Vuelvo al costado
mágico que tienen los días: ese territorio que está más allá de nuestro
alcance, de nuestra manipulación: líneas de memoria que circulan a refugio en
una sombra fresca, y que cuidan, reconstruyen la fotografía de tantos pasados y
sus criaturas.
Cuando hace casi dos
años recibí el mail del poeta y titiritero Víctor “Pajarito” Cuello, que en
tono generoso hablaba de un libro mío, nunca pensé que de manera epistolar
estuviésemos fundando una amistad, y tampoco tenía forma de saber que, cuando
le contara que en Gualeguay trabajaba en un libro sobre el artista plástico
Roberto “Cachete” González, juntos le estaríamos abriendo la puerta, una vez
más, al universo mágico del que hablo. Pajarito es además de poeta y
titiritero, una especie de puente entre personas y buenos fantasmas, uno de
esos médiums que hermanan almas en el tiempo. Su territorio es González Catán,
Buenos Aires, pero su tránsito amigo lo lleva a otros barrios, por ejemplo, a
Palermo, donde visita a su amiga Dora Giannoni, poeta y escritora; y donde hace
un alto en alguna plaza: junto a su títere Juan Uva, se gana la moneda.
Dora Giannoni |
Dora Giannoni (1939) nació
en 9 de Julio, provincia de Buenos Aires. Es profesora de castellano, literatura
y latín: docente secundaria y terciaria. Dora da pista sobre sus libros: “Después que me jubilé empecé a escribir y tengo cuatro libros: ‘Camino
a la raíz’, poesía, ‘Profeta del viento’, un estudio bioliterario sobre Armando
Tejada Gómez en dos tomos, ‘Jugando con las palabras. Para leer la vida en
serio’ es poesía lúdico-pedagógica; este año terminé ‘Colibrí: chispa pregonera
de vida nueva’, que es una especie de estudio del colibrí como mito
latinoamericano y una investigación sobre los autores que trabajaron con su
figura. Para esto me aportó mucho material Pajarito Cuello, que es tan lector y
conoce a tanta gente”. Dora también prologó y presentó a los poetas Hamlet Lima Quintana, Juan José Folguerá,
Armando de Magdalena, Rafael Amor, Jorge Zárate y Daniel Oddone.
Dora cuenta sobre su
escritura: “Mi propósito es comunicarme, mostrarme, expresarme,
decir mi palabra que es como mostrar mi alma. Eso piensan los guaraníes. Si uno
traiciona la palabra, se traiciona”. En relación a la palabra, Dora escribió un
texto: “Tengo la palabra”, que me hizo recordar esas declaraciones juradas con
las que los poetas abrían el juego en esas carpetas artesanales que el poeta
Roberto Santoro publicaba en los 70 (hasta que los asesinos de la dictadura se
lo llevaran: sigue desaparecido). Leo: “Nació conmigo y con ella camino todavía. Llegó en
nana de madre y abuelas amorosas, cuyas palabras canto o escucho ahora.
Fue cuento o
historia en labios de mis padres.
(…) Me sirvió
y me sirve para ser amiga de tanta gente que también la tiene como instrumento
de trabajo o la ama como yo.
Sigue conmigo
siempre y seguramente me acompañará en la última oración que me despida de este
mundo.
Por ella soy
lo que soy: un ser humano, mujer, maestra, escritora, trabajadora de la
cultura.
Soy lo que soy
porque tengo la Palabra y es bien cierto lo que dijo algún poeta: aunque nada
tuviera, tengo la Palabra. No hay nada peor para un hombre que quedarse sin voz
y esta voz debe estar al servicio de quienes no la tienen. Sin embargo no
despreciemos el valor del silencio que evita hacernos esclavos de lo que
decimos y como dice Lima Quintana: muchas veces el mejor poema fue engendrado
en el mejor silencio. (…)”.
Hace unos
días, el poeta Marcos Silber me escribía en un mail: “Hasta la palabra siempre
o la victoria que es lo mismo”.
Luego de presentar a
Dora, abro la puerta para el otro relato, el mágico, que me llevó hasta la
huella de un gualeyo notable: “Yo conocí a Armando (Tejada Gómez) de
vacaciones en La Rioja. Allí comenzó nuestra relación que terminó en casamiento
en el Templo del Vino de Horacio Guarany, otro amigo de Cachete. Yo tenía 33
años y vivía en 9 de Julio, donde era profesora de lengua y literatura. Después
pedí el traslado a Buenos Aires y trabajé en el Colegio Nicolás Avellaneda
hasta mi jubilación. Con Armando vivimos 10 años, uno de ellos en España,
cuando Armando estuvo absolutamente prohibido, amenazado de muerte y viajó para
ver qué hacía, no en carácter de exiliado. España le devolvió el entusiasmo,
porque allí fue reconocido, y una novela suya: ‘Dios era olvido’ ganó el premio
Villa de Bilbao, con el que pudo volver al país y presentarlo en el stand de
Espasa Calpe, que era como estar en territorio español. Las circunstancias de
la vida nos llevaron a una dolorosa separación, pero fuimos amigos hasta el
último día de su vida”.
