Disfruto siendo
testigo del momento en que una persona hace memoria, y que especialmente trae
de regreso a un habitante de los famosos barrios del más allá. Hay en esas instancias
una ceremonia de reencuentro: personas amigas que vuelven a sentarse alrededor
de una mesa de café o en una ronda de mate. En medio de esta ceremonia, el que convoca
al muerto vuelve a verlo, vuelve a hablarle, mientras relata una historia de ayer.
Quien cuenta de manera sentida, auténtica, el que simplemente refiere una
crónica emocionada, es capaz de alcanzar la maravilla: los testigos del
momento, a tono con la reunión, logran percibir la llegada del buen fantasma.
Hay en todo
aquel que hace memoria y habla con los muertos, una cualidad de médium: el contacto
emotivo con un alma que vive, en apariencia, en la esquina de los ausentes.
Puede además el médium convocar a las distintas almas que hacen el alma central
de la entidad invitada nuevamente a la ronda de la vida. Porque hay hombres un
tanto desmesurados, desbordados por la pasión y el pensamiento, que no les
alcanza con tener un solo nombre, una sola alma, y entonces se fundan varias
veces para guardar con comodidad una comunidad de existencias, algunas con
nombre propio, otras anónimas, ya que no todo debe ser nombrado en este o el
otro mundo.
El tema del
alter ego o del heterónimo, en la nota pasada, vino de la mano de las almas que
cultivó el plástico Carlos Alberto Montella. Para traer de regreso esas almas
conté con las señales de al menos tres médiums de excepción: Federico Ántola,
Tuky Carboni y Pipo Etulain. Hay, me digo, una condición mediúmnica natural en
Gualeguay; contar a los ausentes, nombrarlos en sus historias, en sus
anécdotas, las más de las veces en medio de una humorada, es una intención tan “de
todos los días” como encender el fuego en el churrasquero.
Un médium
notable es Aron Jajan, a través de él conocí los buenos fantasmas de la
confitería El Águila, los de la Difusora
Popular, los del café Murugarren, me llevó hasta el mismísimo
Jorge Luis Borges cuando le rendía homenaje en el cementerio a su amigo Carlos
Mastronardi. Todo el paisaje cobra vida cuando quien cuenta es Jajan: palabra
clara y felicidad por contribuir con los regresos. Porque no solo es posible
convocar a personas que ya no están, también se puede atraer lugares.
Nidya Rampoldi
se especializa en el rescate mediúmnico, ha pasado años dedicada a ello:
sesiones de contacto que llevó a varios libros ayudada por otros oficiantes. Va
con interés hacia personas y lugares.
Churrasquero de la Catedral del Asado. |
Una ceremonia
pagana, una sesión espiritista con cantidad de bondades es la que se desarrolla
los días viernes en la llamada Catedral del Asado. Tuve la suerte de ser
invitado a andar por su nave. Un grupo de amigos le da entidad al lugar fundado
en torno a un churrasquero. Refugiados dentro de un gran galpón, la Catedral respira con
disimulo en las cercanías de plaza San Martín. La charla va y viene entre sus
oficiantes, pero a uno le queda la sensación de que en el lugar hay más gente
que los que alumbran la noche con el roce entre los vasos con vino tinto. Cada
una de esas noches presencié el mismo rito hacia el final del asado y las brasas:
los vasos se alzan al cielo del galpón, todos de pie alrededor de la mesa larga
para nombrar a quienes en apariencia ya no están: Mingo
Zabaya y el Negro Carnevale.
Desde la izquierda: Luis Mancha Silva, Derlis Maddonni, Antonio Castro y Carlos Ántola (Gualeguay, 1966). |
Federico Ántola
está reconstruyendo la imagen de su padre: el joven que fue Carlos Ántola, que
se fue para el otro barrio cuando Federico era muy pibe. En esa reconstrucción
apareció el alma multiplicada del tío Montella. Hay memoria de la relación
entablada entre tío y sobrino, y hay documentos, escritos, obra, que Federico
me confió en una sesión de espiritismo llevada a cabo en su estudio. Con
Montella estuve mano a mano durante una charla con Tuky Carboni, una médium
notable. Ella corporizó en ese momento algunas cartas que Montella le había
escrito. Hizo el mismo pase mágico con cartas del plástico Derlis Maddonni.
