grado Juan Walter me ayudó a
afianzar estos primeros pasos en la música”.
En 1963 vivió su
primer escenario. Estudió dos años con el maestro Martín Ventura. Y afirma
sobre su manera de hacer: “tocaba ‘de oído’, como hasta hoy”. Recuerda que ese
primer escenario “fue una tortura pues entre el público se encontraba mi padre,
escuchando atentamente para ver si estaba en condiciones de seguir el camino de
su hermano Eduardo Falú”.
Da una pista
fundamental sobre su esencia creadora: “Acabé refugiándome en mi ‘oído’, en las
guitarreadas con amigos y en la noche, alejándome por completo del estudio
académico. Así dejé de aprender muchas cosas y asimilé muchas otras, sobre todo
que la música aprendida y tocada en reuniones es arte vivo y pleno de emoción”.
Tiene memoria y
es agradecido: “Poco tiempo después conocí a Jorge Cardoso. Nació una amistad
genuina y duradera y Jorge se transformó en la influencia decisiva para asumir
la guitarra y la composición con la mayor seriedad posible. Casi veinte años
después de conocernos me enseñó a escribir mi propia música. Ese aprendizaje
fue decisivo para conocer elementos imprescindibles del lenguaje musical”.
Anota sobre sus
años de juventud: “Con el ingreso a la Facultad de Filosofía y Letras, donde obtuve el
diploma de Psicólogo Clínico, me sumé a la militancia revolucionaria argentina
y a las luchas de los años ´70, que costaran grandes duelos a mi generación.
Exiliado en Brasil, retomé allí la música con un lenguaje propio que fue el
resultado de mi propia maduración personal”. Anota sobre la historia de su música:
“Habían pasado casi 10 años en que la guitarra se situó en un segundo plano.
Empecé a componer parte de las obras que más satisfacciones me produjeron, como
‘Chacarera ututa’ y ‘De la raíz a la copa’. Residiendo en Brasil (San Pablo)
incorporé elementos de su música que, de manera espontánea y no programada,
fueron integrándose a mis composiciones de música argentina. Entre los años ´78
y ´80 me incorporé en Brasil al grupo Tarancón e inicié mi primera gira europea
en el ´82, gracias al apoyo de Jorge Cardoso y el luthier español Manuel
Contreras. En este período nació también mi amistad con Pepe Núñez, decisiva en
lo personal y lo artístico. Pepe representa un paradigma de la ética y la
estética. Con sus letras inicié mi labor de compositor de canciones. Luego, con
el tiempo y hasta hoy, compuse canciones con Jorge Marziali, Roberto Yacomuzzi,
Horacio Pilar, Carlos Herrera, Ramón Navarro, Pancho Cabral y otros poetas
argentinos”.
Con otros aires,
después del ‘83: “Con el retorno de la democracia en Argentina, regreso en el
año ´84. En 1985 se edita ‘Con la guitarra que tengo’, íntegramente con obras
propias. En ese Larga Duración me honró que su tapa contenga un diseño del gran
artista Hermenegildo Sabat.
Del `85 en
adelante empieza a reconocerse mi condición de compositor y guitarrista. La
opinión de prensa que más me halagaba entonces era: ‘puede sonar viejo y nuevo
a la vez’. Esta condición es la que más me interesa plasmar y suelo
representarla en el árbol como símbolo que contiene raíces y frutos.
Juan Falú en Villa Urquiza, Paraná (foto Sabina Lardit) |
En los `90 ya
estaba instalado, por los medios de comunicación, como ‘referente’ de la música
argentina de raíz folklórica. Conocí a Ricardo Moyano, otro artista fundamental
en mi vida.
Integré, desde
los ´90 hasta hoy, dúos insoslayables en mi vida artística, con Hilda Herrera,
Jorge Marziali, Chito Zeballos, Marcelo Moguilevsky y Liliana
Herrero, todos artistas que merecen mi más alto respeto”.
Juan Falú dio conciertos
en Europa, Asia, África y en las tres Américas. Habla de su manera de
disfrutar: “Luego de un período casi artesanal de composiciones y sobre todo de
arreglos de las mismas, entre 1980 y 1990, empecé a disfrutar de las versiones
libres y de las improvisaciones en mis conciertos. Llevo, en esta condición,
casi 15 años de ‘desarreglar’ obras, y me propongo retomar el camino del
arreglo y la correcta escritura de mis composiciones, para dejar de hacer
sufrir a quienes desean interpretarlas”.
Desde 1995 dirige
artísticamente el Festival Guitarras del Mundo: “un gran encuentro en todo
sentido, que constituye uno de los halagos principales de mi vida con las seis
cuerdas”. El Festival fue una iniciativa de Falú trasladada a la Secretaría de Cultura
de la Nación y
a la Unión del
Personal Civil de la Nación
(UPCN).
Falú declara: “Llevo
20 años tocando con guitarras de Francisco Estrada Gómez, el gran luthier
argentino que hizo sonar bien a por lo menos tres generaciones de guitarristas”.
El segundo guiño
de la suerte fue recordar en el momento justo a mi amiga, la poeta y escritora
María Neder. Ella organizó Guitarras del Mundo en la sede de Merlo, San Luis. A
la Neder la
concocí allá lejos y hace tiempo, en Puerto Almendro, su refugio de poesía,
literatura, música y vino tinto, que tenía al pie de las Sierras de los
Comechingones, en Merlo, camino a Piedra Blanca. Hasta ahí me llevó mi amigo y
maestro el escritor Gabriel Montergous. Recordé la amistad de la Neder con Falú. María me
contó que él le había presentado su último libro de poesía: “Heridas de póker”
(2013). Le pedí una semblanza del amigo. Ella estaba a punto de viajar de
Buenos Aires a Merlo, con poco tiempo, pero hizo un esfuerzo, y aquí su mirada
de poeta, de artista, de persona que “sabe leer” a quien observa con atención.
Le pedí que contara a Falú como si estuviéramos sentados a una mesa de café,
pero con vino tinto en las copas, y me obsequió este texto: “Gracias Edgardo,
tomemos un vino para hablar de Juan. Vos lo ves así, siempre igual parece, con
los amigos, en la casa, en una comida, después de un buen recital, sonriente y
observador, pero ¡ojo!, esto significa: atento a cada palabra, a cada sonido, a
cada quien que se acerca, observador como buen árabe, en estilo y en
profundidad, algo que va a la par con ‘tener oído’. Porque tener oído es
necesario no sólo para ser músico, ‘tener oído’ es también ‘saber leer’ en un
libro, en una persona. Oír más allá del sonido, oír lo que viene resonando como
si anticipara una historia, un poema, un paisaje.
Siento que así
como toca la guitarra, va su alma buscando el acorde humano con las almitas que
lo escuchamos, y más aún con los amigos cuando comparte el escenario. Sin
embargo hay algo especial en oír a Juan solo con su guitarra, es abrirle la
gran puerta que todos tenemos en el corazón. ¡Y mirá que hay más gente con sus
puertas lacradas!
Tuve la
oportunidad, en tantos y tan diversos recitales, de ser testigo del ángel que
se le dispara de las manos y se pone a bailar entre sus cuerdas.
He visto (como
espectadora y como organizadora) la transformación de rostros en el público, la
mutación en quienes lo escuchan, y a Juan hay que escucharlo en vivo, tenerlo
ahí cerquita, para dejar que su vuelo te enseñe el vuelo, tu propio vuelo.
Después, a
solas, en tu casa, volvés a escucharlo y te aseguro que ahí volvés a mutar.
Y no te lo
cuento por mí únicamente, me ha pasado, al organizarle un concierto como éste
en Gualeguay, emitir luego, en mis programas de radio, algunos temas grabados
del concierto y ahí compruebo cómo arde la gente que hace arder el teléfono de
la radio, la gente revive los sonidos, los paisajes que muestra Juan en sus
melodías, van resucitando de tanta chatura en la que andamos.
Y esto que te
cuento Edgardo, a la manera de Juan, con un vino compartido, es apenitas algo
que muchos podrían atestiguar, en todo el país.
Mirá vos cómo
este hombre de la cultura argentina hizo crecer la música, y no me refiero sólo
a ‘Guitarras del Mundo’, recordá muchos años antes, proyectos acaso más breves
en tiempo pero tan importantes por lo que dejaron. ¡Falú se dio tantos gustos!
Porque los proyectos que encaró los hizo con coherencia, él es genuino. Había
que verle la cara allá a principios de los 90 presentando al Cuchi Leguizamón
en el Centro Cultural San Martín. Había que oírlo en aquel programa de Radio Municipal,
en el sexto piso del CCGSM presentando a Mederos en vivo, y ahí estuve con mi
asombro, porque también me había invitado para leer un cuento de mi primer
libro.
Entonces, ¿cómo
se puede escribir unas líneas, conversar unos breves minutos, sobre Juan Falú cuando
se te agolpan tantos sonidos de vida, tantas palabras?
Todo espacio
para él es breve, y sin embargo todo el espacio de Juan está en los minutos de
una zamba o una vidala que te vibra en la sangre, todo ese mundo estuvo hace
pocos días junto a Lilian Saba, Marcelo Chiodi y Liliana Herrero haciendo la ‘Vidala
del nombrador’, que no pudieron hacer en Cosquín. A este punto, Edgardo,
enmudezco, poco puedo agregar, se me vienen los sonidos, sus acordes, el amor,
la pasión y la alegría de ellos en el escenario pero, sobre todo, la calidad y
alta belleza que nos sigue deslumbrando.
Y habrá que
verlo todas las veces que lo tengamos cerquita, porque cada vez: agrega, quita
o lentifica un instante de las melodías de su autoría, deconstruye y se
reconstruye para la vida”.
(Foto Sabina Lardit) |
No es la primera
vez que Falú viene a Gualeguay. Tocó en el centro cultural La Candela el 17 de diciembre
de 2005, que funcionó frente a El Debate Pregón y que organizaran Sabina Lardit
y Diego Gouguenheim. La Candela funcionó en el interior de una vieja
panadería. En su momento se arreglaron los techos, el baño y la cocina. La
cuadra de la panadería era el salón de espectáculos. Había dos salas más donde
Gouguenheim ensañaba pintura y Martín Caraballo guitarra. Juampi Francisconi
venía de Buenos Aires una vez por semana y daba talleres.
En La Candela
tocó Quique Sinesi, pero después del concierto no se quedó a tocar en
ronda. Le dijo a Sabina que para eso llamara a Juan Falú, que sigue hasta que
sale el sol. Y le dio el teléfono.
Hay un detalle
de gran importancia en este próximo concierto. Falú toca el 12 de junio en el
Italia a completo beneficio del teatro. Se presenta para dar una mano, como diríamos
en el barrio: el quía toca sin cobrar un mango.
La poeta María
Neder dice que Juan Falú es siempre el mismo. Un hombre que sabe leer a las
personas. Es bueno recibir en casa a un artista generoso, solidario.
Será bueno ver
una casa repleta de almas.
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