Un par de fotos selló
el encuentro entre el fotógrafo y este cronista.
Fui acercándome a la
fotografía de Pablo Merlo, habitante de Paraná, a través de la bondad del
ciberespacio. De a poco fue armándose la charla escrita, el cambio de
figuritas. Después fue el tiempo de la palabra. Quise escuchar a Merlo; estaba
seguro de que había todo un mundo detrás de sus imágenes. No me equivoqué. Fue
un placer escuchar cómo se iba reencontrando con su historia, cómo volvía a
pensarla. La vida es una sumatoria de suposiciones y regresos, y mejor se la
recorre cuando escuchamos a nuestras almas, y cuando las escuchamos en
libertad. Pablo Merlo no tiene problemitas con su ego, es un hombre lejano a la
impostura: un hombre que sin pretensión acaricia el territorio de la creación
con su oficio.
Nació en 1972, en San
Nicolás, provincia de Buenos Aires. Sus padres fueron a vivir allí por razones
laborales. El padre fue electricista en Somisa. La familia volvió a Paraná en
el 75, poco antes del inicio del horror. Papá era de Paraná, y mamá de Sauce de
Luna, aunque desde chica fue paranaense. Inevitable para el cronista: ¿dónde
nació tu mamá?: “Un pueblito en la intersección de tres estancias. El que
escucha el nombre piensa en algo poético. La historia cuenta que iba a empezar
a parar el tren en el lugar, y no había estación. El maquinista no tenía dónde
parar, entonces le indicaron el sauce del señor Luna, un vecino”. La poesía
mantiene su aroma.
Merlo, un sorprendido
por el oficio: “Una confesión: creo que no saqué una fotografía hasta los 19
años, solo de manera accidental. Es más, tenemos muy pocas fotos familiares, en
casa había una máquina, pero la prestaron y no volvió. Vengo de una familia
humilde, bastante pobre. En los 70, cuando nacimos los cuatro hermanos, era
costoso alimentarnos, imaginate sacar fotos. Hoy estamos recuperando imágenes a
través de los tíos, la familia. No saqué fotos, ni era algo que me interesara.
Hasta que hice dos años en la carrera de
Comunicación. Ahí me enamoré de la fotografía. Estaba en el taller de imagen,
me pusieron la máquina en la mano, y me volví loco. Dejé la carrera y empecé a
hacer talleres. Era caro, igual la facultad, así que laburaba. Hice un taller
con Miguel Martelotti, autodidacta, era jefe de fotografía de Página 12, y me
voló la cabeza. Acá no había mucho lugar dónde estudiar. Empecé a devorar
libros. Luego estudié en la escuela Alem de Santa Fe: capacitación técnica,
pero ya dentro de una historia de la fotografía santafesina. Así me enamoré del
fotoperiodismo”.
En todo momento Merlo
dice “creo”, no es amigo de la definición terminante, va tratando de ver, una
manera de hacer foco antes de un click a conciencia: “Creo que algo venía
madurando dentro mío, elegí Comunicación y llegué a la fotografía. Para mí las
cosas tienen que tener un sentido profundo. Le encontré un sentido social a lo
que estaba haciendo. Además de que fuera un laburo, encontrar uno que sirviera
hacia afuera era casi perfecto. Empecé en el semanario Análisis, en el diario
Hora Cero. Creo que hasta el 94/95 conocí el último coletazo de lo que fue el
periodismo romántico que venía de los 70, 80. Después explotó una bomba y se
hizo irreconocible. Obvio, seguí laburando, pero sin el vértigo del comienzo.
La sociedad entera va por este carril, el periodismo es un espejo social”.
En el presente Pablo
mueve hilos para, como le sucede a tanta gente que intenta ensayar la vida en
las cercanías del arte, lograr el tiempo para atender el oficio, los hallazgos:
“Hace años que laburo en el Ministerio de Comunicación y Cultura de la
provincia, soy fotógrafo de la gobernación. Tengo con mis hermanos un emprendimiento
gastronómico, eso me permitió dejar mi trabajo en el diario Uno, y así tener
más tiempo para trabajar en lo que me interesa: el ensayo fotográfico. Un
ensayo es el punto de vista del fotógrafo sobre un tema, desarrollado, contado,
con una serie de imágenes, es lo que ves, lo que sentís, y lo que mostrás con
cierto vuelo estético. Hace unos años que estudio con Adriana Lestido, una
fotógrafa que creo es la que nos representa a los argentinos a nivel
internacional. Una persona generosa, ella me ha hecho girar el corazón y la
cabeza dentro de la fotografía”.
El fotógrafo dice que
“la música es una atracción fatal desde siempre”: Spinetta, Lenine, Rodolfo
Mederos, Mercedes Sosa, Piazzolla, la música de Brasil y Uruguay, jazz,
folclore, rock. Su mar fundacional también se nutre de fotógrafos: Cartier-Bresson,
Adriana Lestido, Annemarie Heinrich, Manuel Álvarez Bravo. En sus fotografías
(el río y su gente, músicos, paisajes, atardeceres o tomas decididamente
urbanas) se adivina una búsqueda estética, una pista creativa que va más allá
del relato: “Tengo más amigos plásticos que fotógrafos, creo que eso influye un
poco. Carlos Asiaín, artista plástico de Paraná, es un referente además de un
amigo. Cuando abrí los ojos a las artes visuales, todos me lo señalaban. Es un
artista entero, hay artistas a los que el ego los lleva a las grandes
expresiones, y hay artistas a los que la humildad los lleva a las grandes
expresiones, este es su caso, capacidad artística y humanidad a cada paso”.
Queda claro, Pablo es además agradecido con los maestros.
Carlos Asiaín |
Parte de la búsqueda
enunciada: “Cuando laburaba en el diario Uno, el mayor logro del día consistía
en hacer la tapa con la noticia más inexistente, que ganara peso por la foto. Porque
a la tapa va la noticia más pesada o la mejor foto, si vos hacés una mala foto
con la noticia del día, va igual; lograr que exista la otra noticia era mi
desafío diario, era mi forma de jugar. Siento que en fotoperiodismo jugué hasta
el último minuto”.
Piensa su herramienta:
“Técnica y filosóficamente la fotografía es un punto de vista”, también se
detiene en el inicio de un nuevo trabajo: “La página en blanco es vertiginosa,
desafiante”.
Pablo Merlo es el
autor del retrato del Chacho Manauta que aparece en la tapa de los cuentos
completos: “Hacer el laburo fue tocar el cielo con las manos. Me contrató la
editorial para hacer el retrato de un escritor. Después supe que era Manauta. No
lo había leído. Leí un poco. Me dije: no voy a leer más. Tenía noción de su
talla, sabía que si leía más me iba a atravesar demasiado, y yo quería retratar
a la persona. Tenía ganas que me avanzara la persona más que el escritor, que
se me iba a venir con todo el peso de su obra. Y creo que funcionó, después leí”.
Un día en la casa del
Chacho: “Fue una fiesta entrar a su casa. Tomamos vino, había preparado unos
chipá. Un par de veces le pedí que se cambiara de lugar, simplemente para modificar
la luz. Llevé el menor equipamiento posible para no molestar, traté de
intervenir el lugar lo menos posible. La mayoría de las fotos fueron con la luz
que entraba por la ventana, bien natural. No estaba en un lugar muy luminoso,
pero me banqué la pérdida de calidad tratando de ganar en estética y
composición. Mandé tres retratos a la editorial. Marqué el que después quedó en
la tapa. Yo sabía que era un retrato bien duro, era lo que yo sentía: una
persona dura, fuerte, y con un corazón de una sensibilidad extrema, un corazón
dentro de una persona aguerrida. Él mismo autorizó la foto”.
Por su trabajo en la
gobernación, a Pablo le tocó cubrir la visita de Evo Morales, presidente de
Bolivia. A Evo le obsequiaron un ejemplar de los cuentos completos de Manauta,
Pablo hizo click: “Fue un instante mágico, porque son dos tipos, hasta donde yo
sé, que proponían lo mismo para los mismos sectores sociales, que defendían a
esos sectores con los que me identifico. Yo vengo desde el lugar del laburante.
El momento que guardé en la foto es impactante. Quería escuchar a Evo, me dio
mucha alegría que a las manos de “ese hombre” llegara “ese hombre”. Fue un
encuentro, una conjugación de personas, y un encuentro de la vida porque el
Chacho quedó vivo en sus libros”. Estas fotos son las que marcaron el encuentro
entre el fotógrafo y este cronista.
De su trabajo presente
y sobre su manera de trabajar, cuenta: “Estoy cerrando laburos que tengo
empezados, quiero hacer esto antes de salir a encontrarme con algo nuevo. No
quiero que lo nuevo corra el riesgo de ser una fuga de ese trabajo de cierre.
Excepto que me explote el corazón con algo. Está mi trabajo en Bajada Grande, de
manera intermitente estuve yendo durante 3, 4 años. Le dediqué tiempo al río,
eso me llevó a la amistad con la gente. Es una barriada que se formó con
pescadores y trabajadores de alguna fábrica en una curva del río. Arranqué ese
trabajo sin saber bien por qué, en un lugar que me calma y que me permite
encontrarme, a veces en momentos de melancolía, y terminé hallándome con una
historia más personal: la relación con mi viejo, que nos llevaba ahí de chicos.
La fotografía me permitió revolver dentro de mí, y se transformó en un laburo
introspectivo bastante profundo. La historia que contaba giró. Creo que cuando
uno actúa de manera instintiva, sin pensar tanto, las cosas salen mejor. La
revisión y el análisis es para después”.
Pablo Merlo piensa
que: “La vida es un gran misterio, siento que nos pasa de creer que tenemos el
volante, creer que podemos maniobrar, y nos la pasamos resistiendo, porque el
volante es falso. La vida se nos va presentando de acuerdo a como venimos
caminando, lo que no podemos dominar, en algún punto, es el caminar”.
Click para un retrato
de Pablo Merlo.
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