Emma Barrandéguy |
Lamento no haber
llegado antes a la escritura de Emma Barrandéguy. Y también lamento no haber
pisado antes esta ciudad de Gualeguay. Ocurre siempre, lo sé, el inevitable
sabor a pérdida se hace un lugar en la vida de los lectores practicantes. Sabor
a pérdida porque fue demasiado el tiempo transcurrido sin saber de su escritura,
y es todavía más insistente dicho sabor, si pienso que hubiéramos podido
alumbrar la charla de haber llegado a su lugar en el mundo, apenas un puñado de
años antes. Desde que llegué a Gualeguay que su presencia aparece en distintos
ámbitos. En una charla con el escritor Daniel González Rebolledo, quien guarda
de la dama poeta un sentido recuerdo; en la lectura de una entrevista a Juan
José Manauta; en la charla con Lucía Montero, la compañera de Manauta; en la
librería Papelucho, donde entré preguntando por la obra completa de Juan Laurentino
Ortiz, y me encontré con un tesoro: “Las puertas”, poemario de Emma publicado
en 1964.
Creo que mi
encuentro íntimo con ella empezó cuando leí una línea en su explicación del
libro “Refracciones”, publicado en 1986: “(…) la literatura que hago siempre ha
tenido que ver conmigo misma, que es casi lo mismo que decir que he fracasado
en liberarme del espejo”. Digo “encuentro íntimo” porque especialmente me
tienta, a la hora de conocer una escritura, que su autor se haya permitido
abismarse en el espejo. Disfruto de contemplar, por entregas, un paisaje que a
poco deviene en plena aventura, sucede cuando un escritor, rico en almas, ha
parido parte de su obra, o por qué no, su totalidad, con la intención de dedicarla
a escarbar en su esencia primera, su sangre, su sombra, su fantasma. Y esto
nada tiene que ver con los típicos problemitas con el ego que presentan tantos escribas
de papel picado, sino con un gesto de valentía, de audacia: no hay universo más
vasto que nuestros propios misterios.
Emma asumió el
riesgo de escribirse, por eso existe “Refracciones”, y por eso también dijo
presente “Las puertas” en 1964. Hasta estas líneas sólo leí dos libros de
Barrandéguy. A ellos se suman historias, datos, anécdotas, fragmentos de vida
encontrados en distintas notas sobre su quehacer en esta tierra. Sólo dos
libros, y del oficio de Emma, de su poesía, tengo la intención de contar
algunos de los paisajes amanecidos. No pretendo descubrir absolutamente nada,
tan solo contar, transcribir algo de lo hallado.
Desde su poesía
me llegaron palabras y sonidos nuevos, por ejemplo: “sarandises”, que se hace
música en el poema dedicado al pintor Antonio Castro: “Costa del segundo”:
“Apareces entre los sarandises / como si la vida fuera solo este paisaje /
constante y efímero / y bastaran la belleza y la paz / para ubicar el canto”.
Emma anota el sueño, y enseguida da pista de la realidad: “Pero la vida es lo
que altera la armonía / y la va corrompiendo / y también lentamente la va
recuperando. / No hay otro ritmo”.
Emma Barrandéguy
trabaja imágenes, sensaciones, utiliza su mirada con la misma destreza tanto en
el mundo interno de la memoria, y en ella los deseos y los miedos, como en el
afuera donde encuentra los nexos necesarios para la construcción de su palabra.
Hay un poema en “Refracciones” que se erige como lucero en el humano cielo de
este libro. Su título: “Media tarde”: “La gata blanca espera en vano / el
gorrión que corresponde a su boca. / Escucha los sutiles ruidos / de la siesta.
/ Mira. / Leo una carta vieja de mi padre. / Las raíces no tienen ya fuerza /
para abrir nuevos canales / en la tierra. / Y encojen sus tentáculos / en el
otoño que se inicia. / Un sol débil entra por la ventana / hasta mi brazo / y
agazapado para el salto / me abandona / como los gorriones y vuela brevemente /
por el cielo”.
