domingo, 27 de mayo de 2018

A Gualeguay en diligencia


Leo “diligencia” en el libro “Recuerdos del pasado” (1930, primera edición, y reeditada por Ediciones del Clé en 2017) de Julián Monzón, autor de Rosario del Tala, y sin embargo, a este cronista se le dispara la memoria hacia el cine: “La diligencia” (1939) dirigida por John Ford y cuyo actor principal es John Wayne. Aquel pibe cinéfilo (sin saberlo): nada más veía el “Cine de super acción” y “Hollywood en castellano”, devino en este lector y cronista que, apoyado en el gran descubrimiento del libro de Monzón, quiere fijar imágenes que tienen que ver con otras diligencias, las nuestras; en ellas también se respiró la emoción de la aventura.
El libro de Monzón fue una lectura que hice en el verano; en enero publiqué una nota contando algo del universo descubierto. En ella anotaba: “(…) ‘Recuerdos del pasado’ es asomarse a otro mundo, uno que existió sobre los mismos lugares en donde hoy hacemos nuestra vida. Me sucedió que cada vez que aparecía nombrada Gualeguay, un cierto nerviosismo me transitaba, qué iba a conocer, qué era aquello que llegaba desde el más allá del pasado. (…)”. Y escribía sobre el autor: “(…) No conozco la fecha de nacimiento de Monzón, sus recuerdos rozan ciertos años, ya andaba a caballo en la década de 1870; era hombre mayor cuando publicó el libro. También desconozco la fecha de su muerte. (…)”.
Cuenta Monzón en el capítulo “Las diligencias” que se establecieron más o menos en 1860. Antes de este servicio, los viajes se hacían a caballo, en galeras, o en carretas, tiradas por bueyes, eran rústicas y tenían ejes de madera. Los carruajes y las galeras eran de la gente pudiente. Don Bartolomé Pezzano, italiano y ciudadano de Gualeguaychú, fue fundador y empresario del servicio de diligencias. Había servicio de Gualeguaychú a Villaguay, y luego también los hubo a Rosario Tala y Gualeguay.
Transcribo el primer viaje hacia el pasado de este medio de transporte: “(…) Las diligencias eran coches muy grandes, que podían llevar una docena de pasajeros adentro y dos o tres en el pescante; y eran tan reforzadas que podían llevar una gran cantidad de equipajes sobre la capota.
Estos grandes carromatos eran tirados comúnmente por ocho caballos, llegando hasta doce, cuando los caminos estaban barrosos.
Se cambiaban cada tres o cuatro leguas, en postas que los esperaban con los caballos prontos para el repuesto. Se marchaba al trote largo y a veces al galope, cuando los caminos estaban buenos”.
En toda historia siempre aparecen los personajes secundarios, aunque fundamentales para que se funde la acción; entonces, la tinta de Monzón cuenta: “(…) El cuartero era siempre un muchachón listo y buen jinete, pues ejercía un puesto peligroso; tenía a su cargo el manejo de tres o cuatro caballos delanteros, y en una rodada, corría el peligro de ser arrastrado por éstos y pisoteado por los de atrás”. Como siempre ocurre, los trabajadores más pobres terminan siendo los más arriesgados en el duro paisaje de la vida.
Infaltable en todo viaje, las paradas en el camino: “(…) En los viajes a Paraná se dormía aquí, en Rosario Tala, marchando al día siguiente hasta Nogoyá, donde se pasaba la noche para seguir al otro día hasta Paraná.
Las casas de hospedaje eran completamente pobres; las camas eran muy pocas y malas y solo tenían dos o tres piezas para ese fin. Ahí se acomodaban los pasajeros, cualquier número que fueran; ocupando una pieza, exclusivamente las familias, donde se avenían como era posible”.
Traqueteo contundente -imaginar la suspensión de estas naves-, y en más de una ocasión, todo listo para la aventura: “El pasaje del río Gualeguay, cuando estaba crecido, era peligroso y lleno de dificultades. Cuando el carruaje podía acercarse a la barranca del río, se bajaban allí los pasajeros, que chapaleando barro llegaban hasta la balsa o la canoa que los conducía a la otra orilla; pasando en otro viaje de la balsa, la diligencia, y cuando esto era posible, se conducían los pasajeros y los equipajes en un carro del italiano Ángel Piurna hasta el pueblo”.
Sobre la decoración de interiores y sobre ciertos riesgos en el tránsito por la huella: “(…) Las diligencias llevaban dos asientos laterales de todo el largo de la caja, donde se sentaban los pasajeros frente a frente y formando dos hileras. Esto daba lugar a incidentes desagradables, cuando algún malcriado y atrevido se sentaba enfrente de alguna señora o señorita y las rozaba intencionalmente con sus piernas. Las mujeres que conocían estos casos, se sentaban frente a los de su familia o de otra señora o chico”.
Julián Monzón, como vero habitante de la entrerrianía profunda, se detiene en un elemento infaltable: la comida: “Todos iban provistos de fiambres u otros comestibles, que consumían en las paradas que hacían en las postas. Sin embargo, en el trayecto había siempre alguna especie de fondín donde se daba de comer.
