miércoles, 2 de octubre de 2013

Historias en el Museo Juan Bautista Ambrosetti

Sector dedicado a Garibaldi.
El museo histórico regional fue creado en 1948, por decreto del comisionado municipal Segundo Luis Gianello. Los primeros años funcionó en una sala de la municipalidad. No estaba abierto al público. Recién en 1963, durante la gestión del comisionado municipal Carlos Aguirrezabala, se concretó su traslado a la casa que hoy ocupa sobre calle San Antonio. Se nombró como director a Fernando Pérez Tost, y gracias al trabajo de la presidenta de la Comisión de Cultura Municipal, Olga Gayote de Massoni, la casa fue reparada y equipada para su funcionamiento.
El museo lleva su nombre desde 1965: Juan Bautista Ambrosetti (1865-1917), nacido en Gualeguay, fue paleontólogo, arqueólogo, historiador. La casa donde funciona, construida entre 1880 y 1890, perteneció al médico, y luego también intendente de la ciudad, José María Pagola, español de nacimiento. Llegó a Gualeguay en 1854, y tuvo una destacada actuación durante la epidemia de cólera de 1867. Por esto, la ciudad le obsequió la casa al doctor. La heredó su hijo, también doctor: Martín Pagola. En su testamento dejó establecido que luego de su muerte y la de su mujer (no tuvieron descendencia), la propiedad debía volver a la ciudad.
Iris Wulfsohn, es la museóloga a cargo. Le pregunto por qué terminó siendo museóloga: “Yo quería estudiar, y mi mamá quería que me fuera a Buenos Aires. No sabía qué estudiar. De casualidad pasé por el Instituto Nacional de Museología, estaba abierta la inscripción y entré a preguntar. El secretario que me atendió me explicó bien la carrera. Reunía elementos que me gustaban: la investigación y la historia. Me entusiasmó. Es una carrera fascinante. Es cierto que difícil de ejercer, no hay tantos lugares. Viví en Buenos Aires catorce años, trabajé varios años en un taller de restauración, y cinco años en el Museo José Hernández. Volví a Gualeguay en 2002, trabajé en un negocio familiar, y en 2007 me convocaron para el museo”.
Iniciamos un recorrido por el museo. Iris me señala unos cuadros en la sala Pagola: “Hay carbonillas de intendentes, es casi seguro que están acá por tratarse de intendentes, pero es más importante para nosotros que las obras sean de Secundino Salinas. Artista nacido y criado en Gualeguay, de origen muy humilde, el padre era carbonero, fue peón de campo, soldado de Urquiza. Un autodidacta, un gran dibujante de detalle, y notable retratista. De adulto se fue a vivir a Buenos Aires y estableció frente a Plaza de Mayo un estudio fotográfico, en la parte superior tenía el atelier donde dibujaba”.
Las carbonillas, fechadas en 1907, son las siguientes: Dr. Francisco M. Crespo, intendente en 1876; Dr. Francisco Antonio Barroetaveña, intendente en 1877; Dr. José María Pagola, intendente 1876/77-1878-1884-85.
En la sala contigua que lleva el nombre: Segundo Luis Gianello, hay una reproducción de otra obra de Secundino Salinas: “El domador argentino”, que fue expuesta en la Exposición Continental de 1882 en Buenos Aires. La obra fue realizada sobre un bosquejo, así trabajaba Salinas, hecho en la estancia Las Palmas, de su amigo Gregorio Morán. Se sabe también el nombre del domador que sirvió de modelo: Lino Godoy. Es una típica escena de doma, el caballo en el aire, también el rebenque; el domador es hombre barbado. Salinas vendió el original, pero nunca reclamó algún tipo de derecho sobre las copias que de él se hicieron, y que fueron usadas para publicidad de artículos, principalmente, de campo. Una minuciosa información sobre Salinas se encuentra en “Formas y colores de Gualeguay” de Nidya Rampoldi, Patricia Míguez Iñarra y Daniel Gabriel, donde se nombra al artista como: “El primer artista plástico del que se tienen noticias en Gualeguay”. Secundino Salinas nació en Gualeguay en 1840 y murió en Buenos Aires en 1912.
En la misma sala se puede ver una foto del frente de la talabartería “El Pingo”. Está a un lado del caballito blanco de metal que acompañaba el cartel del negocio. También dice presente la figura del caballo que había dentro del local y que servía para exposición de monturas y correajes. En una pared se exhibe un original del plástico Derlis Maddonni: un caballo echado (tinta sobre papel, 1963). En una vitrina se pueden observar bolas de boleadoras pertenecientes a los pueblos originarios. También se guardan allí ornamentos originales de la casa paterna del artista plástico Cesáreo Bernaldo de Quirós. A un lado de la vitrina: media polea del Molino Armelín.
En la sala bautizada Francisco Barroetaveña hay un sector dedicado a Giuseppe Garibaldi, el revolucionario italiano. Cuenta Iris: “El catalejo es una pieza documentada por el mismo Garibaldi en sus memorias, donde cuenta su estadía en Gualeguay, su intento de fuga, la tortura, lo colgaron durante dos horas de la cumbrera del rancho de la Comandancia (en la sala hay una parte de la misma). El catalejo se lo deja a su amigo Jacinto Andreu, que le dio hospedaje”. El rancho de la Comandancia estuvo ubicado en San Antonio (S) y Belgrano. Existe una duda con el ancla que presumiblemente perteneció a la goleta de Garibaldi. Objeto que está en el Museo desde su fundación. Su forma parece no coincidir con el modelo de ancla que llevaban las goletas, si bien el modelo sí pertenece a esos años. Garibaldi (1807-1882) llegó herido a Puerto Ruiz en 1837. Vivió seis meses en Gualeguay.