En el poema
“Pelotari silencioso y espectador ídem”, Emma describe a un jugador de pelota,
vestido de blanco, solitario, juega la pelota contra el frontón y vuelve a
atraparla, ella espía desde un lugar alto: ve felicidad, fuerza y fragilidad.
Cierra la imagen desde su propio juego: “A tu modo, / di con todas las fuerzas
la pelota contra el muro / y vivir fue un goce / dentro de las cuatro paredes
del frontón / donde hasta el mismo fracaso fue silenciosa intensidad. / Sólo
limpié mi frente con el dorso de la mano / cuando el sudor caía por mis ojos /
o las lágrimas. / Y no he cesado de arrojar la pelota / aunque hoy mi brazo ya
no pueda atajarla, / ya no más”.
Pienso que
Barrandéguy publicó estos poemas en 1986, y que si bien ella afirma que esta
selección tiene ya años, lo cierto es que de ellos se desprende que la autora
ha dejado de ser joven (tiene en ese momento setenta y dos años), y que su
mirada habita la paleta de un pintor que muchas veces elige las gamas bajas
para componer los paisajes. Pinta oscuro, pero para resaltar la bondad de la
luz. La sombra y la oscuridad son tan importantes como la luz, la muerte es tan
importante como la vida.
Decía antes que
Emma me regaló palabras nuevas. En Buenos Aires, lamentablemente, no andaba muy
acostumbrado a saber de: lecho, pájaros, bandadas, surubises, ni a pensar en las
cuchillas de Victoria, y tampoco a que me obsequiaran determinados encuentros
entre las palabras. En el poema “Río”, la poeta anota composiciones como:
“frescura móvil”, “inquietud callada” o “Manso amigo”.
Barrandéguy sabe
de plantarse con la palabra de manera casi salvaje, así en su poema “Atuendo”:
“Antes de salir me pongo las pulseras / y voy con ellas como lazarillo /
llevando por el mundo mi pan sagrado / y por ese sonson me reconocen, / pero no
por el pan que es bien secreto. // Y para conversar con vos / me las saco en
cuanto llego / y te entrego ese pan / tal vez reseco, sí, a fuerza de llevarlo,
/ pero amasado con el trigo más negro de mi sangre”.
El destino quiso
que comenzara la lectura de forma contraria a los años en que aparecieron los
libros. A poco de transitar a través de “Las puertas”, escrito más de veinte
años antes, me gana el pensamiento una música de tango que abreva en la figura
de un amor imposible, una historia de esas que solo llegan al simulacro. Emma
escribió “Carambola”: “¡Ay difícil ternura! / ¡Ay la mano que pongo entre las
tuyas / sin más respuesta que tu piel presente! / Ay tú en el mismo rastro,
desvelado, / sordo para mi voz, / vigía de otro hombro / donde arraigar
quisieras tu fatiga. / ¿Ay la sed hasta cuándo? / ¿Por qué buscarte? / ¿Para
qué encontrarte? / ¡Qué inútil hacer noche / junto a tu corazón que no me
aguarda!”.
En el poema
“Repetición de otras voces”, Emma destaca “la sonrisa florecida” como llave de
vital importancia en toda existencia: “(…) Porque al final del viaje /
llegaremos lo mismo con las manos vacías / y lo mismo un día, todos /
descubriremos el decantado gusto de ceniza. / Pero sólo la sonrisa florecida /
nos marcará el valor de la cosecha / si sabemos hacerla surgir junto al
recuerdo / por sobre las arrugas y las quejas. / Entonces / realmente importará
haber empezado temprano”.
