Sabía que era pintor. Su nombre aparecía en libros
pertenecientes a la biblioteca de mi viejo, también artista plástico. Sabía de
sus grandes cuadros, de sus gauchos, sabía del Pintor de la Patria. Pero desde
que habito nuestra Gualeguay me pregunto por quién era, qué pensaba. Vi uno de
sus cuadros en el Club Social, y mayor decisión alcanzaron las preguntas cuando
vi su presencia en el mural “El Paseo de los Nuestros” realizado por los
artistas plásticos Néstor Medrano y El Juana Saldaña. Sobre la pared de la
cárcel el río extiende la impronta de un puñado de personajes de los que
Gualeguay fue cuna. Ahí está Cesáreo Bernaldo de Quirós.
Cesáreo Bernaldo de Quirós |
Una apretada síntesis de historia familiar sería:
Julio Bernaldo de Quirós llegó al Río de la Plata a mediados del siglo XIX. Los
orígenes de la familia hablan de la nobleza española. La familia emigró por
causas políticas y vivió unos años, tuvieron que empezar de cero, sin recursos,
en Montevideo y Buenos Aires. Llegaron luego a Gualeguay, donde Quirós padre trabajó
como letrado, donde también fue intendente de la ciudad (1880), presidente de
la Sociedad Española, y fundador del sector español en los cementerios
cercanos. En 1877 se casó con Carlota Ferreyra. Tuvieron 10 hijos, el segundo:
Cesáreo, nacido el 22 de mayo de 1879. Fue Carlota la que entendió la
inclinación artística de su hijo, fue quien, en su lecho de muerte, le pidió a
su marido que hiciera estudiar pintura al muchacho. En 1895 salió hacia Buenos
Aires. Fue discípulo de Vicente Nicolau Cotanda, y tomó clases con Reinaldo
Giúdice, Ángel Della Valle y Ernesto de La Cárcova. En 1899 ganó el premio
Roma, que le permitió hacer su primer viaje por Europa, junto a otros artistas
y el crítico José León Pagano.
De esta manera arrancó la historia familiar y su
historia como pintor. Después le faltaba vivir haciendo la vida con una pasión
entre las manos. Entre los libros que se ocupan de su vida y obra destaca
“Quirós” de Ignacio Gutiérrez Zaldívar, un estudioso, un admirador confeso del
artista.
Quirós en el Club de Rosario. |
Recorriendo sus páginas me fui encontrando con la
persona que quería conocer. La idea es contar mi alegría frente a lo hallado.
Gualeguay, su tierra, aparece en sus recuerdos: “Gualeguay,
lugar de mi cuna, no ha sido –como no lo han sido, por otra parte, ninguna de
las ciudades nuestras- un lugar de tradición artística. Era para mí, un
muchacho ‘con inclinaciones raras’, según el juicio de mis compañeros, una
apacible ciudad de gente moral y de señoría, rodeada, a poco de andar, de una
naturaleza casi virgen (…)”. Hay en todo momento en Quirós la presencia del
pensamiento, del análisis, la reflexión, una búsqueda tan necesaria en el
artista como la que se da en el terreno técnico del oficio: “El mar puso su sol
para invitarme a la vida. Dos conquistas me esperaban: una, improrrogable, la
de los 20 años. La otra me puso el plazo de la madurez. Mi medio, y muy
especialmente mi selva, me enseñaron que el don supremo era la libertad, y la
de los fuertes con soledad. Solo, sin maestro particular, fui haciéndome a la
vera de los otros maestros. Solo, como había visto andar en la selva al gaucho
y la tierra, fui labrando mi verdad”.
Quirós va fundando su memoria mientras revisa la
historia de su lugar en el mundo, su aldea: “Recorrí mi provincia, la de Entre
Ríos, donde repentinamente me sentí conducido hacia el deseo de fijar la vida
pasada, la vida guerrera y romántica de esa provincia cuya historia había sido
agitada por tantas y tan grandes pasiones. El gaucho se me presentaba a cada
vuelta del camino, en cada pulpería surgían recuerdos de una airosa época que
llenó los campos de ecos sentimentales y
de rojas banderolas”.
Los montoneros, 1918. |
En 1956 dejó registro de una clara definición:
“Nunca seré un pintor abstracto. Soy y seré postimpresionista. Tengo que ser
leal conmigo mismo, con lo que yo siento… No con lo que me quieren obligar a
hacer. Picasso es Picasso y seguirá siendo Picasso, pero los continuadores de
Picasso, sólo serán continuadores, jamás competirán con él porque Picasso no
hizo escuela”.
Fue Picasso quien dijo: “Yo no busco, yo encuentro”.
Consigna Zaldívar: “En 1933 se instala en Quebec, Canadá. Impresionado por la
luz del paisaje, abandona los temas costumbristas y enriquece su paleta con una
variada gama de rojos y dorados”. Es el propio Quirós quien describe lo
sucedido: “Este país llenó mi retina de una vibración y de una coloración más
claras y más ricas que las que yo poseía, y simplificó en cuanto a línea y a
masa de color mi interpretación, dándole una profundidad mayor. Fui a Europa
para indagar si había quien abriera derroteros nuevos. Lo hay, en efecto, pero
no es lo que yo buscaba. En Canadá, en cambio, he hallado la mejor consejera:
la Naturaleza, tan rica, tan fuerte, que me dio pautas para lograr cosas
nuevas”. Queda claro, dice “no es lo que yo buscaba”, dice “he hallado”. No es
lo mismo buscar que hallar. Hay en el hallazgo un componente poético, mágico, la
puerta que encontramos abierta llama, vive en el misterio de la creación. La
maravilla de vivir en el misterio, como pensaba, como vivía Homero Manzi.
Quirós en su taller de Palermo. |
En 1933 Quirós volvió a Estados Unidos. Muy viajado
fue el pintor. Y en el 36 viajó a París, donde inauguró una muestra en la galería
Charpentier. Sobre ella dijo: “Constituirá ésta la primera exposición de mis
nuevos métodos de pintura, que difieren grandemente de mis telas de estilo
clásico sobre temas gauchescos”. Dijo también: “Mi mérito mayor ha sido poder
cambiar mi manera de pintar, y para esto hay que tener juventud en el alma
(…)”. El crítico de arte André Maurois afirmó: “El pintor, como el escritor, se
torna muy a menudo esclavo de su éxito, prisionero de su ‘manera’. Bernaldo de
Quirós, después de triunfar en un primer aspecto, ha decidido continuar la
lucha”.
Después de ocho años de viajes y vida en otros
países, volvió a la Argentina a fines de 1936. Dijo José León Pagano: “(…)
Llevó los gauchos y trae otra naturaleza, otras almas, otra vida”.
Compró una estancia, El Mojón, en El Brete, sobre
las barrancas del río Paraná, en el Puerto Viejo de la capital entrerriana.
Duele ver hoy las fotografías de la casa: una ruina, sin techos, tomada por la
vegetación, tan falta de memoria, tan sola, tan incómoda hasta para los buenos
fantasmas.
A fines de la década del 40 Quirós se mudó a Vicente
López, donde vivió hasta su muerte: el 29 de mayo de 1968.
Sigo construyendo una imagen del pintor, entre sus
miradas destaca su cercanía con su tierra: “Luego de varios años y de dos
viajes al Viejo Continente, me sentí lleno de vacilaciones y dudas. Pero,
siempre con deseos de trabajar mucho y mejor, volví a mi tierra y me sentí por
primera vez capacitado para entrar en el secreto de su belleza y de su
tradición”. Quirós, creo, intuía que el gran desafío era comprender su tierra,
y dejarse acompañar por ella. Pudo viajar durante muchos años, para entender,
sentir, esta sintonía que le aromaba el espíritu: “Este rincón hecho de tierra
nativa, guardadora de esencias en sus zumos, de enjundias de una raza con vahos
de historia y de leyenda. Este sueño mío, firme, donde hundir mis raíces para
vivir la vida más frondosa de mi espíritu y sentir en mis venas la sangre
generadora de mi suelo. Este es mi mundo, más allá de esa Europa de milenaria
cultura que sensibilizó mi espíritu”.
Lanzas y guitarras. Quirós en 1928. |
Pienso en la disconformidad de Quirós si tuviese la
oportunidad de asomarse a estos tiempos confusos. El arte es parte del mundo,
por lo tanto, también sufre las consecuencias. Quirós refiere cuál es su idea
de arte en la pintura: “Creo en la pintura que se enjoya con su materia y su
técnica, en la pintura que refleja sinceridad y sabiduría, aquella que exige
reverencia, la directamente vertida desde la entraña palpitante de la
naturaleza al lienzo o al barro. Lo rebuscado, lo artificioso, lo deformado a
través de forzadas posturas estéticas me suena a falso, a pueril. Por ingenioso
que sea, sólo comprendo la verdad entera, esa múltiple, maravillosa y renovada
verdad que emana de la naturaleza”. Termina de redondear su filosofía y
creencia, en un puñado de líneas donde cada una de las palabras ocupa un lugar
para afirmar y para sugerir de manera notable. El pintor no está cerrado a lo
nuevo, nada más se siente comprometido con la esperanza, y por lo tanto, la
exige: “Niego lo deshumanizador y creo en la evolución, mas no concibo el arte
sin ese sagrado destino de continuidad, de superación basada en el legado de
los grandes predecesores. Estimo que toda innovación debe arraigar en eso noble
que se posee, y, desde allí, naturalmente, adaptarse a las nuevas exigencias de
un nuevo ritmo, de una renovada fe, de un nuevo entendimiento (…)”.
Autoretrato, 1940. |
Quirós recorrió la isla de Cerdeña en 1908, tuvo
talleres en muchas ciudades, uno en los bosques de Palermo, tuvo dos hijos,
varios amores; pintó paisajes, gauchos, la patria, a su familia, pintó naturalezas
muertas y desnudos; supo de vivir más de veinte años fuera de su tierra, y supo
del valor insustituible de la misma; pintó en el barrio porteño de Caballito, y
en 1917 regresó, por un tiempo, a su Gualeguay natal.
Cesáreo Bernaldo de Quirós, una aproximación a uno de
los grandes que ve el río que pasa entre los mosaicos de El Paseo de los
Nuestros.
Las caléndulas, 1942. |
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