domingo, 25 de enero de 2015

¿Está don Pedro?, preguntó Espelocín

Osvaldo Aguirre (1964) es poeta, escritor, ensayista. Publicó varios libros: poesía: “Las vueltas del camino”, “Al fuego”, “Narraciones extraordinarias”, “El General”, “Ningún nombre”, “Lengua natal”; novelas: “La deriva”, “Estrella del Norte”; cuentos: “La noche del gato de angora”, “Rocanrol”; investigaciones periodísticas: “Historias de la mafia en la Argentina”, “Enemigos públicos. Los más buscados en la historia criminal argentina”, “La pandilla salvaje. Butch Cassidy en la Patagonia”; crónicas: “Los pasos de la memoria”, “La Chicago argentina. Crimen, mafia y prostitución en Rosario”, “Notas en un diario”.
Osvaldo Aguirre
En la entrevista que le realizara Juan Pablo Robledo para El Identikit: Crimen, cultura y todo lo que hay en el medio (elidentikit.com) Aguirre cita al poeta y ensayista alemán Enzensberger. Afirma Aguirre: “En el libro ‘Política y delito’, Hans Magnus Enzensberger dice que el delito es como una caja de resonancia… el delito es de la sociedad. No ocurre cualquier delito, sino el que tiene que ver con la sociedad donde se realiza. En todo caso lo que quiere decir es que el delito y los delincuentes no son de otros planetas, sino que están muy entrelazados con la gente y con el fenómeno que experimente una sociedad. Una sociedad que está en falencia va a tener determinados delitos. Y estos comportamientos son reflejo de la sociedad en la que vivimos”. Osvaldo Aguirre, nacido en Colón, provincia de Buenos Aires, y afincado desde hace años en Rosario, trabajó durante diez años, entre 1993 y 2003, en la sección policiales del diario La Capital. Se declara amante del género policial, y como tal: es conocedor de la historia de los hombres que vivieron fuera de la ley.
Me encontré con Aguirre leyendo una larga nota en la revista “Todo es historia” (N° 403/ febrero 2001). Su título: “Faccia Bruta: nacido para asaltar”. El copete de la nota avisa: “Bruno Antonelli Debella ganó una oscura celebridad con el apodo Faccia Bruta a partir de los primeros años de la década del 30. Se vinculó con los llamados anarquistas expropiadores, aunque no le interesaba la lucha política, se destacó enseguida por la desmedida violencia con que ejecutaba sus actos. Se declaró autor de diez asesinatos y se asumió como delincuente sin vacilaciones: ‘Nací para ser asaltante –dijo- y eso es lo que soy’”. El desarrollo de la nota deja claro que Aguirre sabe contar, sabe cómo dosificar la información que posee, algo fundamental para un novelista; mientras leía pensaba en que el autor debía ser escritor, antes que periodista. No me equivoqué.
Cuenta Aguirre en la nota citada: “Guidot aportó otro dato curioso: mientras cada integrante del grupo recibió 800 pesos, Debella embolsó 2500 (el botín total fue de 4900), con la excusa de hacerse cargo de ‘gastos imprevistos’. A esta altura de los acontecimientos, pese a que no tomaba mayores cuidados, Faccia Bruta era un desconocido para la policía argentina. En cambio, Rodríguez, Del Piano y un tercer anarquista expropiador, Pedro Espelocín (3), quedaron situados en el centro de la escena pública, luego del llamado tiroteo de Plaza Once: al resistir un intento de detención, el 8 de junio de 1932, uno de los miembros del trío (aparentemente Espelocín) dio muerte al taxista Nazareno Poloni y al sargento Juan Carlos Aguirre”.
La novela sigue su curso: “A principios de 1933, se detectó que se reunían en un chalet de San Antonio de Padua: Debella, Morán, Espelocín, Guidot y Rodríguez fueron identificados como visitantes de la finca. Poco después se los localizó en una casa de Ramos Mejía y finalmente su rastro pareció perderse: percatados de la vigilancia de que eran objeto, resolvieron escapar hacia el interior del país. Faccia Bruta siguió ese camino, pero por su propia cuenta, ya que había decidido separarse definitivamente de sus compañeros. O más bien éstos ya no querían seguir sus pasos, ‘porque les disgustaba su temperamento sanguinario, que parecía complacerse en cometer hechos criminales’, según Guidot.
Baldi (izq.), desde arriba (der.): Del Piano, Guidot y Espelocín.
El 15 de marzo de 1933 el jefe de Investigaciones, Miguel Viancarlos, informó a su colega de Rosario, Félix de la Fuente, que parte del grupo anarquista se hallaba oculto en una casa del barrio de Arroyito, en la zona norte de la ciudad. En la madrugada siguiente unos treinta policías rosarinos y porteños rodearon un departamento de Génova 1140 y detuvieron a Guidot y Eliseo Rodríguez.
