El hombre puede
conservar en su interior un puñado de almas, puede ser una buena mano de cartas
para hacerle frente a la vida y a la muerte. Me gusta pensar que esas almas son
patrias internas: queridas, imperfectas, sinceras, y no negociables. Hay un
alma o patria interna, por ejemplo, para el amor y la ética, es decir para cada
uno de los elementos vitales que nos asisten. En cada una de esas almas somos
uno, muchas veces distinto a los otros que también somos. Cada patria interna
entrega una definición de nosotros; y entre ellas se alimentan con reflejos y
señales cómplices. La amistad es una de ellas. Estoy seguro de que Roberto
“Cachete” González (1928-1998), artista plástico notable, y Carlos Alberto
“Cacho” Gálligo (1917-1995), abogado, docente y algo más, sabían de su esencia
y la cultivaron con pasión. Fue inevitable: hicieron historia.
Para llegar
hasta esta amistad entre gualeyos recurrí a la palabra de uno de los memoriosos
de Gualeguay: Gustavo Gálligo, que guarda hechos y nombres, y que en más de un
momento fue testigo directo: “Cachete y mi viejo fueron amigos entrañables.
Algunas veces rememoraban que la relación comenzó hacia fines de los 40, cuando
Cachete era notable arquero de Estudiantes y del Seleccionado Local, y Cacho
era activo dirigente de Gualeguay Central y presidente de la Liga Departamental
de Fútbol. Años después, durante los primeros tiempos de Cachete en Buenos
Aires, ese vínculo se profundizó en los encuentros compartidos con el Chacho
Manauta, otro gran amigo de papá, que se frecuentaba con Cachete por distintas
causas, primordialmente por razones políticas, pues ambos eran comunistas. Y
esta circunstancia operó como un hilo conductor, sería un factor decisivo para
solidificar vínculos de afecto entre ellos dado que, por entonces, a mi viejo
le cupo intervenir muchas veces, en su condición de abogado, pero
principalmente en su calidad de amigo, para acudir en auxilio de integrantes
del PC de Gualeguay, cuando su actividad todavía estaba prohibida, y tenían
problemas habituales con la Policía y, en algunas oportunidades, con el Poder
Judicial”.
Roberto Cachete González |
Gustavo aclara:
“Conviene recordar algunas cosas. No eran de la misma generación. Mi viejo le
llevaba once años. Tenían historias personales, familiares y hasta sociales, en
rigor, muy disímiles. Mi viejo venía de una familia acomodada y, tal como era
de riguroso estilo en aquellos tiempos, fue un mantenido hasta que se recibió
de abogado en Santa Fe. En cambio Cachete la tuvo que pelear siempre. Venía
bien de abajo, conocía de las privaciones, de las carencias y de las
injusticias. Trabajó siendo un gurisito y fue protegido en el Hogar de Niños
por el maestro Roberto Epele. Mi viejo era dirigente conservador y Cachete un
militante comunista. Y aunque cueste creerlo, esto nunca fue un problema, muy
por el contrario, fue un puente de amor fraternal”.
Pregunté cómo
era Cacho, “el amigo” de Cachete y Manauta: “Era muy sociable, muy amigo de sus
amigos, muy culto: tenía una de las bibliotecas de historia más importantes de
Gualeguay, la conserva mi hermano Luis. En cierta medida el estudio de papá,
después que terminaba de atender, era un lugar de charla, de discusiones
políticas, y papá era una persona muy respetada, escuchada, con mucha actividad
en el deporte, la profesión, la docencia. Sus principales amigos eran
comunistas, él tuvo una amplitud muy grande en una época en que el comunismo
era muy discriminado socialmente en Gualeguay. Tenía una formación cristiana
muy fuerte”.
El relato de
Gustavo se divide en imágenes pertenecientes a las dos orillas que acompañaron
este río amigo: Gualeguay y Buenos Aires.
Cacho Gálligo, primero a la izquierda. A su lado Heriberto Altinier. Caño 14, Buenos Aires. |
Del pasado
gualeyo: “Nosotros crecimos viendo llegar de Buenos Aires a Cachete para
alojarse en nuestra casa, con su bolso marrón de cuero gastado. Considerábamos como
el ‘departamento’ de Cachete, una habitación con placares empotrados en la
pared y un baño con azulejos amarillos y guarda oscura. La estadía podía ser de
15 días o un mes, dependía de cómo vinieran las comidas en distintos lugares de
Gualeguay. Eran reuniones que a veces se hacían en el quincho de mi casa, o en
el Club Social, en el Jockey, en Central o en el Club de Pelota en los tiempos
de los hermanos Heberto y ‘Chalo’ Solari. Entre los concurrentes estaban: Darío
y Daniel Crespo, ‘Piti’ Behrán, Alberto Lescá, Heriberto Altinier, ‘Monino’ Aguirrezabala,
el ‘Negro’ Machado, Miguel Gálligo, Alfonso Falcón, ‘Chicho’ Cobitti, Alberto y
Alfonso Romasanta, Jorge Lecuna, el ‘Bicho’ Gómez y ‘Chanchín’ Gómez. El Bicho era
un pianista de excepción, había estado en Rusia, también comunista. Con el
piano del Jockey o del Club Social al alcance, las reuniones se estiraban hasta
el día. Había recitados y tangueadas. Cachete recitaba ‘Fundación mítica de Buenos
Aires’ de Borges; Cacho cantaba ‘La última curda’ de Cátulo Castillo, y Darío
Crespo ‘Tinta roja’, también de Cátulo”.
