Camino cerca de las canchas de fútbol de El Vasco, voy
por la calle de tierra que me lleva hasta mi casa. Zona de chacras y de tierra
en polvo: tan fina como el talco. Hace bastante que no llueve. Cuando las luces
se encienden al atardecer, se puede ver, luego del paso de un auto, la
apariencia de humo que forma el polvo suspendido en el pedazo de noche que
rodea el foco. En estos días, y aún más ayer a la noche, pensaba en la falta
que hace la lluvia. Bueno sería, me dije, tener a la mano al ingeniero Juan
Baigorri Velar y su máquina de lluvias. Decidí entonces buscar la lluvia en el
pasado. Baigorri era ingeniero en Geofísica, título de la
universidad de Milán. Trabajaba para empresas petroleras haciendo estudios
sobre suelos. Él mismo construyó, en Italia, los instrumentos necesarios para su
trabajo: detección de minerales y conocimiento de las condiciones
electromagnéticas de los suelos. En la Argentina encabezó la misión que redescubrió
el Mesón de Fierro, un meteorito escurridizo caído hacía una eternidad en el
impenetrable chaqueño, en el límite entre Santiago del Estero y Chaco. Luego de
su descubrimiento se habían perdido los registros de su ubicación. Para alentar
la búsqueda, la provincia había establecido por ley, en 1873, un premio de dos
mil pesos fuertes y diez leguas de tierra fiscal. Baigorri desempolvó la ley.
Se presentó a fines de 1937. El gobernador, Dr. Pío Montenegro, a través de la
legislatura derogó la ley que establecía el premio. Ante la jugada, Baigorri
volvió al lugar del hallazgo para cubrir el meteorito con una sustancia que lo
ocultaría a las lecturas de los aparatos de búsqueda. No volvieron a
encontrarlo. Estaba enterrado cerca de un árbol. Años después, el ingeniero
aseguraba que recordaba la ubicación exacta.
Enrique Mosconi lo tentó para que regresara al país,
para sumarse a YPF en 1929.
Pero la vida, el destino, a veces mágico, tiene
reservadas sorpresas a las criaturas.
El ingeniero llegó de manera casual al invento de su
máquina de lluvias. Se tenía fe. Fue hasta las oficinas del Ferrocarril Central
Argentino. Lo recibió el gerente, Mac Rae. No lo tomó muy en serio y lo invitó
a que hiciera llover en Santiago del Estero, donde la seca llevaba tres años.
Baigorri aceptó. Fue acompañado por Hugo Miatello, jefe de Fomento Rural del
ferrocarril. Miatello aseguró que en la localidad de Pinto, luego que Baigorri
encendiera su máquina, empezó a cambiar el viento y en el cielo aparecieron nubes.
Horas más tarde cayó un chaparrón. Al apagarse la máquina volvieron las
condiciones anteriores. Baigorri construyó una máquina más potente y volvió a Santiago.
Después de cincuenta y cinco horas de funcionamiento, se descargó una tormenta
que duró once horas: sesenta milímetros.
Regresó a Buenos Aires como un héroe, un grande de
la historia. Un invento argentino salía a escena; se sabe, cuando se da la
notoriedad nace el barullo con viento a favor y en contra. A favor la gente, en
contra, por ejemplo, el titular de la Dirección de Meteorología: Alfredo
Galmarini, que dijo que todo era una parodia y que las lluvias en Santiago
estaban previstas. Baigorri exhibió el pronóstico para la zona: bueno y
caluroso. Galmarini pegó duro: “No sólo no creo en la seriedad del inventor,
sino que también considero que se trata de un ‘canard’ como no habíamos visto
otro en el terreno de la meteorología”. Baigorri entonces dio un gran salto
entre trapecios bajo la gran carpa del circo establecido: “Como respuesta a las
censuras a mi procedimiento, regalo, por intermedio de Crítica, una lluvia a
Buenos Aires para el 3 de enero de 1939”. La nota, firmada de su puño y letra, apareció
en el diario el 27 de diciembre.
El 30 de diciembre la máquina fue puesta en marcha.
El ingeniero afirmaba que hacer llover en Buenos Aires no era difícil teniendo
tan cerca el río, el problema era la dosificación de la magia, y entonces
echaba rayos y truenos al fogón del misterio: “Tengo que dosificar constantemente
la energía del aparato para que la lluvia no se adelante y evitar que Buenos
Aires se transforme en el epicentro de un ciclón tormentoso”.
El 31 el paisaje pintaba raro, vientos cambiantes,
estaba pesado. Sobre la casa de Baigorri asomaba un nubarrón. Desde
Meteorología se avisaba de posibles chaparrones. El 1° de enero pasó sin
novedad. El ingeniero insistía: entre el 2 y el 3, pero el cielo aparecía
despejado. La duda ganaba adeptos. Al final aparecieron las nubes y empezó a
lloviznar en la madrugada. A las cinco era chaparrón con vientos huracanados.
