domingo, 3 de mayo de 2015

Oscar Daneri: la memoria del albacea

La memoria de los días respira a través de palabras, de fotos y películas tomadas con nuestros propios ojos; respira rememorando momentos, volviendo sobre anécdotas. Hay personas que olvidaron o eligieron olvidar, y otras que vuelven al ayer con felicidad, que hacen de toda charla un viaje en el tiempo. Es el caso de Oscar Daneri (1931), arquitecto, el primero con matrícula en la ciudad de Gualeguay.
Nuestra primera charla, porque habrá otras, se disparó hacia algunas historias que lo relacionan con la vida de artistas plásticos gualeyos. Sentados en grandes sillones viajamos al pasado. Oscar convocó algunos buenos fantasmas.
El primero que pidió permiso fue el de Roberto “Cachete” González: “Con Cachete éramos más o menos de la misma edad, y nos conocimos de andar por Gualeguay. Él no era de mi barra, pero nos conocíamos. Después nos encontramos en la casa de Tuca (Zélika Daneri), mi prima. Eran muy amigos, ella lo ayudó mucho, también a otros artistas. Tuca fue una bohemia, y se casó con un escritor. Ella recibió una buena herencia, y sin embargo, murieron los dos en una pensión, hará unos diez años”.
Cachete González
Oscar recuerda un hecho sucedido a mitad de los ’50: “Sobre avenida Concordia, hoy Illia, está la quinta de los Zing. No me acuerdo de quién era antes, pero la alquilaba Armando Petrucelli, de Capitán Sarmiento, provincia de Buenos Aires. Se había hecho amigo de los  artistas. Compraba y vendía hacienda, y andaba de novio con mi prima Tuca. Cachete estaba tirado, entonces Petrucelli le dijo que se fuera a vivir a la chacra, ya que él no estaba nunca, viajaba mucho. Bueno, cuando Cachete se fue de la casa, le dejó pintada enterita la bañadera, a su estilo. Me lo contó Armando”.
Daneri recuerda con asombro un encuentro casual con Cachete: “Una vez íbamos con la Negra por la 9 de Julio, cerca de avenida Córdoba, en Buenos Aires. Sería el 76, 78, por ahí. Nos encontramos a Cachete, nos saludó. Iba con otra persona, y lo presentó: era Castagnino, imaginate, iba con Castagnino”.
Entre las anécdotas que guarda Daneri sobre Cachete, hay una que es de excepción, pura intriga. En el recuerdo participa su mujer, la Negra, Hilda Gastaldi. Cuenta Oscar: “Estábamos en la confitería Mayo, frente al Banco Nación. Cachete y otro hombre ocupaban una mesa sobre el ventanal que daba al Banco. Salieron de la confitería. Cuando nos vio sobre el otro ventanal, por San Antonio, entró a saludar. La Negra dice: Uy, no nos larga más. Saludó y presentó al hombre. Tenía un rostro aindiado, de pueblo originario, iba bien vestido. Al principio, cuando los vi, pensé que se lo habría encontrado a la orilla del río. Muy ceremonioso Cachete dice: Te voy a presentar un amigo que aprecio mucho (la Negra y Oscar no recuerdan el nombre), y agrega: Ministro de Cultura de Bolivia”. Pienso en una humorada de Cachete, ¿ministro de cultura?, pero… Continúa Oscar: “Hablamos algo, la confitería estaba por cerrar. La Negra dice: Vamos a casa a tomar un café, y Cachete agrega: Y algo más. Vinimos a casa en el auto, ellos andaban a pie”. Señala la Negra: “Se sentaron ahí, los dos en ese sillón”. Miro a mi derecha tratando de ver sus fantasmas.
La Negra recuerda: “El Ministro se interesó mucho por las plantas, era pleno verano. Anduvo en el patio”. Oscar cuenta: “Estuvimos como hasta las 5 de la mañana, tomamos una botella de whisky”. Pregunto por la impresión que les daba el Ministro: “Era un señor, era un tipo muy culto, hablaba y no te quedaban dudas, era verdad, por presencia seguro que era el ministro”. Desde el paisaje de esa noche, los testigos siguen con el relato: Oscar: “En edad parecían estar parejos, no era un joven; había una diferencia, Cachete mayor, pero ahí nomás. Salió el tema del Martín Fierro, fui a buscar mi ejemplar. Cachete ve que no tiene firma: No dice nada, traé, traé, cómo no lo vas a tener dedicado. Lo dedicó. Él recién había empezado a vender los libros”. Agrega la Negra: “Gustavo Gálligo lo ayudó, yo se lo compré a Gustavo”. La dedicatoria tiene fecha: 02/01/79.
Pregunto por la charla, toma la posta la Negra: “Hablamos mucho de Gualeguay. Cachete habló de su juventud, y se habló bastante del maestro Roberto Epele del Hogar Escuela. De los comienzos de Cachete ahí, que fue cuando lo conocí. Yo estaba en tercero del secundario. Los tres años tuve 0,50 de promedio en religión y mi mamá me mandó de Epele. Ahí vi a Cachete y a Asef Bichilani. Epele enseñaba de todo, y estábamos todos juntos. El maestro le dijo a mamá que religión no iba a aprender nunca, porque la cuestionaba, pero que si quería me enseñaba dibujo, que para eso sí tenía condiciones. Yo le pregunté a Cachete si se acordaba dónde nos habíamos conocido, de ahí surgió todo lo hablado”. Oscar afirma que los llevó en auto a un lugar que no recuerda. Quizás a la casa de Cacho Gálligo, quizás a la de Pipo Etulain. Los viajeros se iban al día siguiente.
La intriga está planteada, ¿era el Ministro?, aún no lo confirmé. A través del periodista cultural boliviano Elías Blanco Mamani, intento hacer la consulta con Mariano Baptista Gumucio, nacido en 1933, de personalidad a tono con Cachete, y Ministro de Cultura en 1979. Espero confirmar el dato y encontrar más detalles de aquella noche en la casa de los Daneri.
Fernando Pérez Tost (1888-1974) fue comisionado municipal de Gualeguay, director del museo Ambrosetti (una de las salas lleva su nombre), colaborador del diario La Época de esta ciudad y de La Prensa de Buenos Aires; era además de tío abuelo de la Negra Gastaldi, un amigo de la casa. Cuenta Oscar: “Fernando Pérez Tost, poco antes de morir, él venía a veces a almorzar, me dijo un día: Yo quiero que vos conserves esto, sos el único que puede hacerlo”. El objeto que Pérez Tost le entregaba a Daneri era una libreta de 18 x 9 cm, de hojas de papel inglés (Whatman’s Paper), tipo canson, en cuya tapa se consigna un año: 1901, y dentro una fecha: Mayo 12 de 1899 junto a la firma de Secundino Salinas. En su interior hay bocetos y dibujos del artista, miniaturas. Nidya Rampoldi informa sobre Salinas en “Formas y colores de Gualeguay” (2004): “En 1840 nace en Gualeguay uno de los primeros dibujantes y pintores oriundos de la provincia de Entre Ríos”. El artista fue soldado de Urquiza, de pibe fue chasque, también hombre de campo. Pero además tuvo una casa de fotografía frente a Plaza de Mayo en Buenos Aires. Fue dibujante, pintor, retratista notable. Todos estos hombres fue Secundino Salinas.
Oscar recuerda que le dijo a Pérez Tost: “Yo reformé la casa donde vivió Salinas, calle San Martín 80. Y él me dijo: Con más razón, guardala vos. Es una libreta chica, con hojas sueltas, paisajes, personajes del Congreso, hay algunos nombres. Él dibujaba en el Congreso de la Nación”.
Secundino Salinas, autorretrato.
Sobre mi escritorio de trabajo veo la libreta que generosamente Daneri me dio en préstamo por unos días. Un objeto del pasado, una clara señal de un artista de Gualeguay: un fragmento de su memoria, un saludo de otro buen fantasma. No me canso de espiar, de tocar la libreta, una verdadera cápsula de tiempo sobre mi escritorio: dentro de ella, joyas del dibujo: veo el retrato de López Jordán, el coronel Pringles a caballo, un autorretrato de Salinas, queda clara la destreza de Salinas para lograr el dibujo del caballo, hay escenas de campo, un gaucho a caballo con una botella de ginebra en su mano derecha, retratos de algunas mujeres, dibujos fechados en diciembre 12 de 1870, en 1899, 1901, 1902; detrás de los mismos el rastro de la escritura del artista da cuenta de nombres y direcciones en Buenos Aires. Y hay un boceto: tiene anotado: “en la Palma 1874”. Hace referencia a la estancia Las Palmas de su amigo Gregorio Morán, y quizás ese sea el bosquejo que usó para componer “El domador argentino”, obra que dio gran fama a su nombre: un jinete y su caballo suspendidos en el aire. Se usó la imagen en algunas publicidades. Salinas nunca percibió dinero por la obra.
En esto de guardar memoria, y por más que Daneri asegure que ha olvidado mucho, salen a escena dos relatos que le hizo su abuela materna: Rosario Lardit de Cantoni. Cuando la abuela contaba él tenía unos 17 años: “Mi abuela me contó que en Cinco Esquinas, donde sale la 1° Entrerriano, había una casa donde había vivido un tío o una tía de Cesáreo Bernaldo de Quirós. Mi abuela me dijo que en una pared Quirós había pintado el puente Carlos Pellegrini. En la época a la que hacía referencia mi abuela, no había nada desde ahí para el lado del Gualeguay. Desde la casa se veía el puente. Después de muchos años fui a ver la casa vieja. Durante los ‘70. Me acerqué y le pregunté a un hombre que estaba haciendo trabajos en la casa: Digame, ¿acá no había una pintura en una pared? El hombre me dijo que sí, que se veía algo, pero que la pared tenía mucha humedad y hubo que picarla. Preguntó cómo era que yo sabía. Le conté que me lo había dicho mi abuela, y que la pintura era de Quirós. Ella y Quirós habían sido amigos. Después tiraron abajo hasta la casa. Hoy hay un negocio donde hacen fiestas para gurises. La abuela también me contó que cuando Quirós iba caminando por la calle y por ahí veía a un pintor de brocha gorda pintando el frente de una casa, le gritaba: Adiós, colega”.

Como corresponde a muchas casas de Gualeguay, en la de los Daneri hay obra de Cachete González, y permanece el mismo ambiente, el sillón largo, donde una noche, el gualeyo ilustre anduvo acompañado por un misterioso Ministro de Cultura de Bolivia. Cuestiones de la memoria que a veces resuelven los hombres y los buenos fantasmas de los que parecen, repito, parecen, ausentes.

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