domingo, 31 de mayo de 2015

"Todo teatro": Daniel González Rebolledo

Prefiero a esos escritores que admiten la existencia de caminos diversos para llegar a la creación, que admiten con tranquilidad que los transitan un poco por intuición, otro poco porque el trabajo a través de los años les ha enseñado a ver ciertas señales, y porque finalmente tienen la valentía, ante la pasión ineludible por escribir, de afirmar que no son dueños de ninguna verdad, que la duda los nutre y los salva. Esos mismos autores son los que saben de un costado mágico de los días, y que hasta ahí se llega a través de la observación del paisaje y las criaturas, el trabajo a conciencia, la sinceridad salvaje, y que todo este quehacer, este oficio de palabrero, debe realizarse en entera libertad. Un escritor posee diversas almas, entre ellas se funda el diálogo maravilloso que posibilita el hallazgo de la mirada y la voz propia. Desde este escenario de escritura elijo hablar del escritor Daniel González Rebolledo y su próximo libro, ya en el horno de la imprenta: “Todo teatro. La yegua blanca y otros textos”.
La historia de la relación de González Rebolledo con el teatro tiene distintos capítulos. Extenso sería detallarla. Elijo contar que a los 20 años se dio cuenta de que quería ser actor. Asistió a la Escuela Nacional de Arte Dramático a mediados de los ‘60. No la terminó y partió a estudiar con el maestro del taller de actuación: Jorge López. Caminó Buenos Aires mientras buscaba “encontrarse”. En 1979, en Gualeguay, fundó el grupo de teatro Gente de la Legua, en recuerdo de los cómicos de la legua del medioevo. Doce años en la Legua, actuando y dirigiendo. El oficio que le daría de comer: profesor de matemáticas, lo llevó a Oberá, Misiones, en 1982. Allí adaptó a Nicolás Gogol: Diario de un loco, para un unipersonal, esta fue su primera experiencia con la dramaturgia. Volvió a casa y a Gente de la Legua. En el marco del Encuentro Latinoamericano de Teatro, Concepción del Uruguay en 1991, hizo un curso de dramaturgia con Mauricio Kartún. En ese escenario aparecen elementos de lo que luego sería la obra La Yegua Blanca con la que González Rebolledo obtendría el premio Fray Mocho. Dos temas tenía en su pensamiento: la maledicencia y los personajes populares de su pueblo.
En las palabras previas a la primera edición de la obra, el autor anota: “Rastreados los antecedentes del mito del Lobisón o Licántropos griego, supe de La Yegua Negra, cuento del italiano Corrado Alvaro, ‘La Corza Blanca’ de Gustavo Adolfo Bécquer, del folklore francés en su ciclo de leyendas sobre Metamorfosis de una joven en Corza Blanca, Cabra Blanca, Cierva Blanca o Liebre Plateada. ‘Metzengerstein’ de Edgar Allan Poe y las metamorfosis similares del Ramayana. En el folklore del litoral argentino y riograndense brasileño, el Lobisón, el Chancho Gente, entre otros, nos dan prueba fehaciente de la universalidad del mito y sus diferentes tratamientos. La Yegua Blanca como variante de este mito, surge solamente en Gualeguay”. En otro fragmento, explica: “Recordé que el relato me había sido contado por mi madre, entre otros de Solapas y Luces Malas, en la infancia campesina. Investigué nuevamente el tema, aún vivo en la memoria de mi pueblo. Por lo menos tres mujeres habían encarnado el mito de la Yegua Blanca en distintos tiempos, pero una de ellas, la primera, habría sido la que dio origen a la versión más popular y trascendente. Tuve acceso a distintos miembros de la familia que aún recordaban de su niñez, a aquella hermosa y delicada mujer que no había transpuesto el umbral de la puerta de calle por largos años, y había envejecido, como en los relatos Garcíamarqueanos, entre la sala del piano, las publicaciones de la National Geographic recibidas por correo, las labores blancas, los ingenuos juegos en los patios perfumados de jazmines y oleofragans, con esos innumerables sobrinos que iban llegando a alegrar su soltería, cultivando un mundo al amparo de la Maledicencia que la acechaba tras los altos tapiales, en la calle, para perseguirla con el estigma”.
"La foto de tapa es una fotografía tomada en Tucumán por Catalina Boccardo de Buenos Aires, e intervenida plásticamente por Juan Carlos Eberhardt de Paraná."
El autor explica las razones de la próxima edición, su contenido: “Hacía tiempo que venía pensando en una reedición, pero junto a una docena de obras más escritas a lo largo de unos 20 años. Además de ser mi obra más difundida por haberse estrenado en distintas regiones, es un texto muy solicitado por alumnos de profesorados de letras de la provincia, como sucede acá mismo en el Instituto Adveniat. Es editado por la Fundación Editorial La Hendija de Paraná. Algunas de estas obras se han estrenado, un buen porcentaje, otras se han publicado y estrenado a partir de premios de edición, algunas están inéditas aunque estrenadas, otras inéditas y no estrenadas. Hay desde sencillos planteos dramáticos para talleres de actuación, hasta monólogos, dramas musicales, y una performance poético-musical”.
En apariencia, un cierre: “Ni que me hubiera dedicado a escribir teatro toda mi vida. Me quedó claro con este libro que, además de los otros géneros en los que he escrito y publicado (novela y poesía), y en los que sigo escribiendo, la dramaturgia lleva una evidente ventaja de producción, aunque tendiendo en esta etapa de mi vida, como a cesar, no sé si deseo seguir escribiendo teatro. Hice una bonita fogata sin esperar a San Juan, que es cuando suelo quemar lo que no deseo ver más, con las versiones múltiples, apuntes, correcciones, que había acumulado durante tanto tiempo. El libro es también un cierre”.
Daniel da señales de la presentación del libro: “Se hará en la sala de La Hendija en Paraná, calle Gualeguaychú casi 9 de Julio, el jueves 18 de junio, sala 2, a las 20,30 hs., donde algunos importantes referentes de la escena paranaense desarrollarán fragmentos de algunas de las obras, y por supuesto, también participaré con un fragmento de la última performance que vengo haciendo desde hace algún tiempo: Sexalescencia, texto que cierra el volumen. La foto de tapa es una fotografía tomada en Tucumán por Catalina Boccardo de Buenos Aires, e intervenida plásticamente por Juan Carlos Eberhardt de Paraná”.
Pregunto a González Rebolledo sobre el teatro, sobre la escritura para teatro, y contesta mucho más, sentimiento y reflexión en la palabra del hombre de Finisterre: “El teatro es el mayor legado que nos dejaron los antiguos para contarnos, vernos, sentirnos, conocernos. Es el juego dramático vinculando en el presente al actor y al espectador en un momento único e irrepetible, es la inmediatez del suceso que los conmueve al unísono y que no podrá repetirse del mismo modo, nunca más. Cuando escribís ficción, siempre contás historias, pero intentás que esas historias modifiquen, inquieten, interpelen, acusen, atemperen, diviertan, conmuevan. Al hacerlo desde el texto que va a ser escena, que va a ser visto, pasás a un estado que no sé si estará categorizado, sería algo así como una esquizofrenia múltiple, porque sos el personaje que está diciendo y sintiendo un parlamento, pero también sos el otro, los otros que están o no en escena, y sos el espectador que está ‘viendo’ la escena. La multidimensionalidad, podríamos decir si tal cosa existe, se da en tu cabeza, en tu cuerpo todo, en tu hemisferio creativo que está como un motor al máximo de su potencia, si esta analogía mecánica pudiera ser posible. Quiero decir que primero el dramaturgo ‘ve’ toda la escena, a cada personaje, incluso en la reescritura aparecen lo que se llama (o podría llamarse, ya no sé si invento categorías) el ‘clima’ de tal o cual escena, entonces allí aparece algo que es propio del texto dramático, algo que los directores en general arrojan al tacho de los desperdicios, lo que los griegos nos heredaron con su bonito nombre: las didascalias, es decir las acotaciones que el dramaturgo da como necesarias para que tal o cual escena tenga ese ‘clima’ que él ve en su cabeza, que él siente que debería estar allí como algo imprescindible. He seguido un largo proceso de aprendizaje, como todo camino en el arte, para llegar al texto dramático en cada uno de los que se publicarán en este libro. No hay recetas, hay que tirarse a la pileta. Sé que mi mayor beneficio como dramaturgo fue haber sido antes, durante y después, actor y director de teatro, porque ello me allanó en gran medida llegar a escribir una obra de teatro, pero entiéndase que también hay prestigiosos dramaturgos que nunca antes actuaron ni dirigieron, para mí en particular resultó esto. En algunas obras sencillas, lo que llamo juegos dramáticos para talleres de actuación, tomé improvisaciones bajo consignas y las pasé a la escritura, lo cual no es la llamada ‘creación colectiva’, en verdad no creo mucho en esa categoría, siempre hay un guía, una cabeza que arma las piezas del rompecabezas, que le busca la vuelta a tal o cual escena para que se convierta en escena dramática, porque también, por si no lo dije, el dramaturgo mientras reescribe, generalmente y al menos en mi caso, piensa ‘qué está haciendo este personaje mientras dice esto’, la acción, otro aditamento imprescindible del texto dramático, y salta la acotación, la didascalia que le aclara el panorama, que enriquece, facilita o molesta, por qué no, al actor o director que va luego a tomar la obra, pero al que el dramaturgo le allanó el camino para seguir. Sos el que escribe, el que actúa, el que dirige, el puestista, el iluminador, el sonidista, el utilero, y hasta te diría el dueño de la sala, para terminar siendo el espectador que se sienta y mira lo que todos estos, en los que vos mismo te desdoblaste, han construido. Y todo esto sin hablar del conflicto, el núcleo duro, pero de eso se han escrito tratados, sólo te digo que sin conflicto no hay escena”.
Ventajas maravillosas tiene el cronista cuando se encuentra con tantas palabras y conceptos tan bien ubicados. Recomiendo leer y escuchar a Daniel González Rebolledo: y hacerlo con la misma libertad con la que él escribe.

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