Dice Tránsito Ríos en el comienzo de la
novela “Jinetes de nombre muerto. Romance de Entre Ríos (1861-1871)” (1988) de
Guillermo A. Wiede: “Mi tierra tiene forma de guitarra. Tiene más ríos y
arroyos que arrugas mi cara vieja. Por espinazo una selva; por hombros, las dos
cuchillas; por cuero gramilla y trébol, con lunares amarillos que se llaman
macachín. El tala sabe ser alto, pero más alto es el guayacán negro, que tiene
un tronco duro como fierro, y cuando va a morir unos ratones brujos le salen de
abajo, con las semillas, para que nazca de nuevo en otro sitio. Cada vez que se
muere, diez retoños le brotan alrededor. Así cuentan las viejas de mi tierra.
(…) Ahora que todo se acabó suelo sentirme en pecado por no haber muerto como
ellos. Eran hombres tan duros como los guayacanes. Tal vez, suelo decirme, yo
quede para semilla. Soy de esos ratones que escapan de las raíces antes que el
guayacán negro se venga abajo, porque nazca en todas partes”.
Me encantó este comienzo. Luego me
encantó el libro: el largo relato de don Tránsito.
Alrededor de esta lectura giran varias
historias. Voy a tratar de contarlas. El ejercicio de la lectura muchas veces, azar o destino mediante,
despeja las puertas de la gran sombra, y entonces el lector puede atrapar la
sortija de la felicidad.
En
“Historia de Tres Bocas” de Jorge García se da pista del libro citado. Apenas
una línea de referencia, y el título que de inmediato se instaló en mi
pensamiento. Qué libro era este con título tan sugerente: tanta poética
sintonía en el título de una novela. Quién era el señor Wiede, su autor.
Pedí
el libro en préstamo a García y comencé la lectura. Historia y política se
juegan en sus capítulos. La acción se centra en el alejamiento de Urquiza, en
su inacción, su “entrega” a los señores de Buenos Aires. Urquiza es el padre
que debió morir a manos de su gente: un parricidio para defender el ideario
federal, la autonomía de la provincia. Luego el tiempo de López Jordán y su
guerrilla, su guerra popular. Los porteños se vinieron al humo, había que
terminar con la revuelta en el litoral. A poco de andar la novela, encuentro el
relato de una batalla: “Supo haber grupo de cincuenta porteños que quisieron
corajudear. Volvieron las caras para hacer frente. En una de ésas lo ensartaron
al Sargento Ibarra, pero al que le hundió la lanza no iba a durarle la gloria.
El Sargento dio un último grito, bajó del caballo y con las dos manos se
sostuvo la lanza. El porteño, viéndose desarmado, quiso volver a los suyos
entre una docena de nosotros. Valiente el hombre, pero no le íbamos a perdonar,
así que lo embretamos y de un pechazo quedó de a pie. Yo lo degollé, de un solo
tajo”.
Guillermo Wiede por Sara Molas Quiroga. |
En
Wiede encontré a un narrador apasionado, conocedor de la historia. Una novela
de palabra clara, una narración construida a partir de distintas voces que se
pasaban la posta, voces que se expresaban con las palabras que hicieron a los
habitantes del paisaje entrerriano: “A Dios no lo tengo visto por estos pagos.
Saludos, si lo ve. Hay que seguir mentándolo para que estos muchachos mueran
como la gente. Hablarles de Dios a cada uno que hecha sangre por la boca. El
cielo de los héroes. Dura patria la patria cuando hay que morir por ella. Si al
menos la muerte significara la victoria”.
Wiede
no es entrerriano. En la solapa de “Jinetes…” leo: “Nació en Curuzú Cuatiá
(Provincia de Corrientes) en 1939. Es abogado y escritor de narrativa, siendo
ésta la primera novela que de él se publica”. Nada más. En la web encontré que
en distintos mercados se venden otros títulos: “El palacio de septiembre”
(1999), “Cartas de Buenos Aires” (2001), “De cuerpos velados” (2002), “Vieja
memoria del nordeste” (2009). Supe también que había muerto en Buenos Aires en
2012. Pero no hay más rastro.
Ocurrió
que desde el principio de la lectura pensaba en Juan José Manauta. ¿Quizá
debido a la coincidencia temática?, puede ser. Manauta es el creador de dos
personajes: el mayor Ponciano Alarcón y el sargento Martín Flaco, ambos
pertenecientes a la tropa derrotada de López Jordán en el arroyo Don Gonzalo,
donde los porteños estrenaron las carabinas Remington a repetición. Estos
personajes aparecen en cuentos de “Disparos en la calle”, y ocupan la totalidad
de “Colinas de octubre”. ¿Tal vez pensaba en Manauta porque estaba frente a una
prosa con altura?, puede ser. Pero en mi ceremonia de lectura se había
acentuado un misterio. Nada de este hombre en la biblioteca pública, nada entre
lectores aplicados. Sin rastro. Sólo su fantasma y el de Manauta.
Seguí
el impulso emotivo, me tenía tan feliz la lectura que le conté a mi amiga
Leticia Manauta, hija del Chacho. Ella respondió: “Ellos fueron amigos, los
presentó Adriana, mi hermana”. Hablé con Adriana. Me dio algunos datos sobre
Wiede y me dijo: “Cuando mi papá leyó ‘Jinetes de nombre muerto’ me dijo: ‘Este
es un escritor’. Mi viejo le presentó ‘Vieja memoria del Nordeste’”.
