domingo, 10 de noviembre de 2013

Daniel González Rebolledo de Finisterre

La charla con el escritor Daniel González Rebolledo deja en claro lo valioso que es escuchar a una persona que es consciente de su pasado, que es agradecida, y que no carga con verdades absolutas. Daniel en todo momento apuesta a la percepción poética del mundo, un juego que transita en libertad. Es bueno encontrarse con un escritor que no está en pose: bien lejos de todo título nobiliario. Simplemente es un hombre que trabaja el oficio. De no hacerlo, perdería su identidad.
Fotografía de Catalina Boccardo
El autor tiene una pista cierta de sus comienzos: “Yo iba a la escuela Marcos Sastre de la calle Gadea. Mi maestra de 5º grado Enriqueta Francolini, me hizo ver dos cosas: una rima de Bécquer, que hasta hoy recuerdo, y me descubrió el misterio de la palabra, que se podía encontrar en la poesía y también en la prosa. Hicimos un trabajo práctico donde la prioridad era usar puntos suspensivos en por lo menos dos párrafos y sobre todo al final. Ese dejar en suspenso el pensamiento, y ese dejar al lector la connotación final, elementos que yo desconocía, tenía 10, 11 años, significó descubrir otro mundo, el creativo. Ese fue mi primer trabajo literario: escribí tratando de usar aquello que me acercó esta maestra. De ahí la importancia que tiene el rol del docente en la primaria, puede descubrir el milagro de la palabra al alumno. Después empecé a escribir mis primeros poemas, que la maestra leía. Tuve la suerte de tener en la secundaria una excelente profesora de letras: Margarita Rivarola. Ella insistía en ver las producciones de sus alumnos adolescentes. Cuando llegué al profesorado de matemáticas, ella me dijo: No te voy a perdonar nunca que no te dediques a las letras. Le contesté que necesitaba un equilibrio entre el fuego y la razón, que la matemática era el equilibrio, y que iba a seguir escribiendo”.
El joven Daniel comenzó a estudiar matemáticas, pero hizo un alto en la huella: “Gualeguay, en los peores momentos del Proceso, era una especie de isla en la que no terminábamos de saber bien qué pasaba. Lo fue antes de irme a Buenos Aires a estudiar teatro en la Escuela Nacional de Arte Dramático, donde fui perseguido hasta que un abogado me aconsejó que me borrara, y lo fue al regreso: la isla estaba ahí. Un grupo de jóvenes alquilamos una casa. La casa era de la familia del juez que había en Gualeguay, y esto, nosotros no lo sabíamos, nos dio cierta protección. Se sabía quiénes éramos y lo que hacíamos: música, teatro, presentaciones de libros. Ahí estaba Cary Pico. La Casa de Antares fue nuestro refugio entre el 79 y el 82. Recuerdo que había un policía de guardia mirando lo que hacíamos. Terminó compartiendo los mates y las actividades. Para nosotros era natural que hubiera un control. Hicimos muchas cosas, y a esto se sumó lo hecho, desde 1974, por el maestro Feliciano Rodríguez Vivanco junto a Leoncio Larrategui en el colegio. El ‘Encuentro Cultural de la Juventud’, más allá de los reparos que hoy se podrían plantear, fue muy positivo para los jóvenes. Era de lo mejor en la isla. Vivanco era el padre deseado por cualquier adolescente, los encuentros fueron su maravilla y su virtud. Allí los jóvenes se expresaban, a lo largo de una semana, en poesía, pintura, música, teatro, y mucho más. Ahí me presenté por primera vez como cuentista”.