A media mañana, llegó al lugar un auto De Soto con dos hombres en su interior. Uno de ellos descendió del coche y llamó a la puerta de la casa: era Espelocín.
-¿Está don Pedro?-preguntó.
-Adentro –le respondió un policía-. Pase.
El recién llegado advirtió enseguida el verdadero cariz de la situación. Se produjo entonces un tiroteo en plena calle, en el que intervinieron además varios vecinos de la zona. Espelocín fue virtualmente acribillado a balazos, ya que recibió trece impactos. Su compañero, en cambio logró escapar…”.
Osvaldo Aguirre había entregado algunos datos más de esta escena en una nota en el diario La Capital de noviembre del 2000: “Historia del crimen. El fin de un grupo de anarcodelincuentes. Persecución en un laberinto sin salida”.
Entre los treinta policías que rodearon el departamento estaban: los comisarios Hugo Barraco Mármol, subjefe de Investigaciones, José Martínez Bayo, el subcomisario Américo Facciutto y el auxiliar Juan Alexander. Detalla Aguirre: “Alrededor de las 5.30, sin mayores sobresaltos, los policías detuvieron a Guidot y Eliseo Rodríguez. En la casa también se encontraba Carmen Taylor, uruguaya, compañera de Guidot. La mujer tenía asimismo su historia: había sido la pareja de Francisco Ortells, alias El Fantasma, ladrón que había jaqueado a la policía rosarina durante fines de los años 20 para luego ser ultimado en Montevideo”.
El policía que abre la puerta, un nombre aparece en la escena: “A media mañana, llegó al lugar un auto De Soto con dos hombres en su interior. Uno de ellos descendió del coche y llamó a la puerta de la casa: era Espelocín. El pistolero fue atendido por un empleado de Investigaciones, José Fiocca”.
Aguirre consigna que el dato de los 13 impactos proviene de la autopsia realizada más tarde por el médico Raymundo Bosch. Informa que Espelocín cae herido en calle José Ingenieros: “No tenía oportunidad de defenderse, pero en esas circunstancias, apuntó una crónica de este diario, Fiocca le descerrajó tres tiros con su revólver. El empleado de Investigaciones fue posteriormente detenido por orden judicial, pero en definitiva su actuación quedó avalada en la causa. Previamente, había sido denunciado por apremios ilegales y según testimonios recopilados en la investigación del llamado triple crimen de San Lorenzo (asesinato de tres mafiosos en 1931), tenía amistad con conocidos mafiosos de la época, como Juan Avena, alias Senza Pavura”.
Imagino que Espelocín tenía entre las cartas que jugaba con cada nuevo sol, la que representaba a la muerte. Era su juego, y a veces, es sabido, el truco no llega, no se da, y entonces amanece la cruda realidad, como la aparecida en mañana indicada. Me pregunto: hasta dónde le llegaba a Espelocín el anarquismo, cuál era el aroma de su posición ética, hasta dónde le importaba matar o morir, sería de los hombres a los que después los gana la culpa. Me pregunto por su historia de infancia, por sus días de muchacho, qué cantidad de injusticias pudieron haberlo marcado, con qué intensidad terminó despreciando a la sociedad que le tocó en suerte.
Tengo por costumbre no detener la lectura; si la nota señalada no me es de vital importancia para continuar, la dejo para el final. Esta manera de leer, podría afirmar, agrega elementos al suspenso propio de lo que se está leyendo, sean hechos o ideas: agrega cierto toque de intriga de novela policial. Así procedí con el texto de Osvaldo Aguirre en “Todo es historia”: la nota número 3 está pegada al nombre de Pedro Espelocín. Luego de terminada la lectura del extenso y sustancioso trabajo de investigación, leí las cuatro notas, y en especial la tercera: “Al igual que Faccia Bruta, en el origen de la historia de Espelocín (nacido el 6 de marzo de 1901 en Gualeguay) se encuentra la ‘reparación’ de un acto injusto: el 20 de julio de 1923 mató a cuchilladas, frente a los Molinos Harineros del Río de la Plata, al capataz de estibadores Hermenegildo Amarillo, después de recriminarle que golpeara a un chico. Fue detenido el 11 de agosto del mismo año en Gualeguay y condenado a diez años de prisión. Obtuvo la libertad en agosto de 1930 y el 20 de enero de 1931 resultó detenido en Zárate por circulación de dinero falso. El 24 de noviembre de 1931 escapó de un hospital de La Plata y se incorporó a las filas de los anarquistas expropiadores”.
Una sorpresa: Espelocín era gualeyo, inició su viaje en la ciudad donde vivo, donde leo sobre sus días, y escribo.
Osvaldo Aguirre cuenta historias entre Buenos Aires, Rosario y Gualeguay: tantos caminos tiene la memoria, tantos giros la vida de ciertos hombres.

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