En el jardín del fondo de una de mis casas
provisorias ocurrió que una parra envolvió en poco tiempo una planta grande de
laurel. El abrazo amigo dio origen a cantidad de puentes inesperados entre
habitantes de la misma naturaleza. Me gusta pensar que eso mismo ocurre entre
escritores, pintores, músicos, cantantes, lectores, personas de “mundo interior”
llevar: un abrazo etéreo, de buen fantasma, misterioso y amigo, que hace
posible que las historias circulen y las imágenes deriven entre los nexos de esta
vida en la naturaleza.
Francisco Lazo Toledo me cuenta que con su amigo el poeta
Víctor “Pajarito” Cuello, muchas veces intercambian opiniones sobre varias
cuestiones referidas a lo que él denomina “hacedores de nuestra cultura”, que
son muchos más que los que figuran en los libros de historia. Cuello tendió el
puente para que Francisco me contara un recuerdo que tiene como centro a
Roberto “Cachete” González.
Antes del relato quiero dar señas del testigo: “Soy
del 62. Mi formación académica transita por varias instituciones. Primero la
Escuela Nacional Manuel Belgrano, de la que salí y entré varias veces hasta
terminarla. Luego la Prilidiano Pueyrredón. Fui de su última camada. Después asistí
a la destrucción de la Escuela Superior Ernesto de la Cárcova. No contento con
todo esto, hice mi paso por el IUNA, no fue una buena experiencia. Por último
hice una nivelación en la Escuela de Arte Leopoldo Marechal de La Matanza,
necesaria para mi trabajo. Soy maestro nacional de dibujo, profesor y
licenciado en artes visuales”.
Sobre su quehacer en el arte: “En lo artístico
continúo pintando, dibujando, estampando y haciendo lo que me plazca. Me aparté
bastante del mundillo de las artes por tanta cosa tirada de los pelos, y
sinceramente se me iba mucha energía en ser de tal o cual forma para agradar.
Estuve en la movida de los pintores del Garden de Florida. Fui mimado por
muchos y defenestrado por otros”.
Sobre su trabajo: “Hoy estoy dando clases en una
primaria del gran Buenos Aires, en el partido de la Matanza, que tiene lo suyo,
y los sábados trabajo en Patios, que es algo así como un plan donde una escuela
por zona abre sus puertas con talleres para la comunidad, de modo libre y
gratuito. Como diría el sufrible, pero querido Facundo Cabral, al que tuve el
gusto de conocer: ‘No soy de aquí ni soy de allá’: viví en la zona norte hasta
llegar al Tigre, a las escuelas de las islas o del Delta, además estuve en la
escuela de la isla Maciel, y di clases en la única escuela museo de
Latinoamérica, que está en Flores, Buenos Aires”.
El estudio es un punto importante en su vida: “Hace
años estudio letras, primero en el Joaquín V. González, y luego donde me tienen
una paciencia de dioses, en el Mariano Acosta, donde obtuve mi título de
profesor de educación primaria. Ejercí dos o tres veces, lo hice porque el
hecho de enseñar es para mí un goce que pocos llegan a entender. Nunca quise en
mi espíritu anarco nada que me detenga, como a Almafuerte”.
Una definición: “El arte es oxígeno, mi razón de
existencia, pero recién ahora me estoy encaminando. Siempre lo hice desde
adentro y sin necesidad de un espectador, algo que no es compatible desde
muchos aspectos, mi real sentimiento está marcado por el encuentro con la
creación. Transito la vida, paso, y como a veces digo: ya me fui”.
Hay un detalle de singular importancia en los días
de Francisco: “Tengo la costumbre de llevar un diario, todo comenzó en un viaje
que hice a Europa en el 83, y a partir del 90, no me preguntes por qué, no dejé
de escribir, lo hago todos los días. Ayer fui a la inauguración de una muestra,
y más allá de mis limitaciones, anoté todo lo que quería. Es un buen ejercicio.
Además relaciono el diario con el uso del diccionario, siempre lo tengo a mi
lado, cuando surgen dudas de quién era así o de tal modo, voy a mis diarios.
Admito que hay veces en que mucho no me gusta, porque veo con claridad lo que
se perdió: personas o movidas. En fin, cuestiones de la vida”.
Cachete González y Nicolás Passarella en Gualeuguay |
¿Conociste a Cachete González? Dijo que sí y buscó en
su diario. Francisco me contó que el profesor de composición, Alejandro Farías,
organizaba charlas, los días viernes, año 1992, en la Escuela Nacional Manuel
Belgrano. Una vez invitó a tres artistas plásticos: Cachete, Héctor Tessarolo y
Rolando Lois, mi viejo. La intención era que los estudiantes hablaran en
directo con los plásticos. Terminada la charla sobre cuestiones referidas al
mundo del arte, desde orientaciones artísticas hasta oscuridades de mercado,
Farías invitó a Francisco y a otro estudiante para que se sumaran a una mesa en
el café Británico, frente al Parque Lezama.