Pregunto por el teatro: “El teatro fue, desde los 18 años, una vertiente inagotable. El hecho de poder representar a otros, otras vidas, fue para mí siempre otro vehículo, distinto al de la literatura”. DGR recordó sus comienzos de teatrero en Gualeguay y Larroque. El teatro suspendió las matemáticas y salió para Buenos Aires. Relató sus experiencias durante el Proceso, pero sin entrar en detalle, afirma que no tienen importancia frente a tantas otras historias terribles. Estuvo dos años. Recordó que había, a pesar de la diáspora, profesores muy buenos. El trabajo era intenso. Y además tenía que trabajar para comer y pagar la pensión. Jorge López, un profesor, que todavía enseña en Lomas de Zamora, avisó que se tenía que ir de la Escuela. Propuso a seis alumnos, Daniel entre ellos, seguir con un taller sobre Grotowski fuera de la institución. Dice Daniel: “El teatro de la crueldad, y la crueldad estaba en el exterior”. En el 79 cayó preso: por joven, por usar barba, por estudiar teatro y leer al Che Guevara. Volvió a Gualeguay donde formó un grupo de teatro independiente: “Gente de la Legua, en honor a aquellos cómicos que solo los dejaban entrar hasta una legua de distancia de las ciudades del Medioevo, eran peligrosos por ser artistas”. El escritor teatrero terminó matemáticas y como docente dejó Gualeguay en el 82. Volvió en el 86 y retomó el contacto con el grupo, pero ya desde el lugar de autor. Hizo un taller de dramaturgia con Mauricio Kartun. Ganó el premio Fray Mocho, que entrega la provincia de Entre Ríos, con la obra “La yegua blanca”: “A esta obra le debo la legitimación como teatrero. Así se me abrió el mundo de la dramaturgia. Me dijeron que soy un dramaturgo que escribe otros géneros, y que yo soy un poeta que escribe otros géneros. Todo es muy relativo, solo sé que soy un tipo que escribe”.
Daniel transitó varios géneros, distintas formas de contar: “El vehículo inicial para un joven es la poesía, que es el misterio que puede tomar la imagen o la metáfora, o el poder soltar lo que se siente. La poesía es la libertad, después uno redondea y reescribe, porque sea el género que sea, si uno no reescribe, está muerto: el oficio está en la reescritura, no en el parto. Ojalá hubiese sido sólo cuentista, me produce un gran placer sentir que he redondeado una historia. Como siempre, deben estar presentes las lecturas de los grandes maestros y el aprendizaje de la vida. En la novela experimenté el seguir la historia que a veces te plantea un personaje, porque sucede, como decía Pirandello, que algunos personajes te conminan a que les des más aire para decir qué les está pasando. Pienso que la novela, y más para un escritor de provincia, es como haberme graduado de escritor. Recién después de todo el trabajo de escritura y revisiones de mi segunda novela: La novia del Clé, pude realmente sentirme un escritor. Sucedió después de transitar la poesía, el cuento, el teatro. En las novelas está lo mejor que he escrito como autor de provincia, de sedimento, como decía Emma Barrandéguy, nosotros somos una especie de cimiento sobre el que se construye un tapial, ayudamos porque somos buenos lectores, buenos docentes, y nunca vamos a estar en la altura del tapial, porque para eso hay que entrar en otras cuestiones, como es el mercado editorial”.