“Cotidiana” es
otro poema que sorprende, que hace temblar cualquier discurso trabajado a
conveniencia para ser usado en las situaciones “importantes” de los días: “Miro
las rosas de octubre / y comprendo que abren para todos / sus perfectas y
frágiles corolas, / como siempre. / Como el mar y la estrella y el gorrión / y
todo lo que no tiene precio. / Pero igual me resisto; / igual quisiera desde
mis años viejos / levantar el escándalo y el ruido, / con mis manos / y
ponerlos así sobre la mesa de todos los días. / Aparecer como un niño / con los
bolsillos llenos de preguntas / y de cascotes y de semillas / y de carreteles,
/ a través de la trama espesa / de las cortinas y las mercaderías. / Porque veo
que no maduraré ya nunca / ni aprenderé las frases que convienen, / ni he de
lograr la ubicación correcta / con ningún examen psicológico a fondo. / (…) /
Pero mi único camino, todavía y siempre, / es hablar de mi fabulosa cosecha: /
de lo que leo, lo que oigo y lo que aprendo; / es repetir incansablemente la
verdad que ruge: / Muerte, muerte, / y escuchar la Vida / cuando el deseo /
arrima mi boca a tu cuerpo desnudo. / ¡Y también en todo lo que me ahoga y me
subyuga!”.
A “escuchar la Vida ” invita Emma
Barrandéguy. Ella, una y otra vez, señala la presencia de la vejez, el vacío,
la muerte, y alienta a no dejar que la vida se agote en un sinsentido. Es una
autora que no anda con vueltas, ella se escribe y se describe, se muestra en cuerpo
y pensamiento, su palabra en la piel.
El asombro me
acompaña como lector de su poesía. Me digo: sólo leí dos de sus libros, y en
ellos encontré un universo completo que resguarda mundos distintos. Emma
Barrandéguy, una poeta que era, felizmente, un árbol que cobijaba tantas almas
reunidas. Ella: una comunidad de sensaciones y pensamientos en cercanías del
Gualeguay. La de Emma fue una vida habitada y dejó registro de sus pasos en su
escritura en la gran ciudad y en la ciudad de provincia.
Voy a su encuentro.
El sabor a pérdida declarado, que sigue tan presente, juega alentando a más.
Digo que voy a su encuentro: habito el bote, que me lleve su río.
Emma Barrandéguy
nació y murió en Gualeguay (8 de marzo de 1914-19 de
diciembre de 2006). Fue periodista de “La Verdad ”, diario de
Gualeguaychú. En 1937 se trasladó a Buenos Aires. Trabajó en el
diario “Crítica”
entre 1938 y 1956. Fue secretaria de Salvadora Onrubia de Botana. Fue
traductora de las editoriales El Ateneo y Emecé, dominaba inglés, francés e italiano.
En los años 80 volvió a Gualeguay. Dirigió la página cultural del diario “El
Debate Pregón” durante casi veinte años.
Sus libros: poesía (“Las puertas” (1964), “Refracciones” (1986), “Camino hecho” (1991); teatro (“Amor saca amor”
(1970); relatos (“El
andamio” (1964), “Los pobladores”
(1983); ensayo (“No
digo que mi país es poderoso” (1982), “Mastronardi-Gombrowicz. Una amistad singular
(2004); novela (“Crónica de medio siglo” (1984),
“Habitaciones” (2002); biografía (“Salvadora, una mujer de Crítica” (1997).
Obtuvo el premio Fray Mocho, la distinción que
entrega el gobierno de Entre Ríos a la literatura, en dos ocasiones: en 1970
por “Amor saca amor”, y en 1984 por “Crónica de medio siglo”.
Ocurre que las descripciones
de los hechos de la vida de ciertos autores quedan como descolocadas frente a
la presencia de sus palabras: de un solo poema o de una página. Lo mismo ocurre
con la enumeración de los libros que ha escrito, la lista queda hecha añicos
frente a un solo de escritura. Es lo que me pasa con Emma, agradezco el mapa de
su ruta, pero un solo poema de su cosecha descalabra años y títulos.
En 2009 Irene M.
Weiss publicó las “Poesías completas” de Emma Barrandéguy. Detrás de esta
edición hay una historia para contar en otro momento.
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