Tuky habló de ellos como si estos personajes estuvieran ahí mismo, escuchando
todo, burlándose primero de ella y luego de la sesión.
Pipo Etulain. |
Hace unos días estuve
en una sesión espiritista, una más, en casa de Pipo Etulain. Fui de visita con el
amigo Deolindo Romero. Charlamos de temas varios mientras tomábamos una copa de
vino y esperábamos la cena. Pipo habla desde su sillón, suelta sus ideas, sus
anécdotas, e indefectiblemente aparece en su chamuyo inteligente dos
presencias: sus amigos Montella y Maddonni. Con su mano indica la ubicación que
uno u otro ocuparon en la mesa en un determinado momento. La misma mesa a la
que estamos sentados. No puedo dejar de mirar la esquina que en ese momento
vuelve a ocupar Montella, el espacio sobre el que vuelve Derlis. Ahí están,
pienso, hasta los veo. Y así como en esos días me ocupaba de las almas de
Montella, cuando miré la silla de Derlis, pensé en una de las almas de este
muchacho: Oliverio O., que era la persona que le firmaba la poesía. Solo un
poema vi firmado por el propio Derlis, el que le enviara por carta a Tuky
Carboni: “Texto para Doña Tere, mi madre (Señor, qué solos nos / dejan los
muertos)” (02/08/1995), un maravilloso puente entre los vivos y los muertos:
“El tiempo se detuvo en Gualeguay / en todos los relojes a las 7,30. / El rocío
azul que temblaba / se hizo escarcha rígida / y ya nada era lo que parecía. /
Comprendí con Borges / que los días eligen a sus muertos / y que la llovizna y
la parca eran hermanas. / Doña Tere partió sin decir nada / sin sonreír, sin
llorar siquiera, / solo con sus fantasmas y sus sombras, / ‘ligera de
equipaje’. / Se escuchaba música de Mozart, / el gran bandido. / No había
solemnidad / todo era dolor esperado”.
Imaginariamente
anoté el poema desde los alrededores de la mesa de Pipo, Derlis y Oliverio O.
ya estaban en el mismo barrio que Antonio Castro.
Federico Ántola
me había facilitado unas hojas de El Debate Pregón, la página de cultura de la
que se ocupaba Emma Barrandéguy. En una de ellas (22/12/2002), página notable:
tres escritores se despiden de Antonio Castro, muerto el 16/12/2002: la propia
Emma, Daniel González Rebolledo y Oliverio O. con este poema escrito el 18/12:
“Se fue Antonio, quedándonos Antonio” (In memoriam de Antonio Castro, maestro
de la línea y el color.): “Se fue Antonio / vacío de tanta creación, /
dejándonos azorados / por creerlo inmortal, / componente de los paisajes /
dramáticos y costeros / que sólo él pudo ver. // Se fue Antonio / y como dijera
Tuñón / a la Supuesta Muerte
/ de Juancito Caminador, / ‘poca cosa deja el muerto’; / papeles y cartones con
colores / y estructuras muy bellas, / algún libro, / dos o tres tragos sin
apurar / y esos pasos que no dio / por aquello de la ‘pata dura’ / que dolía
cada vez más. // Se fue Antonio esta vez; / nos queden sus pinturas, / el
anecdotario brillante / de su decir irónico y directo / y la soledad asfixiante
/ por sobrevivirlo. // Se fue Antonio, quedándonos Antonio / que comienza una
vida sin sobresaltos, / demorona y conversada como sus caminatas / en cada
recoveco de nuestras memorias. // Se fue Antonio, quedándonos Antonio”.