El escritor publicó dos novelas: “Los Kennedy del Sur” y “La novia del Clé”. Su lectura revela al menos dos señales: que efectivamente es un autor de provincia, porque la lleva en la mirada, y por eso ambas están ancladas en su tierra; y que su escritura está enriquecida por variadas lecturas en el grado necesario para alcanzar la voz propia: “Los Kennedy nace a partir de un hecho histórico. Encontré la historia en diarios de época en el museo de La Paz. Son tres hermanos que se sublevan frente al golpe de Uriburu en un lugar desconocido del interior de la provincia. Los diarios marcaban la zona en Brasil o Paraguay, no tenían idea. Buenos Aires reprimió, hasta hubo ataques de aviones. El libro sirvió para que en La Paz se pusiera en valor esta historia que es importante para la ciudad, pero también lo es para el país. Los Kennedy dijeron ‘no’ a un militar que usurpaba el gobierno, y ‘no’ también a Justo, que era un militar disfrazado. Ellos adherían al Radicalismo, cuando este partido era revolucionario. La historia me llevó a hacer una maestría en investigación, quería saber científicamente qué era investigar. Hay dos ediciones de la novela. La que hizo la editorial de la Universidad de Entre Ríos, que es donde concursó y ganó el premio de la publicación, no tiene el romance incluido. Yo lo agrego cuando asumo la segunda edición. Escribí el romance en paralelo con la prosa. Creo que complementa la historia desde otro soporte y lenguaje”. Este es un acto de audacia del autor: prosa y poesía “hacen” su novela. Continua DGR: “En La Novia del Clé también hay una anécdota inicial, y que pertenece al relato popular, que fue el tema de la tesis de mi maestría. Siempre me fascinaron las historias que quedan en la narración oral, y que aún hoy tienen en algunos lugares de nuestras provincias una actualidad increíble. En dicho trabajo sobre esas criaturas en las que aún se cree, me faltó la historia de la novia del Clé. Me la contó un amigo: Emilio Abraham, su abuela que era medio india se la contaba: una mujer que es abandonada y que se suicida en el Clé con su vestido de novia. Se convierte en un ánima en pena que se aparece en el puente sobre el arroyo. De distinta manera, en las dos novelas, sucedió que los personajes pidieron más aire. Hablo con ellos, los sueño, como decía Marguerite Yourcenar, lograr una voz es escucharla en algún lugar, en mi caso, en el sueño”.
Daniel da su definición de cómo es un escritor, a partir de lo que le sucedía mientras enseñaba el teorema de Thales: “Es un pobre tipo, el escritor es un ser muy sensibilizado por lo que sucede en la sociedad de su época, todo el tiempo, a la vez sabe que el único modo que tiene de reaccionar es a través de la palabra, y esa palabra es realmente una botella tirada al mar, porque es muy difícil que haya mucha gente que pueda poner en valor esa palabra que tanto le cuesta desde lo sensible. Nunca creí en poder vivir de la escritura, y no tenés más remedio que escribir porque de lo contrario ‘no serías’, dejarías tu alma. Pero hay que comer, entonces ese pobre tipo que está en pugna permanente para ver cómo logra el tiempo que necesita para escribir, entra en esa esquizofrenia que te lleva a ver que sos un ser muy dividido al que le cuesta muchísimo todo. Las relaciones tampoco son sencillas, no cualquiera se banca a un escritor. Ni uno mismo: muchas veces no te bancás estar en ese estado. Por otro lado, ese ser tan tironeado, tiene el privilegio de saber que pudo meterse en el misterio más hermoso, el del juego de la palabra y la imaginación. Es haberse permitido el viaje en un oficio que no tiene muchas posibilidades”.
DGR sabe de Rulfo y García Márquez, de Tizón, con quien habló en varias oportunidades, ellos encontraron en su tierra el escape a un universo fantástico: “Ellos y mi relación con los personajes es lo que creo posibilita dispararme a lo fantástico”. En sus dos novelas el elemento fantástico es determinante en el paisaje narrativo: “Creo que en la soltura de la escritura aparece el vuelo, la alucinación. Desde el tumulto de la escritura yo ingreso a lo fantástico, lo encuentro o me encuentra, no está preestablecido. Tampoco es premeditado el destino de lo que empiezo a escribir: una imagen, una palabra, nunca sé si eso va a ser un poema, un cuento, lo sé después de trabajar un tiempo. Nunca pude programarme. Mi receta es escribir cuando el impulso interno no te deja otra opción”.
Fotografía de Catalina Boccardo
“Nací en 1952 en Galarza, donde viví tres días, pero si soy de alguna parte, soy de Gualeguay”, afirma el escritor. Pero en cuanto a su pertenencia, dejo asentado que visita la ciudad en calidad de buen fantasma, siempre en vuelo rasante. Para encontrarlo completo: buscar en la escritura o llegarse hasta su Finisterre, la chacra donde terminan las historias conocidas, y donde se alumbran las hacedoras de la nueva memoria.

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