En la línea del Uruguay a Tala, en la posta Gená, estaba la casa de Baucero, donde se servía un ligero pero confortable almuerzo. Entre Tala y Nogoyá, se hacía lo mismo en la posta de Medrano. Y en la línea de Nogoyá a Paraná se comía en la posta del ‘Locro’, llamada así porque nunca faltó este gran plato de nuestro menú criollo. El dueño de esta posta, que era un paisano simpaticón, de apellido Ferreyra, nos presentaba siempre una mesa muy sencilla pero limpia, y nos servía a más del locro, alguna otra ‘cosita’, como él decía cuando le preguntaban si había algo más”.
El autor da noticia sobre el tipo de viajeros que se podía encontrar en un viaje en diligencia, por ejemplo: “En las diligencias iban a veces enfermos, que se lamentaban de aquél bárbaro zarandeo, o mujeres con niños de pecho o más grandecitos, que se cansaban de aquel encierro y nos brindaban un concierto de lloriqueos durante todo el viaje. (…) Otras veces, entraba algún ebrio que le daba por echarlas de gracioso, lanzando cada grosería y palabrotas verdes; que obligaba a ladear la cara a las pobres mujeres, que les había tocado en suerte ir en aquella ‘hornada’”.
Seguidamente pasa a relatar una anécdota, él fue testigo, y se queda corto el lector, que motivado por las líneas anteriores piensa en un típico borracho de “grosería y palabrotas verdes”. Se rompe el posible retrato común, imaginable, y Monzón se embarca en un relato mínimo que destroza cualquier previsión, y lo hace jugando, buscando las palabras que mejor reflejen esta ventanilla de diligencia hacia el horror, y acierta, cura con un toque de humor que busca comprender al sorprendido por el destino en posición adelantada: “He visto una vez a uno de estos alcoholizados, engullirse un tarro de sardinas y un trozo de salchichón, con una botella de vino carlón. Cuyas substancias heterogéneas, con el movimiento de la galera, se convulsionaron y obligaron al causante del aquel desorden, a lanzarlas por la ventanilla, entre arcadas y otras explosiones del órgano oculto y expelente, que causaron muchas risas a los presentes. Y provocaron las iras y amenazas del borracho, que a no haberse vuelto al silencio y la seriedad que el caso imponía; se hubiera convertido aquella jaula en un campo de Agramante”. Leo y releo el relato que se inicia con sardina, salchichón y vino carlón: imposible no sonreír.
Una última historia sucedida dentro de una diligencia entrerriana, y que Monzón, cronista de su tiempo, acomoda en una página de su libro: “Don Manuel Grimaux me cuenta, que siendo muy joven, hizo un viaje a Gualeguay en diligencia, llevando enfrente a don Juan Jenaro Maciel, que fue vecino y comerciante en este pueblo. Y que en una de las grandes sacudidas del coche, su cara chocó con la de aquel, tan bruscamente que, si no le rompió la nariz, se la hizo sangrar copiosamente; y que este se enfureció y lo amenazó con los puños cerrados, largándole cuanta injuria registra nuestra jerga criolla”.
Pienso, ¿habrá en la ciudad/río de Gualeguay alguien que recuerde el mal momento del señor Maciel?, ¿habrá familia? Una historia chiquita en uno de los tantos viajes que propone Julián Monzón en “Recuerdos del pasado”. Relatos de una vida de ayer, de hace, sí, muchos años, pero ¿tantos?; cuando uno piensa en las diferencias con este presente, la sensación es de otro mundo, casi un cuento fantástico. Incomodidades y días de viaje hacia destinos que hoy se alcanzan en un par de horas de ruta. Hombres y mujeres sentados frente a frente, con los riesgos que señala Monzón, pero de frente, digo, ¿daría para practicar el diálogo? Seguro que sí. Recuerdo en este momento una imagen en mi última visita a Buenos Aires. Desde Retiro tomé el tren subterráneo hacia Constitución. Eran casi las 6 de la tarde de un viernes cuando las puertas del moderno y “cómodo” transporte se abrieron en la estación Diagonal Norte (el nudo donde se cruzan varias líneas de subte) y una manada de elefantes furiosos avanzó hacia el interior del vagón ya bastante habitado. Ni hablar del roce de piernas que señala Monzón de parte de algún vivo; era un aplastamiento mientras, eso sí, se llegaba rápido a destino, y el traqueteo era soportable, aunque de seguro hay lesiones varias entre los que entran y los que, como yo, empiezan a hacer fuerza, a empujar, para poder bajar en la próxima estación.
Todo, casi todo se relaciona con nuestra memoria, lo sabía Julián Monzón, lo supe en directo, cuando tuve que dejar de lado el bucólico relato de la chacra gualeya de donde provenía, y recuperaba, rápidamente, mi memoria urbana, la de sobrevivir en la gran ciudad y lograba así bajar del subte.
Es una suerte que realmente hoy vivamos mejor, eso me digo, y pienso en la contaminación ambiental, la mentira instaurada como práctica cotidiana, la no solidaridad, la falta de curiosidad en la gente, las injusticias de un mundo que apunta cada día para un poquito peor. Tengo en claro que para viajes largos y a los saltos, como creo, a casi todos hoy nos toca sobrellevar, mejor no comer sardinas y salchichón, para poder dar la cara y explicar en qué se cree, quién se es, qué patrias internas no negociamos. Puede que alguno lleve puesta una copa de más, pero hoy es un detalle casi sin importancia en el desarrollo de la mascarada.
Salud Julián Monzón, cronista, habitante de la memoria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario