domingo, 17 de noviembre de 2013

Una memoria de Gualeguay

Vicente Cúneo
Hace seis meses que dejé acomodada en el pasado mi ciudad de Buenos Aires. La anoto como mía, porque la hice mi compañera a través de los años en incontables mesas de café y en sucesivos departamentos de paso. En todos estos paisajes estuvo presente mi escritura. Hoy, a seis meses de respirar los tiempos en la órbita de otra ciudad, la amigable Gualeguay, sé que Buenos Aires sigue siendo mía porque la escribo, la habito desde la tinta y la memoria. Ella se vino conmigo, pero no para florecer en charcos nostalgiosos que posibiliten un lagrimón, sino para acompañar el relato de las historias de este nuevo paisaje amanecido.
Es cierto que en Gualeguay me falta el murmullo que habita en cafés como el Cao o el Margot, donde tan placentero es escribir sobre la mesa elegida. Pero también es cierto que Gualeguay ofrece una atractiva poética desde la ventana maravillosa del recuerdo. Por momentos esta ciudad me parece un gran fantasma, uno de los buenos, que de día se guarda entre los árboles del parque Quintana -necesita siempre estar cercano al río-, y de tardecita, sale a hacerse lugar en las palabras de los hombres memoriosos. No sale el fantasma todo, sólo el indicado, porque el mayor está compuesto por un puñado de fantasmas, cada uno de ellos se ocupa de un área determinada de la memoria. El interior de un fantasma es, en esencia, muy parecido al de un hombre: un puñado de almas simples construyendo el alma guía, porque una multitud de hombres hay en cada hombre.
La memoria cercana a los cafés, a los libros, a los escritores, a los objetos propios de un museo, a los hechos anecdóticos que guardan las vidas de los hombres memoriosos, desde estos sabores es que mi escritura se encuentra conmigo, y después con quien guste tomarse un momento con la palabra. Imaginen entonces el principio de esta película: gran plano general de apertura mostrando el universo gualeyo, una tentación para quien pregunta y anota. En momentos así gana mi interior el alma de escritor que atento sale en busca -lapicera, papel y grabador en mano- del fantasma que sepa contar las historias que más me gustan. En estas situaciones que tienen que ver con el mundo de lo fantástico, es necesaria la aparición de una figura: el médium, el nexo entre el ayer y el hoy. El buen destino me ha llevado a encontrarme con algunos de ellos, por eso puedo sumar historias y pensamientos en las páginas de El Debate Pregón. Gente aplicada en reconocerse viva mientras son muy concientes de que son fruto del pasado, de la memoria, mezclada, condimentada, con los vientos cambiantes del presente. Gente atenta en la identificación precisa de esta vida: una dama que no pertenece sólo al rumor de nuestros días. Por eso cuentan, recuerdan, por eso el buen fantasma de la ciudad se expresa a través de ellos.
Gualeguay es más íntima que Buenos Aires, mucho más quieta, lenta y humana. Cuando camino sus cuadras cortas, de manera inevitable pienso en los hombres destacados que dio a la cultura. Entonces camino por donde caminó Juan L. Ortiz, Carlos Mastronardi, Emma Barrandéguy, por estas calles anduvo Cachete González o Derlis Maddonni, y me descubro emocionado, como si lo imposible pudiera darse, y entonces, mientras voy hacia la plaza San Martín con Julia, mi hija, yo pudiera, en cualquier instante, preguntar: ¿Cómo anda, Juan José Manauta?, ya que no me animaría a llamarlo “Chacho”. Aclaro que no estoy haciendo literatura, simplemente me ocurre: me digo que estuvieron donde yo estoy, y así es como la travesía torna en maravilla emotiva. Me he sentido en un tránsito especial las veces en que iba camino a la casa de Aron Jajan, un médium excepcional. Las de Aron son clases de historia, de vida, de valores. Si a un gran testigo de los días, le sumamos la observación crítica y el pensamiento, el resultado es precisamente este gualeyo notable. Porque no hace falta haber sido artista reconocido para honrar la posibilidad de contribuir a la memoria, Aron no lo es, y tampoco Deolindo Romero, mi vecino, que siempre está buscando entre las páginas de la historia no oficial, porque lo hace feliz saber, aprender más. Es un gran conocedor de la ciudad, de su historia, de su gente. También trata de contarla. En su bicicleta lleva y trae historias, y sospecho que la mejor de todas, es la de su propia vida.
En mis notas publicadas en estos meses han pasado varios gualeyos (nativos o por opción) que contribuyen a la historia de la cultura en esta ciudad. El quehacer cotidiano de Vicente Cúneo, Marta Argot, Gustavo Gálligo, Leticia Manauta, Marisa González, Daniel Figueroa, Iris Wulfshon, Alfredo Presentado, Lisandro Ziperovich, Daniel González Rebolledo, más lo hecho por los notables que ya se fueron para el barrio del después, y más los que aún faltan invitar a la charla, todos ellos hacen, construyen, la memoria de esta ciudad.
Como compensación a la falta de murmullo de café en Gualeguay, el fantasma indicado para esta zona de la memoria, me regaló el recuerdo de la Confitería El águila, donde Cachete González, en el baño, sobre uno de los mingitorios, dibujó al mozo/boxeador: el Chueco Pino; después me contó del famoso café Murugarren; y entornó apenas la puerta del café Irún, para que sepa que de él todavía me falta una memoria. El fantasma se encargó de señalarme que en él, el artista plástico Derlis Maddonni, realizó dos murales en 1967.

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