Dijo Crítica: “Como lo pronosticó Baigorri, hoy llovió”. La gente se congregó
frente a la casa del dios, a viva voz se cantaba: “Que llueva, que llueva /
Baigorri está en la cueva / enchufa el aparato / y llueve a cada rato”. El hombre
logró hacerlo otra vez, esta vez en Carhué, donde puso fin a una sequía que
había vaciado el lago Epecuén: del 7 al 8 de febrero organizó su magia y desbordó
el lago.
En la vida de Baigorri, el misterio estaba a la
orden del día. Luego de estas jugadas que lo hicieron famoso, se dedicó a
buscar petróleo para particulares. Reapareció junto a su máquina recién en el
52, durante el peronismo. Raúl Mendé, ministro de Asuntos Técnicos le dio el
primer desafío: Caucete, San Juan. El ingeniero terminó con ocho años de
sequía. Luego Córdoba: 81 milímetros. Después de algún ajuste logró que el dique
San Roque quedara con un nivel de 35 metros. En 1953 Baigorri dio lluvias en La
Pampa. Pero luego el ministro suspendió el apoyo del gobierno. El ingeniero se
negaba a facilitar los detalles técnicos de su máquina.
Baigorri tuvo un primer domicilio en el barrio de
Caballito, pero lo consideraba insalubre para su familia: su mujer, María
Amanda Zacardo y su hijo William. La humedad era molesta, y dañina para sus
aparatos. Una mañana, el ingeniero subió al tranvía 2 que iba por avenida
Rivadavia desde Plaza de Mayo a Liniers. Iba con altímetro en mano y una
libreta. Así descubrió que el punto más alto del recorrido estaba en Rivadavia
al 10.100/200. Compró una casa en la esquina sudoeste de Ramón L. Falcón y
Araujo, Villa Luro, que tenía una construcción en la terraza, ahí montó su
laboratorio.
El hecho de no querer revelar el secreto de la
máquina lo condenó al silencio, y casi al olvido. Se sabía que la máquina de
lluvias vivía dentro de una caja de medidas aproximadas a las de un televisor mediano,
que contenía: “una batería eléctrica, una combinación de metales radioactivos
fortificados por el aditamento de sustancias químicas y dos antenas de polo
negativo y positivo”. Según contó a Crítica: “En 1926, mientras trabajaba en
Bolivia en la búsqueda de minerales utilizando un aparato de mi invención, noté
algo curioso. Cuando conectaba el mecanismo y éste se ponía en funcionamiento,
se producían lluvias ligeras que me impedían trabajar. Me llamó la atención el
fenómeno y consideré que esas pequeñas lluvias podrían ser originadas por la
congestión electromagnética que la irradiación de mi máquina producía en la
atmósfera”. Nada más se sabía de la invención. Cuando años después de los
sucesos volvieron a preguntarle por su secreto, declaró que había destruido los
planos, y que nunca lo patentó porque para eso había que revelar el
funcionamiento. Y otra vez el misterio: advirtió que su caja, como la de
Pandora, de ser abierta, podría desencadenar tempestades.
Baigorri saludando a la gente en su casa de Villa Luro. |
Juan Baigorri Velar falleció, pobre y olvidado, el
24 de marzo de 1972. Tenía 81 años. Murió un día después del día de la
meteorología. Vivía de prestado en una habitación en la casa de un amigo. Llegó
por sus propios medios al hospital, tenía problemas en los bronquios.
Quedó el enigma sobre su creación, ¿gran invención o
la más pura casualidad?, ¿por qué la terminante negativa a revelar los detalles
técnicos? Eligió vivir en soledad en su casa de Villa Luro. La máquina de
lluvias nunca apareció en otras manos.
Busco una máquina de lluvias con antenas para que
hoy llueva en mi Gualeguay, una lluvia a tiempo, como la que se desató mientras
enterraban a Baigorri en La Chacarita.
Hasta aquí la historia. El poeta Hugo Ditaranto, uno
de mis maestros, un cielo estrellado su memoria: infinidad de historias
brillaban desde su palabra, allá lejos y hace tiempo, me había hablado de ella.
La memoria en movimiento, y los lugares que las historias recuperan, una manera
de vivir en el misterio.
El ingeniero Baigorri era entrerriano, había nacido
en Concepción del Uruguay en 1891. Su padre, coronel, había sido amigo del
general Julio A. Roca. Hizo sus estudios secundarios en el Nacional Buenos
Aires, eligió la ciencia en vez de las armas. Estudió en Italia, viajó por
Europa, África, Asia y Estados Unidos.
Pienso que, tal vez, en Concepción del Uruguay la
tierra también parecía talco y humo.
Consultas: notas: El capitán de las lluvias de
Sergio Nuñez y Ariel Idez; Un hombre decía haber inventado la máquina de la
lluvia de Héctor Gambini; documentales: El mago de la lluvia de Gustavo
Gorzalczany; El día que los argentinos miraron el cielo de Melnik, Ortego,
Chiarelli; Baigorrita El mago de la lluvia de Pablo Szynkarow.
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