Los Wiede y los Manauta. |
Otra
virtud de la novela de Wiede reside en la capacidad del autor en hacer hablar a
personajes como Urquiza, de manera tal que no quedan dudas, el general manda,
negocia, decide las maneras de impartir justicia. Wiede conjuga paisaje y
personaje, es médium, trae almas de regreso: “No diga eso, amigo Torralba. Ni
siquiera soy Gobernador en este tiempo. Además, hay principios. Principios
republicanos que nos impiden intervenir. Principios que nosotros impusimos y
que ahora hacen valer los unitarios, qué hemos de hacerle, hay que actuar con
cabeza ¡me entiende!”.
Wiede
describe el campamento del ejército de López Jordán: “Ese dijo: Rebeldes nos
llaman, y pa’la guerra, ni duda que eso somos. Y como rebeldes no tenemos
guarnición, ni cuartel, ni regimiento ni ninguna de esas cosas, sino que toda la Provincia es nuestro
campamento y hay que encontrar la forma de estar en toda la Provincia al mismo
tiempo; cuando crean que andamos por el Gualeguay aparecernos por los
Alcaraces, y si nos hacen por la
Concordia saltarles en la Victoria , y así”.
La
búsqueda me llevó hasta la palabra de una de las hijas de Wiede: Celeste.
Pregunté por la historia familiar: “Ralph Wiede, lo
llamaron Rafael, vino de Alemania a Curuzú Cuatiá a los 18 años, en 1924. Nunca
volvió a ver a la familia. Trabajó de mayordomo en una estancia. Mi abuela Plácida
Ibarburu, Coquita, era hija de un estanciero. Fue problemático, al alemán nunca
lo quisieron. Él también los despreciaba: por estancieros. Hay una novela de mi
papá: ‘Orígenes’, nunca la publicó, donde noveló algunos hechos de la familia.
Mi abuelo murió a los 52, joven, cuando mi papá tenía 16, eso lo cuenta en ‘El
palacio de septiembre´’: sus años en la casona de La Fraternidad, lo mandaron
al Colegio Nacional de Concepción del Uruguay. Tenía 12. Rafael decidió que
Guillermo, el menor de 4 hermanos varones tenía que estudiar. Papá estaba
orgulloso de haber sido fraternal. A los 17 se fue a La Plata a estudiar
abogacía. Decidió la carrera porque quería ayudar a la familia. De lado quedó
la carrera de letras. Se recibió a los 22. Conoció a mi vieja, Beatriz
Leonardi, que estaba casada, tenía 3 hijos y vivía en el campo. Él vivía en
Buenos Aires en una pensión. Tuvieron una noche de amor y mi vieja quedó
embarazada de mi hermana Cynthia. A mediados del 60 ella se separa y viene a
vivir a Buenos Aires. Nunca se casaron. Mi vieja le llevaba casi 9 años. Yo soy
del 72. Cuando tenía 7, mi viejo la deja y se va a vivir con Sara, con la que
no tuvo hijos”.
Guillermo y Sara. |
¿Cómo fue ser abogado/escritor?: “Fue
abogado laboralista y le puso muchas ganas. Le fue bien económicamente y estaba
agradecido a la profesión. Su plan fue siempre dejar la abogacía y dedicarse a
escribir. Él se ocupó del bienestar de toda la familia, la madre y los
hermanos. Ese fue su mundo. Se quedó un poco solo con la escritura, aunque le
dedicaba bastante tiempo. Me acuerdo que Jinetes la escribió cuando yo era
chica. Lo llamaba por teléfono y me decía que estaba escribiendo. Escribió
hasta el último día de su vida, estaba internado y tenía un cuadernito. Escribía
una novela policial, era la primera vez que abordaba el género. Me enseñaba los
escritos. Unos meses antes de morir le dije: Papi, no te podés morir sin antes
terminar esta historia”.
¿Cómo tomaba que nadie se interesara por
su escritura?: “No estaba contento con la suerte de sus libros. Intentó
publicarlos por otras vías, mandar a concursos, pero lo cierto es que Jinetes
lo pagó él; con la otra editorial los gastos fueron compartidos. Él podía pagar
los libros, pero no tenían distribución. Nunca se decidió a ser únicamente un
escritor, pero escribió toda la vida. Se asomó un poco al mundo de los
escritores, tuvo encuentros con Andrés Rivera, Guillermo Belgrano Rawson, con Carlos
Mastronardi, era amigo de Arnaldo Calveyra, ambos fraternales, y de Manauta. Pero
terminó bastante decepcionado”.
En estos momentos sigo conociendo a
Wiede a través de sus recuerdos sobre los años en La Fraternidad. En la memoria
de “El palacio de septiembre” circulan muchas pistas sobre la persona del autor
a través del muchacho que fue, y la mirada del hombre, del escritor, que lo
anota: Wiede se narra de manera amena, con historias inolvidables. La prosa
tiene una única pretensión: el relato, el viaje en el tiempo para contar las historias
que hicieron a la construcción de un paisaje querido, y en él: sus hombres.
“Jinetes
de nombre muerto”: su autor, merece lectores. A Wiede se lo llevó el vino,
queda su mundo en la memoria de sus libros.
Excelente tu trabajo de investigación, muy interesante además porque le presentás batalla al olvido y rescatás escritores tan valiosos e invariablemente ignorados por las "capillas" literarias de turno.
ResponderEliminarQué hermoso todo lo que escribiste sobre mi abuelo. Fue como tenerlo un rato otra vez. Me imagino que ya no leerás los comentarios de este blog, pero, gracias, de corazón
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