domingo, 1 de diciembre de 2013

Un collage de Carlos José (Pepe) Quintana

No conocía su obra. Cuando entrevisté al plástico Lisandro Ziperovich apareció su pista: “Y está Pepe Quintana, quien tiene una sensibilidad bien tripera, de las que a mí me gustan”. Volví a consultarlo:Hay miles de hermosos mundos sucediendo entre las tijeras de Pepe y lo que vio. Atesoro las pocas, pero enormes charlas de arte con él. Mi respeto y admiración”.
Mi entrada al universo Quintana fue de la mano de su hija mayor: Eugenia. Llegó a casa con el recuerdo de su padre, sabiendo de sus ideas, traía una carpeta con originales. Pepe hacía collage, técnicas mixtas: en sus obras es posible encontrar figuras recortadas y fondos pintados con tintas de distintos colores, es posible ver que algunas de ellas están concebidas interviniendo una fotografía, macerada para que sea y no sea aquello que fue. Sus trabajos van desde composiciones muy oscuras, propias de una paleta de gamas bajas, hasta otras de gran luz y colores en llamas. Salvo algunos cuadros en que la idea central es explícita, se puede, a partir de las obras, componer infinidad de historias, de ideas: hay presencias claras, es figurativo, y trazos fantásticos, es surrealista, a veces el aire de su quehacer es explícitamente barroco. Se puede escribir una novela después de mirar cada cuadro.
Señales básicas del artista: nació en Gualeguay el 23 de noviembre de 1959. Falleció el 31 de agosto de 2011. En 1977 entró a la Escuela Provincial de Artes Plásticas de Gualeguay. En 1982 asistió al taller de dibujo de la Escuela de Artes Carlos Castagnino de Mar del Plata. Su formación y técnica de collage es autodidacta. Artistas admirados: Picasso y Modigliani. Leyó mucho, estudió, “era una de esas personas que se nutren todo el tiempo”, recordó Eugenia.
En el principio del relato aparece otro pintor de Gualeguay: “Raúl Gastaldi era su amigo. Recuerdo que él había vendido algunos de sus cuadros y nos quería dar la plata para que nosotros enmarcáramos los cuadros de papá. Queríamos hacer una exposición grande”.
Quintana defendió su postura frente al arte con férrea decisión, una parada ética, ideológica, Eugenia dice: “Él no concebía que no se pudiera vivir del arte, que las personas no pudieran entender que el arte no sólo es un trabajo, sino que es una forma de vida que se debe respetar. Mi papá para hacer una obra podía estar una semana sin dormir, trabajaba de noche. Podía trabajar durante el día, y lo hacía, pero prefería la tranquilidad de la noche”. ¿Respetar a fondo el mandato de la sangre o trabajar, como tantos (me incluyo), disfrazados en otros oficios, viviendo dentro del simulacro?, Quintana eligió su historia, es bueno que el hombre elija: “La idea establecida es que ser artista es un trabajo para alguien que tiene plata, que no tiene que trabajar para vivir. Él vivió como pudo del arte, y vivió exclusivamente para el arte. Cuando recién se casó con mi vieja, sí, trabajó en un frigorífico de pescado en Mar del Plata, o esporádicamente, cuando ya no tenía un mango, pintaba alguna casa. Pero tenía claro que su laburo era este, su pintura”. Escuchando a Eugenia recordé a Marisa, la hija de Cachete González cuando me contó que su papá pagó con obra la leche para sus hijos: “Para un artista el valor de una obra no tiene que ver con lo económico, lo ves en Raúl y en papi, si no tenía para comer y vos tenías un almacén, él te daba un cuadro, te pagaba con el cuadro, y había gente que lo recibía”. Así como Pepe defendió su parada en la esquina de sus convicciones, la familia tiene muy claro el valor de los trabajos que dejó el artista: “Mi papá siempre quiso vivir del arte y no pudo, y si él no pudo, nosotros no vamos a mal regalarlo o a pretender hacernos ricos. Nos dejó algo para mostrar, porque para eso se hace el arte, para mostrarlo, para compartirlo, no para tirarlo”.
A Eugenia se la ve feliz mientras sigue dando pistas sobre Pepe: “Mi papá era muy irónico, se ve en los cuadros, tenía un humor ácido. Era un tipo muy paciente, muy tranquilo, con todo el tiempo del mundo te decía algo y te dejaba: ¡guau, qué me está diciendo este tipo!, hasta cuando nos retaba. No entendías cómo podía hacerlo con tanta tranquilidad. Los amigos te van a decir lo mismo. Hablaba mucho, no te preguntaba sobre lo que hacía, te contaba su trabajo y lo que pensaba. Él no entendía cómo desde chico hizo algo que le gustaba. Fue a artes visuales, y siempre hizo lo que quería hacer. La madre no quería que pintara, que fuera artista plástico. Mi mamá dice que, desde que lo conoció, él siempre se dedicó al arte. Ella nunca dejó de apoyarlo”.
Quintana tuvo un recorrido de vida en distintos paisajes: “Fue hijo de padres separados. Vivió con la madre en Gualeguay. Conoció a mi mamá, se casaron y se fueron a vivir a Mar del Plata. Volvieron, se separaron. Mi papá se juntó con Ema Sosa, de esa casa tengo recuerdos de cómo pintaba. Se separaron y se fue a vivir a la casa de la abuela hasta el 2004. Se fue a Buenos Aires. Volvió 2006, 07. Me visitó a mí, visitó a mis hermanos en Victoria, y se quedó a vivir con mi mamá hasta 2011. Fueron compañeros, siempre tuvieron buena relación”. Mamá es Silvia González, también mamá de Imanol, con quien Pepe tuvo muy buena relación.
Eugenia recuerda conversaciones de los últimos tiempos: “Se había dado cuenta de que podía estar con alguien y no hablar, le parecía que estaba bien, si no había nada para decir, no se decía nada. De grande, cuando reconstruyó la familia, entendió que el tiempo que estuvo sin nosotros fue un tiempo perdido. Él había pensado en el pasado que tenía que vivir como artista, en solitario. Pero después comprendió que con una familia él podía haber hecho arte y muchas cosas más. No era un lamento, sino darse cuenta de que fue un error. Fue un excelente padre, es decir, nunca aportó un mango, nosotros lo teníamos que ir a ver, pero sabía quiénes eran sus hijos, siempre tenía palabras, consejos para nosotros. Tenía una base de educación muy buena y la transmitía muy bien. Siempre tuvimos diálogo”.
A continuación una anécdota que bucea en ciertos azarosos misterios del arte: “Cuando éramos chicos no hacía tanto collage, usaba óleo. Recuerdo que estaba pintando un cuadro en la pieza donde vivía, en un altillo donde ahora está la Universidad Siglo 21. Conservaba libre el centro de la pieza. Contra la pared, la cama y las demás cosas. El atril estaba en el centro mirando para la puerta. Él contra la pared, con la puerta a su derecha. Entro corriendo y atrás mío, mi hermano que se cayó sobre el cuadro. Como entramos, salimos. A las dos horas nos llama y nos dice: ‘Menos mal que se cayeron sobre el cuadro, yo lo miraba, había algo que faltaba; lo arreglé y quedó mejor’. Cualquier otro empieza a los gritos”.
Mientras miraba los cuadros que trajo Eugenia, el tacto me descubrió una sensación nueva. Mi padre es artista plástico y estoy acostumbrado a tocar y diferenciar las texturas de distintas pinturas, pero en los trabajos de Quintana había una novedad: “Es una tinta inglesa que consiguió en San Telmo, donde se venden cosas viejas en Buenos Aires. Por años trabajó con esa tinta, y quedó un montón. Ahora la usa mi hermano Luciano, que también pinta. Usaba el papel que encontraba, hasta la parte libre de carteles de publicidad. Si no le gustaba lo que estaba haciendo, ahí nomás daba vuelta la hoja y arrancaba con otro tema”.
