Roberto “Cachete” González murió durante el sueño. El descanso
amaneció luego de un día de paseo por El Tigre. A orillas del río, el artista
percibió las señales de su río. Río y árboles, pájaros camino al cielo, islas.
Guardo en mi memoria las palabras de Marisa, su hija: “Cuando lo
vi en el cajón no podía creer que algo lo hubiera encuadrado, con él no existía
el horario, la formalidad, nada de eso lo atravesaba, no había normas, por sus
maneras fue un personaje muy controvertido”.
Luego de su muerte, el artista plástico Luis Felipe Noé, publicó
un texto en un diario de Buenos Aires: “Adiós al amigo. Despedida a Roberto
‘Cachete’ González”. Noé escribió una carta: “Querido Cachete: Te pido
disculpas por no haber ido el martes 27 a la mañana a despedirte en la
Chacarita. Me enteré esa misma tarde de tu fallecimiento que ocurrió según me
contaron en las primeras horas del 26. Cuando me relataron las circunstancias
previas recordé lo de la ‘muerte propia’ de la que hablaba Rilke. La tuya
sucedió luego de un domingo con tu familia en el Tigre. Seres queridos,
emoción, sol, naturaleza, whisky y un calmante para el dolor de cabeza,
contraindicado para un hipertenso. Todo lo tuyo está allí sintetizado, amores y
debilidades, salvo la pintura (pintura y dibujo para vos la misma cosa). Hacía
tiempo que no te veía más en el ‘Bárbaro’, aunque habíamos hablado por teléfono
a fin de año. Pero el mostrador te extrañaba. Ya no estabas con tu eterno
segundo whisky, siempre el segundo. Te cuidabas de vos mismo.
‘Mi querido hermano’, me decías con tu ternura tan particular.
‘¿Trabajás?’ te preguntaba. ‘Sí, siempre –me respondías-, siempre pinto y
dibujo, pero estoy muy aislado. Se han olvidado de mí. Dame una mano. Me
gustaría exponer’. Perdoname Cachete, estoy en deuda con vos. Sin embargo sé
que cuando los de mi generación mencionan a sus más destacados dibujantes tu
nombre siempre se asoció a los de Carlos Alonso y Martínez Howard como ejemplo
de una línea excelente iniciada aquí por el húngaro Lajos Szalay. Y
naturalmente se recuerda, entonces, la notable edición del ‘Martín Fierro’ con
tus ilustraciones. Lo particular de tu dibujo. La línea se convierte en mancha.
Escribiendo estas líneas busco libros y papeles. Aparece que en
1931 naciste en Gualeguaychú. Amabas tanto ésa, tu ciudad, como a Paraná, la
‘más bella del mundo’ según tus palabras, la que conocí gracias a vos.
Expusimos juntos en esta última. También sabía que habías estudiado con Emilio
Pettoruti. No recordaba que también con Cecilia Marcovich. Según Córdoba
Iturburu ‘no se advierten en su arte rastros de influencia de su gran maestro’.
Se refiere a Pettoruti. Pero es que tu verdadero gran maestro era un poeta,
Juan L. Ortiz, a quien tanto habías querido.
Se te clasificaba de expresionista. A vos, que creíste que ibas a
hacer una carrera como arquero. Cuando no se sabe decir algo de alguien que
está allí presente con su fuerza pictórica, viene la etiqueta de expresionista.
Si una palabra te definía era ternura. Y tu obra la reflejaba, calidad humana,
calidad artística en vos era lo mismo. Te recordé siempre –era difícil verte en
el último tiempo- con intenso cariño y ahora te seguiré recordando de la misma
manera. Lo que desearía es que te recuerden también los que aún no conocen tu
obra. Hacerla conocer es nuestro deber”.
Noé hace referencia a buscar en libros y papeles. Entre los libros
hallados estaba “80 Años de Pintura Argentina” de Córdoba Iturburu. Es este
autor quien consigna de manera errónea que Cachete nació en 1931 y en
Gualeguaychú, cuando nació en 1928 y en la ciudad de Gualeguay. Pero este
detalle no tiene la importancia que sí tiene anotar: “(…) ‘Se han olvidado de
mí. Dame una mano. Me gustaría exponer’. Perdoname Cachete, estoy en deuda con
vos”. Noé no cumplió, ahí quizá su culpa frente a esas trampas que nos colocan
los días: pensar que el mañana está asegurado: o tal vez cometió uno de esos
errores de olvido, de amistad renga, y justo quedó poco decidido para con un
olvidado de la historia. Es ese mismo Noé, quien en este gesto de valentía,
allá por 1998, le pide perdón a Cachete. Nadie sabría de ese diálogo si Noé
hubiera callado su tinta.
Hay un segundo texto nacido alrededor de la muerte de Cachete. Su
autor: Andrés Waissman, en noviembre 1998, era Director del Espacio de Art Dock
del Plata: “La muerte de Roberto González a los sesenta y nueve años nos
conmueve no sólo por el hecho trágico de su desaparición física, sino porque en
él se resume una vida dedicada al arte. Nos conmueve a sus colegas porque todos
reconocíamos en él la personalidad de quien sostiene vigorosamente la defensa
de lo trascendente más allá de las modas o las influencias. Estaba en otra
cosa, en hacer su obra, en descifrar esta Argentina parcializada, tal vez
porque era de Gualeguay y el país era más grande para él. Llegó de Entre Ríos y
se quedó en Buenos Aires.