Desde las páginas de su diario aparece el siguiente
relato: “Fue así que poco antes de la medianoche cayeron al Británico el
profesor Farías y Cachete González. Ambos venían charlando muy amigablemente,
al parecer se conocían de tiempo atrás. Lois y Tessarolo no fueron de la
partida. Tatu estaba a mi lado. Cuando nos vio González, le dijo a Farías:
‘¿Estos son tus pollos?’. Algunos, respondió con cara de orgullo. Tatu se fue
porque tenía que trabajar desde temprano en su local. Quedé en medio de ellos.
González pidió su primer whisky, se tomaría como
seis, en cambio Farías, de su café en jarrito pasó a una Legui, hecho que le
criticó González, le dijo que era un marica si tomaba eso. Yo durante toda la noche me tomé dos cafés en
jarrito, por problemas de billetera.
González me pidió que le mostrara alguno de mis
trabajos. Vio que tenía mi gran carpeta de dibujo. La puse a su disposición. La
miró casi sin darle importancia, aunque decía que no estaban nada mal.
Después de verlos me dijo: ‘¿Y los tuyos?
Seguramente que hacés otros’. Le respondí que sí, pero eran los que me costaba
mostrar. Dijo: ‘Pero amigo, estamos entre hombres del arte, y si no vemos lo
que hacemos, no crecemos... a ver, sáquelos’. Me costó sacarlos, no sabía si
iba a resistir alguna crítica sobre ellos. Farías se dio cuenta de lo mucho que
me costaba. Se levantó de la mesa y antes de ir al baño le dijo: ‘No lo
maltrates’.
Saqué mi block y comenzó a mirarlos con más
detenimiento, puso su mano de manera plana sobre más de una composición, a
otros le buscaba mejor luz y los fue separando en dos pilas. Yo solo miraba qué
hacía y escuchaba con mucho esfuerzo sus inentendibles comentarios. Era como si
yo no estuviera, solo él mirando mis laburos.
Cuando terminó lo que parecía un análisis, me dijo:
‘Todos valen, son tuyos, pero estos (los de la pila izquierda) son los mejores
y lejos’. Fue bueno escuchar eso. De hecho solo le pude responder con un ‘gracias’.
Fue entonces que viéndolos nuevamente, me miró y me
dijo que le regalara cualquiera. Realmente no quería hacerlo y ante mi
respuesta: el silencio, dijo: ‘Ya veo, no sos boludo como yo, que los hacía y
los regalaba, aunque no me arrepiento, porque muchos bien regalados están, y
otros me salvaron la comida más de una vez’. Farías comentó: ‘Ya lo creo’.
Le dije que honestamente no estaba preparado ni para
regalarlos ni para venderlos.
‘Bien, pibe, -me dijo, y siguió- pero te digo dos
cosas. Primero tenés que hacer algo con todo esto, para eso están los
concursos, que no siempre premian al mejor, pero sí al más amigo, y las
muestras, y nada de colectivas, individuales, ¿me escuchas? Segundo, nunca te
quedes con obra, eso es de egoístas, y los artistas no podemos ser egoístas
porque tenemos algo que es para dar, y además porque muchas veces no podemos
protegerla y la terminamos destruyendo’. Farías le dijo que eso era en otros
tiempos, que él ahora venía teniendo un reconocimiento y una buena racha.
Cachete le respondió: ‘Sí, amigo, pero la hice mal’.
Eran como las seis de la mañana, yo tenía que volver
para El Tigre. El gallego, que desde el mostrador o la barra, nos había estado
observando de reojo y seguramente escuchando, le dijo al mozo que le pidiera a
Cachete que le haga un dibujo. Por aquel entonces, muchos colgaban de las
paredes del café. Cachete González me pidió una hoja, un lápiz y se lo hizo ahí
mismo. Cuando terminó le dijo: ‘Esto vale por lo menos un whisky más’. Farías
lo miró y movió la cabeza, como diciendo que nunca iba a cambiar. Los saludé y
me fui. Tenía mucho que escribir”.
Las palabras de Cachete son una especie de compacto
de su historia. Regaló obra y sobrevivió como pudo con su arte, porque Cachete
tuvo la valentía de ser siempre un artista, no se disfrazó de otra cosa. Ante
esa manera de ser, los que hacen negocio con el arte de los otros, le hicieron
sentir el vacío: cómo hacer moneda grande con un González, entonces lo fueron
desdibujando. En el 92 Cachete sufría esto en directo. Cerca de su muerte, año
1998, le dijo al plástico Luis Felipe Noé: “Se olvidaron de mí”.
Y ese silencio se extendió más allá de su muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario