A poco de mirar el
río fantástico que forma la historia cultural de la ciudad de Gualeguay, noté
que algunos nombres comenzaban a titilar sobre las aguas. Aparecían acá y allá
uniendo distintas orillas, haciendo las veces de bisagras, de puentes entre las
historias. Nombres de personas, nombres de lugares, que jugaban como esquinas
de encuentro, como especialísimas encrucijadas bluseras donde la luz se juntaba
con la luz. En este paisaje se hizo presente un nombre -un faro de gran atractivo
que señalaba el trazado de un sustancioso mapa del tesoro: Ernesto Hartkopf.
La ciudad de
Gualeguay, como se verá, y por diversas razones, le debe honores a este señor.
Debería haber una sala de exposiciones que llevara su nombre; una de las mesas
de la Biblioteca Popular
debería llevar una placa de bronce con su nombre, descuento que Carlos
Mastronardi sonreiría gustoso; una calle debería ser su calle. Su nombre
debería ser memoria cotidiana.
¿Quién fue
Hartkopf? ¿Cuántos gualeyos saben de su presencia?
Ernesto Hartkopf
no era poeta, escritor, actor ni músico. Fue dueño de una librería, y dentro de
ella había un espacio de exposición para las artes plásticas. Hoy muchos tienen
el dato de que esta ciudad, además del famosísimo Quirós, vio nacer a artistas plásticos
como Roberto “Cachete” González, Antonio Castro, Derlis Maddonni, como para citar
algunos. Las primeras exposiciones de estos tres gualeyos notables se llevaron a
cabo en el Rincón Kopf: Cachete en 1955, Castro en 1959, Derlis en 1960.
Gracias al
trabajo memorioso de Gustavo Gandini llegué a una nota: “El recordado Salón de
Libros Kopf” publicada en el diario “El Supremo” en el año del bicentenario de
la fundación de Gualeguay, es decir: 1983: “La librería de Ernesto Hartkopf,
como muchos lo recuerdan, fue mucho más que una simple librería, fue un
verdadero bastión cultural para nuestro medio, dando origen a la difusión del
libro, por medio de la biblioteca circulante, organizando conferencias,
exposiciones de pintura, debates y charlas, todo impulsado por el genial
Hartkopf, a quien César Tiempo calificara de ‘sigiloso’, por su forma de
actuar, con humildad, sin ostentación y en silencio. Desde 1931 hasta 1961
funcionó el Rincón de Arte, es difícil designarlo con un nombre en especial ya
que las actividades que allí se desarrollaron fueron múltiples. Lejos de
aspirar a satisfacciones materiales, su propietario, Ernesto Hartkopf, puso su
vida a disposición de los libros, asesorando a los lectores, cediéndolos en
préstamo o comentándolos. Consultamos a Don Roberto Beracochea para que nos
contara algo de Hartkopf, y durante la exposición expresó que ‘No era el
vendedor habitual de libros, sino que era el consejero de todos los
adolescentes en busca de una buena lectura, conocedor profundo de todo lo
referente a la literatura, valiéndose de los caracteres psicológicos del autor
para despertar cierto interés en la lectura, y siendo al mismo tiempo asesor
humano’.
Rincón Kopf. |
No solo la
literatura fue el móvil de Kopf, sino también la pintura. Muchos pintores como
Cachete González, Silva, etc., asistían a las reuniones, y Hartkopf les daba
las telas y los materiales para que pudieran trabajar, nunca les cobraba, por
eso Beracochea dice que ‘fundó una librería y fundió varias’. También hubo exposiciones
del fotógrafo Silva, un notable artista de Gualeguay, y Bichilani y González
realizaron sus primeras exposiciones de pinturas en el Salón. Carlos Cúneo,
Aída Rodi, Jesús Echeverría, Pilar Saizar, Enrique Aguirrezabala, exhibieron
sus primeros balbuceos, junto a las lacas de Valdéz Mujica, las xilografías de
Víctor Delhez, las fotografías expresionistas de Pedro Otero, las cerámicas de
Maites Desmaras, las máscaras de Samuel Teitelman y las muestras colectivas de
Carlos Castagnino, de Antonio Berni, de Demetrio Urruchúa, de Barragán, de
Daltoé, de Pierre, de Butler, las incomparables acuarelas de Puccinelli, las
esculturas de José Alonso, los grabados de Federico Scheppens. Era posible leer
publicaciones europeas recién recibidas como ‘Monde’ de Henri Barbusse, ‘La Revista de Occidente’
dirigida por Ortega y Gasset. ‘Lettres francaises’ de Louis Aragón, ‘La
nouvelle Revue Francaise’ de Jean Paulhan, ‘Mercure de France’ de Juillard y
las infaltables ‘Paris Match’ y ‘Vogue’. Era obligación en esos tiempos saber
francés en la gente ‘culta’, según Beracochea. También se reunían Juan L.
Ortiz, Carlos Mastronardi, Julio Pedrazzoli, el Dr. Pancho Crespo y muchos más
que se interesaban por la filosofía o la política. Las exposiciones y
conferencias realizadas en Kopf, que estuvo ubicada durante varios años donde
hoy es la Joyería Lacorazza,
en calle Chacabuco, fueron innumerables, entre las cuales podemos citar algunas
de afamados artistas plásticos como Antonio Castro, Scolamieri, presentaciones
de libros de Aristóbulo Barroetaveña, grabados y dibujos de arte chino,
acuarelas y pastel de Castagnino, e infinidad de expresiones culturales que
enriquecieron notoriamente a los hombres de esa etapa de oro que tuvo nuestra
ciudad. Al desaparecer el Salón Literario Kopf, ha quedado un vacío
inocultable, que hoy, por diversas causas, es difícil de llenar,
fundamentalmente, como manifestó Beracochea, por la falta de hombres como
Ernesto Hartkopf”.