Estudió con Bernaldo de Quirós y con Castagnino, pero no se les
parece; con Cecilia Marcovich (una de las escultoras más interesantes de la Argentina , casi
olvidada) y con Pettoruti y no se les parece. Descubrió a Lajos Szalay y a
Spilimbergo.
Fue en los setenta uno de los plásticos más prestigiosos del país,
pero los códigos para instalarse le eran ajenos. Se convirtió en un marginal,
en un marginal admirado por sus pares, por críticos y galeristas que juntaron
su obra (González produjo más de 7000 dibujos y pinturas). Como Berni, Gómez
Cornet, Policastro y hasta el brasileño Cándido Portinari, González se internó
en una imagen de la pobreza, pero no sólo de la pobreza de su provincia, dibujó
sin límites ni concesiones la pobreza en su más amplio significado. Las
inundaciones fueron siempre el fondo palpable de sus tintas. Las series de
Chaplin o de Los Gatos, expuestas en la que fuera Art Gallery International
(Víctor Najmías), lo consagraron no sólo como uno de los más grandes dibujantes
del medio, sino como un pintor de deliciosa factura y de inagotable
originalidad. Antes pudieron verse sus obras en Van Riel de la calle Florida y
más cerca en el tiempo de la mano de Ricardo Coppa Oliver, quien supo mirar en
tiempos adversos para González el valor de este artista y ayudarlo en su
reconocimiento.
González era él mismo: un personaje torturado, habitante de esos
submundos opacos que pintaba. Me atrevería a decir hoy, frente a la obra de
Cachete, que todo queda esencialmente mudo. La razón de esta mudez tiene que
ver con lo que se impone después de años de oficio, de mundos propios, de
significados, de una estética personal; porque responde su trabajo a un artista
con sello único y de trascendencia. Dentro de la escuela de notables dibujantes
que existen en nuestro país, su obra es mayúscula y muy argentina.
En el Espacio de Arte Dock del Plata lo incluimos en la exposición
de Lajos Szalay (1996) junto a Freddy Martínez Howard y Carlos Alonso. Un mes
antes de que falleciera Cachete, hablamos de una muestra individual. Ahora la
muestra será un homenaje póstumo, en un espacio pequeño, con la mejor obra
posible. Después llegará seguramente el reconocimiento de nuestros museos o
fundaciones.
Es imperativo para preservar nuestra identidad, acercar a los
jóvenes creadores a figuras relevantes, como la de Roberto González, un artista
que jamás se enredó en el virtuosismo fácil, que sostuvo la ética
imprescindible para crear y perdurar.
Siempre dice el maestro Líbero Badii: “Hay que trabajar para lo
eterno”. Esa debiera ser la premisa, el talento es cosa aparte. Y la justicia
siempre llega, aunque sea tarde.
Queremos agradecerles a todos los que colaboraron con la
realización de esta exposición, a los amigos que prestaron las obras y a su
familia que posee los últimos trabajos de nuestro artista homenajeado”.
Marisa González tomó una foto en su visita al Museo de Bellas
Artes de Paraná. La foto muestra una placa homenaje a Cachete. En ella se lee: “Homenaje
a Roberto González ‘No moriré del todo’ Horacio. Paraná, 26 de marzo de 1998”.
Es cierta la línea del poeta Horacio, poeta romano nacido en la
Basilicata, aplicada a la vida y la obra de Cachete. Lo compruebo a diario: la
presencia del buen fantasma del gualeyo ilustre en su ciudad. Y más que cierta
la línea, es notoria la identificación de la esencia del poema de Horacio con
González. Quien decidió la línea en la placa conocía bien a Cachete, y conocía muy
bien el poema. Es este detalle, un toque feliz, una caricia para el artista, y
para todos aquellos que valoran el conocimiento. El poema “A Melpómene” (Carminum
III, 30): “Terminé un monumento más perenne que el bronce / y más alto que las
regias Pirámides / al que ni la voraz lluvia ni el impotente Aquilón / podrán
destruir, ni la innumerable / sucesión de los años, ni la huida de los tiempos.
/ No moriré del todo: una gran parte de mí / se salvará de Libitina. Creceré en
los que vengan / tras de mí con gloria siempre nueva, / mientras suba el pontífice
al Capitolio / junto a la virgen silenciosa. / Se dirá de mí, allí donde el
violento / Aufido fluye ruidosamente y donde / Dauno, pobre de agua, reinó /
sobre silvestres pueblos, / que, aunque de humilde cuna, fui capaz / el primero
de trasladar la lira Eolia / a metros Itálicos. Toma, Melpómene, / para ti la
gloria ganada por mis méritos, / que yo sólo quiero que ciñas de buen grado /
mi cabellera con laurel Délfico”.
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