domingo, 5 de abril de 2015

Bajo el parral: gauchos y artistas

El encuentro con el poeta y ensayista Luis Alberto Salvarezza de Concepción del Uruguay, sin dudas me permitió encontrar nuevas sintonías alrededor de la figura y la obra de Roberto “Cachete” González.
En estas crónicas referidas a Cachete, ya tuvo su lugar el trabajo poético de Salvarezza. Sus poemas reflejan un profundo conocimiento de la obra de González, y con ello, el poeta y su manera de jugar en la música de las palabras, logra acercarse a la esencia del artista plástico. Pero hay en Salvarezza otros caminos que conducen hasta Cachete.
El primero de ellos está referido a un texto sobre la edición del Martín Fierro de José Hernández ilustrado por el gualeyo egregio.
Luis Alberto Salvarezza
Salvarezza escribió: “Roberto González: único ilustrador entrerriano del Martín Fierro: El Martín Fierro (1872) de José Hernández (1834-1886) ha sido ilustrado por medio centenar de artistas plásticos, entre ellos, entre los entrerrianos, como no podía ser de otra manera, de Gualeguay es su único ilustrador: Roberto González (1928-1998).
La edición ilustrada por Roberto González fue realizada por la Editorial Cátedra S.A. y se terminó de imprimir el 21.09.1978, en las prensas de la Imprenta de Buenos Aires de calle Rondeau 3974. De los 4000 ejemplares numerados se hicieron 130 ejemplares especiales. Van acompañados por estudios de Antonio Pagés Larraya (1918-2005) y Ernesto Sábato (1911-2011).
Ciento dos ilustraciones de Roberto González explicitan o acompañan, dan luz o iluminan, este ejemplar del Martín Fierro; más allá de esa tormenta de oscuros nubarrones o esa oscura polvareda que se desparrama entre el cielo y la tierra de esta obra. Siempre dibujamos las mismas cosas para no olvidarnos y para que no nos olviden. A veces besábamos la calle y ella continuaba sobre nuestra piel…
El gaucho se ha convertido en arquetipo de argentinidad. A propósito el gaucho de Roberto González no es el gaucho de Juan Manuel Blanes (1830-1901), Edelmiro Volta (1901-), Secundino Salinas (1840-1912), Cesáreo Bernaldo de Quirós (1879-1968) ni Luis Gonzaga Cerrudo (1916- 1992); por citar artistas que lo hicieron o captaron en Entre Ríos. Tampoco es el gaucho de otros ilustradores del Martín Fierro; digo, no es el gaucho entre pétreo y magnético, casi utópico, monumental, de Carpani (1930-1997). Ni el tan estilizado o sutil  de Castagnino (1908-1972). Ni el gaucho de Alonso (1929) que, ante todo, es un gaucho pero no el gaucho, como se ha dicho. Ni el minucioso e historietista de Arancio (1931). El gaucho que dibuja González es más expresionista que realista, siempre social o en el desborde, es ese al que se le desorbitan los ojos y al que se le desabrocha el corazón y su virilidad. Es el que nos hunde en su huella.
Más allá de que no lo veo tan libre, tan dueño de ese exagerado cielo que le permite remontar vuelo cada vez que lo desea. (Es cierto, tampoco lo veo entre rejas). ¡Sí!, hay  mucho de ese gaucho guapo y ‘peliador’, matrero, al margen de la ley pero por sobre todo hay mucho del gaucho ‘desgraciau’; al margen de la ‘felicidá’...”.
El texto, la mirada de Salvarezza está plena de aciertos. Escribe “Siempre dibujamos las mismas cosas para no olvidarnos y para que no nos olviden”. Una verdad conocida por el que transita los territorios de la creación. El artista se plantea la visita cíclica sobre un puñado de temas posibles, y entre los grandes temas, define su sintonía, su toque personal, y esas elecciones serán las de siempre, las que forjarán su identidad, las señales por las que el creador se sabe, se conoce y reconoce, y son esas mismas señales por las que mañana, cuando llegue el largo camino de la ausencia, querrá que alguien lo recuerde.
Dice Salvarezza que el gaucho de Cachete González es “siempre social”, dice que es desgraciado, y que su vida está condenada “al margen de la ‘felicidá’…”, y este es otro de los aciertos. Cachete dio vida a su gaucho a partir de su mundo interior, que es la manera sincera de manejarse del artista verdadero. En ningún momento Cachete se olvidó de sus orígenes desesperados. El pibe que fue, el muchacho que tanto anduvo al margen de la felicidad. Cachete y su memoria. En el catálogo de su muestra en la galería Palatina, Buenos Aires, en 1983, el artista anotó una dedicatoria que comienza: “A la ciudad de Gualeguay en sus 200 años. / A sus hijos: Roberto Epele, luz inconmensurable, que aplicó las matemáticas que tanto amó, multiplicando y dividiendo su vida, para que a los niños pobres no les faltara el pan y tuvieran un hogar”.
