Sector dedicado a Garibaldi. |
El museo
histórico regional fue creado en 1948, por decreto del comisionado municipal
Segundo Luis Gianello. Los primeros años funcionó en una sala de la
municipalidad. No estaba abierto al público. Recién en 1963, durante la gestión
del comisionado municipal Carlos Aguirrezabala, se concretó su traslado a la
casa que hoy ocupa sobre calle San Antonio. Se nombró como director a Fernando
Pérez Tost, y gracias al trabajo de la presidenta de la Comisión de Cultura
Municipal, Olga Gayote de Massoni, la casa fue reparada y equipada para su
funcionamiento.
El museo lleva
su nombre desde 1965: Juan Bautista Ambrosetti (1865-1917), nacido en
Gualeguay, fue paleontólogo, arqueólogo, historiador. La casa donde funciona,
construida entre 1880 y 1890, perteneció al médico, y luego también intendente
de la ciudad, José María Pagola, español de nacimiento. Llegó a Gualeguay en
1854, y tuvo una destacada actuación durante la epidemia de cólera de 1867. Por
esto, la ciudad le obsequió la casa al doctor. La heredó su hijo, también
doctor: Martín Pagola. En su testamento dejó establecido que luego de su muerte
y la de su mujer (no tuvieron descendencia), la propiedad debía volver a la
ciudad.
Iris Wulfsohn, es
la museóloga a cargo. Le pregunto por qué terminó siendo museóloga: “Yo quería
estudiar, y mi mamá quería que me fuera a Buenos Aires. No sabía qué estudiar.
De casualidad pasé por el Instituto Nacional de Museología, estaba abierta la
inscripción y entré a preguntar. El secretario que me atendió me explicó bien
la carrera. Reunía elementos que me gustaban: la investigación y la historia.
Me entusiasmó. Es una carrera fascinante. Es cierto que difícil de ejercer, no
hay tantos lugares. Viví en Buenos Aires catorce años, trabajé varios años en
un taller de restauración, y cinco años en el Museo José Hernández. Volví a
Gualeguay en 2002, trabajé en un negocio familiar, y en 2007 me convocaron para
el museo”.
Iniciamos un
recorrido por el museo. Iris me señala unos cuadros en la sala Pagola: “Hay
carbonillas de intendentes, es casi seguro que están acá por tratarse de
intendentes, pero es más importante para nosotros que las obras sean de
Secundino Salinas. Artista nacido y criado en Gualeguay, de origen muy humilde,
el padre era carbonero, fue peón de campo, soldado de Urquiza. Un autodidacta, un
gran dibujante de detalle, y notable retratista. De adulto se fue a vivir a
Buenos Aires y estableció frente a Plaza de Mayo un estudio fotográfico, en la
parte superior tenía el atelier donde dibujaba”.
Las carbonillas,
fechadas en 1907, son las siguientes: Dr. Francisco M. Crespo, intendente en
1876; Dr. Francisco Antonio Barroetaveña, intendente en 1877; Dr. José María
Pagola, intendente 1876/77-1878-1884-85.
En la sala contigua
que lleva el nombre: Segundo Luis Gianello, hay una reproducción de otra obra
de Secundino Salinas: “El domador argentino”, que fue expuesta en la Exposición Continental
de 1882 en Buenos Aires. La obra fue realizada sobre un bosquejo, así trabajaba
Salinas, hecho en la estancia Las Palmas, de su amigo Gregorio Morán. Se sabe
también el nombre del domador que sirvió de modelo: Lino Godoy. Es una típica
escena de doma, el caballo en el aire, también el rebenque; el domador es
hombre barbado. Salinas vendió el original, pero nunca reclamó algún tipo de
derecho sobre las copias que de él se hicieron, y que fueron usadas para
publicidad de artículos, principalmente, de campo. Una minuciosa información
sobre Salinas se encuentra en “Formas y colores de Gualeguay” de Nidya
Rampoldi, Patricia Míguez Iñarra y Daniel Gabriel, donde se nombra al artista
como: “El primer artista plástico del que se tienen noticias en Gualeguay”.
Secundino Salinas nació en Gualeguay en 1840 y murió en Buenos Aires en 1912.
En la misma sala
se puede ver una foto del frente de la talabartería “El Pingo”. Está a un lado
del caballito blanco de metal que acompañaba el cartel del negocio. También
dice presente la figura del caballo que había dentro del local y que servía
para exposición de monturas y correajes. En una pared se exhibe un original del
plástico Derlis Maddonni: un caballo echado (tinta sobre papel, 1963). En una
vitrina se pueden observar bolas de boleadoras pertenecientes a los pueblos
originarios. También se guardan allí ornamentos originales de la casa paterna
del artista plástico Cesáreo Bernaldo de Quirós. A un lado de la vitrina: media
polea del Molino Armelín.
En la sala bautizada
Francisco Barroetaveña hay un sector dedicado a Giuseppe Garibaldi, el
revolucionario italiano. Cuenta Iris: “El catalejo es una pieza documentada por
el mismo Garibaldi en sus memorias, donde cuenta su estadía en Gualeguay, su
intento de fuga, la tortura, lo colgaron durante dos horas de la cumbrera del
rancho de la Comandancia
(en la sala hay una parte de la misma). El catalejo se lo deja a su amigo
Jacinto Andreu, que le dio hospedaje”. El rancho de la Comandancia estuvo
ubicado en San Antonio (S) y Belgrano. Existe una duda con el ancla que
presumiblemente perteneció a la goleta de Garibaldi. Objeto que está en el
Museo desde su fundación. Su forma parece no coincidir con el modelo de ancla
que llevaban las goletas, si bien el modelo sí pertenece a esos años. Garibaldi
(1807-1882) llegó herido a Puerto Ruiz en 1837. Vivió seis meses en Gualeguay.
En el mismo sector
se puede ver una foto enmarcada de David Vinelli, compañero de Garibaldi, y nacido
en Génova en 1814. Se estableció en Gualeguay, y fue nombrado segundo maestro
de la primera banda de música militar, creada en 1852.
En una vitrina
de la sala es posible contemplar el manuscrito de “Historia de Gualeguay”, tomo
I (editado en 1972) de Humberto Pedro Vico. Hay también escrituras originales
de cesión de tierras en Gualeguay y zonas vecinas de los años 1776 al 79.
Documentos de suma importancia, anteriores a la fundación de la ciudad en 1783.
En la sala denominada
Fernando Pérez Tost se puede ver un piano de cola Mignón, fabricado por F. L.
Sanne, en Hamburgo, Alemania. Iris cuenta detalles de su historia: “Urquiza
contrató al maestro de música Narciso Narvarte, que era español, y le mandó en
1860 este piano de regalo, posiblemente el primer piano que hubo en Gualeguay.
Tuvo tantos alumnos que Urquiza le mandó tres pianos de estudio, dos están acá
(misma sala), del tercero se desconoce el destino. Los hijos de Narvarte fueron
todos profesores de piano. La familia cuenta que Narvarte y Urquiza no se
conocieron personalmente. Narvarte no le tenía simpatía”.