En el mismo sector se puede ver una foto enmarcada de David Vinelli, compañero de Garibaldi, y nacido en Génova en 1814. Se estableció en Gualeguay, y fue nombrado segundo maestro de la primera banda de música militar, creada en 1852.
En una vitrina de la sala es posible contemplar el manuscrito de “Historia de Gualeguay”, tomo I (editado en 1972) de Humberto Pedro Vico. Hay también escrituras originales de cesión de tierras en Gualeguay y zonas vecinas de los años 1776 al 79. Documentos de suma importancia, anteriores a la fundación de la ciudad en 1783.
En la sala denominada Fernando Pérez Tost se puede ver un piano de cola Mignón, fabricado por F. L. Sanne, en Hamburgo, Alemania. Iris cuenta detalles de su historia: “Urquiza contrató al maestro de música Narciso Narvarte, que era español, y le mandó en 1860 este piano de regalo, posiblemente el primer piano que hubo en Gualeguay. Tuvo tantos alumnos que Urquiza le mandó tres pianos de estudio, dos están acá (misma sala), del tercero se desconoce el destino. Los hijos de Narvarte fueron todos profesores de piano. La familia cuenta que Narvarte y Urquiza no se conocieron personalmente. Narvarte no le tenía simpatía”.
Piano obsequiado por Urquiza a Narvarte.
En cada rincón, en cada objeto, se guarda una o varias historias. Fragmentos de la vida que algunas veces saltan a escena de manera inesperada. Veo una foto de un coche fúnebre de la empresa Otegui Hnos. fechada en 1910. La foto puede muy bien pasar desapercibida entre tantos objetos, muchos de gran tamaño. Pero ahí está, a disposición de la mirada, enseñando un coche de decoración fastuosa. Cuesta imaginarlo en las calles empedradas del Gualeguay de ayer. Y en las de hoy también, es casi un elemento fantástico, surrealista. En la foto sólo se ve el coche, faltan los caballos negros, hay un hombre parado junto a una rueda trasera. Le señalo la foto a Iris, que en un segundo avisa: “Este coche lo quemaron, vinieron unas personas y me lo contaron, no les creí, pero eran nietos de Bernigaud. El abuelo había comprado la funeraria a Otegui. Ellos habían estado cuando el abuelo dio la orden de desarmarlo y quemarlo. Al cambiar los usos y costumbres, el coche se dejó de usar, y estaba en muy mal estado. Se le sacaron los cuatro titanes que sostenían el techo. Los titanes fueron entregados a una casa de antigüedades en Concordia o Concepción del Uruguay, no recuerdo con exactitud. Un día les dicen que les habían robado todo, así fue como se perdió el último rastro del coche. Pero uno de los nietos, tiempo después, mientras paseaba por San Telmo, vio en venta una lámpara cuya base era una de las cuatro figuras, quién iba a imaginarse de dónde provenía el motivo artístico”.
Sobre la misma pared hay un cuadro que guarda una foto (cercana al 1900) de Leonardo Salatino. Los Salatino fueron una familia de cocheros. Estuvieron al frente del negocio hasta el regreso a casa del último Mateo. La foto está muy cerca de la puerta que la Confitería El Águila tenía en la ochava, puerta vaivén que hoy habilita el paso a la sala que lleva el nombre: Jorge Míguez Iñarra, donde se realizan exposiciones temporarias.
En la misma sala hay una tuba que perteneciera a la banda de música del Regimiento 3 de Caballería Martín Rodríguez. Una guitarra fabricada en Gualeguay por el luthier Joaquín Dorrego, y que perteneciera al profesor Lorenzo Gorosito.
Un lugar destacado ocupa el armonio que perteneciera a la parroquia San José. Cuenta Iris que el instrumento salió de la parroquia cuando ya no hubo quien supiera tocarlo. Estaba en perfectas condiciones, una sucesión de mudanzas deterioraron su estructura, por ejemplo, le faltan los pedales. Fue fabricado por Alexandre Pere&Fils, París. Iris se contactó con restauradores de la marca en España, y ellos le informaron que al país habían entrado sólo tres armonios de este modelo, y sabían que uno estaba en la parroquia de Gualeguay.
Iris comenta que en el museo hay mucho trabajo por hacer. La mayor parte de los objetos no están investigados. En su momento Olga Massoni hizo un inventario detallado de las existencias, pero después se perdió el rastro de dicho documento. La museóloga se lamenta: “Una pena porque hubo gente que investigó las piezas, por ejemplo la colección de armas, y con el paso del tiempo, es lógico, se pierden datos de primera mano”.
El Museo tiene un archivo de documentos históricos interesante, por ejemplo, de aquellos años en que Puerto Ruiz tuvo su importancia. El historiador Humberto Vico consultó para sus libros sobre la historia de la ciudad muchos de los documentos que se conservan en el Ambrosetti.
La casa Museo tiene las puertas abiertas a la ciudad, no solo en lo referente a las visitas (con un horario muy amplio), sino también por estar a disposición para evaluar toda clase de objetos que, por distintas razones, los vecinos quieran donar al mismo para contribuir a la memoria.
En el patio espera un viejo buzón, otro vehículo para llevar y traer historias; y también dice presente la punta de madera y metal de uno de los pilotes que fueron hasta el corazón del lecho del río cuando se construyó el viejo puente Presidente Pellegrini, el que se cayó en 1959, tan distinto al que ahora se abisma sobre el Gualeguay. La punta de un pilote que sostenía un puente, otra máquina inventada por el hombre para llevar y traer historias. Invenciones a tono con la idea de fundar un museo para que la memoria misma se haga río.

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