Rincón Kopf. |
Esta nota que
lamentablemente no lleva firma de su autor, iluminó la historia que se iba
formando en mi pensamiento. Supe así que mi imaginación se había quedado corta:
sabía que muchos plásticos gualeyos habían comenzado a exponer en la librería,
pero nada sabía que sobre sus paredes habían amanecido obras de firmas ilustres
del arte argentino. Que el lector vuelva a recorrer esos nombres. Estas
manifestaciones del arte sucedían en aquella Gualeguay, en la de ayer, a la que
le canta Omar Morel.
Emma Barrandéguy
retrata la esencia del librero en un pasaje de su novela “Crónica de medio
siglo”: “El que mejor se defendía de todos nosotros era Hartkopf, que tenía una
librería y luchaba porque la gente leyera, viera cosas diferentes, saliera del
cascarón. No que él fuera estrepitoso y agresivo, no; era un hombre suave,
bajito, lleno de dulzura; sabía lo que era la poesía, la pintura, la música y
en aquel Gualeguay cerril de entonces quería compartir lo que sabía. Trabajo le
costaba al pobre. Muchos ataques, cantidad de disgustos. Por él publiqué mis
primeras poesías, el artículo sobre el frigorífico, esas cosas que Ud. encontró
buenas, positivas. En la librería de Hartkopf leíamos hasta cansarnos los
libros que nos prestaba, que siguió prestando a través de los años, hasta que
la librería cerró. Por él vimos las primeras exposiciones de pintura; a veces
no iba nadie, pero él persistía como no persistió nadie en este Gualeguay;
aunque él sabía que era un poco al bardo”.
En el libro
indispensable para conocer la historia del arte en la ciudad: “Formas y colores
de Gualeguay” de Nydia Rampoldi, Patricia Míguez Iñarra y Daniel A. Gabriel, se
incluye la figura de Hartkopf entre los artistas plásticos. Su presencia fue
fundamental, como fundamental fue la presencia del maestro Epele en el Hogar
Escuela San Juan Bosco, para muestra están los recuerdos de Cachete González y
Antonio Castro.
Gracias a otro
de mis cómplices, el médium gualeyo Federico Ántola, llegué a una publicación
de la Fundación Banco
Mercantil Argentino (El Arca): “1996-Año de homenaje a Juan L. Ortiz en el
centenario de su nacimiento. Conversación con Emma Barrandéguy”. Tres personas
visitaron a Emma: Horacio y Tristán Bauer, y Carolina Scaglione. Emma recordó
un grupo de intelectuales de izquierda, especialmente comunistas, del que
formaba parte Juanele y ella. Le preguntaron por el referente del grupo: “Sí,
el que lo organizaba era Ernesto Hartkopf”. También preguntaron cómo conoció a
Juanele: “No recuerdo bien, pero creo que nos vinculamos por intermedio de la
librería Hartkopf, que era un semillero, convergíamos todos allí; era un tipo
ejemplar”. ¿Todavía existe la librería?: “No, no existe más. Él falleció y su
casa fue donada a la Sociedad
de Escritores de Gualeguay”.
En la nota de
“El Supremo”, se tilda al librero de “silencioso”. Recordé el nº 0 de la
revista “La Loca
de al Lado” (junio 1981): “Querido ratón Hartkopf: En este número inicial fue
propósito de la revista convocar a alguien como vos, que mucho tuvo que ver con
el movimiento literario y artístico local. Tu proverbial humildad te hizo
rechazar con firmeza nuestro intento de un reportaje a fondo sobre la época en
que tocó actuar. Es cierto que no se puede forzar a nadie a revivir cosas que
le fueron queridas o dolorosas, pero tu deseo de borrarte hace que muchos se
vean privados de conocer una época y disfrutar de una viva recordación que pudo
ser fructífera. No obstante, querido Hartkopf, tu figura ya tiene un perfil
indeleble en nuestra cultura. Hubiera sido lindo que te bancaras este reportaje”.
El cariñoso
apodo de “ratoncito” fue ocurrencia de Derlis Maddonni, me cuenta Tuky Carboni,
que fue a la librería desde sus 6 años. Su relato confirma la palabra del
periodista anónimo. Recuerda Tuky un homenaje a Hartkopf en la planta alta de la Biblioteca Popular.
Posiblemente el orador fuera Beracochea. Estalló una tormenta y se abrieron de
par en par las ventanas con gran estrépito, quien hacía uso de la palabra dijo
que Ernesto Hartkopf se había hecho presente. La poeta también refiere, con
gran dolor, que cuando se vencieron los plazos del nicho donde descansaban los
restos del librero, los inhumanos silencios que viven en los pasillos de las
administraciones se hicieron presentes, y nadie se comunicó con SEGuay para así
evitar que los huesos de don Ernesto Hartkopf terminaran en el osario.
Comprendo el sentimiento de Tuky, pero me digo en esta última línea, que quizá
él hubiera estado de acuerdo con este lugar en la multitud.
No hay comentarios:
Publicar un comentario