Piano obsequiado por Urquiza a Narvarte. |
En cada rincón,
en cada objeto, se guarda una o varias historias. Fragmentos de la vida que algunas
veces saltan a escena de manera inesperada. Veo una foto de un coche fúnebre de
la empresa Otegui Hnos. fechada en 1910. La foto puede muy bien pasar
desapercibida entre tantos objetos, muchos de gran tamaño. Pero ahí está, a
disposición de la mirada, enseñando un coche de decoración fastuosa. Cuesta
imaginarlo en las calles empedradas del Gualeguay de ayer. Y en las de hoy
también, es casi un elemento fantástico, surrealista. En la foto sólo se ve el
coche, faltan los caballos negros, hay un hombre parado junto a una rueda
trasera. Le señalo la foto a Iris, que en un segundo avisa: “Este coche lo
quemaron, vinieron unas personas y me lo contaron, no les creí, pero eran
nietos de Bernigaud. El abuelo había comprado la funeraria a Otegui. Ellos
habían estado cuando el abuelo dio la orden de desarmarlo y quemarlo. Al
cambiar los usos y costumbres, el coche se dejó de usar, y estaba en muy mal
estado. Se le sacaron los cuatro titanes que sostenían el techo. Los titanes
fueron entregados a una casa de antigüedades en Concordia o Concepción del
Uruguay, no recuerdo con exactitud. Un día les dicen que les habían robado todo,
así fue como se perdió el último rastro del coche. Pero uno de los nietos, tiempo
después, mientras paseaba por San Telmo, vio en venta una lámpara cuya base era
una de las cuatro figuras, quién iba a imaginarse de dónde provenía el motivo
artístico”.
Sobre la misma
pared hay un cuadro que guarda una foto (cercana al 1900) de Leonardo Salatino.
Los Salatino fueron una familia de cocheros. Estuvieron al frente del negocio
hasta el regreso a casa del último Mateo. La foto está muy cerca de la puerta
que la Confitería El
Águila tenía en la ochava, puerta vaivén que hoy habilita el paso a la sala que
lleva el nombre: Jorge Míguez Iñarra, donde se realizan exposiciones
temporarias.
En la misma sala
hay una tuba que perteneciera a la banda de música del Regimiento 3 de
Caballería Martín Rodríguez. Una guitarra fabricada en Gualeguay por el luthier
Joaquín Dorrego, y que perteneciera al profesor Lorenzo Gorosito.
Un lugar
destacado ocupa el armonio que perteneciera a la parroquia San José. Cuenta
Iris que el instrumento salió de la parroquia cuando ya no hubo quien supiera
tocarlo. Estaba en perfectas condiciones, una sucesión de mudanzas deterioraron
su estructura, por ejemplo, le faltan los pedales. Fue fabricado por Alexandre
Pere&Fils, París. Iris se contactó con restauradores de la marca en España,
y ellos le informaron que al país habían entrado sólo tres armonios de este
modelo, y sabían que uno estaba en la parroquia de Gualeguay.
Iris comenta que
en el museo hay mucho trabajo por hacer. La mayor parte de los objetos no están
investigados. En su momento Olga Massoni hizo un inventario detallado de las
existencias, pero después se perdió el rastro de dicho documento. La museóloga
se lamenta: “Una pena porque hubo gente que investigó las piezas, por ejemplo
la colección de armas, y con el paso del tiempo, es lógico, se pierden datos de
primera mano”.
El Museo tiene
un archivo de documentos históricos interesante, por ejemplo, de aquellos años
en que Puerto Ruiz tuvo su importancia. El historiador Humberto Vico consultó
para sus libros sobre la historia de la ciudad muchos de los documentos que se
conservan en el Ambrosetti.
La casa Museo tiene
las puertas abiertas a la ciudad, no solo en lo referente a las visitas (con un
horario muy amplio), sino también por estar a disposición para evaluar toda
clase de objetos que, por distintas razones, los vecinos quieran donar al mismo
para contribuir a la memoria.
En el patio espera un viejo buzón, otro vehículo para
llevar y traer historias; y también dice presente la punta de madera y metal de
uno de los pilotes que fueron hasta el corazón del lecho del río cuando se
construyó el viejo puente Presidente Pellegrini, el que se cayó en 1959, tan
distinto al que ahora se abisma sobre el Gualeguay. La punta de un pilote que
sostenía un puente, otra máquina inventada por el hombre para llevar y traer
historias. Invenciones a tono con la idea de fundar un museo para que la
memoria misma se haga río.
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