Pajarito Cuello me comentó hace unos meses que Dora guardaba una
fotografía donde aparecía Cachete, al final aparecieron dos fotos: “Te escaneé unas fotos y el dibujo de tapa de uno de los libros de
Hamlet Lima Quintana con quien Cachete tenía una amistad más frecuentada que
con Armando. No obstante, lo verás en la foto, los tres juntos pasaron un fin
de semana en la quinta de Armando: La cancionera, en Guernica, Provincia de Buenos
Aires. Los veía conversar horas, vino de por medio y lamentablemente no puedo
decirte de qué hablaban porque en esa época todavía yo era un poco tímida, y no
intervenía demasiado en las conversaciones entre hombres. Te imaginarás que
charlaban horas sobre arte, pintura, literatura, poesía, situación social y
política. Lo recuerdo a Roberto con una gran sencillez, naturalidad y ternura.
No puedo contarte nada más, porque mentiría. Cuando Pajarito me preguntó le
dije eso: que recordaba un fin de semana en la quinta, algún encuentro
colectivo con otros amigos, e inclusive, Gloriana Tejada, la hija de Armando,
dice lo mismo, que solo recuerda que era amigo de su padre, que era un gran
dibujante y que había ilustrado algún libro de Hamlet”.
Armando Tejada Gómez (der.), Hamlet Lima Quintana (cen.) y Roberto "Cachete" González (izq.). |
De la segunda foto, Dora me cuenta: “La foto es de una exposición
de Carlos Alonso, está Roberto a mi lado, que estoy del brazo de Armando, al
lado de Carlos Alonso y de Antonio Pujía. Delante están la señora de Carlos,
Teresa, y la mamá de Carlos. Al resto de la gente no la conozco”.
Pregunto por el año
aproximado: “Calculo que en los 70 ambas fotos, es decir 73,74, 75. Creo que
todavía no había sucedido el secuestro de Paloma, la hija de Carlos Alonso,
porque se lo ve tan feliz, y después de la desaparición de su hija, empezó el
exilio. Una pena no ponerle fechas a las fotos, una cree que va a vivir toda la
vida o que nunca será vieja”.
Vuelvo a la
constelación que toma vino en el parque, quiero saber quién fue el fotógrafo, y
si Dora recuerda otro detalle: “La foto de la quinta la tomé yo, por eso no
estoy, generalmente me sucede así. Me gusta más sacar a los otros, el contexto,
las personas, el paisaje. De ese fin de semana no recuerdo demasiados detalles.
Supongo que la foto está tomada por la tarde o antes del almuerzo que pudo
haber sido asado o empanadas en el horno de barro, como otras veces. Verás que
en el medio hay un botellón de vidrio ahora vacío, pero que estuvo lleno hace
un rato, lo que hace suponer que era vino de una damajuana. Debajo de Armando
está su perro Lindor, que era un perrito callejero que adoptamos y nos recibía
con mucho amor cada vez que íbamos a la quinta, llamada La cancionera porque
Armando la compró con lo que ganó con sus canciones”.
Volví sobre la
timidez de Dora: “Te decía que en ese momento era un poco tímida porque fijate
que siempre me gustó escribir, y jamás se me ocurrió mostrar nada de lo mío. Tuvieron
que morirse todos ellos, digo Armando, Hamlet, Pepe Murillo, Elvio Romero, Juan
José Manauta, etc. para animarme a publicar algo. Cuando estaban los hombres
solos, rara vez intervenía en las conversaciones, más bien, escuchaba, porque
te aseguro que aprendía muchísimo. Era tener a gran parte de mi biblioteca en
vivo y en directo. Eran muy frecuentes las reuniones en Guernica adonde iban Carlos
Alonso, Enrique Sobisch, Eduardo Aragón, Lima Quintana, José Murillo, el Negro
Manauta, Manolo Serrano Pérez, además de músicos y cantores. Se hacían asados,
se jugaba al truco o al sapo, se tomaba bastante vino y más de una vez las
fiestas de mediodía seguían a la noche. Yo en ese tiempo trabajaba y debía
regresar para preparar mis clases y madrugar al día siguiente”.
Gracias a la magia
silenciosa que guardan los días llegué hasta esta memoria. Dora es un libro
abierto, feliz de contar aquellos días. Por eso su escritura atenta a la
memoria, su tiempo para contestar, el envío de las fotos: los tres amigos
notables, los tres creadores, sentados alrededor del botellón con vino y el
sifón: todo un universo para imaginar desde la escritura, de qué hablaban:
juego tratando de adivinar sus miradas. Y ahí está Cachete González, real, humano,
amigo, dando su presente en otro lugar de Buenos Aires, lejos de Gualeguay, y también
lejos de, por ejemplo, el taller de los hermanos Cedrón en La Boca; ahí está
Cachete dando su presente en la exposición de Alonso, un poco alejado del centro
de la imagen, a la izquierda del cuadro, como si estuviera esperando que
alguien entre en su huella.
Desde la izquierda: Cachete González, Dora Giannoni del brazo con Armando Tejada Gómez, Carlos Alonso y Antonio Pujía. |
Dora, ser humano necesario, exquisita persona , siempre del lado de los humildes
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