El poeta observa el
trazo fundado por el artista e inicia, casi alucinado, la órbita: alrededor de
las figuras, alrededor de los paisajes, también gira sobre el artista y sus
fantasmas: los presiente, porque nada más profundo, más filoso, que la mirada
de un poeta, y por último, gira reconcentrado sobre sí mismo, sobre su paisaje
interno, que ha sido alborotado por el arte y su hacedor. Mirará un cuadro,
buscará más: hay un tipo de sed que no se acalla. Por último, el poeta, el
hombre con oficio de palabrero deberá encontrar la sintonía justa, y con ella
las palabras que funden una música para que al fin, ante todo, pueda explicar
la aparición del impulso primero nombrado como órbita. Alrededor del arte nace
una especie de desesperación por atrapar, por tratar de bosquejar y luego
definir con la palabra. Así creo le ocurrió a Luis Alberto Salvarezza, poeta de
Concepción del Uruguay, cuando la vida lo llevó a estar frente a la obra de Roberto
“Cachete” González.
Conocí a Salvarezza
cuando pasó por Gualeguay para presentar su libro “Derlis Maddonni”. Esa misma
noche, en el Quirós, Marcelo José Vázquez presentaba su libro “Tres dibujantes
entrerrianos”. Luego, en compañía de un tinto, charlamos sobre arte y
escritura.
Luis Alberto Salvarezza. |
En el libro de Vázquez
encontré la primera referencia a la escritura de Salvarezza en torno a Cachete.
El texto no tiene la forma acabada de la poesía, pero luego, leyendo otros
textos del poeta, me quedó claro que su prosa está marcada de manera feliz por
la poesía. Dice Salvarezza: “De Gualeguay a París, del Martín Fierro a Carlos
Chaplin, de la alegre tristeza a la tristeza alegre de un payaso. Desde el
claroscuro impulso de la locura al lado oculto, sombrío, dramático, del latido.
Ella, digo la pobreza o la miseria, extendiéndose o abriendo las
bocas de los basurales o colgando como una flor de otro jardín. Y la negra
delicia de esa oscuridad tironeando o abrochándose a una blanca o luminosa
sonrisa. Reflejando la nada o ese instante en que la fatalidad se adueña del
destino. Un perfil, un temblor o un rostro saliendo o irguiéndose desde las
tinieblas de la embriaguez o de los sueños. La belleza visitando al dolor e
inaugurando líneas y siluetas, o el contorno ajedrezado de historias de líneas
y siluetas, sombrías. Lo cierto o verdadero abrazándose a lo real.
Penetrándose. Siendo uno el límite posible para el otro y sin embargo uno sobre
el otro, el siempre de un ademán de luz que no se ahoga, que flota o se
suspende. Rostros que como nubes anticipan no sé qué terribles tormentas y lo
que fluye y otros soles. Esa cercana o cruel sensación de sentir que todo nace
de esa otra oscura orilla a pesar de las transparencias, los esfumados,
sinfónicos, apastelados, movimientos. Quise decir tiempo, colores, dibujo, y
sólo digo del esplendor de la tinta o el grafito y ese poder adueñarse de lo
que tiene de insoportable y de maravilloso el latido. Lo que emociona…” (de
“Dibujantes nuestros” (2007), inédito).
Luego de leer este
toque de prosa donde el autor vuelca conceptos de observación plástica junto a
la bondad de la creación poética, comencé a hacer preguntas a Salvarezza sobre
su relación con la obra de Cachete. Fue así como me enteré que existía un poema
sobre el plástico y su obra. Pasó un tiempo, Salvarezza está siempre ocupado:
asombra su capacidad de trabajo, porque es poeta, ensayista, porque además él
mismo es artista plástico, y por si fuera poco trabaja el arte de la cerámica.
Decía que pasó el tiempo porque varias veces tuve que pedir el poema inédito (2007)
que aparece a continuación:
I Roberto González dibuja el dolor y lo estaquea. (Como se
estaquea a otro hombre o a un animal). Lo aproxima al sol. Lo estira. Lo afina. // Sabe también que todo
gran dolor crece en silencio. // O se desangra.
II En el medio de la
pista, profundo como el dolor o altísimo como la luna, / dibuja uno de sus
payasos / y el payaso no puede expresarse a través de la palabra ni los gestos,
/ profundamente llora. // El payaso entinta la página de acrobacias, de sudor u
olor, hasta de sexo // y su rostro de enharinados significados. // Todos ríen /
sólo el aire dice también profundamente.
III Lo desnuda / y
entre sus piernas / deja caer una mancha que lo aproxima a la noche. // Al
deseo lo disuelve y junto a los rosas lo transforma en lila. / Siempre fue azul
el deseo. Y ya se dijo que no hay ser que desee sin imaginación.