Vuelve a mi memoria el relato de Rolando, mi viejo, también artista plástico. Cachete y él participaban de unas reuniones de plásticos en un café de Buenos Aires. Corría la década del 70. Todos los asistentes adherían a ideas comunistas, situación que no significa que estuvieran de acuerdo con la cúpula del Partido, hablo de ideas. En ese café de los días viernes, Cachete ofrecía el ejemplar del Martín Fierro a precio simbólico. Mi viejo me dijo: “Lo cagaron”. Al autor de esta maravilla nunca le pagaron por su trabajo, le dieron una cantidad para que él mismo los vendiera. Cachete, otra vez, “al margen de la ‘felicidá’”.
Cachete González
Otro de los caminos obsequiados por Salvarezza para encontrarnos con Cachete, está iluminado por su experiencia de vida, su memoria. Pregunté: “Conocí a Roberto González. Todos en Gualeguay y en una época, cuando venía o cuando se iba, (o los entrerrianos en ese infierno de Buenos Aires estuvieron cerca del fuego), conocieron a Roberto González aunque quizás nadie, ni siquiera ella, hoy quiera decir que lo conoció.
Y los que no lo conocieron te dirán que lo conocieron.
Y no debe sorprendernos. Decir que se lo conoció es como atestiguar por un crimen. Decir que no se lo conoció es como cometer el crimen.
(Algunos hombres nos reflejamos mejor en lo que hacemos…, la cosa siempre se nos resume por algún lado y evitamos lo otro, eso que nunca queremos que se agrande tanto y por lo que ya nos hemos confesado. No sé si soy claro. Para qué hablar de González si él y su obra son una misma cosa. Y a la obra la tenemos).
Había como dos o tres Roberto González y todos eran ciertos..., ¿entendés?
Y por la verdad o en honor a ella, los hombres callamos. Si te cuento lo que hicimos con Derlis Maddonni y González esa noche –igual que otras noches bajo el parral-, voy a sentir que estás cazando la presa. (Que estás llegando al fondo y el parral estaba allí: en el fondo). Y esas noches de poesía, embriaguez y formas, fueron inapresables.
Cada uno podría dar su versión de esa noche. De los tres soy el único que está vivo y si doy mi versión, puede que parezca un mentiroso. Lo que no voy a dejar de contarte, porque lo recuerdo como si fuera hoy, que esa noche sobre la mesa comenzaron a caer las uvas. El vino ya se había terminado”.
Salvarezza elige su esquina, plena de misterio, y decido respetar su versión escondida bajo el parral. Continúa con otra imagen: “En los pueblos nada de esto debería sorprendernos. Ocurre que los que lo conocimos o estuvimos dos o tres veces con él, ahora podemos decir que nunca estuvimos o que estuvimos siempre. Fue en Galería Fénix, en el 89 o 90, en Paraná. Y estuvimos junto a él y todo el silencio contemplando uno de sus trabajos. (El que después de algunos años ilustra uno de mis poemas). Inventándonos un cartel de periodistas para acercarnos y sacarle algo. Intentando comprarle una obra o más que una obra arrebatarle un pedazo de sus sueños. Y porque éramos más jóvenes, más intuitivos y creíamos en el futuro, hasta por ahí, nos sacábamos juntos una foto. Y esa noche los tres estuvimos de blanco. Y fue una noche muy oscura”.
Quien hace memoria recupera una imagen más: “Otra vez. Otro de esos días en que estuvimos con Derlis y él, supe escucharlo a la vez que sentir que le fastidiaba un poco ese diálogo entre intelectual y preciosista que teníamos nosotros, y del que él participaba desde otro lugar.
¡Ahora sé! Desde ese estadio entre luminoso y oscuro de la subestimación.
Después todo fue maravilloso. El alcohol desparramó su magia como una mujer se desnuda sobre una mesa y los elogios sirvieron para que los fantasmas desaparecieran o sean reemplazados por otros. (Similares a los que descubrimos en sus obras)”.
Una reflexión a modo de despedida: “El conocimiento de algo o alguien a veces nos lo dan esos gestos que generalmente dejamos de juzgar. Aquí sólo quise decir ‘la comunión entre hombres como una sonora nostalgia de tambores’. Nunca, Edgardo, se tiene demasiado tiempo; en aquella época el tiempo que nos sobrara era tiempo para soñar. Otras veces, para rascarnos la cabeza´”.

Es otra de las verdades anotadas por Luis Alberto Salvarezza, el tiempo es poco, nunca alcanza, a cada momento nos estamos despidiendo del mundo y sus criaturas, por eso hoy, ahora, esta memoria, la escritura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario