domingo, 21 de junio de 2015

Una historia de vida: Juan Manuel Blanes

Juan Manuel Blanes, artista plástico uruguayo, nacido el 8 de junio de 1830 en Montevideo, tuvo una vida digna de ser contada en una novela. Una historia con personajes fuertes. Blanes contaba la historia grande con su pintura. Hizo lo posible con la historia de sus días.
Fue hijo de Pedro Blanes Mendoza, repartidor de pan, español, y de la argentina Isabel Chilabert Piedrabuena. Dejó la escuela en 1841. Desde muchachito le gustó el dibujo.
Su padre, durante el Sitio de Montevideo, llevó a la familia al terreno de los sitiadores, él permaneció en Montevideo. Cuando Juan Manuel regresó a la ciudad trabajó como tipógrafo en la imprenta del diario La Constitución. En ese momento ya pintaba óleos de tema histórico y retratos. En 1854 instaló un taller en la calle Reconquista. Empezó a ser conocido haciendo retratos por encargo. Este es un detalle en su vida, la pintura por encargo; presentó muchos proyectos, al parecer tentaba el encargo, enviaba señales, trataba de abrir puertas. A veces lograba el cometido, otras tantas, no. Tuvo momentos de acierto y fortuna, y tuvo otros en que la desesperación llamó a su puerta.
Juan Manuel Blanes
En el taller de Reconquista se enamoró de una italiana: María Linari de Copello, casada y madre de una nena. De esa relación nació su primer hijo: Juan Luis. La pareja tuvo que huir a Salto en 1855. El señor Copello estaba furioso. En Salto siguió pintando por encargo, y también trabajó sobre un cuadro que había pintado en Montevideo. Pensó en obsequiárselo al general Justo José de Urquiza (1801-1870). Su título: “Alegoría argentina”.
El movimiento le dio sus frutos. La obra captó la atención de Urquiza, que entrevistó al pintor en el Palacio San José. El General le encargó varias obras. Por esta razón, Blanes y su familia se instalaron en Concepción del Uruguay en 1856.
Mientras cumplía con el encargo nació su segundo hijo: Nicanor. La familia regresó a Montevideo, pero el miedo a la fiebre amarilla los llevó a vivir unos meses en Buenos Aires.
En 1858 recibió un encargo del general Urquiza. Debía decorar la flamante capilla del Palacio San José. Volvió a residir en Concepción del Uruguay. Luego de terminar las obras sobre los dolores de la Virgen María, regresó a Montevideo. Allí pintaba los consabidos retratos y también motivos gauchescos.
En 1860 obtuvo del gobierno uruguayo una pensión para viajar a Europa y estudiar pintura durante cinco años. A cambio Blanes debía enviar obras para el gobierno. El acuerdo incluía que a su regreso se debía abrir una academia de arte. Antes del viaje, Blanes se  casó con María. También ingresó a la logia “Fe”, la masonería le abrió sus puertas.
En la ciudad de Florencia tomó clases con el maestro Antonio Ciseri. Realizó estudios de anatomía y se acercó al mundo de la geometría. Blanes sabía que para destacarse había que tener conocimientos, había que conocer hasta aquellos que no utilizaría. Estudió y trabajó, pero, como sucede a veces, la suerte le escondió una carta. Envió un primer conjunto de obras. Una tormenta salida de un cuadro de Turner se llevó puesto el barco y se perdieron sus trabajos. Recién en 1863 llegó un barco con dos óleos para el gobierno. Esto le sirvió a Mauricio, hermano del pintor, para lograr un aumento en la paga que recibía. De todas maneras Blanes regresó a Uruguay en ese mismo año. Su vida dependía del dinero que recibía del gobierno de Bernardo Prudencio Berro, que en ese momento enfrentaba la cruzada libertadora encabezada por Venancio Flores.
En Buenos Aires intentó abrir una escuela de dibujo, pero no pasó de ser un proyecto. Blanes pintó “Ataque a Paysandú”, cuadro que compraría Venancio Flores. Retrató a Flores, y a dos oficiales muertos en Paysandú: el coronel Leandro Gómez y el general Lucas Píriz. Pintó un escudo nacional. Ofreció pintar dos cuadros en la temática que podía interesar: la historia de la patria, pero no prosperó el intento.
En 1866 exponía sus cuadros costumbristas -trabajó mucho sobre la figura del gaucho- en su taller y en la Casa Bousquet. Llegó a fundar en 1867 la Academia de Alto y Serio Dibujo, pero por la escasez de alumnos tuvo que cerrarla al año siguiente. El relato histórico tomaba forma a través de sus pinceles, pintó: “Asesinato de Venancio Flores” y “Asesinato de Florencio Varela”.
En 1869 le envió a Urquiza un retrato ecuestre. Una nota, un puñado de líneas acompañaban el cuadro: “Exmo. Señor: alentado por V.E. en el arte que profeso, lo estudié rigurosamente cuatro años en Europa, ayudado por el tesoro público de mi país. Cuatro años más corren ya desde mi vuelta a América, a mi patria. Las esperanzas que traía han sostenido una lucha horrible con la condición de los tiempos que mi país atraviesa. Esas esperanzas sucumben ya, Señor, bajo el peso de una adversidad para mí”.