Varias veces
escuché de Gustavo esta anécdota: “El café Murugarren, un lugar de encuentro
para hombres, era el boliche del centro que estaba abierto hasta más tarde: la
trasnochada muchas veces terminaba ahí. Ahí se presentaban obras de teatro. Juanca
Quirós, ahora no recuerdo cuál era su parentesco con el pintor, escribía las obras.
Los actores eran Cachete, papá, el Negro Machado, y los demás. Quirós escribió
‘Once perros y un gato’ y Cachete hizo de gato. Fue algo muy recordado en
Gualeguay. Al final Cachete terminó gateando entre las mesas y los demás
ladrando de atrás. Esta es una historia que escuché en las mesas que compartí
con ellos”.
Gustavo
reflexiona a partir de algo que le llamaba la atención: “Conocían de manera
directa a los personajes de Gualeguay: el de la familia feliz, Mono Balbuena,
Juanca Quirós, hombres que han pasado a la historia de la ciudad. Ellos no los
conocían de la calle, eran invitados a casa o ellos iban a sus casas. Eran
bohemios, pero no solo porque andaban de noche, tenían una escala de valores
distinta a los indicados por la sociedad de aquel tiempo. Eran humanistas, más
allá que Cacho partía de principios cristianos y Cachete del comunismo. Había
un código humanista común y se entendían, aún en las diferencias. En las
cuestiones esenciales de la vida, papá coincidió con Chacho y Cachete”.
En la otra
orilla, el memorioso ubica a los amigos en distintos lugares: “De mis primeros
años en Buenos Aires, cuando fui a estudiar, conservo en la memoria aquellos
encuentros de papá con Cachete en la vieja casona que este alquilaba en el barrio
de Belgrano. Yo lo acompañaba, y ahí se llegaba hasta el día tomando whisky.
Las charlas regadas con whisky también se daban en el Bar del Virrey, en
Cabildo y Virrey del Pino, y en la Confitería El Águila de Callao y Santa Fe.
Sé que a esos encuentros a veces se acoplaban Chacho Manauta y Hamlet Lima
Quintana. También iba ‘Poroto’ Botana, hijo de Natalio, el creador del
histórico diario Crítica. Cuando la reunión era bien en el centro, terminaban
en el Tortoni. Comían mucho en El Globo y El Imparcial, cerca del hotel Castelar
de Avenida de Mayo. Iban también al Salón Español, al Plaza Asturias. Transitaban
boliches como Caño 14, El Viejo Almacén, Marabú. En Buenos Aires compartían
mesas con algunos gualeyos destacados: Heriberto Altinier, abogado, ‘Cuto’
Barroetaveña, médico y director del sanatorio Sirio Libanés, ‘Macho’ Vivanco,
abogado, Zenón Godoy, abogado, y Jorge Juárez, abogado que había sido
colaborador de Eva Perón en la Fundación, y primer presidente de la cámara laboral
de trabajo. Fui testigo desde fines de los 60 hasta principios de los 70.
Cachete, al poco tiempo, se mudó a un departamento frente al Parque Centenario”.
Como en todas las historias, llega el final: “Recuerdo que Cachete, en las horas finales de mi viejo, no tuvo fuerzas para venir. Se comunicaba todas las noches con Beto Delbúe, un amigo en común, para que le trasmitiera el informe que daban los médicos del Hospital San Antonio”.
Como en todas las historias, llega el final: “Recuerdo que Cachete, en las horas finales de mi viejo, no tuvo fuerzas para venir. Se comunicaba todas las noches con Beto Delbúe, un amigo en común, para que le trasmitiera el informe que daban los médicos del Hospital San Antonio”.
Después que
murió Cacho en el 95 Gustavo se encontró ocasionalmente con Cachete, en
Gualeguay o en Buenos Aires. Recuerda Gustavo: “Lo crucé unos quince días antes
de que muriera, en la esquina de Córdoba y Callao, iba con esos borceguíes que
tengo tan presentes. Me dijo que tenía que hablar una cuestión conmigo. Le dije:
llamame. A la semana siguiente me llama un viernes cuando justo yo salía para
Gualeguay. Llamame el lunes, que estoy de vuelta, le dije. El lunes te llamo, contestó,
necesito hablar con vos, sos el hombre indicado para lo que tengo que hablar.
Murió el domingo, así que nunca supe qué quería”.
Terminando el
relato, Gustavo me dice: “Pero más allá de todo, me permito señalar que son
simples datos, porque en verdad siempre la imagine como una amistad eterna,
interminable. Enriquecida por mil anécdotas, abonada en largas noches de
bohemia compartida. Me queda un recuerdo imborrable por la pasión y la gracia
que impregnaban cada charla, y en particular, el desdén de Cachete por los
discursos sin fundamento, como lo trasuntaba en la que era una de sus frases de
cabecera: ‘Charlatanes de pacotilla que, como en las costuras rápidas,
enseguida se ve que les cuelga el hilván’”.
Tratando de
encontrar palabras, terminó: “Mi viejo era un hermano de Cachete, excedía el
marco de una amistad, tenían una relación difícil de explicar”.
La amistad: una
de nuestras almas, una de nuestras patrias internas.
Qué hermoso y vívido relato! muchas gracias...los recuerdo a ambos, de muy pequeña, diferentes imágenes.
ResponderEliminar