Hace un tiempo compartí una cena con
Lisandro Ziperovich en Buenos Aires. Antes había espiado su quehacer artístico
en la web, y en casa decía presente uno de sus trabajos. Por su manera de expresarse,
y de hacer referencia a determinados temas de la vida y el arte, “Lichi” me dio
pista de ser un apasionado. Desde aquella noche del pasado que conservo el
impulso de preguntar por su trabajo en los alrededores del arte. Creo que sólo
el tiempo dice qué vida dedicada a un oficio se abre a la esencia propia del
arte. Sucede cuando de manera inevitable, por condiciones y sensibilidades
varias, se sobrepasa la línea de sombra que cobija el “mientras tanto” de
innumerables intentos, como siempre, realizados con las mejores intenciones. El
intento sostenido sólo certifica la búsqueda. El arte comienza cuando el
hacedor se encuentra consigo mismo entre los vaivenes del oficio. Y esta manera
de llegar al arte, nada tiene que ver con las falsas consideraciones del
mercado. Hablo de arte, y no de negocios, cuando digo que a Ziperovich le va
muy bien con el trajinar interno de su sangre asociada al pincel.
Pregunto por el laborar de cada día: “Mi
quehacer en el arte es mantenerme alerta en el proceso de construcción. Nace
una idea, fluye y va formando un espacio donde lo demás, casi todo, se detiene.
Empiezo a trabajar y aparece. Yo no sé si soy un artista (y vaya uno a saber qué
es un artista). Sí puedo afirmarte que soy un laburante del arte que se toma
muy en serio lo que hace, porque antes que nada, amo lo que hago. Hay momentos
de buscar o perseguir un concepto. Tratar de denunciar algo a través de lo que
uno tiene para expresarse. Hay momentos en que realmente ignoro de dónde vienen
algunas cosas que hago, pero las disfruto. ¿Quehacer en el arte?, es una buena
pregunta. Mi respuesta es: trabajar. Perseguir lo que se quiere identificándolo
bien antes, y no desesperar porque tarde o temprano llega”.
Llevo al laburante a los orígenes de su
oficio: “Hay una línea familiar de artistas, bailarinas, escritores... se
respiraba algo de ese olor a libro viejo en mi infancia. La historia que marca
un poco el comienzo del asunto, a manera de ‘acá empezó todo’, es a los ocho
años cuando, viniendo de una familia numerosa y para evitar contagiar a mis
hermanos de una hepatitis fulera, me mandaron a vivir a lo de mi abuela, que es
donde empecé literalmente a soltar los primeros caballos. Muchísimos blocks de
dibujo, muchísimas historias. Mientras dibujaba iba relatando las acciones en
el papel (animación es una deuda pendiente). Desde ahí cuento mi comienzo en
esta carrera”.
El caldo de cultivo primigenio es muchas
veces beneficioso, pero luego hay que salir a formar y perfeccionar la
herramienta: “Cursé la Escuela Nacional
de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón, donde adquirí algunos conocimientos que
no tenía. Encontré gente (amigos aún) muy rica que enseñaba y compartía sin esa
cosa turbia de dar y esperar, que hoy noto bastante en este ambiente. Antes de la Pueyrredón hice un taller,
o nos hicimos amigos, con un artista a quien aprecié mucho, y era mutuo. Luis
Budnik, que era de esos ‘laburantes’ cero postura, que saben un poco de todo
esto del arte, y que son seres sorprendentes, mucho más elevados que los que
por tierra persiguen cosas a las que la felicidad no llega a sincronizar. Un
gran artista. Aprendí mucho de él y de mis compañeros de bellas artes. También de
mis profesores”.
Lichi nació en Paraná en 1976, y a los dos años la
familia se mudó a Gualeguay. Pido pista de sus recuerdos gualeyos: “Me fui de Gualeguay a los dieciocho años, habiendo
terminado el secundario. Recuerdos tengo miles. Muchísimos y muy buenos.
Recuerdo el olor especial que tiene la libertad de andar en patas pisando
tierra y pasto, lavando los pies en zanjas en el río. Recuerdo el sabor único
de la mandarina robada de los árboles (miles) que estaban en cada camino que
explorábamos cada día. Recuerdo la tribu del 3 de Caballería con cariño. Recuerdo
amigos de la infancia. Gente que aún veo, gente con la que no nos podemos ver,
y gente con la que nos queremos ver. Recuerdo maestras malas y buenas. Recuerdo
sobre todas las cosas, y esto lo uno al concepto de protesta escondido en mi
laburo, el costo de todas las cosas. Hasta en el afecto, en la libertad prematura,
en la mano que suelta. Irme como muchos, sí, fue esencial para mi crecimiento
(paradójicamente uno se sentiría hecho si volviese a su origen a disfrutar de
sus logros, pero aún no es el momento, tal vez no crecí lo suficiente). Hoy
vivo en Buenos Aires. No me gusta del todo. Nunca me gustó del todo. De hecho
extraño la montaña donde viví un par de años, en Jujuy. Podría estar
tranquilamente en Gualeguay, ya se verá”.
En referencia a Gualeguay, le pregunto
cómo juega en él, el hecho de saber que su ciudad dio nombres notables en las
artes plásticas: “¡Claro!, ¿cómo no ser
conciente?, bueno, se puede no serlo teniendo en cuenta cómo se han tratado
algunos casos... en fin. Sí. Claro que sí aprendí en este orden a admirar a los
que tenía cerca. Sin acercarme. Quirós, enorme. Cachete González era más a lo
que yo apuntaba. Maddonni es genial, me parece
excelente, es tinta que para mí es sangre. Así como González, también
entraban a mi mundo (más del dibujo de chico) enormes artistas como Vicente
Cúneo (gran persona humilde) de quien me colgaba de los trazos y tomaba como
referentes por alcanzar. Como un pequeño Olimpo privado en los límites de mi
infancia y mi pueblo. Lo de Castro es enorme, también puedo leerlo y creo que él
me leería también… o me putearía. En este circo a veces no alcanzan las caras a
maquillar. En espera primero está Raúl Gastaldi. Mi primer encontronazo cara a
cara y de forma violenta con su pintura, fue ver un galpón del puerto lleno de
cuadros de Raúl. Me congelé y ya no dudé de qué quería hacer con mi vida. Y está
Pepe Quintana, quien tiene una sensibilidad bien tripera, de las que a mí me
gustan. Hay muchos artistas y habrá más, espero”.
El trabajo de
Ziperovich puede ser tomado por figurativo, por surrealista, pero elegí
preguntarle su esencia y denominación al propio autor: “Es
un paseo por el exorcismo del ‘malpasar’ cotidiano. La disconformidad o el
cuestionamiento, asumo, deben salir o te pudren por dentro. Esto me lleva a una
constante cada vez que expongo mi laburo. Mucha gente, entre sonrisas (como si
uno aparte de artista, en los ratos libres fuera un ‘serial killer’), te dicen ‘Me
encanta lo que hacés pero es muy ‘oscurito’’, y confieso que al principio tal
apreciación me molestaba un poco por el hecho de que no estaban empatados mi
esfuerzo por dejar ahí todo y el compromiso por ‘dejarse’ del espectador... con
el tiempo aprendí a dejar en remojo los relojes y contestar que si ‘usted ve lo
oscuro en mi trabajo está en lo cierto, usted lo ve porque yo ya lo saqué. Está
ahí plasmado y listo para que usted, tan oscuro como yo, se reconozca como tal’.
Los dejo con el compromiso. Yo ya exorcicé y me voy a tomar un vino... y la
gente te quiere un poco más, o cree que sos un ‘serial killer’. Mi trabajo es
amplio, tal vez algún día su nombre y yo nos encontremos. Lo dejo para quien
trabaja en esas cuestiones”.
La obra de Lichi
es sorprendente: composición, colores, temas, no se sale con la mirada ilesa.
Me llamó la atención la cantidad de retratos, de cabezas, caras intervenidas
con distintos elementos, cabezas de extrañas apariencias. Pregunté además por
los materiales que utiliza: “Sospecho
que de la cabeza sale y a la cabeza apunta. En el rostro y en los abrazos está
la verdad de cada uno de nosotros. No puedo ni puede todo el mundo abrazarme y
viceversa. Pinto muchos rostros, entonces. Y utilizo mucho el acrílico. Amo lo
noble de la madera y el metal. El óleo es para cuando sea más viejo y menos
frenético. Laburo con todo lo que tenga a mano. Son temporadas en que te enamorás
de diferentes materiales”.
Lisandro Ziperovich desarrolla otras
actividades dentro del ámbito de su “quehacer artístico”: “Como ilustrador
siento que en parte es lo que quería como ‘trabajo’. También laburo como
diseñador grafico. La ilustración es una tarea muy grata y a la vez un poco
cruel, ya que los tiempos editoriales son muy acelerados. Entonces pasa que vos
sabés que podrías estar entregando mejor calidad, pero prima el tiempo y si
bien abrazás la idea, no siempre uno se queda conforme. Los editores, asumo que
sí. Está también el costado donde surgen más los límites que se imponen, y eso
es una forma (depende de cómo se mire) de aprender más de la tolerancia, que ‘no’
significa ser dócil. Así es que me he quedado afuera de varios medios. Es
interesante. Vas saltando de rubro en rubro. Podés estar haciendo algo para un
magazine cultural, tratando de no bastardear el existencialismo, y de ahí pasar
al Merval y sus amigos (no siempre siendo un entendido en la materia), o a un
americano que da por sentado que vos sabés qué pasó en Wichita porque está
convencido de que el editor ya te explicó porque vos estás en el otro polo, y
porque posiblemente no tengas ni idea de qué es Wichita. Trabajo para algunos
medios nacionales y algunos de afuera”.
A Lichi le molesta “la hipocresía
instaurada en la sociedad como un bien común y totalmente aceptado”, así se
consigna en la biografía que aparece en https://www.facebook.com/ZIPERART/photos_albums.
Consulto por su rechazo: “Sí, básicamente es eso. No solo ponerse en el lugar
de denunciante de lo que a uno mismo no le cierra, también utilizar lo que se
tiene para expresar el descontento. Yo soy más de alejarme cuando el nivel de
hipocresía (post confrontación) supera cualquier entendimiento o idea de
construcción. Me alejo, pero no a dolerme (o sí, depende el caso), sino siempre
a crear... es como que me alimenta un costado el verme en estados, tanto de
contradicciones como en lugares falsos, no reales y fingidos del otro”.
Todo artista tiene sus
luceros esenciales: artistas admirados, por su obra, por su manera de ser. ¿Tus
pintores admirados?, Lichi responde y va un poco más allá con sus
consideraciones: “Miles. Primero que nada y por la persona que era (a través de
sus propias palabras): Van Gogh. Después muchos más. Encuentro en todos algo
donde parar y apreciar. Leer lo que pasó ahí. Me gusta Velásquez, Caravaggio, Rembrandt.
Me gusta mucho Carpani (tengo un original que guardo con orgullo). Hay muchísimos
pintores. Pero más me gustan esos que ‘son’. Nunca me gustaron los que ‘juegan
a ser’, o los que pretenden montarse a un delirio y justificar cualquier crimen
en el nombre del arte, que por cierto ampara en su ilimitado concepto tanto al que
se toma en serio lo que hace, como para el que está en la búsqueda. Es buenito
el arte, tiene una casa para cada uno”.
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