La suerte pintaba adversa para Blanes, pero su moneda daría una vuelta más en el aire, peor pintó para el general Urquiza, que fue asesinado en 1870. La pintura de Blanes recibió cortes hechos a lanza el día de la muerte del caudillo.
Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires.
Dos cuadros de Blanes torcerían la historia. En 1871 expuso “La fiebre amarilla en Montevideo”, y “Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires”, que fue exhibido en el foyer del Teatro Colón. El cuadro fue visto por mucha gente, y tiempo después sería seleccionado para ser parte de la Exposición Internacional de Viena.
Es sabido que la vida tiene momentos que pueden cambiar todas las proyecciones hechas en torno al futuro de la misma. En 1883 entró al estudio del pintor la viuda del dr. Regunaga, que había sido Ministro de Hacienda durante el gobierno de Lorenzo Batlle y Grau. Traía fotografías de su difunto marido para encargar un retrato. Es posible que Blanes nunca pintara al difunto, pero sí pintó a la viuda: Carlota Ferreira, obra que ocupa un sitio importante dentro del arte de Uruguay. La amistad iniciada entre Blanes y Carlota traería historias asociadas.
Retrato de Carlota Ferreira.
La primera historia desprendida de este encuentro de amantes, también tiene que ver con el amor. La mujer sigue siendo Carlota, inquieta la damisela, y el hombre, el hijo menor de Blanes: Nicanor. Esta nueva pareja huyó a Buenos Aires y allí se casaron. El matrimonio duró poco, fue anulado, y el joven regresó a Montevideo.
En 1889 murió María, la esposa de Blanes. En 1890 el pintor viajó a Europa junto a Nicanor para reunirse con Juan Luis, el hijo mayor. En 1892 Blanes regresó solo. Tiempo después Juan Luis moría en un accidente, y Nicanor desaparecía en Italia. En 1898, en compañía de su amiga y modelo: Beatriz Manetti, Blanes salió en busca de su hijo perdido. No pudo hallarlo. Blanes murió en 1901 en Pisa. En ese mismo año se repatriaron sus restos.
José Pedro Argul en su libro “Las Artes Plásticas del Uruguay” (1966), consigna un notable análisis y juicio de valor sobre Blanes y su obra: “(…) Su ciudadanía le dio a este académico la senda preferente del naturalismo. La poca frecuentación de museos le quitó felizmente el gusto de la alegoría neoclásica escasamente presente en su obra, y en la que se hundieron numerosos cultores del academismo europeo, cuyas obras resulta insoportable mirar por estar vacías de todo sentido o aplicación actual. Maestro de su propia vida, no perdió el tiempo en motivos seudo clásicos, como también muy raramente excedió sus trabajos en las anécdotas pueriles. Lo que pintó lo legó a la historia de hombres, de hechos y de costumbres. Fue en esta misión algo más que un mero cronista o ilustrador, artesano artístico del mundo oficial. Tuvo unidos a su solvencia de oficio, severidad de información, cultura de indagación, convencimiento patriótico y dignidad de su labor; fue, en consecuencia, un excelente pintor de la historia. (…) Habían reproducido otros artistas extranjeros, antes de Blanes, la figura del gaucho, pero éste fue el primero que supo gustar en el asunto el sabor propio. Era para él algo más que un motivo de rareza, digno de un folklore divulgable: en el gaucho veía su propio pueblo, y quizás veíase a sí mismo... Por eso es que estas figuras pintadas en el campo de vasta llanura, en crepúsculos o auroras, están nimbadas del más íntimo sentimiento del artista que entre dos luces las circunda de su propia melancolía. Luces mortecinas finamente extendidas a la manera de pintar de Blanes, que llena sus cuadros como una lenta corriente que avanza. No son todavía las manchas impresionistas en procura de la captación de la luz natural que ya iban imponiendo otros artistas pintores de sus mismos años. Consecuente con la razón juiciosa que presidió toda su obra, no abandonó ante la nueva escuela pictórica el derrotero que supo marcarse a sí mismo y por el que debemos agradecerle la brillantez de relato de tiempos pretéritos de América. Si no era la luz de la nueva pintura impresionista que envuelve los paisajes de sus gauchos, era sí una luz propia, la de los estados de alma del pintor, que sólo un gran artista como Juan Manuel Blanes puede trasmitir y hacer perdurables”.

Otros autores que se han ocupado del artista: José Fernández Saldaña en “Juan Manuel Blanes. Su vida y sus cuadros” (1931), y Gabriel Peluffo Linari en “Historia de la pintura uruguaya” (2000, 3ra. Edición).

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