IV Una pincela ancha / cubre
como una caricia / a fondo lo desparejo, lo inestable. / A veces lo apaga un
temblor de grises ceniza. / Los sombreados apresuran una confesión de misterio.
V Son muchos pero más son
los pies descalzos que cuento. La pobreza puede ser también una flor de muchos
colores. O una carcajada hacia arriba, altísima, y sin embargo, profunda.
VI Por la boca, por el
cuerpo, por esas líneas como venas le pone la sangre, la fuerza, su boca y su
cuerpo.
VII ¿Quién tiene la
culpa de este dibujo –de estos dibujos muertos– entintados en el no poder decir
de la impotencia? Todo dibujo impone su lucha. Su trazado. ¿Qué memoria a éstos
los desvía?
VIII A veces es
necesario sentir el amarillo de fondo y lo que hay de clandestino cuando se
mezcla al verde. Sentir las sombras como sentimos tus escasísimas arboledas. Y
sin embargo moviéndose como en bandadas. Sentir tus perreras y en vez de
ladridos, galopes. Sombras. Lutos sucesivos. Rengueras.
IX En ese dibujo puso
emoción, acción y luz. Sin embargo tiene
mucha oscuridad.
X Heredero de las
sombras. Se ha adueñado de la luz. Sin embargo hay un detrás, otra embriaguez o
sueño. Sus dibujos tienen la sonora precisión de un grito. Por eso nadie podrá
desdibujarlo o enmudecerlo.
XI No hay pinceles ni
carbonillas que puedan tapar lo que hay de desdichado e insaciable en las
líneas hueso, cuerpo, de sus personajes. Las bocas quedaron abiertas, en
latido, en un temblor morado.
XII Homenaje a Velázquez
// ¿Qué había en él qué tanto admiraras? Tu rey fue el dolor, la embriaguez y
cierta imprecisa locura. También todos
los contrastes. Una borrachera de líneas y sueños. No hubo fraguas pero sí
infidelidades entre el amarillo y el rojo, el verde y el azul y el celeste y el
gris. Hubo retratos y una noche de goce transformada en dibujo y la voz enhebrada
en sangre, en galope, coraje, latido y misterio.
XIII Sus líneas se
entremezclan… pero sólo es una, la que se encuentra con lo inesperado, la que
da la cara.
Luis Alberto Salvarezza
posee dos obras de Cachete, un payaso y un estaqueado. Me cuenta: “Vivo en un
departamento bastante pequeño y en él hay cerca de cien obras colgadas, de pequeño
formato. Te mando el poema que habla sobre los cuadros. Tienen vida. Los quiero
un montón, como a los libros y las cerámicas y las máscaras y pequeños objetos
que nombran a sus dueños, hacedores y con los que convivimos. Soy un
materialista espiritual”. El poema señalado es un recorrido por parte de su
pinacoteca, y en él nombra a los artistas plásticos sólo por el nombre, que es
la manera de nombrar a los amigos. Salvarezza se declara “materialista espiritual”,
una definición certera para esas ganas de poseer una obra de arte. No tiene que
ver el valor material, que puede tenerlo, pero esa es otra historia; la
posesión está en relación directa con el diálogo que se establece con el autor
y su obra, tiene que ver con la admiración nacida por tantos, y muchas veces,
misteriosos motivos. Porque es feliz que no todo tenga nombre, que no todo esté
sobre la mesa, a la vista. En estos términos, la posesión de una obra de arte
es una de las alturas que el hombre puede alcanzar en los tumultuosos
territorios del amor. En eso pienso cuando veo las paredes de mi casa: los
cuadros de mi viejo, el Maddonni, el Salvarezza, el Cartasso, el Montella que
me regalara Pipo Etulain. Tuve una suerte fundamental en esta vida, haber
nacido en una casa donde había bibliotecas, y cuadros sobre las paredes: en
ellas obras de mi viejo y de tantos amigos.
Salvarezza es autor de
“De cruces, alas y mármoles. Cementerios: ensayos y poesías” (2007), de
“Itinerarios (De escama y pluma, sangre y piedra)” (2012), poesía: hay en su
obra, cualquiera sea la sintonía de escritura, una sabia entremezcla de rastros
que van y vienen desde la vida y la muerte, se despende así de su hacer una
mirada que da pista del lugar desde donde el autor otea los días: la conciencia
del paso del tiempo y la importancia de la memoria.
Roberto Cachete
González vuelve a pintar a través de la escritura de Salvarezza. Sueño que
pinta una obra desesperada, una violenta sinfonía para que yo la guarde en mi
casa, también en mi escritura.
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