Eugenia me señala la obra que tengo en mis manos: “En la pieza de la abuela había una tv de 14 pulgadas en blanco y negro. Ya existían los aparatos en color. Era una habitación oscura, creo que empapelada, y había un sillón viejo, con un tapizado con flores. Nos sentábamos ahí a pasarnos las tardes mirando televisión. Cada vez que miro este cuadro, me acuerdo de nosotros”.
Pregunto por Gualeguay y el arte. Pensaba en sus personajes notables, pero la respuesta fue enfocada a ciertos comportamientos en el quehacer cotidiano del público y de los hacedores: “Gualeguay es un ambiente que tiene mucha cultura, pero dividida en sectores, no se mezclan, cada ambiente tiene su público, nunca hay caras nuevas. Mi papá lo veía, yo bailo folclore y pasa lo mismo. A la muestra homenaje a papá en la Casa Cultural Viva (realizada 23/11) va a ir el público de esa casa. Además está el artista persona, a Antonio Castro ahora le llevan el apunte porque no está, y él lo decía: lo que pasa es que cuando el artista no está no se tienen que aguantar lo que dice el artista. En ‘Espacios’ hay libertad, también la hay en el ‘Club Social’, en la ‘Casa Cultural Viva’, en esos lugares son bienvenidos todos los artistas. En el aire de Gualeguay hay algo especial relacionado con el arte, pero cada uno en lo suyo. Hay que entender que lo que hace Vicente Cúneo, lo que hizo Quintana, no es sólo de ellos, sino que es de todos: nuestra cultura”.
A Pepe Quintana le gustaba ir a pescar a La Crujía, pasando el barrio Molino. Le gustaba ir al parque Quintana. Pescaba y después cocinaba. Caminaba siempre la plaza Constitución. Tomaba vino, pero hacia el final de su vida dejó el alcohol. Lo logró él solo, en Buenos Aires. Cuenta Eugenia que dijo: “’Yo no puedo tomar un vaso, el vino se hizo para tomarlo todo’, y no tomó más”. En la lista de amigos aparece el ya citado, Raúl Gastaldi, artista plástico, Torcuato, baterista, Pacho, platero, Juana Saldaña y Nora Cosso.
Hay alegría en las palabras de Eugenia recordando a su padre, existe la respiración de la ausencia, inevitable, pero hay distintas maneras de pararse frente a ella. Eugenia tiene memoria, y lo mismo el resto de su familia. Todos saben quién fue Pepe y qué pensaba de su arte. La palabra de Eugenia es respetuosa, comprometida, y cariñosa, en todo momento estas sensaciones se intercambian, están en movimiento, como si fueran parte de la polifonía de una obra de Pepe: “En las cartas siempre me hacía dibujos. Guardaba entre sus cosas una foto de mi hermano Bernardo, un dibujo de Luciano y uno mío, que cuando lo hice me había gustado y que hoy creo un mamarracho (se ríe). Él los guardaba para mostrarlos”.
En Buenos Aires vive su última hija: Gaia.
En el papel donde intento recortar este apretado collage de Pepe Quintana, podría consignar su larga lista de exposiciones y los premios, pero decido no hacerlo. En la vida de algunos artistas esta enumeración no molesta, en la de otros, como la de Pepe, se me ocurre desubicada. Hay artistas en que su pasión se acomoda mejor en el mundo de una anécdota, en sus pensamientos y en la memoria de los que estuvieron cerca.
Cuenta Eugenia que cuando la enfermedad dijo presente, Pepe tomó una determinación:
“’Entre morirme en una cama de hospital inconsciente, y morirme en casa pintando, leyendo, haciendo mis cosas, que nadie me toque’. Sí hizo todas las dietas naturales que pudo y tomaba los remedios. El día que falleció estaba pintando”.

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