Oliverio O. vuelve
de su más allá para hablar de un mundo habitado por bellas señales. Lo hace
desde la página de Emma del 02/ 06/ 2002: “Esos tipos (a Víctor “Cacho” Fluir)”:
“No creo, hermano / que exista la poesía, / pero sí que existen / esos locos /
que escriben de noche / desafiando a la muerte. // Tal vez no exista el arte, /
pero sí esos desubicados / que pretenden alimentar / tu corazón y tu razón, /
vomitándote el mundo / en la mirada. // Mientras existan esos tipos / habrá
esperanzas, / habrá alegría de vivir / con su correspondiente / desesperación,
hermano, / como dijera Albert Camus / alguna vez…”.
En medio de esta
práctica de convocar espíritus dicentes, me pareció de buena educación, un buen
gesto de parte de Derlis/Oliverio O., halagar al médium que en Gualeguay sienta
a su mesa los amigos devenidos en buenos fantasmas. Puedo suponer que fue el
buen fantasma de Derlis, o el de Emma, a través del accionar de Federico
Ántola, quien o quienes colaboraron para que yo me encontrara con este último
poema de Oliverio O. Apareció en la página de la Barrandéguy el
27/04/2003: “Útil puede ser nuestro egoísmo…! (a Luis “Pipo” Etulain, que ama
discurrir sobre el egoísmo)”: “Puede Ud. corregir, pulir sus textos / mejorar
la sintaxis / volver perfecta la ortografía, / mientras golpea a su puerta / un
pobre hombre todo barbas, / de estómago blasfemante…? / O cuando ve pasar un
cortejo / acompañando un cajón de manzanas / en el que viaja el angelito muerto
/ como un desperdicio más…? / O estando en el café / se le acerca un ex juez,
probo, / íntegro, que necesita hablar con alguien…? / No, Ud. no podrá pulir
sus textos, / nada de eso podría / en una realidad así de enferma, /
agonizante, que boquea. / Ayudémosla, entonces, a bien morir / con toda
urgencia, ejecutémosla / como Dios manda, con humanidad, / con un solo y
múltiple golpe de imaginación, / de creatividad justiciera. / Vamos!, matémosla
ya! / Nadie puede esperar. / Nosotros tampoco. / Matémosla, aunque más no sea /
para poder pulir los textos. / Útil puede ser nuestro egoísmo…!”.
Mientras escribo
esta nota vuelvo la mirada a la mesa y sus alrededores en la casa de Pipo
Etulain, pienso en ese paisaje como lugar de encuentro entre los mundos, desde
el más allá y desde el más acá llegan los visitantes: el universo alrededor de su
mesa, un territorio mágico, un talismán como el que habita en nuestros sueños.
Arthur Conan Doyle, el famoso escritor padre del detective Sherlock Holmes,
además destacado espiritista, sostenía que el sueño era el nexo entre los vivos
y los muertos. No le pregunté a Pipo si sueña con los amigos, con Montella y
sus almas, con Maddonni y sus almas, si sabe algo de Oliverio O., el invitado de
esta nota, para mejor informar a los gualeyos que se interesan por la memoria.
Entre mis recuerdos
queda la imagen: el movimiento del brazo, la mano de Pipo señalando o
acariciando el aire, el de ayer, que aún rodea el sitio que siguen ocupando los
amigos. Deolindo Romero y yo fuimos testigos. Y como siempre me ocurre con la
mirada, busco contarla, dejar un rastro, una crónica del sucedido. De alguna
manera el cronista se funda también como médium: un cuidador, un trabajador que
intenta velar por la memoria de los hacedores, de los que convocan a la vida de
la memoria a los ausentes, los que se fueron al otro barrio. Nuestros muertos,
sus buenos fantasmas, están cerca; la apariencia es de lejanía, pero permanecen
a la mano para todo aquel que pronuncie sus nombres.
Llevo conmigo a
mis muertos queridos, sobre ellos escribo, me gusta nombrarlos: mi abuelo
paterno Julio Martín, el poeta a quien veo avanzar por el patio de mi casa de
infancia; el escritor Gabriel Montergous y el poeta Hugo Ditaranto, mis
maestros; mi amiga Liliana Bustos y su pasión por cuidar viejas fotografías.
Es para
festejar: Gualeguay tiene buenos fantasmas, y buenos vecinos de la memoria.
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