El mundo libro
aglutina diversos actores. Ante todo el hacedor: el autor, él y su historia, su
mirada. Luego los amigos, los lectores privados con los que el escritor va
armando un mapa de impresiones sobre la obra. Cuando se decide la publicación,
y este no es un tema menor: porque hace falta una editorial, empiezan a jugar
los actores del afuera: el editor y el lector del público. Se agrega además una
preocupación, cómo hacer para que el libro esté a la vista, que su existencia
tenga la oportunidad del registro: hablo de la presencia en librerías, otra de
las figuritas difíciles en esta historia. Se estila, como festejo por el
nacimiento, hacer una presentación de la obra en sociedad.
En el caso de la obra
de Ricardo Maldonado, su condición de poeta y editor, dirige Ediciones del Clé
y la revista “El tren zonal ‘Por la integración de los pueblos’”, le ha
permitido tener el dominio de origen de muchos de sus libros. Destaco entre
ellos “Voz Varia” de reciente aparición.
El 10 de julio
Maldonado presentó el libro en el Museo Quirós. Me invitó a participar de la
presentación. El libro tiene más de 700 páginas. A continuación las palabras
que escribí luego de leer esta obra notable:
“Es la primera vez que
un poeta me pide que sea parte de la presentación de su libro. Siempre hay una
primera vez en los días de esta vida, y esta maravilla se acentuó cuando, en
este caso, ante el pedido, no tuve dudas y respondí que sí, que aceptaba. Sentí
que podía hacerlo, es más, sentí que estaba de alguna manera obligado a hacerlo.
Porque sabía, luego de entrar a la poesía de Ricardo Maldonado por su libro “Mansa
Tuca”, que me lo pedía un poeta verdadero, alguien distante del cartón pintado
que circula en esta sociedad de tiempos veloces. La marca de lo superficial en
la escritura, en estos tiempos que denomino “de la cáscara”, se nutre, en parte,
de una omisión típica en el ámbito de ciertos talleres donde en teoría se enseña
a escribir: ningún autotitulado maestro estará haciendo bien su trabajo si no
le avisa al alumno que el riesgo, el viaje, la osadía que implica el intento de
la escritura, le llevará toda una vida.
Escribir puede parecer
un juego simple, para muchos no es más que armar cuentitos o poemas en cinco
minutos. Escribir como pasatiempo: una terapia bien vista. Esto es parte de un
malentendido, no es lo mismo hacer terapia, exhibir tarjeta personal de poeta y
premio al tono, que escribir a conciencia. Practicar la escritura exige un
trabajo de aprendizaje, y no hablo sólo de colocar bien comas y puntos, me
refiero al ejercicio de la mirada para templar el pensamiento, para así poder
asomarse a los mundos y los abismos: los de adentro y los de afuera.
Toda una vida le llevó
a Ricardo Maldonado escribir los libros que forman parte de “Voz Varia”, y estoy
seguro de que ha sido una decisión apasionada fundar esta revisita a toda esa
vida. Sé que se corren riesgos cuando se viaja en el tiempo con el alma al
frente. Por ello soy consciente del costo emocional que significó trabajar en el
alumbramiento de esta obra.
“Voz Varia” es una
memoria, una crónica sensitiva de los días de su autor.
En el 2000, tuve la
suerte de compartir un primer encuentro con el escritor portugués José
Saramago, premio Nobel de literatura en 1998. Saramago llegaba a la Argentina
para presentar su novela “La caverna”. El destino quiso que yo terminara
sentado a su lado. Antes de comenzar a hablar a las diez personas que lo
escuchaban, tomó entre sus manos un ejemplar de su libro. El libro estaba a sus
anchas entre manos acostumbradas a la caricia minuciosa del objeto. Dijo
Saramago que la forma libro había que cuidarla, porque dentro de ella había un
hombre: el autor. En esto pensaba mientras leía “Voz Varia”, me decía que: Sí,
efectivamente, en este libro había un autor.
Para hablar de un escritor
se estila citar a otros, una manera de marcar la sintonía que los une. Se cita
a aquellos escritores que, por distintas razones, han sido destacados en su
oficio. Elijo entonces no hacer referencia a otros escritores. Me digo que la
poesía de Maldonado no precisa, por acertadas que puedan ser, de esas
asociaciones. Obvio que su esencia se nutrió en lecturas, no existe escritor
que no haya leído, y que no lea mientras se construye, es decir, todos los días.
Se me ocurre pensar que a Maldonado tampoco le interesa un listado con
referencias que acaricien más o menos el ego. Me digo que el poeta se las
arregla solo.
En “Voz Varia” quedan
a la vista los intereses sobre los cuales se funda su poesía: el paisaje: la
patria primera, la tierra que tocó en suerte, y sus criaturas, todas, las
aladas, las que fundan raíz y ramas, las que caminan las calles de la historia:
los hacedores de los oficios, los eternos náufragos del amor. Todo un paisaje
que tiende a unir la tierra y el cielo, pero a saber: el cielo de Maldonado es un
cielo para los hombres, para esos hombres que buscan en vida la retribución para
su esfuerzo: un cielo de justicia social plantado en el centro de los días.
Hay música propia en
la poesía de Maldonado, que encara el oficio con tinta y guitarra, con una
identidad parida en la contemplación de su aldea. En efecto: cuenta, pinta,
fotografía, poetiza el mundo que lo rodea, es decir: su origen.
Maldonado, como poeta
atento a la vida del paisaje todo, lleva sangre adentro una comunidad de almas.
Puede escribir como escribe porque existe el diálogo entre esas almas, y porque
además entendió, desde el principio de este oficio capaz de llevar al hombre
hasta el misterio del arte, que nadie es poeta en cinco minutos, que
enfrentarse, con placer o sufrimiento, a la página en blanco, es labor para
toda una vida. Cuando todos estos conocimientos se reúnen en torno a las almas,
ve la luz el poeta, y como maravillosa consecuencia, ve la luz un libro como “Voz
Varia”.
El libro es el más
sincero comentarista de la actitud del autor: cuenta del tiempo y el camino que
el escritor lleva transitado, cuenta de la bondad alcanzada con su artesanía,
deja a la vista los pliegues esenciales de la sustancia que lo funda. Digo
entonces que “Voz Varia” es libro de un autor que ha llegado a buen puerto.
Ricardo Maldonado
aceptó, corrió el riesgo que debe asumir cualquier persona que se asoma con
interés genuino a la escritura, un universo donde dos más dos nunca da cuatro,
nada es exacto entre los ropajes de esta damisela fantasma. Porque nada en
nosotros mismos nos asegura que, luego de una vida de trabajo, lleguemos a buen
puerto. Me refiero al puerto que nos deje conformes con lo realizado. Sí hay,
en el afuera, un elemento, y no hablo del gran reconocimiento que puede
dispensar la industria del libro, que es una historia que nada tiene que ver
con la creación. Hablo de las palabras que podrá decir o no, el lector, que es
quien en definitiva completa la escritura. Sin el lector que completa, hay un
escritor que espera en la sombra de su propio trabajo. Como lector, entonces, completo
así, mi mirada sobre Ricardo Maldonado, poeta verdadero. Prueba de ello es su “Voz
Varia”, un paseo por las altas cumbres de la vida, que ahora recomiendo.
Cada uno de los libros
que componen el libro es individualidad y parte del cielo de la voz propia del
autor. Cada libro es pandorga o barrilete tomando altura mientras despliega su propio
aroma. Elijo entonces no entrar en señalamientos explícitos, podría hacerlo, mi
lectura anotada está en las páginas de mi ejemplar, pero sinceramente quiero invitar
al lector a que inicie su propio viaje sobre la totalidad, para que le dé su final
de escritura, como si fuera una especie de coautor.
La presencia de
escritores como Maldonado siempre me ha servido como aliento para mi escritura,
mi búsqueda, el apasionado oficio que me lleva y que me llevará la vida. Vengo
de Buenos Aires. En todos los paisajes tuve la suerte de encontrarme con obras
de vida que significan estímulo, porque hablan de un compromiso
ético/ideológico abrazado por una elección estética propia, que es el trazo que
abre las puertas del oficio. Destaco a mis maestros: Gabriel Montergous,
novelista, y Hugo Ditaranto, poeta, con ellos hice el taller de la charla en
incontables mesas de café. Destaco la suerte que tuve al llegar hasta la obra
de Rubén Derlis, poeta, Marcos Silber, poeta, Nira Etchenique, poeta y
novelista, Pedro Orgambide, novelista, por nombrar algunos amigos notables. En
Gualeguay destaco la obra de tres hacedores que representan ese compromiso
creativo: ético, ideológico, estético, tres nombres que me impulsan a seguir,
respetando siempre mis patrias internas, siempre tratando de mejorar en este
oficio de palabrero, me refiero a: Tuky Carboni, Daniel González Rebolledo y
Ricardo Maldonado.
A todos ellos: a los
de la gran ciudad, a los que andan de ronda en esta misteriosa Gualeguay, les doy
las gracias por la palabra y el ejemplo: haber tenido la valentía de escribir
durante toda la vida.
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